lunes, 28 de abril de 2008

El rey destronado - Ecos de la II República en Benavente

Escudo en la actual Casa de Cultura "La Encomienda" de Benavente

El pasado 14 de abril se cumplía el 77 aniversario de la proclamación de la II República. Una de las primeras actuaciones del Gobierno Provisional fue la adopción, el día 27 de abril de 1931, de la bandera tricolor como bandera oficial, así como la eliminación del territorio nacional de los símbolos monárquicos de los edificios oficiales civiles y militares. No se libró del nuevo statu quo ni el mismísimo Real Madrid, que retiró la corona de su escudo y volvió a llamarse simplemente Madrid C.F.

El nuevo escudo republicano estaba basado en "el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno Provisional en 1869 y 1870", según se decía en el propio decreto. La Real Academia de la Historia recomendó al Gobierno la siguiente descripción heráldica:

"Escudo cuartelado en cruz: primero, de gules y un castillo de oro, almenado de tres almenas, y donjonado de tres torres, la del medio mayor; cada una también con tres almenas, el todo de oro, mazonado de sable y adjurado de azur; segundo, de plata y un león de gules, coronado de oro, armado y lampasado de lo mismo; tercero, de oro y cuatro palos de gules; cuarto, de gules y una cadena de oro puesta en orla, en cruz y en sotuer: entado en punta, de plata y una granada al natural mostrando sus granos de gules, sostenida, tallada y hojada de dos hojas de sinople. Acostadas, una á cada lado, las dos columnas de Hércules, de plata, con la basa y el capitel de oro, liadas con una lista de gules, cargada con el Plus Ultra de oro".

En Benavente la aplicación del espíritu de la normativa tuvo algunas secuelas muy peculiares. En la fachada del edificio del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor, se empotró una variante del escudo de Benavente. En él encontramos el puente con sus dos torres sobre el río Esla, pero se suprimió la imagen de la Virgen de la Vega. Esta misma iconografía la encontramos en los sellos y membretes municipales de la época de la II República.

En el edificio de las "Escuelas de Niños" o "Escuelas de la Encomienda", hoy Casa de la Cultura, existía desde su creación un escudo monárquico. Algunas fotografías antiguas muestran su fachada principal de ladrillo con un blasón timbrado con la corona real. De 1894 data el proyecto original del nuevo edificio, obra del arquitecto Segundo Viloria, aunque con modificaciones posteriores. Entre los años 1904 y 1907 hay correspondencia sobre la cesión por el obispado de parte del huerto de la casa rectoral de San Juan para levantar el nuevo aulario. En 1907 el Ayuntamiento compra finalmente este pedazo de terreno. Por tanto, dicho emblema era el correspondiente a Alfonso XIII.


La "damnatio memoriae" de aquel rey que había consentido el golpe de Primo de Rivera consistió en Benavente en una operación quirúrgica: la extirpación aséptica de la corona del escudo. Pero, bien por olvido, por ignorancia, o por no someter al bloque pétreo a mayor castigo, quedaron bien visibles algunos símbolos nada republicanos.


Durante la segunda Restauración borbónica (1874-1931) se recuperó el escusón familiar en la parte central del escudo español. Los blasones de Alfonso XII y Alfonso XIII, siguiendo la estela de los Borbones hispanos del siglo XVIII, exhibieron siempre este escusón central, con los lises de la Casa de Borbón, con la bordura en gules, usada por los Duques de Anjou, y que permitía distinguir esta rama de la francesa. Durante este período los adornos exteriores del escudo nacional fueron diversos (las columnas de Hércules, el collar de la Orden del Toisón de Oro, un manto real o ramas de laurel entre otros) dando lugar a numerosas versiones, todas ellas normalizadas y de uso común.


Tal vez el lapicida consideró que eliminar tales motivos de nuestro escudo benaventano significaba destrozar la pieza hasta hacerla inaprovechable. Pero con su gesto construyó un emblema heráldico sui generis, haciendo conciliable lo que parecería empresa imposible: Monarquía y República.

Recientemente, por información amablemente proporcionada por Ramón Viejo Valverde, he podido saber del testimonio de su abuelo, Ramón Viejo Otero (1883-1968), maestro de las Escuelas de la Encomienda, donde además vivía en compañía de su mujer Felicia, encargada de la limpieza del centro. Una de las anécdotas que recuerda de este maestro, a través de su padre, era precisamente que un empleado del Ayuntamiento, encaramado en una escalera y pertrechado de martillo y cincel, acudió un día a las Escuelas para quitar la corona del escudo de España.

Puerta de San Juan y Escuelas públicas. Postal de hacia 1912

Escudo empotrado en la fachada del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor

Grupo escolar de la Encomienda en 1943 acompañado de su maestro, Don Ramón Viejo Otero, (Foto publicada en El Correo de Zamora)

Casa de Cultura "La Encomienda" de Benavente

sábado, 26 de abril de 2008

El puente de Castrogonzalo - El más preciso del Reino

Panorámica del Puente Mayor de Castrogonzalo

En el imaginario popular cualquier puente antiguo, con una construcción sólida de sillería, es calificado inmediatamente como "romano", y esto también es constatable en el caso que nos ocupa. En esta apreciación está presente la solvencia otorgada tradicionalmente a las construcciones de la Antigüedad y la reivindicación de un pasado considerado prestigioso. Tal vez por eso, en el Diccionario de Madoz se dice, sin fundamento alguno, que nuestro puente "es memorable por su antigüedad, pues es del tiempo de los celtíberos".

Sobre esta cuestión hay que hacer referencia a las observaciones del ingeniero Carlos Fernández Casado respecto a la existencia de ciertos restos de un puente anterior: “Al hacer unas excavaciones en los años sesenta para sustituir el puente actual por uno de hormigón armado paralelo, aparecieron cerca de la cabeza del puente de la orilla izquierda restos de construcciones con sillares bien escuadrados como de “opus cuadrata” romana, que parecen indicar que allí hubo un puente romano a cierta distancia del posterior medieval que se trasladó aguas abajo, utilizando en él, relabrados, los sillares del antiguo puente romano.

En la misma línea se expresa José Manuel Roldán Hervás al estudiar el trazado de la calzada romana de Mérida a Astorga: “A estos (indicios) se añaden unos estribos desfigurados que hemos encontrado en terreno seco en las márgenes de Esla, de mampostería, que pudieran ser de este puente. Sin duda, a juzgar por los exiguos restos, el puente debió ser importante y la falta de piedra de sillería que recubriría esta masa no debe extrañar en absoluto si se piensa que la zona es pobre o nula en piedra por lo que en el momento en el que una obra dejaba de prestar servicio se utilizaría su material inmediatamente en otra”.

Al margen de los indicios anteriores, las primeras evidencias sobre el puente de Castrogonzalo hay que situarlas en los siglos centrales de la Edad Media. Varios documentos relacionados con el monasterio de Santa María de Arbás citan nuestro puente en el siglo XIII.

En el año 1221 el rey leonés Alfonso IX vende a un particular, Juan Pérez, toda la heredad que le pertenecía en este puente y sus términos, en el territorio de Benavente, por 500 maravedís. De este mismo año existe otro diploma por el que este monarca hace donación del puente de Castrogonzalo, junto con todos sus portazgos, a Juan Pérez y su mujer Estefanía.

Al año siguiente, en 1222, Alfonso IX concede al monasterio de Arbás la facultad de hacer feria en el puente de Santa Marina de Castrogonzalo, ocho días antes y ocho días después de la festividad de Santa Marina, señalando las franquicias de los concurrentes a estas ferias. De este último documento debe deducirse que los receptores de la donación de Alfonso IX posteriormente entregaron sus heredades al monasterio de Santa María de Arbás, con lo que el puente quedó bajo su control. Poco después, en 1225, dando un nuevo impulso a la proyección que tenía el monasterio en esta zona, Alfonso IX otorga al abad de Arbás cuantos derechos le pertenecían en las dos iglesias de Castrogonzalo.

La imagen que proporcionan todas estas noticias, junto con otras referencias complementarias, es la de un enclave aparentemente próspero, al que la monarquía incentiva con la concesión de una feria franca de quince días. Todo esto hace presuponer un tráfico intenso de personas, mercancías y ganados.
El puente está asociado, además, a un santuario vinculado a la protección de los pasos de los ríos: la ermita o iglesia de Santa Marina. Sabemos también que aquí hubo una alberguería, relacionada con la asistencia a viajeros y peregrinos y, probablemente, un núcleo de población estable, germen de lo que hoy son los Paradores de Castrogonzalo. El cobro de portazgos en este lugar, y su cesión por el monarca a los nuevos propietarios, no sólo reafirma el despunte económico de este paso, sino también la dedicación de parte de estas rentas a su sostenimiento.

La devoción a Santa Marina, asociada a la protección de aguas y manantiales, tuvo un notable auge con las peregrinaciones a Santiago. Respecto a la ermita, José Muñoz Miñambres documenta su desaparición en el siglo XVII: "Tenía esta parroquia (Santo Tomás de Castrogonzalo) una ermita distante de la población, bajo la advocación de Santa Marina. Pero no estaba ni decente ni segura ya que "en ella se recogen los ganados y cabalgaduras, así como personas de mal vivir" [...] en el año 1624 se trajo la teja y la piedra de la ermita de Santa Marina y su imagen se llevó a la iglesia y se colocó en un altar lateral".

