jueves, 26 de febrero de 2009

Memento mori - Una lauda sepulcral del convento de Santo Domingo de Benavente


Lauda sepulcral del convento de Santo Domingo

La costumbre de efectuar enterramientos de personajes ilustres, o no tan ilustres, en el interior de los templos estuvo muy arraigada en la tradición cristiana. Fue también una forma muy socorrida de financiación para las parroquias y un mecanismo de perfeccionamiento de su fábrica, a través de la erección de capillas y panteones integrados en su planta. En el siglo XVII la mayoría de las iglesias benaventanas eran ya cementerios comunes, con todo su pavimento cubierto de sepulturas, donde el incienso y el encalado trataban, a duras penas, salvar una cierta apariencia de higiene.

Las principales familias benaventanas pugnaron durante siglos por establecer sus panteones en los espacios preferentes de iglesias y monasterios. En los solados de estos templos se reproducía, a pequeña escala, todo el complejo entramado social. Los linajes más encumbrados disponían de capillas y monumentos funerarios propios, como ocurría con los condes de Benavente en el monasterio de San Francisco o los Osorio en el de Santo Domingo. Otras familias pudieron permitirse el lujo de escoger para su última morada las inmediaciones de altares, presbiterios y claustros, espacios teóricamente más próximos a los beneficios espirituales de los finados.

La competencia por el territorio fue tal que en ocasiones se originaron pleitos para dilucidar la propiedad de las sepulturas. Pero el espacio disponible era a la postre finito, y cuando la saturación de tumbas impedía acoger nuevos restos se recurría a la monda, esto es el levantamiento y posterior traslado masivo de cadáveres a los osarios, tras lo cual comenzaba de nuevo todo el proceso. De este modo, las losas de los pavimentos estaban continuamente removiéndose, deteriorando aún más el ya de por sí enrarecido ambiente de las iglesias.

Ya en el siglo XIII, en las Partidas de Alfonso X El Sabio, se prescribía la necesidad de hacer cementerios extramuros de las villas: "por que el fedor de ellos (de los muertos) no corrompiese el aire nin matase a los vivos". El 3 de abril de 1787, mediante Real Cédula de Carlos III, se ordena que los cementerios se ubiquen fuera de las poblaciones; aunque no será hasta 1804, cuando el ministro Godoy, y por medio de una circular, dictamina la prohibición de enterrar en las iglesias y sitúa definitivamente los cementerios fuera de las ciudades. Las Cortes de 1812 urgieron su cumplimiento bajo el argumento de la higiene y de la estética litúrgica.

Las laudas son lápidas o piedras que se ponían en las sepulturas, por lo común con la inscripción o el escudo de armas de la familia propietaria del enterramiento. En una vivienda de la calle Claudio Rodríguez existe, empotrada en una pared de una galería cubierta, una lauda de la segunda mitad del siglo XVII. Procede del desaparecido monasterio de Santo Domingo. Se da la circunstancia de que dicha pared hace medianía con los muros del actual Teatro Municipal "Reina Sofía".

Es bien sabido que para la construcción de este edificio en 1928 se reaprovechó la mayor parte de la nave de la iglesia del monasterio. De hecho, desde el patio de luces de esta vivienda se puede ver todavía uno de sus contrafuertes, varias hiladas de sillares de su fábrica y una ventana adintelada. Pero dado que nuestra lauda está a considerable altura sobre el nivel del suelo, concretamente en un segundo piso, hay que pensar en un traslado desde el lugar originario de enterramiento: el claustro.

Parece ser que los propietarios anteriores de la finca y constructores del edificio se apellidaban Charro, familia directamente relacionada con nuestro escudo como a continuación se detalla. Estos tenían su capilla funeraria en la capilla del Rosario, de manera que esta parte del solar del convento habrá sido seguramente de ellos desde la Desamortización, y quizá esta sea la razón de la presencia de esta lauda en un lugar tan poco ortodoxo.

La pieza, de forma rectangular, fue tallada en una piedra caliza blanquecina. Su estado de conservación es bastante aceptable, salvo ligeros desperfectos en alguna de las figuras del escudo de armas. Debo agradecer a Isabel Reguilón, una de las propietarias del inmueble, su buena disposición para examinar y estudiar la pieza.

La mitad superior está dedicada a las labras heráldicas, con un escudo cuartelado timbrado con la figura del águila explayada, es decir bicéfala, con estos apéndices mirando una a cada lado, y con las alas extendidas. En la mitad inferior se extiende el campo epigráfico. Alberga seis líneas de elegante letra capital de la segunda mitad del siglo XVII. La inscripción, una vez desarrolladas las abreviaturas, es la siguiente:

ESTE ENTER[RAMIENT]O ES DE LOS NOBLES D[ON] YSIDRO CHAR[R]O L[ORENZA]NA Y BENA VIDES Y DE D[OÑ]A M[ARI]A DE MOVILLA, SUS HIJOS Y SUZESORES

Claustro del convento de Santo Domingo a finales del siglo XIX (Foto Manuel García Guerra)

Situación de la lauda dentro de la vivienda

Detalle del primer cuartel

Detalle del segundo cuartel

Detalle del tercer cuartel

Detalle del cuarto cuartel

Detalle de la inscripción

En la Sala de Hijosdalgo del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (Caja 667,29) se conserva un pleito de hidalguía de Don Isidro Charro de Lorenzana, vecino de Villalobos, correspondiente al año 1664. Según la interesante información proporcionada por José Ignacio del Amo sobre este expediente en su página web, el bisabuelo de Don Isidro, Don Francisco Charro, era natural del lugar de Genestacio de la Vega, donde poseyó hacia 1571 una heredad cabeza de mayorazgo de los Charro, con su aniversario. Hijo de Don Francisco fue Álvaro Charro, abuelo del pleiteante, que falleció en Villanueva de Valdejamuz, muy próximo a Genestacio. Su hijo, Antonio Charro, fue el padre de Don Isidro:

"Después Antonio vino a vivir a Benavente, que está a tres leguas cortas, donde tuvo un mayorazgo que yo heredé con el patronato del hospital de San Lázaro extramuros, donde están las armas de los Charro, que es el mismo que está en la portada de la carta ejecutoria (la de 1571), con derecho a devengar 500 sueldos, según el fuero de España [...] y en la iglesia mayor de Benavente (Santa María del Azogue) tenemos sepulcro en la Capilla Mayor, al subir la primera grada del altar al lado del evangelio donde están las mismas armas y rótulo".
 
En el Archivo Histórico Nacional, en la Sección Órdenes Militares, se conserva un expediente promovido por Francisco Charro Movilla, natural de Benavente. Se trata del probatorio para la concesión del Título de Caballero de la Orden de Santiago. De él se deduce que su padre, Isidro Charro, había sido regidor de Benavente, y era natural de Laguelles, del concejo de Luna (al norte de León). Por su parte, su madre, María Movilla, era natural de Castrogonzalo. De las pruebas y testimonios insertos en el expediente se deducen otras informaciones de interés: En la iglesia de Santa María de Renueva de Benavente se bautizó a Pedro Francisco, el pretendiente, el 4-10-1676. María Movilla Álvarez, hija de Baltasar y de María, fue bautizada en la parroquia de Santo Tomás de Castrogonzalo el 3-5-1642. Isidro Charro fue bautizado en Laguelles, el 18-11-1638, hijo de Antonio Charro y Leonor de Lorenzana. D. Isidro Charro aparece como hidalgo y alcalde en Castrogonzalo, también D. Baltasar Movilla. Que Isidro Charro perteneció a la cofradía del Rosario.