La alberguería se cita en 1287 a propósito de una donación de varias tierras y viñas en Castrogonzalo al monasterio de Moreruela. "E de la otra parte tierra de Pedro Barquero ... Et de la otra parte tierra de la Puente ... Et la otra tierra iaz so la puente ... et de la otra parte tierra del albergueria et de la otra parte tierra de la Puente. Et la otra tierra iaz enan vega a so las ribas de Santa Marina que determina de la primera parte tierra de Domingo Martínez carpentero, e de la segunda parte el camino que viene de la puente para Castro Gonzalo ... e de la otra parte vinna de la puente".

Ya en el siglo XIV contamos con nuevos datos suministrados por un interesante proceso judicial conservado en el Archivo Municipal de Benavente. El pleito está relacionado con el cobro de pontazgos en Castrogonzalo y el derecho a poner barcas en el río Esla. En el desarrollo del mismo se relatan las pesquisas realizadas por orden del juez Pedro Sánchez de Toro, destinadas a conocer qué puertos y barcas existían en el río y cuáles podían seguir utilizándose.

El pontazgo era una tasa que se satisfacía por el uso de los puentes y que se pagaba tanto por el paso de las personas, como por los carruajes, animales y mercancías. Al parecer, el uso incontrolado de las barcas de pasaje suponía una merma importante de los ingresos del Concejo de Benavente por los derechos del paso del puente. Se mencionan las barcas de Castrogonzalo, utilizadas cuando el puente se encontraba en obras de reparación; la de Barcial del Barco, que estaba bajo el control del monasterio de Santa Colomba de la Monjas y la barca de Deustamben, en El Priorato (Milles de la Polvorosa). En el caso del puente de Castrogonzalo sabemos que la recaudación correspondiente a la explotación de las barcas era destinada por el concejo a la labor de dicho viaducto.

El I Conde de Benavente, Juan Alfonso Pimentel (1398 1420), en un típico ejemplo de abuso señorial propio de los últimos siglos de la Edad Media, llegó a expoliar los sillares del puente para construir su panteón en el monasterio de San Francisco. Este episodio es conocido a través de una carta de finiquito otorgada por el concejo de Benavente renunciando en favor del conde don Rodrigo Alfonso a las acciones legales y a las indemnizaciones económicas a que tuviesen derecho por los abusos cometidos por su padre, el conde Juan Alfonso Pimentel: "como por çiertos pilares de piedra que mandó tomar de la puente de piedra de Castro Gonçalo para faser la su capiella que mandó faser en Sanct Françisco desta dicha villa".

Otra agresión intencionada fue la quema del puente en 1438 por "los gallegos que venían de Medina", según un asiento de las cuentas del Concejo: "Viernes seys días de junio adondodieron dos obreros con dos bestias adobar la puente de Castro Gonçalo que avían quemada los gallegos que venían de Medina, de çespede e cascajo, los obreros a dose mrs. Cada uno e las bestias a quatro mrs. Cada una que son treinta e dos mrs".

En el Archivo Municipal de Benavente se conservan algunas de las tarifas que se cobraban, tanto en las barcas como en el puente, por el tránsito de personas y mercancías, es decir los barcajes y pontazgos. Esta documentación está acompañada por voluminosos legajos relativos a obras de reparación y mantenimiento a lo largo de su historia.

Las dificultades estructurales de este tipo de construcciones, junto con las frecuentes avenidas del río obligaron a rehacer y reformar el viaducto en numerosas ocasiones. Aunque el emplazamiento de un puente solía ser estable, las variaciones de los cauces de los ríos junto con la fragilidad de los materiales hacían que constantemente se hicieran de nuevo. A finales del siglo XV, en el Esla, entre Castrogonzalo y Castropepe, existía un puente en seco, lo cual movió al concejo a acometer uno nuevo en sus inmediaciones:

"A la terçera pregunta dixo que sabe e ha visto que esta dicha villa de quarenta años a esta parte acostumbra cada año adobar las dichas puentes e algunas de ellas a costa de sus propios e que sabe este testigo que la dicha villa mandó faser e fizo una puente de veynte años ha esta parte en Castropepe, e que sabe e ha visto este testigo que en el río que pasa por esta dicha villa junto a Requexo está una puente de piedra en seco, e está fecha otra de madera por donde pasar dicho río, e que sabe que entre Castrogonçalo e Castropepe, por do solía pasar el río, está una puente en seco e que oyó desir que después la dicha villa fizo otra puente en Castrogonzalo, e se cayó, e que de veynte años a esta parte este testigo ha visto en la dicha villa fizo otra puente en el dicho río a lo llegar de Castropepe".

En el siglo XVI, Concretamente en 1550, deben destacarse las obras emprendidas a través de un compromiso entre el Concejo y los canteros Diego del Valle y Juan de Mondragón. La intervención afectó principalmente a los arcos del puente. Se nombraron dos jueces (uno por cada parte) para que dictaran sentencia arbitraria sobre la labor realizada en el mismo. En 1584 y 1585 se produjo nuevamente un arrendamiento de la obra y edificio del puente.

En 1683 se tramita un expediente relativo a la reconstrucción del puente que fue derribado por una gran crecida del río Esla. Incluye informes de Felipe Berroso de Isla, arquitecto y maestro mayor del obispado de Palencia, sobre cómo debe acometerse dicha obra, con sus materiales y su costo:

"Excelentísimo Señor Conde Duque de Benabente. Phelipe Berroso de Ysla, maestro arquitecto y maestre mayor del obispado de Palencia, vecino de la çiudad de Medina de Rioseco, como tal artífice fuy a la villa de Benabente el día treçe de abril de este año de 1683 y reconocí la Puente Mayor de dicha villa sita en el río que pasa junto a Castro Gonçalo, y con dicho reconocimiento, hecho por unas y otras partes, vi la ruyna que el río hiço en la puente referida, que a la parte de arrriba, en medio del río, con poca diferençia en un ojo de quarenta pies de gueco poco más o menos, y por la parte de abaxo desmanteló tres ojos que se compondrán de çiento y treynta pies de largo con muy poca diferençia, y aunque la voces diçen estar algunas çepas concabosas por debaxo de su planta en considerables cantidades, y se atribuye preçede del curso y violençia de las aguas, que es çierto son muy rápidas en aquel paraxe".

"Es el puente más preciso del Reino". Esta fue la elocuente frase utilizada por Francisco Javier del Mazo en 1779 para intentar hacer entender a las autoridades del Estado la necesidad de acometer obras de reforma en el puente de Castrogonzalo, dado su estado de abandono y ruina. Por los mismo años el historiador ilustrado y viajero español Antonio Ponz insistía en que es uno de los pasos más necesarios de toda España para Galicia, Asturias y no se debe diferir más su perfecta reedificación: “A siete u ocho leguas de aquí, camino de Benavente, se encuentra el puente de Castro Gonzalo sobre el río Esla, que una avenida destruyó el año de 1739, según las noticias que yo tengo; y así se está desde entonces, sin embargo de varios repartimientos que se han hecho para su compostura; no habiéndose adelantado más hasta ahora, que la conducción de unos sesenta carros de piedra al pie de una obra importante, y necesaria, como que es el camino real de la Corte a Galicia. Le faltan dos, o tres ojos, y es menester desarmar los carruages para que pasen el estrecho espacio, que se ha formado con algunos maderos".

Muy mala estrella tuvo el puente de Castrogonzalo. En 1795 se acometió una ambiciosa reconstrucción que había tenido que esperar nada menos que 63 años para contar con un proyecto y un presupuesto definitivo, todo ello después múltiples aplazamientos, retrasos e imprevistos. La vieja estructura de los puentes levantados en época medieval, reparados y reconstruidos en innumerables ocasiones durante los siglos XVI y XVII, fue remozada desde sus cimientos y rehecha por el berciano Diego de Ochoa, arquitecto y académico de Mérito de la Real Academia, con la colaboración de Juan Sagarbinaga y, posteriormente, de su hijo Juan Marcelino Sagarbinaga. Todavía en 1803 su situación es muy delicada según describe Pedro Ceballos en un informe. Ochoa moriría en 1805 sin ver concluida su empresa, pues los trabajos se debieron prolongar hasta 1806 según se recoge en el Diccionario de Madoz.

El Puente Mayor resultante constará finalmente de 18 bóvedas, a los que habría que añadir los 9 arcos correspondientes al llamado Puente Viejo, hasta completar los 27 ojos que se registran en el Diccionario de Madoz. La faraónica infraestructura se prolongaba con toda una serie de pontones y alcantarillas que se extendían prácticamente hasta el actual término municipal de Benavente, y de las que aún se conserva buena parte de su estructura. Ochoa se ocupó, entre otros cometidos, de levantar de nuevo los nueve primeros arcos del Puente Mayor, los más próximos a Castrogonzalo, correspondientes a su primer tramo.

Como señala Vicente Fernández Vázquez, a finales del Antiguo Régimen, por los puentes y calzadas de Castrogonzalo "se entienden cuatro puentes con tres prados intermedios, cuya línea total abarca 6.130 pies", más de un cuarto de legua, y que responden a las nominaciones de Puente Mayor, Puente Antiguo, Ojos de Castrogonzalo y Tamariz. Los cuatro puentes presentaban tajamares, manguardias, antepechos, estribos, y el piso lo tenían empedrado, si bien en muchas ocasiones estuvo cubierto de tierra virgen. Los antepechos del Puente Viejo y del Puente Mayor tenían "calegones", para evacuar el agua del tablero.