Se incorpora la inspección de las sepulturas familiares en Santa María del Azogue y en Santo Domingo de Benavente:

"... en la escalera del altar (de Santa María) hay una losa que dice: Esta sepultura es de los nobles Antonio Charro y de Ana de la Vega, su mujer. Diose a la iglesia veintisiete mil maravedís. Año de 1598". Y debajo hay un escudo correspondiente, el mismo que está en el hospital de San Lázaro [...]". "Desde allí pasamos al convento de Santo Domingo que está próximo a dicha iglesia (de Santa María del Azogue), y en el claustro de dicho convento como se entra para mano izquierda hay un arco a modo de capilla, y sobre dicho arco hay otra inscripción que dice así: Este entierro es de los nobles D. Isidro Charro y Dª María Movilla su mujer, y debajo de ello otro escudo de armas correspondiente a los que están en las partes referidas..."

El escudo se describe así:

"Al lado derecho y al pie una fuente y un castillo, en dicho lado por la parte de arriba y un pájaro grande sobre dicho castillo. Y por la parte de abajo de dicho escudo, al lado derecho, dos leones. Y al lado izquierdo correspondiente otro león sobre unas barras que dicen ser las armas de Charro, Movilla y Lorenzana... y que el castillo es de los Vega".

Debe precisarse que el apellido Lorenzana, muy frecuente en León, es el correspondiente al tercer cuartel. Su descripción heráldica es la siguiente: en campo de oro, dos leones echados de gules y puestos en palo. Bordura de plata con ocho eslabones de cadena de azur.

Restos de la ermita de San Lázaro en 1992

Restos de la ermita de San Lázaro en 1992

Restos del convento de Santo Domingo en 1992

Contrafuerte del antiguo convento

Ventana tapiada del antiguo convento

Escudo del convento de Santo Domingo

Escudo del convento de Santo Domingo

Expediente de Francisco Charro Movilla (Archivo Histórico Nacional)

lunes, 9 de febrero de 2009

El monasterio de Sancti Spíritus de Benavente - Aventuras y desventuras de dos retablos zamoranos en Marmolejo (Jaén)

El monasterio de Sancti Spíritus de Benavente estuvo situado en el ángulo noroeste del recinto murado de la ciudad, en la parroquia o colación de San Martín y dando su espalda a la calle de la antigua Judería (hoy calle La Sinoga). En la actualidad el callejero recuerda su nombre en la vía que acogía su fachada principal. Sobre sus solares se levantaron diversos edificios (entre ellos el del cine Coliseum), y se abrieron nuevas calles. Su desaparición fue ya tardía, pues sobrevivió a la ocupación francesa y las desamortizaciones, y no se extinguió definitivamente hasta los años cuarenta del siglo XX. A pesar de ello, no se conocen apenas testimonios gráficos, lo cual es explicable por la pobreza e insignificancia de su fábrica.

Panorámica del retablo mayor de Marmolejo [Foto Parroquia de Marmolejo]
Su ubicación se vio condicionada, sin duda, por la existencia previa dentro de la villa de los monasterios masculinos de San Francisco y Santo Domingo, fundados en la segunda mita del siglo XIII. Además, otro monasterio femenino, el de Santa Clara, trasladó su asentamiento en 1388 desde las afueras a la antigua parroquia de San Salvador, al sur de la población. La necesidad de repartirse racionalmente el suelo disponible, delimitar sus ámbitos de actuación, y atender la cura de almas y la predicación condicionó la disposición de los diversos conventos en el tejido urbano de la villa y las relaciones entre ellos.

La historia de este monasterio es muy poco conocida, al haberse perdido la mayor parte de la documentación medieval de su archivo. No obstante, en la sección Clero del Archivo Histórico Nacional se conservan algunas carpetas con diplomas que arrancan del siglo XV.

Las líneas generales de sus orígenes y fundación fueron trazadas en su momento por Juan López, obispo de Monopoli, en su "Tercera parte de la Historia General de la Orden de Sancto Domingo y su Orden de Predicadores", Valladolid, 1613. De esta fuente bebió, sin duda, Ledo del Pozo, y todos aquellos que se han ocupado de desgranar su trayectoria.

Según este autor, en un principio existió un monasterio bajo la advocación de San Pedro Mártir, de cuya existencia hay constancia desde mediados del siglo XIV. A esta casa donó el 27 de diciembre de 1348 María Martínez, viuda de Fernán Rodríguez, cierta hacienda a través de su hija Catalina Fernández, monja en San Pedro Mártir.

Sólo dos años después ya encontramos la denominación de Sancti Spíritus. El 26 de junio de 1350 el monasterio de Santo Domingo de Benavente entregaba una casa y un horno que tenían los frailes en la calle de San Martín para que la incorporaran como su casa, con condición que mientras viviera Berenguela Pérez, que les había dado otro horno, las monjas amasaran y cocieran el pan que tuvieran necesidad. Ledo del Pozo lleva este diploma al año 1354.

Imagen de Santo Domingo de Guzmán [Foto Pedro Solís Agudo]
En 1378 encontramos noticia de otra importante donación, que tiene además todos los visos de ser el impulso definitivo que confirió estabilidad y futuro a esta casa. De su contenido se deduce que la anterior fundación o se había extinguido o languidecía. Constanza Felípez, vecina y moradora en Benavente, hija de Alonso Felípez y mujer de Nuño Núñez, caballero, entregaba a Fray Fernando Rodríguez, provincial de la Orden de Predicadores, unas casas con su palacio y con su bodega en la parroquia de San Martín, junto con otras casas suyas alrededor que confinaban con la cofradía de Santo Tomás. Todo ello "para que faga en ella un monasterio de Dueñas de vuestra Orden [...] para mantenimiento de doce dueñas, que está tratado entre mi e vos el dicho prior provincial que pongades en el dicho monasterio e para los capellanes e procuradores e cera e lamparas del dicho monasterio". Añade sus heredades en Mózar, Santovenia y Barcial.

Una de las moradoras más ilustres de este monasterio benaventano fue doña Leonor, hija de don Sancho de Castilla, y nieta de Alfonso XI. Su hermana, la reina de igual nombre, fue esposa de Fernando el de Antequera, y condesa Alburquerque. Leonor debió llegar a Benavente hacia 1394, ingresando, tal vez, para lavar las culpas de una juventud relajada. Algunas fuentes le atribuyen un romance con el duque de Benavente, don Fadrique. Salazar cree además, que esta doña Leonor fue esposa de Día Sánchez de Rojas, señor de Monzón, a quien mandó asesinar don Fadrique por sus criados en 1393. De Benavente pasó doña Leonor, como priora, al monasterio de Sancti Spíritus de Toro. En el Becerro del convento toresano se dice que falleció en 1444, siendo enterrada en el coro, en una modesta tumba de azulejos de Cuenca.

Los condes de Benavente contribuyeron también a mejorar su fábrica, erigiendo una nueva iglesia con su coro, reparando los daños existentes y haciendo tomar el hábito a algunas jóvenes de su familia.

Cuando Gómez Moreno visitó Sancti Spíritus en 1902-1903 lo único que llamó su atención de su "moderna" capilla fue un sepulcro de arenisca, pieza que atribuyó a doña Leonor de Castilla. A la vista de los datos conocidos es más probable que el enterramiento se corresponda con otra monja o dama destacada, tal vez la propia Constanza Felípez. El monumento funerario, hoy en paradero desconocido, habría sido labrado a finales del siglo XIV o principios del XV. Era obra tosca y deteriorada. Representaba "la imagen yacente de una monja, con una mano sobre la otra y abultadísimo hábito, asomando las suelas de sus zapatos entre las ondulaciones múltiples del ropaje. La urna tiene en su frente largo un relieve destrozado en parte, con la difunta en su lecho mortuorio y frailes dominicos en torno; a la cabecera efígiase el Calvario, y a los pies dos ángeles llevando el alma de la finada, como niño desnudo sobre una sábana. Estuvo pintado y así también su letrero, no muy antiguo e ilegible".

Virgen del Rosario [Foto Pedro Solís Agudo]
José Almoína Mateos advertía en los años treinta que del antiguo edificio sólo se conservaba una parte, pues el Convento sufrió un incendio que lo destruyó y además quemó su archivo. Tanto la iglesia como la espadaña de ladrillo eran construcciones recientes. De lo antiguo "conserva el patio con sabor de zaguán de parador castellano, una de las alas de la vieja clausura y un mirador que encelosó por su cuenta Sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio Quiroga Caopardo, que estos eran los nombres de la célebre "Monja de las llagas" que aquí estuvo desterrada desde el 16 de septiembre de 1855 hasta los primeros días del año 1856".

En el año 1942 el monasterio fue declarado ruinoso. Los edificios conventuales se enajenaron y la comunidad abandonó definitivamente Benavente el 14 de septiembre de 1947. La mayor parte de las hermanas fueron a parar en un primer momento al convento de las Dominicas del Corpus Christi de Valladolid, mientras que otras acabaron recalando en los monasterios de Nuestra Señora de la Piedad de Palencia y Santo Domingo el Real de Toledo.

Del sepulcro descrito por Gómez Moreno no se ha vuelto a tener noticia. Mejor suerte corrieron dos retablos barrocos que adornaban la capilla monástica. Ambos fueron adquiridos por la parroquia de Nuestra Señora de la Paz de Marmolejo (Jaén), donde hoy en día se encuentran. Este templo andaluz había perdido sus tallas y retablos durante la Guerra Civil, por lo que en los años siguientes se hicieron importantes adquisiciones de mobiliario y ajuares litúrgicos.

El retablo que preside el presbiterio alberga la imagen de la Virgen del Rosario, tal y como lo hacía en el viejo convento de Sancti Spíritus. Los marmolejeños reconvirtieron esta interesante talla en Virgen de la Paz, añadiéndole una paloma blanca sostenida por el Niño, pues la imagen original de la parroquia había sido destruida. Esta peculiar situación se mantuvo hasta el año 2003. Pero la policromía de la túnica y el manto en rojo y azul revelan inequívocamente su advocación del Rosario. Adquirida una nueva imagen de la Virgen de la Paz, se decidió que la anterior -la original del retablo- continuara presidiéndolo como durante siglos lo hizo y la nueva se colocó en su propio retablo. La presencia de Santo Domingo de Guzmán, Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima en la imaginería de las calles laterales delata su pertenencia originaria a una casa de la Orden de los Predicadores. Preside el ático un relieve con el conocido asunto de la recepción del Rosario por Santo Domingo.

El segundo retablo, mucho más pequeño y modesto, aloja la imagen de San Julián, patrón de Marmolejo. Está situado en el brazo derecho del crucero mirando al altar.

Retablo de San Julián [Foto Pedro Solís Agudo]
Interesantes noticias sobre la compra de ambas piezas y su posterior traslado dejó escritas Don Manuel Maroto Castro, párroco de dicha villa entre 1945 y 1956:

"La Providencia me deparó la ocasión de enterarme de que dos señores arquitectos de Madrid habían comprado en Benavente, provincia de Zamora, un convento de monjas dominicas, para demolerlo por encontrarse en ruinas, y que vendían dos magníficos retablos barrocos del siglo XVII que estaban instalados en la iglesia de dicho Convento. Indagué las señas de los arquitectos, hablé con ellos por teléfono, me trasladé a Madrid, y, con ellos, viajamos en coche a Benavente y, al verlos y apreciar su valía, me comprometí a adquirirlos. Respaldado por los señores que componían la Junta Parroquial: D. Julio Vizcaíno, D. Alfonso Sánchez, D. Andrés Pastor, D. Manuel Agudo, D. Isidro Moreno, D. Carlos Ortí, D. Pedro Pastor y, el entonces alcalde D. Francisco Rivillas, firmé el contrato en trescientas mil pesetas pagaderas en varios largos plazos. Por supuesto que en ese precio iba incluido, el desmontarlos, trasladarlos e instalarlos en nuestra Parroquia. Hubo comentarios de aplauso pero también de temor por el riesgo en el pago que, gracias a Dios, no lo hubo. Así de sencillo fue todo y, una vez más, se confirmó que "el que a Dios busca, a Dios halla".

Detalle del ático del retablo principal [Foto Pedro Solís Agudo]
Según información amablemente facilitada por Pedro Solís Agudo, en el retablo mayor existen varios graffitis, alguno de ellos en francés relacionado con la ocupación napoleónica del monasterio. En uno de ellos puede leerse: "Grenadier du 27 Dragons an garnision á Benavente" (Granadero del 27 de Dragones en la Guarnición de Benavente). La estancia de Dragones acuartelados en los conventos benaventanos es bien conocida a través de los testimonios y memorias de diversos militares, así como de la propia documentación de estas instituciones.

martes, 27 de enero de 2009

Nacidos y bautizados en Benavente - El linaje Pimentel en el siglo XVI

Bóvedas de Santa María del Azogue de Benavente

Aunque el palacio-fortaleza de Benavente contaba con una capilla familiar propia, que fue además reiteradamente alabada por cronistas y viajeros, los condes de Benavente del siglo XVI prefirieron celebrar los bautizos de los nuevos miembros del linaje en la iglesia principal de la capital del condado: Santa María del Azogue. Esta práctica fue especialmente significativa durante el mandato del VI Conde, Antonio Pimentel (1530-1576).

El feliz acontecimiento se hacía así partícipe al común de los benaventanos y se oficiaría, según costumbre, con todo la pompa y el boato de la época. Así pues, los nacidos en la fortaleza, tanto los familiares de los condes como sus servidores y criados, fueron bautizados habitualmente en esta iglesia.

Conserva el Archivo Parroquial el "Libro de Bautizados" correspondiente a los años 1521-1634. Durante el siglo XVI son frecuentes las partidas bautismales de personas relacionadas directa o indirectamente con los Pimentel. Los textos están redactados, a diferencia del resto del libro, con un especial esmero caligráfico por los diferentes párrocos.