En los últimos días del mes de diciembre de 1808 nuestro puente se vio involucrado de lleno en uno de los episodios más trascendentales de los comienzos de la Guerra de la Independencia española. El paso del Esla se convirtió entonces en un objetivo estratégico de primera magnitud, codiciado por los ejércitos extranjeros beligerantes. Primero para el grueso del ejército inglés, al mando del General Moore, que se retiraba precipitadamente hacia La Coruña, e inmediatamente después por las tropas al mando de Napoleón, que avanzaban a marchas forzadas en su persecución.

La estructura del puente, apenas recién terminada, fue minada y volada con pólvora por los ingenieros ingleses en los arcos más próximos a la orilla izquierda del Esla. La laboriosa labor de minado debió tener lugar en un lapso temporal que abarcaría la noche del 27 de diciembre hasta la madrugada del día 29. El sabotaje formaba parte del plan del general de Moore de obstaculizar al máximo el avance francés, y evitar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el enemigo.

Poco después, los pontoneros franceses se afanaron en entablar los arcos y machones minados por la pólvora inglesa. Un militar francés, Nicolás Marcel, hace referencia en sus memorias a estos trabajos de reparación: "... el puente era muy difícil de reparar, pero allí donde se encontrase el emperador, se eliminaban los obstáculos en un instante, aparecían vigas, maderos y escaleras por doquier y, aunque no pudiese pasar más que de uno en uno, en dos horas los 4.000 hombres se encontraban del otro lado del río".

En estas tareas fue aprovechada toda la madera que se pudo encontrar, alguna de procedencia muy poco confesable. Del monasterio de Santo Domingo de Benavente, por ejemplo, se desmontaron buena parte de sus dependencias e iglesia para convertirlas en vigas.

En la actualidad se conservan en este sector cuatro bóvedas de una luz media de 12 metros, y otras cinco, separadas por un enorme machón, con una luz aproximada de 14 metros. Sobre las pilas de sillería descansan las vigas de hierro pintadas de verde que, a su vez, sustituyen a una estructura de vigas de madera. Está fue la principal "huella" dejada por el paso del ejército inglés por estas tierras. Más recientemente, en el año 2000, este sector fue objeto de obras de consolidación y reconstrucción.

Durante el siglo XIX se siguen produciendo obras de reparación, así como intervenciones en las vías de acceso y en los edificios anexos. En el "Diccionario Geográfico Universal dedicado a la Reina Nuestra Señora", de 1831, leemos: "Inmediato al dicho pueblo de Castrogonzalo hay un puente de piedra que necesita repararse por su fatal estado, y en él se reúnen varios caminos de Castilla por Benavente, sirviendo de comunicación con Galicia". En 1859 se publica una "Memoria sobre el estado de las obra públicas en España". Entre otras actuaciones, se registran obras reparación en el puente y en la "Carretera número 6. De Madrid a La Coruña ... En la provincia de Zamora. Se ha construido el parador de Castro Gonzalo para indemnizar al pueblo por un edificio de que se le expropió; además se ha construido una barca para el paso de Villanueva de Azoague".

En 1874, el ingeniero Cipriano Martínez González describía con gran precisión nuestro puente a propósito de una memoria explicativa sobre la calzada romana de Astorga a Palencia por Benavente:

“El puente de Castro-Gonzalo sobre el Esla consta de dos partes distintas separadas por un trozo de carretera defendida con muros de sostenimiento, los cuales se prolongan por la margen derecha en una longitud de más de un kilómetro, permitiendo el paso de las aguas por una porción de grupos de alcantarillas y pontón. El primer puente que se halla se conoce con el nombre de Viejo, y consta de 9 arcos de 10 a 12 metros de luz, semicirculares unos y otros peraltados y ligeramente apuntados. El otro puente, más moderno que el anterior, consta de 17 huecos y está dividido en dos porciones por una fuerte pila estribo, que sube hasta el piso del puente formando una gran plataforma. Uno de estos tramos fue cortado por los ingleses en la guerra de la Independencia hallándose hoy día reemplazados los arcos por entramado de madera. El resto de la obra es de sillería arenisca, hallándose toda ella en buen estado, e indicando ser moderna”.

El llamado Puente Viejo, derruido en su mayor parte durante las obras de construcción de la Carretera de Madrid.

Tramo del puente volado por los ingleses en diciembre de 1808. Sobre los machones de sillería se levantó posteriormente una estructura metálica.

Detalle de uno de los Arcos del Puente Mayor

Uno de los arcos del Puente Viejo, actualmente en ruinas

Vista del Puente Mayor aguas arriba, antes del último derrumbe. En primer término el ojo y el sector del muro afectados.

Vista del Puente Mayor aguas abajo, antes del último derrumbe. En primer término el ojo y el sector del muro afectados.

Vista de la calzada antes de la última restauración.

Estado del Puente de Castrogonzalo tras el último derrumbe. Foto tomada el día 6 de mayo de 2016.

Detalle del muro desplazado por el fallo de su cimiento. Foto tomada el día 6 de mayo de 2016.

Detalle de un grabado de Bacler D'Albe que representa el paso del ejército francés en Castropepe en 1808. Se aprecia al fondo el Puente de Castrogonzalo con alguno de sus arcos destruido por la pólvora inglesa.

lunes, 21 de abril de 2008

¡Esto no es vida! - Una visita al dolmen de Morales del Rey (Zamora) en el año 2008

Estado del dolmen de Morales del Rey (Zamora) en 2008

Crónica de la Desolación

¡Castilla y León es Vida! Así reza el eslogan difundido a bombo y platillo por la publicidad institucional de la Junta de Castilla y León. En su web promocional del turismo podemos leer una pequeña reseña referente al Dolmen del Tesoro, en Morales del Rey (Zamora): "En la actualidad existe una recreación completa de un dolmen tipo de la zona, en la que se puede observar volumétricamente su aspecto original y las partes que lo componen: cámara sepulcral, pasillo o corredor y túmulo".

Sin duda, el incauto visitante se verá atraído por tan prometedoras indicaciones, y más aún si lee en la misma página la siguiente nota sobre las condiciones concretas en las que se encuentra el monumento: "Lugar bien señalizado y acondicionado". Así pues, con el aval de la literatura oficial, todo es una invitación a adentrarnos por la "Ruta arqueológica por los valles de Zamora: Vidriales, Órbigo y Eria", y recalar en Morales del Rey.

Pero pasemos de la teoría a la práctica, del papel couché a la cruda realidad. Una vez se llega a Morales del Rey se comprueba inmediatamente que el megalito y su réplica son un megadespropósito. Un paisaje después de la batalla. Comienza la visita por la inspección del dolmen original. Aquí el deterioro y la falta de mantenimiento son evidentes. Los accesos son penosos y el terreno sobre el que se asienta es un erial sin la más mínima limpieza y decoro. La maleza y la desolación campan por doquier, impidiendo identificar los ortostatos y reconocer la cámara sepulcral. Parece que desde la última intervención a cargo de la Fundación Patrimonio (1998-2001), nadie se ha vuelto a ocupar o preocupar del monumento funerario.

En cuanto al neodolmen, esto es, la recreación "ideal" de un sepulcro de corredor no hay palabras para describir este espectáculo. Es la Cueva de los Horrores. Una auténtica atracción de feria. El interior está absolutamente destrozado. Las planchas de poliestileno pintado están hechas pedazos, dejando impúdicamente visibles las estructuras del armazón de acero. El suelo de la cámara sepulcral está atestado de escombros, tierra y basura, así como algunos utensilios de cocina, indicios de haber servido ocasionalmente de insólito hábitat para algún "okupa" o un indigente.

Resulta difícil de creer que esta "atracción" esté abierta al público un día más, y encima se publicite. Se debería poner una señal de "Peligro indefinido", o mejor aún un cartel de "Cerrado por desidia" Desde luego ofrece una pésima imagen de la gestión del patrimonio por estos lares y, lejos de constituir un ejemplo de puesta en valor de los recursos culturales de la comarca, es una invitación para salir por piernas de esta bella localidad y no volver más.

¡Esto no es vida! Morales del Rey no se merece esto. Los sepulcros prehistóricos de la comarca constituyen un conjunto patrimonial que sin duda es necesario recuperar y acondicionar, pero dotándolos de unas infraestructuras y servicios dignos, acordes con la función turística, didáctica y divulgativa que dicen promover sus promotores. Tampoco se entiende en el año 2008 que un monumento de estas características no goce de la protección de un Bien de Interés Cultural, y carezca siquiera de incoación de expediente.

El llamado "Dolmen del Tesoro" debe su nombre a un tesorillo de monedas de bronce hallado hace años. Se encuentra a escasos metros del casco urbano, sobre la terraza superior del Eria y al pie de la carretera a Santa María de la Vega. Es un sepulcro de corredor que consta de una cámara funeraria circular y un estrecho pasillo de acceso orientado hacia el S.E. Fue levantado con ortostatos de cuarcita de mediano tamaño asentados sobre fosas excavadas en el suelo y cubierto con el correspondiente túmulo de tierra y piedras, hoy prácticamente desaparecido. En el año 1995 se afrontó una campaña de excavación en la que recuperaron elementos de ajuares neolíticos (geométricos, laminas, cuchillos, microlitos, etc.), así como otros restos que apuntan a una modificación en tiempos más recientes. La actuación de la Fundación del Patrimonio consistió en su momento en limpiar el terreno, poner en pie uno de los ortostatos caídos y reforzar con mampostería sin argamasa los intersticios, a fin de evitar que los restos del túmulo invadieran la cámara.

Este tipo de monumentos se han venido considerando como lugares de culto y panteones colectivos para los individuos de un mismo linaje o grupo social. Los cadáveres eran enterrados en el interior de la cámara, habitualmente en posición fetal, acompañados de un grupo de ofrendas u objetos a modo de ajuar funerario (útiles de piedra tallada, hueso trabajado y en ocasiones cerámica). Su construcción se fecha genéricamente en el IV milenio a. de C., en un momento avanzado del neolítico entre el 3500 y el 3000, aunque continúan manteniéndose como referentes funerarios durante bastante tiempo después -Edades del Cobre y del Bronce-.







domingo, 20 de abril de 2008

El Hospital de la Piedad de Benavente - Faro de peregrinos

Fachada del Hospital de la Piedad de Benavente

El Hospital de la Piedad de Benavente constituye uno de los escasos ejemplos de instituciones benéficas civiles que han permanecido fieles, durante prácticamente cinco siglos, a su espíritu fundacional, y todo ello pese a los múltiples avatares históricos por los que ha pasado.

Expoliado durante la Guerra de la Independencia, tras la Desamortización sirvió como cuartel y también como sanatorio militar. En la Guerra Civil pasó a ser hospital de la retaguardia, y en la Postguerra cumplió nuevamente funciones de cuartel, almacén de suministros e incluso hubo un proyecto fallido de convertirlo en centro de la Sección Femenina. En 1962 se le agregó al antiguo Hospital de San José de Convalecientes, fundado en el siglo XVII, con lo que su Archivo Histórico custodia ambos fondos documentales.

En la actualidad, el edificio acoge una residencia de ancianos atendida por la Congregación de las Hermanas de los Ancianos Desamparados. Aunque su última dedicación no se ajusta estrictamente a sus estatutos fundacionales, se puede considerar, en cualquier caso, que se ha mantenido la filosofía primitiva de asistencia a personas necesitadas.

Este edificio, declarado Bien de Interés Cultural en el año 2003, no es más que una muestra de los diferentes hospitales y asilos que tuvo la villa de Benavente. Es el caso del Hospital de San Antón, regido por canónigos regulares de San Antonio Abad que aún existía en 1738. Hoy nada queda de él, a no ser el nombre perpetuado en el Barrio de las Eras de San Antón. El Hospital de San Juan Bautista, perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén o de los Caballeros de Malta, fue posteriormente reconvertido en Hospital Provincial (hoy Hospital Comarcal). El Hospital de San Juan de Letrán, fundado hacia 1595, tenía su sede en la desaparecida Casa del Tinte, en la calle Herreros. También deben citarse los hospitales de Santa Cruz y San Lázaro, de orígenes medievales, y el Hospital de San José o de Convalecientes, fundado en 1685 en la plaza de la Madera y desaparecido, como tal, en la pasada centuria.

La fundación del Hospital de la Piedad se debe al V Conde de Benavente, Alonso Pimentel (1499-1530) y a su esposa, Ana Fernández de Velasco y Herrera. Levantado a partir de 1517, para su ubicación se eligieron los solares de la antigua iglesia y hospital de Santa Cruz. Fiel testimonio de todo ello es la inscripción en caracteres góticos aún legible en la portada principal:

«ESTE HOSPITAL HIZIERON E DOTARON LOS ILUSTRES SEÑORES DON ALONSO PIMENTEL, QUINTO CONDE E DOÑA ANA DE VELASCO E HERRERA, SU MUJER, Y TITULÁRONLO DE NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD PORQUE NUESTRO SEÑOR LA AYA DE SUS ÁNIMAS; COMENÇOSE E DOTOSE EN EL AÑO DE MDXVII; ACABOSE EN EL AÑO DE XVIII»

La finalidad y dedicación jacobeas del centro quedan perfectamente definidas en el preámbulo de las ordenanzas de 1526: "porque los pobres e peregrinos que pasan por la villa de Venavente en romería a Santiago e a otras muchas partes e peregrinaziones recivan caridad e ayuda, e los enfermos sean curados e hallen saludable descanso e mitigazión de sus travajos, acordaron de fundar e dotar una cassa y hospital en la dicha villa de Benavente".

El Hospital de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela, creado pocos años antes, constituyó el referente principal para los condes a la hora de establecer el modelo de funcionamiento. Esto es evidente y manifiesto tanto en los trámites seguidos para la fundación -muy similares en ambos casos-, como en la búsqueda de la protección papal a través de diversas mercedes y privilegios. El volumen creciente de peregrinos que a través de la Vía de la Plata se dirigían a venerar la tumba del Apóstol debió mover a los condes a acometer una fundación de estas características.

Detalle de la inscripción fundacional

Detalle escultórico de "La Piedad" en la fachada principal

Escudo del V Conde de Benavente, Alonso Pimentel (1499-1530)

Vista del Patio del Hospital

El funcionamiento interno de esta institución aparece minuciosamente detallado en las mencionadas ordenanzas de 1526. La administración del centro quedaba en manos de una hermandad de cien cofrades bajo la autoridad de dos abades, admitiéndose tanto a los legos como a los clérigos. Los matrimonios eran considerados como un sólo cofrade a efectos de contabilización. Las principales responsabilidades de gobierno recaían -aparte de los abades- en seis diputados, el mayordomo de la Hacienda y el mayordomo del Hospital. Completaban el organigrama seis capellanes -uno de ellos debía ser conocedor de lenguas extranjeras-, el físico, el cirujano, el barbero, el enfermero, el boticario, el cocinero, el despensero, el sacristán y otros oficiales y servidores diversos. Los pobres sanos y peregrinos eran recibidos por el administrador, proporcionándoles fuego, agua y cama por una noche, siguiendo la costumbre de otros centros similares. Para evitar la picaresca se les señalaba sus bordones, eliminando así la posibilidad de una vuelta injustificada.

El edificio fue construido en piedra de sillar en sus partes más nobles como la portada, el zaguán y el patio, y en tapial, ladrillo y madera para el resto. Diversos titulares del condado realizaron mejoras y ampliaciones a lo largo de su historia, a la vez que contribuyeron a su mantenimiento con donaciones y rentas. Las últimas reformas las hizo la condesa-duquesa María Dolores Téllez-Girón (1859-1939), una rama de la casa de Osuna a la que fue a parar toda la de Pimentel al extinguirse su linaje varonil. Como resultado de todo ello la planta y estructura originales han sido notablemente alteradas.

La portada, encuadrada dentro del Gótico final, pero con claras influencias renacentistas en su decoración, constituye un interesante ejemplo de transición entre el Gótico de los Reyes Católicos y el Plateresco. Está realizada en piedra arenisca y preservada del suelo mediante un zócalo. La portada se ordena en torno a un gran arco de medio punto de generoso dovelaje y recuadrado por un alfiz de cardinas. Bajo la cornisa lleva la ya indicada inscripción en letras góticas. Preside el cuerpo superior un alto relieve con la escena de la Piedad flanqueada por sendas pilastras cajeadas. A ambos lados campean también los blasones de los fundadores, rodeados de láureas y cintas. A la izquierda las armas de los Pimentel, con sus características veneras y las fajas bicolor, y a la derecha las de su mujer, que constan, entre otros asuntos, de un jaquelado de quince -ocho de oro y siete de veros- propios de los Velasco, y calderas de oro con cabezas de sierpes de sinople por asas, correspondientes a los Herrera. Remata el ático un frontispicio con una cruz, una venera en su centro y dos flameros o candeleros a los lados. Se adorna todo el conjunto con detalles de decoración vegetal estilizada y fina labor de grutesco.En la puerta de entrada son de reseñar las aldabas realizadas en hierro forjado, de la misma época que la fachada, en las que se ha venido reconociendo a los apóstoles Santiago y San Pedro. Ambas constan de su correspondiente figura bajo chambrana, chapa calada y pilaretes.

En el interior del edificio, después de atravesar el zaguán, se accede a un hermoso patio de planta cuadrada. Se organiza en pandas de cuatro arcos de medio punto ligeramente peraltados, salvo la crujía de la capilla que presenta tres arcos escarzanos, sin duda para realzar y centrar la entrada al templo. Dichos arcos apean sobre gruesos pilares circulares con capiteles de orden dórico. En el piso superior, actualmente acristalado, se desarrolla otro orden de arcos de menor altura. Destacan especialmente en este cuerpo superior los antepechos de cantería labrada decorados con claraboyas góticas, uno de ellos blasonado con las armas de los Pimentel.

En la capilla del Hospital, muy alterada por reformas poco afortunadas, existen algunos elementos artísticos de interés. La verja es de hierro forjado, adornada con un friso de motivos góticos. Engalanan las paredes de la capilla, al pie de la bóveda nervada del cimborrio, los escudos policromados de Alonso Pimentel, V Conde de Benavente, y el de su esposa. También deben reseñarse una talla románica de la Virgen con el Niño, una pintura italiana del mismo asunto del siglo XVIII, el órgano y el conjunto escultórico del Tránsito o la muerte de San José, de finales del siglo XVII, este último restaurado para la exposición de las "Edades del Hombre" celebrada en Zamora.