En 1536 fueron bautizados dos "moritos", traídos por el VI conde, Antonio Pimentel, de sus campañas contra Barbarroja en Túnez, a los que pusieron por nombre Pedro y Miguel. En efecto, en julio de 1535 la armada imperial de Carlos V, bajo el mando de Andrea Doria, andaba atareada en el norte de África. Tomó la plaza fuerte de la Goleta, punto estratégico de las rutas mediterráneas, y puso cerco a Túnez, donde permanecían varios miles de cautivos cristianos. La flota del corsario fue destruida y el Emperador hacía entrada triunfal en Túnez el 20 de julio de 1535. A continuación quedó establecido un protectorado español, mientras se iniciaban una serie de obras de fortificación.

Carlos participó en persona en la deseada cruzada contra el infiel a bordo de la galera Bastarda. Se hizo acompañar, además, del pintor flamenco Vermeyer sobre cuyos cartones se ejecutaron los tapices de Viena. La presencia del Conde de Benavente junto a Carlos V fue destacada por Gonzalo de Illescas:

"El Emperador tenía juntos ya en Barcelona ocho mil infantes y setecientos caballos de sus guardias ordinarias, que, conforme a la costumbre antigua, se pagan en estos reinos para su seguridad, sin otros algunos con que sirvieron los señores de Castilla. Estaban ansimesmo con Su Majestad otros muchos señores y caballeros, que no quisieron quedar ellos holgando y en sus casas, viendo ir a su rey en una demanda tan justa. Destos eran los duques de Alba y Nájera, el conde de Benavente, el marqués de Aguilar, el conde de Niebla, don Luis de Ávila, don Fadrique de Toledo, comendador mayor de Alcántara, y don Fadrique de Acuña, que después fue conde de Buendía, y otras muchas personas de calidad".

En 28 de enero 1551 el primogénito de la Casa fue bautizado en esta iglesia. Luis Alonso Pimentel Herrera y Enríquez, hijo del VI conde y de María Luisa Enríquez, había nacido el día de la Concepción del año anterior. Fue VII conde y IV duque de Benavente, VII conde de Mayorga y II conde de Villalón. Murió, sin embargo muy joven, y sin sucesores el día 8 de abril de 1576. El título pasó entonces a su hermano Juan Alonso Pimentel, VIII conde. Este sirvió con distinción a los reyes Felipe II y Felipe III, y fue sucesivamente capitán general y virrey del reino de Valencia, virrey de Nápoles, consejero del rey Felipe III y presidente de Italia. Casó dos veces y tuvo 8 hijos, que llegaron a ser todos varones insignes y eminentes, en las armas unos, otros en las letras.

En 1556 otro miembro de la familia recibió las aguas del bautismo en la pila de Santa María del Azogue. Se trató en este caso de Ana Pimentel, hija del conde Antonio Pimentel. En 1574 se puso el óleo a María Pimentel de Quiñones, hija de Catalina de Quiñones Pimentel y Juan de Quiñones Pimentel, condes de Luna.

Ataque a la Goleta, durante la Jornada de Tunez (1535)

Pila bautismal de Santa María del Azogue de Benavente

Pila bautismal de Santa María del Azogue de Benavente

La transcripción de las partidas de bautismo mencionadas es la siguiente:

Fol. 14. "Lunes veinte y quatro días de enero de este dicho año [1536], yo García Gonçález digo baptizé un morito que el conde envío de Tunez, al qual llamaron Pedro, fueron sus padrinos Lázaro de Santa María, herrador y Ana López".

Fol. 14. "Este dicho día yo, el sobredicho García Gonçález, baptizé otro morito que el conde embió como dicho es de Tunez, el cual se llamó Miguel, fueron sus padrinos su Suarez, moço de espuelas del conde don Antonio, y Agueda Morena, baptizáronse estos dichos moritos en esta iglesia de Nuestra Señora del Azogue en este año de Mill y Quinientos y treinta y seis años".

Fol. 41. Año de 1556 años (Fortaleza). "Miércoles día de la Circunçisión del señor del año sobredicho [1556], Martín Pérez cura de Nuestra Señora del Azogue baptizó una niña hija del yllustrísimo señor conde de Benavente don Antonio Pimentel, la qual se llamó Ana, fue su padrino el ylustrísmo señor don Luys Enrríquez, almirante de Castilla, y madrina doña Victoria de Quiñones, hija del conde de Luna, y por verdad Martín López".

Fol. 69v. "En ocho días de mayo año suso dicho [1574] se puso el óleo a doña María Pementel de Quiñones, hija de doña Catalina de Quiñones Pemintel y de don Juan de Quiñones Pemintel, condes de Luna, por que estaba baptizada en casa por nezesidad que se ofreçió en esta iglesia de Nuestra Señora del Azogue de esta villa, fueron sus padrinos don Luis Pementel, conde de Mayorga, y doña María Valdivieso madrina, siendo presente de cura Francisco González Díez de la dicha yglesia, púsole ese óleo Pedro de Valdivieso, administrador del hospital del conde. Por verdad lo firmé de mi nombre. Francisco González".

Fol. 34. "Día de Nuestra Señora de la Concepción del año pasado de çinquenta e uno naçió don Luys, hijo de los yllustrísimos señores don Antonio Pemintel y doña Luisa Enrríquez, baptizose a veynte e ocho de henero de mill e quinientos y çinquenta e dos años. Fueron padrinos el yllustrísimo señor don Luys Enrríquez, almirante de Castilla, y madrinas la señora doña María Pemintel, hija legítima de los dichos señores condes, y la señora doña María, hija bastarda del dicho señor conde. Baptizolo el liçenciado Martín Pérez, cura desta yglesia de nuestra Señora del Azogue, y firmolo de su nombre. Martín Pérez (Hay una rúbrica)".

Partida de nacimiento de Luis Pimentel, VII Conde de Benavente (1551)

Escudo del VI Conde de Benavente, Antonio Pimentel, en Santa María del Azogue

jueves, 22 de enero de 2009

El Santuario de la Virgen de la Carballeda - La Cofradía de los "Falifos" de Rionegro del Puente

Vista general del santuario de la Virgen de la Carballeda

Los caminos que conducían a Sanabria desde Benavente seguían la margen izquierda del Tera, hasta Junquera, para atravesar más adelante el río Negro, a través de un puente en la localidad epónima. Desde aquí, la ruta continuaba a Mombuey, Cernadilla, Asturianos, Palacios, Remesal, Otero, La Puebla, hasta Requejo. El Tera se sorteaba también en el puente de Mózar, paso obligado para todos los vecinos de la merindad de Valverde, y de las aldeas de la margen derecha del río que acudiesen a la villa.

Varios de estos puntos de la ruta fueron, por razones obvias, lugares elegidos para la fundación de hospitales, albergues o cofradías, relacionados de una forma u otra con la atención a los transeúntes.

Uno de los puntos neurálgicos de las comunicaciones del norte de Zamora fue Rionegro del Puente, en la Carballeda. En sus inmediaciones se unía la mencionada vía del Tera, proveniente de Benavente con otra, más antigua aún, que atravesaba los valles de Tábara y Valverde, jalonada de monasterios de origen altomedieval como los de San Salvador de Tábara y San Pedro de Zamudia.