Existe otra puerta monumental de acceso, casi oculta al fondo de un callejón con entrada desde la Calle Santa Cruz. Fue levantada en 1800 bajo el patronazgo de la XV condesa, María Josefa Alonso Pimentel (1763-1834), coincidiendo con una serie de obras de ampliación y reforma de la fábrica primitiva. Se trata de una sobria portada de aire neoclásico, con arco escarzano, breve entablamento liso con inscripción conmemorativa, frontón triangular moldurado y remate de bolas apiramidadas sobre peanas. Preside el tímpano el blasón del linaje.

Portada lateral del Hospital de la Piedad (Año 1800)

Escudo sobre la portada lateral del Hospital de la Piedad (Año 1800)

Figura de Santiago apóstol en uno de los llamadores de la puerta principal 

Conjunto escultórico del Tránsito o la muerte de San José

Véase también: 

sábado, 19 de abril de 2008

Un ejemplar del sello del concejo de Benavente en el Archivo Diocesano de Astorga

Sello de cera del Concejo de Benavente (anverso) - Copia en resina

Introducción

El estudio de los sellos medievales ofrece variadas perspectivas de interés, con asuntos que afectan a disciplinas como la Arqueología, la Historia del Arte, la Historia local, la Filología, la Heráldica, etc. El particular repertorio plástico desplegado en ellos no desmerece en nada a otras manifestaciones artísticas o monumentos de la época. Detrás de cada sello hay siempre programa iconográfico, un mensaje, o incluso un relato más o menos elaborado, que invita a su correcta lectura e interpretación. Sus promotores y artífices quisieron dejar constancia de una determinada manera de presentarse ante la comunidad, a través de un signo distintivo con el que validar sus escritos. Es por ello que mediante su análisis podemos desvelar facetas poco conocidas del imaginario medieval.

Se dedica este estudio a describir y glosar los pormenores del sello medieval del concejo de Benavente, una auténtica joya sigilográfica en cera, no suficientemente conocida y reivindicada hasta ahora. El ejemplar más significativo se custodia en la actualidad en el Archivo Diocesano de Astorga, donde permaneció prácticamente olvidado hasta los años 90 del pasado siglo. Estamos ante una pieza de una inusual riqueza iconográfica, con una meritoria ejecución técnica y con una meticulosidad y expresividad en los detalles de sus figuras no vistas en otros sellos municipales coetáneos. Igualmente, sus dos leyendas o inscripciones se apartan de las composiciones al uso en este tipo de soportes, para ofrecer un doble relato: por un lado, una particular visión del significado de la ciudad en el contexto del reino y, por otro, una alabanza al nombre de la villa y a su emplazamiento privilegiado.

El sello del concejo de Benavente: las improntas

Contamos en la actualidad con dos muestras de lo que fue el sello medieval del concejo de Benavente. Una se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, en la Sección Sigilografía, y la otra en el Archivo Diocesano de Astorga, sin catalogación específica. Su estado de conservación en muy desigual.

El ejemplar madrileño es, en realidad, un fragmento bastante pequeño y muy deteriorado. Procede del fondo documental del monasterio cisterciense de Santa María de Nogales. En 1918 era incluido por Juan Menéndez Pidal con el número 257 de su Catálogo y descrito como:

“Pequeño fragmento de un sello en cera, que debió de ser de gran módulo y de una sola impronta, pendiente por trencilla de lino de color avellanado, en copia, sin fecha, de un privilegio concedido en la era de 1296 años por el rey don Alfonso el Sabio, y por el cual liberta de merino a los moradores de Valdería y de Alixa. (Nogales, 10, R.). Un gran castillo debió de ocupar el campo del sello. En el fragmento que se conserva, vese la puerta central flanqueada por dos torres. En el vano de la puerta aparece una figurita”[1].

Bastantes años más tarde, en 1974, Araceli Guglieri Navarro volvió a catalogarlo, esta vez con el número 258, y lo consideró como un sello de doble impronta. No obstante, no mencionó ningún detalle sobre el reverso:

 “Fragmento pequeño de un sello de cera oscura. Parece que debió ser de gran módulo y de doble impronta circular. Un gran castillo debió ocupar el campo del sello. En el fragmento que se conserva se ve la puerta central flanqueada por dos torres. En el vano de la puerta aparece una figurita. Pende por trencilla de lino de color avellano, de una copia, sin fecha, dada por el Concejo de Benavente, de un privilegio del rey Alfonso X, por el que liberta de merino a los moradores de Valdería y de Alixa, y de todo subsidio de rey, martes diez e dos días andados del mes de marzo, en era de mille e doscientos e noventa e seis annos (A. 1258). M1 de Santa María de Nogales (Palencia) (sic)[2].

El documento en cuestión fue editado en el año 2001 por Gregoria Cavero Domínguez en la “Colección documental del monasterio de San Esteban de Nogales”, con el número 109. Su signatura es AHN, Clero, carp. 949, doc. 13. Se trata, efectivamente, de un traslado sin data escriturado por el notario público Gonzalo Miguélez, a petición Fernando Pérez Ponce. Este mismo personaje confirmaba en 1271, desde Benavente, las exenciones concedidas al monasterio por su padre, Pedro Ponce. Es un pergamino con signos de deterioro de 302 x 447 mm., más 38 mm. de plica. Según la editora, el sello del concejo de Benavente está “desgastado e incompleto”, y se encuentra en la Sección de Sigilografía 45/6, para su conservación. En su texto, en la corroboratio, hay una diligencia validatoria que anuncia a la aposición del sello:

“Et nos el conçeio de Benauente, visto el previlegio del Rey sobredicho e a rogo de don Fernán Pérez Ponz, mandemos a Gonçalvo Miguéliz, público notario del rey en nuestra villa, que feziese ende al traslado, e nos por mayor fermedumvre mandémoslo seellar de nuestro siello colgado. Et yo Gongalvo Miguéliz notario público ya dicho a rrogo de don Fernán Pérez Ponz e por mandado del conceio de Benavente e porque vi el previlegio sobredicho fiz scrivir este traslado e fiz hy mío nomvre e mío signo (signo)”[3].

La segunda impronta conservada procede, muy probablemente, de la misma matriz. Se encuentra actualmente en el Archivo Diocesano de Astorga. En este caso, estamos ante un notable ejemplar, con una conservación bastante satisfactoria en lo relativo a su tamaño original y representaciones iconográficas, pero con algunas pérdidas que afectan a partes esenciales de su leyenda en el anverso y el reverso. Se trata de un sello concejil circular de gran módulo (86 mm.) y doble impronta, confeccionado en cera prensada de color ocre.

No ha habido, hasta ahora, muchas aportaciones sobre el origen de este ejemplar astorgano. Parece ser que fue localizado e identificado por Augusto Quintana Prieto, canónigo archivero de la catedral. Es una pieza descabalada, guardada en una vitrina de la Sala de Exposiciones, y que hace años pude examinar personalmente gracias a la amabilidad del archivero José Manuel Sutil Pérez. Su presencia en Astorga hay que relacionarla con los pocos pergaminos medievales que conserva el archivo, pues el grueso de ellos desapareció en un incendio durante la Guerra de la Independencia. En concreto, debe pertenecer al fondo de la llamada “Cámara Episcopal”, en donde se conservan otros pergaminos con sellos pendientes, o con fragmentos de ellos.

La existencia de nuestro sello fue comunicada por don Augusto al sacerdote benaventano Vidal Aguado Seisdedos, quien realizó algunos dibujos y fotografías. En el año 1993 Aguado Sesidedos publicó una breve descripción del sello, acompañada de dibujos del anverso y del reverso[4]. Más tarde, en 1996, publicó en la obra “Privilegios reales de la villa de Benavente” las primeras fotografías tomadas directamente del original.[5] Por estas mismas fechas el sello se restauró y se elaboraron varias copias en resina, a tamaño real, a instancias de la Asociación de Amigos del Archivo Histórico Nacional. Estas copias se incorporaron a la colección de réplicas plásticas de sellos originales procedentes de diversos archivos. Su signatura es: AHN. Sigilografía, Imp. 2992.

En 1998, el mismo Vidal Aguado redactó una ficha para el catálogo de la exposición “Más Vale Volando”, con fotografías de la copia en resina y una propuesta de lectura de la leyenda del anverso y el reverso[6]. Por último, con ocasión de las celebraciones del VIII Centenario de las Cortes de Benavente de 1202, la copia en resina volvió a exhibirse en dos exposiciones: “Dinero y moneda en un concejo medieval” y “Regnum: Corona y Cortes en Benavente”. Las fichas catalográficas y los comentarios corrieron a cargo de su comisario: Eduardo Fuentes Ganzo[7].

En el Archivo Diocesano de Astorga se conservan en la actualidad dos pergaminos con grandes probabilidades de haber albergado el sello del concejo de Benavente. Ambos pertenecen a la mencionada sección de la “Cámara Episcopal”, tienen la misma fecha y están relacionados entre sí. Su contenido tiene que ver con los hombres de behetría de Valcabado, vasallos del obispo de Astorga.