En 1032 se mencionaban ya los términos de Rionegro en una donación de particulares al monasterio de Santa Marta de Tera. En 1520 la villa se denomina “Rionegro de la Puente” y está bajo el dominio de los Losada, concretamente de Álvaro Pérez de Losada. En 1649 Felipe IV envía una carta a Enrique Enríquez Pimentel, V marqués de Távara, Capitán General de las fronteras de Portugal en Castilla la Vieja, sobre el dinero que se aplicará a la remonta de Puebla de Sanabria procedente del repartimiento para la reedificación del puente de Rionegro”.

A mediados del siglo XVIII la villa pertenecía al señorío del Marqués de Vianze. En la actualidad es una población con ayuntamiento propio, al que pertenecen además de Rionegro, las localidades de Santa Eulalia del Río Negro, Valleluengo y Villar de Farfón.

En este lugar surgió en la Edad Media un santuario relacionado con la atención a los peregrinos y viandantes. Según la leyenda, la Virgen se habría aparecido, sobre un roble o carballo a unos peregrinos jacobeos que intentaban vadear el desbordado río Negro, ordenándoles que tendieran sus capas a manera de embarcaciones. La intervención mariana se materializó en la erección de un templo, que aglutinó la devoción de un gran número de aldeas y lugares de la comarca.

La trayectoria de este santuario estuvo íntimamente ligada a la de la Cofradía de los Falifos o Farapos, que tenía por principal misión la de facilitar el tránsito y ofrecer albergue a los peregrinos, socorrer a enfermos y criar niños expósitos. Para ello construyó y reparó caminos y puentes, mantuvo hospitales y costeó amas de cría.

La notoriedad de esta hermandad está relacionada con el “falipo” o “farrapo”, esto es el mejor vestido que tuviese el cofrade, señalado por el interesado para su donación después de su muerte. Al fallecer, la prenda era entregada a la cofradía por los familiares del difunto y se subastaba en la festividad de la Virgen de la Carballeda.

Una versión ligeramente diferente de esta tradición nos suministraba Fernández Duro a finales del siglo XIX: "Llámase de los falijos ó de los farrapos esta imagen, porque los enfermos suelen ofrecerla las prendas de vestir que cubren la parte dolorida; prendas que no suelen ser muy valiosas atendiendo á la pobreza de los habitantes de la localidad". La cofradía sigue existiendo en la actualidad y celebra su fiesta el tercer domingo de septiembre. Además de la romería se celebra una novena y una feria.

El antiguo hospital, o Casa de la Virgen, es un edificio de planta trapezoidal, situado a pocos metros del Santuario. Fue construido inicialmente como hospital y albergue de peregrinos por la Cofradía de los Falifos. En los últimos 100 años ha sido también escuela y casa de comidas.

Así pues, uno de los cometidos principales de esta cofradía, fue la construcción, reparación y mantenimiento de los puentes en las regiones de Carballeda, Sanabria, Vidriales y Cabrera. Los cofrades en alguno de sus documentos afirmaban haber reparado hasta treinta y cinco puentes de piedra y madera en los pasos más peligrosos de estas vías. La cifra puede parecer un tanto exagerada, pero pone de manifiesto la importancia que se daba a estas construcciones para asegurar las comunicaciones de la región.

En un informe elevado al Consejo Real por D. Miguel de Manuel y Rodríguez, sustituto de secretario de la R.S. Económica de Amigos del País de la Corte, se habla de la existencia de esta hermandad desde tiempo inmemorial, habiendo sido ya aprobada por Clemente VI (1342 1352), y de que su origen parece encontrarse en que "por haberse congregado los párrocos de Carballeda, Sanabria, Vidriales y Cabrera, y eclesiásticos, alcaldes y procuradores de aquellos lugares, hicieron este establecimiento movidos de charidad para alvergue y socorro de peregrinos y para composición de caminos y puentes de que parece han construido hasta treinta y cinco de piedra y madera en los pasos peligrosos, lo que es muy natural atendiendo, por una parte, a lo farragoso y áspero de aquellas montañas, y por otra, a las frecuentes peregrinaciones y romerías en aquellos sitios, principalmente a Santiago".

En 1564 se despacha una provisión de Felipe II ordenando se envíen al Consejo Real relación y traslado de las cuentas de la ermita de Nuestra señora de Carballeda en Rionegro, parte de cuyas rentas se destinaban a la reparación de los puentes en los lugares de la jurisdicción de Rionegro y de Benavente, administradas dichas rentas por Álvaro Pérez de Losada.

Algunos autores se han mostrado escépticos respecto a la antigüedad de esta cofradía. Sin embargo, todo apunta a un origen efectivamente medieval, lo cual se acomoda con algunos restos antiguos existentes en el edificio y la propia imagen de la virgen titular.

De 1324 hay testimonio de una carta de hermandad entre los cofrades de Carballeda y los canónigos de Astorga. En 1446 el papa Eugenio IV despachaba una Litterae gratiosae, concediendo a todos los fieles cristianos que visiten el primer domingo de octubre el santuario, y ayuden con sus limosnas a las tareas de la cofradía allí fundada, la gracia de obtener cinco años y otros tantos cuarenta días de indulgencia, en el caso de que cumplan los requisitos canónicos pertinentes. Se anulan a continuación cualesquiera otras gracias concedidas anteriormente a dicha cofradía.

El templo actual fue construido probablemente en el siglo XV, pero con reformas y ampliaciones que alcanzan el siglo XVIII. Parece tener su origen en una pequeña capilla románica de la que se atisban algunos restos en la vieja sacristía.

El portal de entrada se cubre con armadura sencilla y abre en tres de sus frentes arcos de medio punto, doblados y con chaflanes. Dos nichos o "brizos" dispuestos en los muros eran utilizados como receptáculos para depositar los expósitos que la comunidad acogía. Unas cadenas cuelgan a la entrada del pórtico, en anuncio de redención de quien tiene cuentas con la justicia o, tal vez, testimonio de los lugares exentos de dominio señorial. 

El edificio presenta planta de tres naves, con una imponente torre de sillería, del siglo XVII, de más de veinte metros de altura, adosada al muro sur. La separación entre naves se hace mediante cuatro arcos, agudos y sobre pilares muy cortos, con dos semicolumnas adheridas.

La cubrición es toda ella del siglo XVI, salvo una parte de la nave central que recibió cúpula en el siglo XVIII. La capilla mayor se cubrió con bóveda estrellada, de terceletes y combados. Hay dos puertas laterales de arco semicircular moldurado de gran dovelaje.

De entre las tallas existentes en el interior destaca, sin duda, la de la Virgen de la Carballeda, presidiendo el retablo mayor, obra románica de mediados del siglo XIII. En época barroca fue objeto de una mutilación traumática, separando al Niño de la Madre, dotándole de nuevas extremidades y colocándole un armazón para aumentar artificialmente su volumen. Fue así reconvertida en una imagen vestidera, ocultando su alma románica primitiva. Viste túnica y manto, tocada con rostrillo y ceñida con corona. Su brazo izquierdo sujeta al Niño, igualmente vestido y coronado, y en la mano derecha sostiene un fruto o una flor.