Según se narra en los documentos, los vasallos y solariegos de Valcabado habían recibido un fuero anterior en 1220, en tiempos del obispo Pedro Andrés. Ahora, bajo el obispo Menendo, se renueva, incluyendo algunas mejoras del obispo Pedro Fernández. Ambos diplomas fueron editados por Gregoria Cavero Domínguez, César Álvarez Álvarez y José Antonio Martín Fuertes.

El primero es un pergamino de 380 x 380 mm., tiene plica de 65 mm, pero ha perdido completamente sus vínculos y sellos. El segundo es más grande, mide 500 x 500 mm. y, según sus editores, sobre la plica de 60 mm. conserva “la cuerda de la que pendería el sello, que se ha perdido, tal vez el del concejo de Benavente, al que se hace referencia documental, o el del prelado asturicense”. Efectivamente, en ambos documentos, fechados el 9 de febrero de 1279 en Valcabado, se inserta una diligencia muy similar del concejo benaventano:

“Et outrosy rogueymos al conceyo de Benauente que mandasse seellar este ynstrumento de sou siello, et nos, el conceyo de Benauente, a ruego de don Melendo, obispo de Astorga e del conceyo de Valcauado tanbién de los que se dizen de la bienfeytría commo de los sos solariegos del obispo, feziemos seellar este ystrumento de nuestro siello pendiente en testimonio de verdat”[8].

El anverso: la villa próspera y bien abastecida

El anverso de nuestro sello responde al modelo monumental o topográfico, es decir, aquellos sellos que como figuras presentan un monumento característico, un edificio o una vista de una población. Los asuntos más frecuentes eran los castillos, las torres, las murallas y los puentes. Es patente el interés de los concejos por mostrar con orgullo sus grandes obras de infraestructura, en la mayoría de los casos costeadas y sostenidas con sus propias arcas. A esta tipología debemos asignar también el sello de cera del concejo de Zamora, donde se presenta una vista desde el arrabal de San Frontis, con dos grandes puentes sobre el Duero, las murallas, puertas, iglesias y palacios. Tanto en su apariencia, como en su diámetro (90 mm.) y cronología (año 1273), las similitudes son muy significativas.

En Benavente se da cabida a uno de sus elementos más emblemáticos, luego traspasado a su blasón heráldico: un puente de perfil alomado de cinco ojos, sobre ondas. Debe entenderse, en todo caso, como una estampa convencional y estereotipada del viaducto levantado sobre un brazo del Órbigo, a los pies de la villa y junto a la “Puerta de la Puente”. Aparece documentado, al menos, desde el año 1215. Su construcción o reforma debe enmarcarse, por tanto, en la repoblación de la villa por Fernando II y Alfonso IX. Hoy solamente se conserva en pie uno de sus arcos y restos semienterrados de sus pilas[9].

Sobre el puente, una representación simbólica de la villa, con sus muros, torres, puertas, casas, iglesias, campanarios y algún árbol, en alusión a sus huertos y jardines; todo ello bajo una composición estrictamente simétrica. El conjunto del caserío que se apiña dentro de la cerca se nos hace visible, sobre todo, por medio de la representación de sus tejados con una particular perspectiva, en principio a dos aguas. El diseño recuerda a esas vistas de ciudades representadas en varias de las miniaturas de las Cantigas de Alfonso X el Sabio. En ellas aparecen frecuentemente gallos, palomas y otras aves posadas sobre los tejados o sobre los árboles, como vemos también en nuestro sello[10].

La muralla se levanta sobre sillares perfectamente escuadrados. En realidad, sabemos que la cerca medieval de Benavente fue construida mayoritariamente con tapiales de barro[11]. La muralla protege a sus habitantes y condiciona la imagen externa de la ciudad, junto con las construcciones eclesiásticas que sobresalen sobre el conjunto de las casas. Tiene almenas rematadas con merlones, en punta de lanza, y ostenta cuatro torres de dos alturas, dos flanqueando la puerta y otra dos en los laterales. En el interior, otras dos torres más altas representar las iglesias y sus campanarios. Sus ventanales son góticos y en la culminación de sus tejados se aprecian cruces. Tanto los muros como el puente exhiben saeteras, vanos trifoliados y aliviaderos ojivales.

Diversos personajes, uno sobre cabalgadura, cruzan de derecha a izquierda el puente y se dirigen hacia la puerta principal, ascendiendo por una pendiente. Varias de estas personas portan bastones, zurrones y hatillos con objetos, y están acompañadas de animales. Algunos de ellos son bestias de carga, pero otros por su tamaño deben ser perros, tal vez en alusión a la condición de pastores de sus amos o a la actividad de la caza. De hecho, un viandante parece llevar a su espalda una pieza cobrada.

En el siglo XIII los caminos por los que se podían rodar carros debían ser escasos y con muchas dificultades por el mal estado del firme, así que el tráfico de mercancías se hacía fundamentalmente a lomo de acémilas. Los fueros diferenciaban entre las “bestias de siella” y “bestias de alabarda”. La alabarda era el aparejo esencial de las bestias de carga. Su forma era alta y larga, provista de ataharre. Un caballo, mulo o burro, con su alabarda, parece ascender por la pendiente en la parte izquierda del puente, seguido de un arriero sujetando el correaje.

Bajo el arco de entrada, una figura especialmente destacada recibe a toda esta concurrencia. Es un hombre a pie, provisto de una vara, que guarda las puertas de las murallas de la población. Este personaje ha sido identificado con el portero o el recaudador del portazgo. De hecho, el puente de piedra de Benavente fue conocido en algún momento como “puente del portazgo”. Figuras similares encontramos en el sello plúmbeo de Alfonso X, a la puerta de su castillo, o en los ejemplares de León y Tafalla. Puede tratarse simplemente de representar al portero desempeñando sus funciones, pero también podría ser el propio rey, pues se aprecia ropa talar y una especie de corona sobre su cabeza. En una de las monedas acuñadas por Fernando II, posiblemente en Salamanca, se identifica un puente de siete arcos con el busto de un rey coronado sobre el mismo. En ambos casos se trataría de una alusión simbólica de la pertenencia al realengo, y de la protección de la monarquía sobre la villa.

La leyenda del anverso se desarrolla entre gráfilas cordonadas. La inscripción emplea letras capitales en su integridad, pero está incompleta en varias partes y ha dado lugar a diferentes interpretaciones. El texto conservado en el anverso es el siguiente:

(...)ET : VILLA : BONIS : CVCTIS : REGNV : (...) NIS

La restitución y traducción propuestas en su día por Vidal Aguado Seisdedos fueron las siguientes:

REGNV (M : BO‑) NIS : (MVLTIS : EMIN‑) ET : VILLA : BONIS : CVNCTIS:

(El reino destaca por muchos bienes; la villa por todos los bienes)

La lectura de Aguado Seisdedos, aunque muy meritoria y sugerente, plantea algunos problemas. En primer lugar, está la cuestión de la correcta orientación del sello en el anverso y el reverso. En prácticamente todos los sellos concejiles y reales la inscripción parte de una cruz, roseta, estrella o símbolo diferenciador que se sitúa en la parte superior. A partir de aquí, con muy pocas excepciones, la lectura de la leyenda se hace como en las monedas, en el sentido de las agujas del reloj.

En nuestro caso, la mencionada cruz debía estar en una de las partes perdidas, justamente en donde se desgajó de la tira o cuerda que unía el sello por su parte superior al pergamino. Según las fotografías del propio Aguado, la primera palabra legible no sería “REGNV”, sino “(...)ET”. La leyenda está en latín y todas sus palabras están separadas por una interpunción. Por regla general, la orla no suele contar con suficiente espacio para desarrollar la leyenda y obliga a incluir una o varias palabras de forma abreviada.

Un segundo problema tiene que ver con la propia estructura de la frase, pues al cambiar el punto de partida parece que no es posible la interpretación que se hace de la misma: “El reino destaca por muchos bienes; la villa por todos los bienes”. Sea como fuere, la leyenda del anverso pudiera hacer alusión a que de todas las partes o términos del reino se llevan bienes hacia la villa. Por ello, las figuras del sello nos presentan una ciudad próspera y bien abastecida, con un grupo de viandantes, con animales y cabalgaduras, que acuden a la puerta de su muralla a llevar sus productos y mercancías: “bonis cunctis”.

Uno de los elementos más emblemáticos del carácter urbano de las villas medievales fue su recinto amurallado. Su presencia era una forma de presentarse ante la comunidad. El gran historiador Pirenne resaltaba que no era posible concebir una ciudad sin sus murallas; era un derecho o, empleando el modo de hablar de aquella época, un privilegio que no falta a ninguna de ellas[12].

Esta identificación entre muralla y ciudad está ya presente en los textos medievales. Así, en Las Partidas de Alfonso X, a propósito del concepto de ciudad y sus rasgos definitorios, se señala que “doquier que sea fallado este nome ciudad que se entiende todo aquel lugar que es cercado de los muros, con los arravales e con los edificios que se tienen con ellos”. En otro apartado del código doctrinal alfonsino se atribuye como función propia del monarca la de “cercar las cibdades e las villas e los castillos de buenos muros e buenas torres, ca esto la faze ser más honrada e más noble e más apuesta, e demás, es grand segurança e grand amparamiento de todos comunalmente para en todo tiempo”.