Mención aparte merece el llamado "Tumbo". Se trata de un monumento de cinco metros de altura encargado por la Cofradía de los Falifos. Consta de cinco cubos superpuestos y decorados con diversos motivos. Está coronado por una alegoría de la muerte, simbolizada mediante un tétrico esqueleto. Fue tallado en madera de nogal en 1722 por Tomás Montesino. Antiguamente tenía ruedas y era sacado en procesión.

Albergue de peregrinos
Puerta principal del santuario
 Puerta lateral.

viernes, 16 de enero de 2009

Las Ordenanzas de la Villa de Benavente - Joya en pergamino del Archivo Municipal

Letra capital con filigrana

Se trata de un precioso códice de mediados del siglo XVII, confeccionado en pergamino y primorosamente manuscrito, en el que se recopilaron aquellos ordenamientos más importantes para el buen gobierno de la Villa. Se custodia desde en el Archivo Municipal desde enero de 2006, por donación al Ayuntamiento de los albaceas testamentarios del sacerdote benaventano Vidal Aguado Seisdedos. Anteriormente, desde 1960, estuvo depositado en el monasterio de la Encarnación de Madrid.

A su interés codicológico y paleográfico, se une su indiscutible valor histórico como fuente fundamental para el conocimiento de la trayectoria de nuestra Villa. A través de sus folios se pueden desentrañar los pormenores de la vida cotidiana del Benavente de los siglos XVI y XVII y acercarse a las inquietudes y quehaceres de sus vecinos.

El manuscrito presenta unas dimensiones de 321 mm x 226 mm y 25 mm de grosor. Consta de 50 folios en pergamino, de los cuales los 7 últimos están en blanco. La encuadernación, en piel, probablemente está reaprovechando las cubiertas de otro ejemplar anterior del siglo XVI. Las guardas fueron emborronadas con diferentes borradores de operaciones aritméticas, firmas y pruebas de pluma: “Don Francisco de Venave...”, “Por mandado del rrey nro. Señor”, “A honrra y gloria de Dios nuestro Señor y de la...”, “En la villa de Benabente a quatro días de el mes de junio de mill y seisciento”, etc.


El texto está primorosamente manuscrito a dos tintas con elegante letra minúscula del siglo XVII. Todas las caras escritas están enmarcadas por una orla bicolor rojinegra rectangular. El texto de las ordenanzas se cubrió en negro, aprovechando el rojo para las capitales, los encabezamientos y algunos adornos menores. También los “otrosí” utilizan esta misma tinta. La capital con que arranca el texto es la que mayor atención mereció del copista. Se trata de una “E” decorada con filigrana que sirve de inicio a la invocación cristiana: “En el nombre de la Santísima Trinidad”. La necesidad manifestada por el consistorio de fijar por escrito y con las debidas garantías formales el contenido de las ordenanzas benaventanas aparece recogida en el preámbulo del manuscrito. Allí se alude también a la norma observada durante generaciones de someter al visto bueno y la confirmación de los Condes los sucesivos ordenamientos elaborados por la institución concejil.

La situación de estos textos en el siglo XVII era muy desigual. Se trataba de ordenanzas dispersas, de irregular observancia, que en algunos casos habían sido superadas por otras disposiciones posteriores o bien resultaban obsoletas en su aplicación en determinados apartados. En todo caso, a los ojos de los regidores municipales eran “de letra muy antigua y tan viejo y roto el papel donde están escritas muchas de ellas que no se pueden leer ni entender y las más están divididas y separadas por ser haber hecho y ordenado en diferentes y diversas veces días y acuerdos”.

Así pues, en sesión del regimiento de 3 de enero de 1637 se acuerda recopilar todas las ordenanzas en vigor y que “reduzgan y agreguen todas las dichas hordenanças a un cuerpo y se saquen y escriban de buena y clara letra recopilando y enmendando las superfluas a breve y buen lenguage las que sean justas provechossas y necçessarias conforme a la disposición de estos tiempos y su neçessidad para que vean se cumplan y executen lean y entiendan como más convenga al bien de esta república y buen govierno de ella”. 

La persona designada para tal cometido fue el propio escribano del concejo, José García de Madrid, quien debía acudir al arca del archivo en busca de los textos originales. Su misión era recopilar, trasladar y enmendar su contenido, incorporando todas las aprobaciones y confirmaciones realizadas por los condes. Una vez terminada esta tarea, el texto final fue enviado al Consejo Real para su aprobación. De esta forma, en 1643 las nuevas ordenanzas fueron dadas a conocer a los benaventanos en el corrillo de San Nicolás por Alonso de Villamid, pregonero de la villa, “en altas e intelixibles voces y delante de muchas personas”. La nómina completa de ordenamientos recogidos en el manuscrito aparece en la tabla o índice que se ofrece al comienzo del mismo:

- Ordenanza que no se trabaje en días de fiestas ni se abran las tiendas.
- Ordenanza que vayan los vecinos a las procesiones.
- Ordenanza en razón de la limpieza de las calles.
- Ordenanza en razón del comprar frutas y mantenimientos.
- Ordenanza en razón de las pescas de los pescados de los ríos.
- Ordenanza de la manera que se han de vender los mantenimientos.
- Ordenanza en razón del pan cocido.
- Ordenanza tocante al pan en grano, linaza y harina.
- Ordenanza del vino. 
- Ordenanza del vinagre.
- Ordenanza que no se entre por uvas.
- Ordenanza que no se entre a cazar con perros en las viñas, ni coger en ellas mielgas ni bacillos.
- Ordenanza tocante a los ganados que andan por el campo.
- Ordenanza de los desahucios de las casas y otros muebles bienes raíces.

Tabla o índice de las ordenanzas

Encuadernación del manuscrito

Motivo decorativo de uno de los folios

Como vemos se trata de un conjunto de disposiciones que intentan regular aspectos muy variados de la vida local, con una atención especial al abastecimiento de la villa, la protección de la producción agraria autóctona y la regulación de la actividad mercantil. Junto a estos asuntos aparecen otros que tienen que ver con el saneamiento urbano y la observancia de las buenas costumbres.

A continuación del traslado del corpus de ordenanzas benaventanas, el texto continúa con las aprobaciones y confirmaciones de las mismas por varios titulares del condado, lo cual nos proporciona cierta información sobre el momento en el que se fija alguno de estos textos. Se aportan confirmaciones de 1516, 1543, 1553, 1593 y 1624, por tanto correspondientes al V Conde, Alonso Pimentel (1499-1530), el VI Conde, Antonio Alfonso Pimentel (1530-1575), el VIII Conde, Juan Alfonso Pimentel (1576-1621), y el IX Conde, Antonio Alfonso Pimentel (1621-1633). Todas ellas siguen un estricto orden cronológico, pero no podemos afirmar que se corresponda con el orden seguido en la copia de las ordenanzas en el manuscrito. 

Por tanto, el grueso de la ordenanzas recopiladas en este manuscrito pertenecen al siglo XVI, aunque redactadas y confirmadas en diferentes momentos. Las inquietudes expresadas por los miembros del consistorio benaventano ponen de manifiesto que la labor del recopilador no se limitó a la transcripción y traslado de los textos al manuscrito que nos ocupa, sino que se sometió a una profunda revisión todo el corpus de ordenanzas existente, adaptándolas a las nuevas necesidades de la villa. Esto explica por qué el contenido de las mismas difiere de otros textos sueltos anteriores de la misma naturaleza conservados en el Archivo Municipal.