La muralla de la ciudad cumplía otras funciones de gran trascendencia, además de la puramente defensiva o militar. Era una frontera jurídica que delimitaba el territorio urbano, dentro del cual tenía validez su fuero. También constituía una frontera fiscal, cuya finalidad era la protección del comercio, de las manufacturas propias y de la producción agraria en general.

Franquear esta barrera significaba entrar en otra realidad económica y, por tanto, hacer frente a una serie de imposiciones, de las que quizás la más significativa de todas ellas sea el portazgo. El mismo Pirenne, citado anteriormente, advertía como es precisamente la necesidad de seguridad y garantía jurídica reclamada por los mercaderes la que explica el carácter de fortaleza que muestran las ciudades en el Medievo.

Pero, por encima de todo, la cerca era el símbolo de su autonomía política y administrativa, el emblema de la ciudad, motivo iconográfico frecuente en los sellos concejiles, en la heráldica, en las miniaturas de los códices y en las obras de arte en general. Los concejos dedicaban grandes esfuerzos humanos y económicos a su mantenimiento. Todas estas circunstancias pueden explicar el carácter sagrado que se atribuía en la Edad Media a los muros de las ciudades. Así la Partida III, título XXVIII, ley XV comienza con el significativo epígrafe: “Como los muros e las puertas de las cibdades son llamadas cosas santas”[13].

Hay que recordar que Benavente contaba en aquella época con su mercado semanal y con su feria anual. El mercado, celebrado tradicionalmente el jueves, era el lugar donde se intercambiaban los productos del alfoz y del núcleo urbano. Desempeñaba un papel esencial en la economía de la ciudad y aseguraba el abastecimiento de los productos agrícolas. Fernando II ya había concedido algunas exenciones para los habitantes del alfoz que acudían a la villa o circulaban por sus términos con sus productos. Estas cuestiones debieron estar reguladas en el primitivo fuero, pero en carta de 1181 el rey prescribía: “Por lo demás, todo el que habitare en Benavente, en estos términos y alfoces, no dé portazgo de cosa alguna suya que llevare consigo, ni pague terrazgo de caza alguna que consigo conduzca”[14].

Fue Alfonso X quien en 1254 concedió al Concejo el derecho de hacer feria una vez al año en la villa, tres semanas después de la Pascua de Resurrección durante quince días. En el privilegio añadía: “et mando que todos aquellos que hy venir quisieren que vengan, salvos e seguros por todo mío regno e por todo mío sennorío con todas sus cosas” [15]. En las ferias no solo se acogía a los campesinos de los alrededores o a los mercaderes de las aglomeraciones vecinas, sino que llegaban a las puertas de las murallas caravanas, convoyes de acémilas o mercaderes solitarios venidos de lejos, de otros reinos o incluso de Al‑Ándalus.

Esa es la imagen que se nos quiere transmitir con el grupo de caminantes, acémilas y cabalgaduras llegando “salvos y seguros” a las puertas de la ciudad, y bien aprovisionados de todo tipo de mercadurías. A mediados del siglo XIII, Benavente era ya una importante encrucijada del noroeste de la Península, donde morían o nacían los caminos de Galicia, Asturias, el valle del Duero y Extremadura.

El reverso: la villa de los buenos vientos

Las figuras del reverso se acomodan al tipo de sello denominado parlante. Se trata de composiciones sigilares que incluyen alguna figura o pieza, cuya denominación alude y designa al titular que representan, o al nombre mismo de la ciudad. Revelan una particular preocupación por buscar una explicación a los nombres, lugares o construcciones que formaban parte de su vida cotidiana. Permiten así interpretar gráficamente el contenido, a veces con una imaginación e ingenuidad conmovedoras.

En nuestro sello se presenta a cuatro ángeles trompeteros, dispuestos en aspa y soplando sobre un núcleo central formado por tres discos concéntricos. Son ángeles alados, tienen los carrillos hinchados, el cabello erizado y se sustentan sobre nubes. Los tres círculos deben representar el emplazamiento de la villa.

Respecto a la leyenda, al igual que en el anverso, está parcialmente perdida. El texto conservado es el siguiente:

(...)T : TRAD : VENT (...) DANT : SIC : BENAVENT(...) (A...)

La restitución y traducción propuesta en su día por Vidal Aguado Seisdedos fue:

VENTI : (FECVN‑) DANT : SIC : BENAVENT‑(I : VILL‑) A : (REFER‑) TIRA (TUR).

(Los vientos fecundan y así la villa está rebosante). 

Eduardo Fuentes Ganzo ofreció la siguiente variación en el catálogo Dinero y moneda en un concejo medieval:

SIG(ILVUM) : BENAVENT(VM : VILL)A T: TRA : VENTI : (FECVN) DANT :

(Sello de la villa de Benavente, fecundada por los cuatro vientos)

De nuevo, en la lectura de Aguado Seisdedos encontramos una dificultad con el punto de partida para la correcta interpretación de la inscripción. Según sabemos por la matriz del sello de Cuéllar, y por otras, las dos tablas se unían por vástagos encajados en las orejas perforadas, garantizando que las dos caras del sello resultante quedaran correctamente orientadas. Las leyendas del anverso y el reverso parten así de un mismo punto, situado en la parte alta de la orla.

En este caso, la lógica invita a situar los cuatro ángeles en aspa, con su cabeza y cabellos en su posición natural, colocados verticalmente. De esta manera, la primera palabra sería ilegible y acabaría con la letra “T”. Tenemos dos palabras clave para interpretar, al menos, el sentido del mensaje: “VENTI” y “BENAVENTUM” o “BENAVENTI”. En el medio hay un verbo acabado en “[..DANT]”. Podría ser “FECUNDANT”, pero también “SECUNDANT” (favorecen).

En la propuesta de lectura de Eduardo Fuentes Ganzo el principal inconveniente viene dado por la palabra “SIGILVM”, que parece inviable, pues en esa parte de la leyenda leemos claramente “SIC”. En todo caso, no deja de ser llamativo que no encontremos en el anverso o el reverso palabras como sigillum o concilii claramente identificadas. En este aspecto, las dos leyendas se apartan de la práctica habitual en los municipios del área de León y Castilla.

Tanto en el mundo clásico, como en la cultura cristiana, existió una diferenciación entre los vientos favorables y desfavorables. Los vientos podían ser benefactores o destructores. Desde antiguo, se consideró que los vientos eran variados y, a veces, mixtos en sus efectos. Tuvieron diferentes denominaciones, pero todos ellos se agrupaban en cuatro principales, distribuidos según los cuatro puntos cardinales.

La mitología clásica identificó al viento con el dios Eolo y sus subordinados. Para los griegos era muy importante conocer la procedencia y las características de los vientos, ya que era un pueblo comerciante, con navegación intensa por todo el Mediterráneo. De ello da testimonio la Torre de los Vientos de Atenas, un edificio imponente con frisos decorados construido en el siglo I a. C., cerca del Ágora romana y a los pies de la Acrópolis.

En el cristianismo se hace de los vientos unos mensajeros divinos, con lo cual se les asocia habitualmente con los ángeles. En varios textos de la literatura cristiana la misión de estos ángeles, provistos de tubas, odres o trompetas, es la de contener o frenar los vientos, según recoge la visión apocalíptica de Juan: “Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre ningún árbol”[16]. Estos cuatro ángeles trompeteros evocan también un pasaje del Evangelio de Mateo: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”[17].

Subyace en toda está simbología una concepción antigua del espacio: el cosmos se sostiene sobre cuatro ángeles que tienen como principal misión regular los cuatro vientos para evitar catástrofes, o bien para provocarlas. Representaciones de estas visiones las encontramos en las miniaturas de los Beatos. En el Beato de Gerona reconocemos a los cuatro ángeles con sus trompetas frenando los vientos en los cuatro ángulos del folio 135r. A la misma tipología responde el ángel del Beato de Tábara en su folio 98v., pero ilustrando un pasaje distinto del Apocalipsis, la tercera trompeta: “El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas”[18]. En las copias del siglo XII de estos manuscritos, como en el Beato de Mánchester, se sigue manteniendo esta iconografía.

Pero los cuatro vientos actuando sobre la villa pueden tener también segundas lecturas, y esta es una circunstancia común a muchas manifestaciones del arte medieval. Su primera interpretación es compatible con representaciones metafóricas diversas, como pueden ser el número naturalezas, el de pueblas, distritos o comarcas que lo conforman, linajes, alcaldes, el de unidades de que se compusiera la hueste cuando era convocada, etc.

Parece claro que los asuntos iconográficos del reverso y su leyenda deben interpretarse como una alegoría del nombre de la ciudad, y una referencia a su emplazamiento privilegiado. Varios concejos medievales adoptaron en sus sellos y emblemas alguno de estos motivos parlantes: La villa de Estella exhibía una gran estrella; Olite ilustraba su nombre con un olivo con sus hojas y aceitunas; Cifuentes, con su multitud de fuentes (septem fontes o centum fontes); Medina de Pomar, con un magnífico manzano o pomar cuajado de fruta; Teruel, con un toro pasante; Carrión de los Condes, con un carro o carreta sin yunta; Escalona, con una gran escala o escalera de mano, etc. No siempre estas identificaciones tenían una rigurosa justificación histórica o etimológica, pero acabaron por imponerse y volvemos a encontrarlas en las figuras de la heráldica municipal.

Sabemos por la documentación de la cancillería de Fernando II que en los últimos meses del año 1168 se debió producir la mutación de la denominación oficial del antiguo castro de Malgrad por el nuevo Benaventum. Sin duda, ese nombre de Malgrad tenía para propios y ajenos unas connotaciones negativas, poco acordes con un nuevo concejo que pretendía atraer pobladores. A esta iniciativa del cambio de nombre no debió ser ajeno el propio rey leonés, que también fomentó la repoblación, el cambio de denominación y, en su caso, el traslado de emplazamiento de otras villas. Fue el caso de Tuy, que sufrió un traslado de sus pobladores y recibió durante algún tiempo el nombre de Bonanventurum.

Los reyes intentaron fomentar el dinamismo de las nuevas villas que se fueron creando a lo largo y ancho de sus reinos con topónimos eufónicos, agradables al oído y siempre con trasuntos positivos. En Asturias, la antigua Maliayo tomó el nombre de Villaviciosa, en alusión a una villa próspera y abundante en sus recursos. Cuando Alfonso X hacía relación, en su Estoria de España, de las ciudades que habían mudado su nombre, incluyó entre ellas a Benavente:

“... Compostela, esta es Sanctiago, et despues fue passada a ella ell arçobispado de Merida; León: Flor; Coyanca: Valencia; Malgrad: Benauent; Rama: Astorga; Domnos sanctos: Sant Fagunt; Ell obispado de Lucerna, que era en las Asturias, es agora passado a la cibdad de Ouiedo; Numancia: Çamora; Pace: Badaioz; Moriana: Castro Toraf; Campus gothorum: Toro”[19].

Se ha venido considerando el viento como un exponente de la mutabilidad y la versatilidad. En este sentido, es un poder temible, incontrolable y ciego. Pero el viento puede ser también equiparado a soplo o hálito, en cuyo caso adquiere valores de una energía creadora y consciente. En el segundo capítulo del Génesis, al hablar de la creación del hombre, leemos: “Y entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”[20].

San Isidoro estableció en sus obras una categorización de cuatro vientos principales y otros secundarios, hasta alcanzar la cifra de doce. A cada uno de ellos les atribuyó diversas virtudes e inconveniencias. Por medio de la gran autoridad del obispo sevillano se introdujo en el Occidente cristiano la costumbre de representar la rosa de los doce vientos, que se desarrolló en numerosas manifestaciones iconográficas y con todo tipo de variantes durante toda la Edad Media. En una de las miniaturas del Códice Albeldense o Vigilano se nos ofrece una interesante visión de estos doce vientos girando en torno a un disco central.

En el tapiz de la Creación de Gerona, del siglo XI, los vientos fueron representados en las cuatro enjutas del rectángulo que inscribe el círculo central. Están dispuestos según la concepción homérica, como figuras jóvenes aladas, insuflando dos cuernos y cabalgando sobre un odre lleno de aire. Responden al relato mitológico en el que el señor de los vientos, Eolo, entrega a Ulises todos los vientos encerrados en un odre. Pero también actúan siguiendo lo descrito en la Creación del Génesis, flotando como elementos bienhechores.

En Benavente se cuenta también con una sugerente representación de los cuatro vientos en relación con el momento de la Creación. Forma parte de los frescos que decoran las bóvedas del presbiterio de la iglesia de Santa María del Azogue. Bajo los arcos que sostienen las bóvedas, en los muros que hay en torno a las ventanas, había cuatro grandes cabezas con las mejillas hinchadas, pero se conservan solamente dos en el lado sur. Uno está identificado mediante una inscripción: es Solano. De los otros dos, en el lado norte, no han quedado restos[21].

Las bóvedas fueron pintadas en la primera mitad del siglo XVI, probablemente bajo la iniciativa de Alonso Pimentel, V conde de Benavente (1499‑1530). Su estilo emparenta con el llamado Cielo de Salamanca, una monumental visión astrológica y astronómica que decoraba las bóvedas de la antigua librería de la Universidad. Los frescos fueron pintados por Fernando Gallego en torno al año 1482.

Podemos concluir, a la vista de lo transmitido en las figuras del reverso de nuestro sello, que el Benaventum de los diplomas de los siglos XII y XIII debe traducirse, ya sin género de dudas, por “buenos vientos”. Esa es, desde luego, la interpretación que hacían los benaventanos de mediados del siglo XIII, y así quisieron perpetuarlo en la memoria colectiva, a través de la alegoría de los cuatro ángeles que siembran o distribuyen los vientos favorables sobre la villa.



[1] J. MENÉNDEZ PIDAL, Catálogo. Sellos españoles de la Edad Media, Madrid, 1918, pp. 185-186.

[2] A. GUGLIERI NAVARRO, Catálogo de sellos de la Sección de Sigilografía del Archivo Histórico Nacional, Madrid, 1974, núm. 2001, tomo III, p. 68.

[3] G. CAVERO DOMÍNGUEZ, Colección documental del monasterio de San Esteban de Nogales (1149‑1498), León, 2001, doc. 109.

[4] V. AGUADO SEISDEDOS, V., “El sitio de Benavente por el duque de Lancaster y el rey João I de Portugal”, Brigecio. Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 3 (1993), pp. 157 y 159.

[5] P. MARTÍNEZ SOPENA, V. AGUADO SEISDEDOS R y R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Privilegios reales de la villa de Benavente (Siglos XII‑XIV), Salamanca, 1996.

[6] VV. AA., Más vale volando. Por el Condado de Benavente, Catálogo de la exposición. Benavente, 1998, p. 89.

[7] E. FUENTES GANZO, Dinero y moneda en un concejo medieval: En el umbral del euro (1202‑2002), Benavente, 2001, p. 106 y Regnum. Corona y Cortes en Benavente (1202‑2002), Benavente, 2002, p. 218.

[8] G. CAVERO DOMÍNGUEZ, C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J.A. MARTÍN FUERTES, Colección documental del archivo diocesano de Astorga, León, 2001, docs. 85 y 86.

[9] R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, “Puentes, barcas e infraestructura viaria medieval en los ríos del norte de Zamora”, Las vías de comunicación en el noroeste ibérico. Benavente: encrucijada de caminos, Benavente, 2004, pp. 69‑98.

[10] En torno toda esta iconografía véase: G. MENÉNDEZ PIDAL, La España del siglo XIII leída en imágenes, Madrid, 1986.

[11] R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, “Infraestructura urbana y hacienda concejil. La cerca medieval de Benavente”, Brigecio. Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 7 (1997), pp. 151‑184.

[12] J. PIRENNE, Las ciudades en la Edad Media, Madrid, 1984, p. 99.

[13] ALFONSO X, Las Siete partidas del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1807.

[14] P. MARTÍNEZ SOPENA, V. AGUADO SEIS‑DEDOS y R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Privilegios reales de la villa de Benavente (Siglos XII‑XIV), Salamanca, 1996, doc. 2.

[15] Privilegios reales…, doc. 3.

[16] Apocalipsis, 7, 1‑3

[17] Mateo, 24,31.

[18] Apocalipsis 8, 10‑11.

[19] R. MENÉNDEZ PIDAL (Ed.), Primera Crónica General o sea Estoria de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289, Madrid, 1906.

[20] Génesis 2,7.

[21] E. HIDALGO MUÑOZ “El Cielo de Benavente”, Brigecio. Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 17 (2007), pp. 217‑237.


Bibliografía

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Partes principales de un sello medieval
"Signum" de los alcaldes y el concejo de Benavente en un documento del año 1187 (Archivo de la Nobleza de Toledo)
"Signum" del notario Gonzalo Miguélez en un documento del año 1278 (Archivo del monasterio de Santa Clara de Benavente)
Sello de cera del Concejo de Benavente (reverso) - Copia en resina
El Sello de Benavente, según Vidal Aguado Seisdedos - Anverso
El Sello de Benavente, según Vidal Aguado Seisdedos - Reverso
Fotografía del fragmento del sello existente en el Archivo Histórico Nacional en el Catálogo de Juan Menéndez Pidal (1921)
Pergamino del Archivo Histórico Nacional con el fragmento del sello del Concejo. Catálogo "Corona y Cortes en Benavente"
Sello del Concejo de Benavente. Fotografía de Vidal Aguado Seisdedos (anverso)

Sello del Concejo de Benavente. Fotografía de Vidal Aguado Seisdedos (Reverso)
Los cuatro ángeles sobre sobre los cuatro ángulos de la Tierra. Beato de Manchester (Siglo XII)
Acuerdo del año 1333 del Concejo de Benavente sobre los herederos de Sitrama de Tera. Se aprecia la cinta trenzada de la que pendería el sello de cera del Concejo. (Archivo Municipal de Benavente)
Sello de cera del Concejo de Zamora. Año 1273. (Archivo de la Catedral de Zamora). Catálogo "Alfonso IX y su época".
Matriz del sello concejil de Cuéllar (Segovia), con su prensa o tórculo y sus dos tablas. Siglo XIII. (Museo Arqueológico Nacional). Catálogo "Fueros y cartas pueblas de Castilla y León"
Un rey, posiblemente Fernando II, entrega un privilegio, doblado y con su sello pendiente. Miniatura del "Libro de los Privilegios de Toledo".