El origen de la creación del corpus jurídico de Benavente debe remitirse al fuero de la villa, otorgado en época de Fernando II. Durante los siglos XIII y XIV el concejo de la villa fue incorporando a su ordenamiento jurídico nuevas disposiciones de procedencia diversa. Por una parte están los privilegios reales otorgados a la villa que trataron de regular diversos aspectos de la vida local. Por otro lado, varias cartas emitidas por la cancillería regia, que sirvieron para dar rango legal a ciertas disposiciones concejiles. Es el caso, por ejemplo, de un privilegio otorgado por Alfonso XI en 1338, en el que se recuerda un “ordenamiento” o “postura” que el concejo había adoptado previamente para que no entrase en la villa vino foráneo o “de acarreo”, por cuanto la producción propia satisfacía plenamente el abastecimiento.

También existen iniciativas regias en el sentido contrario, es decir, preceptos de carácter puntual o coyuntural, principalmente fiscales, en los que se indica al concejo que no deben ser considerados “fuero ni costumbre” y que obedecen a una necesidad recaudatoria. Así, en 1277, Alfonso X notifica a la villa que la moneda que prometieron darle cada año como servicio “que no lo hayan por fuero, nin por costumbre, nin lo dien despues de nuestros dias, a otro rey que uenga despues de nos”.

Toda esta normativa fue formando un corpus legal, que acabó adoptando la forma de un libro, citado en las fuentes como “el libro del fuero”. Este no era un ejemplar cerrado, sino que en él se iban añadiendo nuevos preceptos y eliminándose las normas que quedaban superadas u obsoletas. Es el caso, por ejemplo, de la autonomía de jurisdicción con respecto a adelantados, merinos y otros oficiales del reino, concedida en 1311 por el rey Fernando IV.  En el diploma real se especifica al concejo que “porque esto sea meior guardado, damos e otorgamos gelo asi por fuero. Et mandamos que sea puesto en el libro del su fuero ualadero para sienpre, asi como ley de fuero”. 

Del siglo XV y primeras décadas del siglo XVI se conservan diversas ordenanzas sueltas sobre temas en parte coincidentes con los tratados en el manuscrito que nos ocupa. También custodia el Archivo Municipal varios manuscritos referentes a pleitos sostenidos por la institución concejil en los que se trasladan ordenamientos elaborados probablemente en la segunda mitad del siglo XV. Así identificamos, entre otras, ordenanzas sobre el vino “de fuera aparte”, la guarda de viñas y viñedos, la regulación de la trashumancia, la pesca, el portazgo, los pontazgos, la venta de paños, así como todas aquellas relacionadas con los rentas de la cercas y sus correspondientes arrendamientos. Sin embargo, el contenido literal de los textos, aunque responde a una misma problemática, es diferente, por lo que debemos concluir que la empresa afrontada por el consistorio no se basó en recuperar los viejos ordenamientos medievales, que sin duda eran conocidos, sino que se orientó hacia la normativa en vigor, toda ella elaborada ya durante el siglo XVI y primeras décadas del XVII.

Portada del libro "Ordenanzas de la Villa de Benavente" (2012)

ÍNDICE

Presentación de los autores.
Presentación de los albaceas de D. Vidal Aguado Seisdedos.
1. Estudio histórico.
1.1. El fuero de Benavente y los orígenes del derecho local.
1.2. Los ordenamientos municipales de los siglos XIII y XIV.
1.3. La incorporación de la villa al señorío.
1.4. Las ordenanzas concejiles en los siglos XV y XVI.
1.5. La villa de Benavente en el siglo XVII.
2. Análisis del manuscrito.
2.1. Descripción codicológica y estructura formal del manuscrito.
2.2. Comentario de las ordenanzas.
3. Transcripción.
3.1 Criterios de transcripción.
3.2. Transcripción del manuscrito.
4. Bibliografía.
5. Facsímil.

PRESENTACIÓN DE LOS AUTORES

Las ordenanzas municipales constituyen una fuente documental de gran interés histórico y antropológico, pues permiten acercarnos a los pormenores del funcionamiento de las sociedades tradicionales. Suelen ser la plasmación manuscrita de unos usos y costumbres de origen muy antiguo que, en la mayoría de los casos, pueden remontarse a los siglos medievales.

Si analizamos con perspectiva histórica estos textos podemos cubrir más de cinco siglos del pasado de nuestras ciudades, al menos hasta el final del Antiguo Régimen. Pero buscando sus antecedentes podemos remontarnos incluso a los fueros, y a la propia configuración de las villas y concejos hispanos. De hecho, en la actualidad, las ordenanzas siguen siendo la expresión normativa más característica de los poderes municipales.

En el caso del Concejo de Benavente, los regidores conservaron celosamente estos textos durante siglos. Al menos aquellos cuyas disposiciones continuaban en vigor, pues eran los garantes de sus prerrogativas, y hacían uso de los mismos cuando alguna de sus atribuciones se veía comprometida por agentes internos o externos.

La feliz recuperación del manuscrito de las Ordenanzas de la Villa de Benavente del siglo XVII, fruto de las pesquisas de D. Vidal Aguado Seisdedos, y su posterior incorporación al Archivo Municipal, gracias a las gestiones de sus albaceas testamentarios, nos ha proporcionado una excelente oportunidad para acometer un estudio que creemos puede ser de gran interés, tanto para los investigadores como para el gran público.

Se trata de un precioso códice de mediados del siglo XVII, confeccionado en pergamino y primorosamente manuscrito, en el que se recopilaron aquellos ordenamientos más importantes para el buen gobierno de la Villa. A su interés codicológico y paleográfico, se une su indiscutible valor histórico como fuente de primera mano para el conocimiento de la trayectoria municipal. A través de sus folios se pueden desentrañar los pormenores de la vida cotidiana del Benavente de los siglos XVI y XVII y acercarse a las inquietudes y quehaceres de sus vecinos.

En suma, estamos ante un conjunto de disposiciones que intentan regular aspectos muy variados de la vida local, con una atención especial al abastecimiento urbano, la protección de la producción agraria autóctona y la regulación de la actividad mercantil. Junto a estos asuntos aparecen otros que tienen que ver con el saneamiento y la observancia de las buenas costumbres.

Con la edición que ahora presentamos el Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” pretende la difusión y la puesta al alcance de todos de esta preciada joya diplomática. Estamos seguros de que la publicación de las Ordenanzas de la Villa de Benavente será del pleno agrado de todos los lectores.

Quedan, por último, los agradecimientos, que nunca nos cansaremos de hacer públicos aunque resulten reiterativos. Agradecimientos a la colaboración y el mecenazgo constante que reciben las actividades de nuestro Centro por parte del Excelentísimo Ayuntamiento de Benavente, Caja España - Caja Duero y la Diputación de Zamora.

Ordenanzas de la villa de Benavente (siglo XVII). Edición y estudio de Rafael González Rodríguez y José Ignacio Martín Benito. 136 pp + 43 f. Cartoné, tela con sobrecubierta. 2012. ISBN: 978.84938160-6-3.

jueves, 8 de enero de 2009

El vino, preciado botín - Las bodegas del monasterio de San Francisco de Benavente en la Guerra de la Independencia

Saqueo de Madrid por las tropas francesas , según un grabado del siglo XIX

Desde el comienzo de la retirada del ejército de Moore el desorden y la indisciplina hicieron mella en la tropa. Esto se debió a las marchas forzadas, a las deficiencias en el avituallamiento, al mal tiempo, al deplorable estado de los caminos y, sobre todo, a la sensación de derrota por una retirada absurda y ultrajante para muchos. Añádase a todo ello la imposibilidad de medirse con el enemigo en campo abierto.

La huida de los ingleses de Benavente fue tan precipitada, que tuvieron que dejar en los hospitales a sus enfermos y heridos. Para evitar que los franceses utilizaran los suministros quemaron sus almacenes y efectos, y mataron todos los caballos heridos o cansados que les embarazaban. Los benaventanos, y luego los franceses, quedaron horrorizados al encontrar varios centenares de caballos muertos a tiros de pistola esparcidos por el campo.

El propio Napoleón, encolerizado por su frenética persecución, se haría eco de la situación: "Los ingleses no sólo han cortado los puentes, sino que incluso han hecho saltar los arcos con minas, conducta bárbara e inusual en la guerra, y que deja al país en una ruina. Tienen también horrorizado al país. Se han llevado todo, bueyes, colchones, mantas y han maltratado y golpeado a todo el mundo. No hay mejor calmante para España que enviar allí un ejército inglés".

El recibimiento que recibió el ejército inglés en Benavente entre los días 26 y 29 de diciembre de 1808 fue tan frío como el propio tiempo reinante. Los benaventanos fueron pronto conscientes de lo delicado de la situación: los británicos estaban en realidad sólo de paso. Se retirarían en breve abandonándolos a su suerte, lo cual significaba la inmediata ocupación por el grueso del ejército napoleónico y las temidas represalias.

A la llegada de la vanguardia inglesa, el día 26 de diciembre, la primera preocupación de buena parte de la tropa no era otra que encontrar alcohol. Esta fue una peculiar práctica insistentemente repetida en todas las localidades de la ruta. Como no siempre contaban con dinero para adquirirlo, algunos soldados se arrancaron los botones de sus casacas con la esperanza de hacerlos pasar por dinero inglés. Pero otros pasaron directamente a la acción, y se afanaron en localizar las bodegas de la villa y saquearlas.

Arrastraron los toneles a la calle y los acribillaron a tiros de mosquete a fin de agujerear la madera y poder saborear el caldo. En su ímpetu varios de estos toneles acabaron rodando por las calles, se hicieron pedazos y el vino se derramó en busca de las alcantarillas. Los soldados, desesperados por su afán de escapar de los padecimientos sufridos mediante la embriaguez, llegaron a recoger el preciado líquido en sus gorros reglamentarios y a beberlo mezclado con barro y todo tipo de inmundicias. Como diría Ford, algunos años más tarde, los vinos hispanos "fueron más fatales para los soldados de Moore que los sables franceses".

Armones de artillería abandonados en la retirada de Moore, según Vernet

Un oficial inglés da muerte a su caballo, según Vernet

Caballos abandonados en la retirada de Moore, según Vernet 

La siguiente anécdota, relacionada con las bodegas del monasterio de San Francisco de Benavente, procede de las memorias de Robert Blakeney. Durante la Campaña de La Coruña, Blakeney sirvió en el Primer Batallón del 28º Regimiento, unidad que formaba parte de la Brigada de Disney, dentro de la División de Reserva de Edward Paget. Llegó a alcanzar el grado de capitán y al acabar la guerra hispana se retiró a la isla griega de Zante, donde decidió redactar sus memorias militares. Fueron publicadas en Londres, en 1899, bajo el título: "A boy in the Peninsular War. The services, adventures and experiences of Robert Blakeney subaltern in the 28th Regiment an autobiography edited by J. Sturgis". Su testimonio fue recogido recientemente por CH. Summerville, a quien seguimos en la traducción:

"Después de la destrucción del puente de Castrogonzalo, llegó el 52º Regimiento a Benavente. A pesar del desfallecimiento padecido por el agua y el frío, los hombres no conseguían encontrar ni tan sólo una pinta de vino, ya fuera por caridad o dinero, inclusive por la mera humanidad que en las circunstancias en que nos encontrábamos hubiese movido a la mayoría de los hombres a realizar un acto caritativo de generosidad. Tras las repetitivas súplicas que buscaban conmover los sentimientos y los obstinados rechazos obtenidos, el teniente Love recibió a un sargento de su compañía que le informó que, en una de las casas pertenecientes al convento en el que se alojaban, había descubierto una pared que parecía haber sido tapiada recientemente, por lo que se podía colegir que escondía algo de vino. Love decidió abordar a los frailes a los que rogó le concedieran algo de vino para sus hombres, ofreciendo pronto pago del mismo. El grande y rechoncho abad insistía en negar por toda una larga lista de santos, que en aquella casa hubiese una sola gota de vino. Love, en aquel entonces un hombre muy joven, no era alguien que se rindiera fácilmente.De modo que, tras hacer un reconocimiento del lugar se hizo amarrar en una cuerda y descendió a través de una suerte de tragaluz al interior de la casa siguiendo las indicaciones dadas por el sargento: según le había explicado, se trataba de una pared recientemente tapiada que había podido observar a través de una grieta en una puerta con numerosos candados. Una vez que tocó suelo, la cuerda volvió a ser izada y descendieron de este modo otros dos hombres de la compañía. La fortuna quiso que encontraran un tronco de buen tamaño, que atado con unas cuerdas hizo las veces de ariete con el cual, tras cuatro o cinco embates bien dirigidos lograron derribar aquella pared recientemente levantada. Una vez que consiguieron pasar del otro lado a través de la brecha abierta, se encontraron con el mismísimo sanctorum de Baco: allí había suficiente vino para repartir generosamente a cada miembro de la compañía. El brioso caldo estaba en el interior de una gran cuba y cuando comenzaron a extraerlo ordenadamente para dárselo a los soldados que tiritaban en sus uniformes empapados, apareció el rechoncho religioso a través de una trampilla y pidió en forma risueña que le concedieran un último trago antes de que acabaron con todo.

A lo cual respondió uno de los hombres: ¡Por Júpiter! Cuando el vino era aún suyo se comportaba como un condenado tacaño. Pero ahora que es nuestro, ¡le enseñaremos cómo funciona la hospitalidad británica y le daremos un buen trago! Y diciendo esto, agarró al rollizo sacerdote y le hundió la cabeza dentro de la cuba. De no haber sido por Love y por varios otros oficiales que llegaban en ese momento a la bodega, aquel franciscano devoto de Baco probablemente habría corrido la misma suerte que George, duque de Clarence , excepto en que este vino no era un Malmsey".

San Francisco de Benavente a finales del siglo XIX

Restos del monasterio de San Francisco de Benavente

Restos de la bodega de San Francisco de Benavente

Restos de la bodega de San Francisco de Benavente