domingo, 23 de noviembre de 2014

De epigrafía benaventana (V) - La última morada de doña María


Espacio de la iglesia donde se encuentra la inscripción

Muy pocos testimonios documentales tenemos sobre la edificación de la iglesia de Santa María del Azogue. Por afinidad estilística con la iglesia de San Juan del Mercado, de la que sí contamos con datos más precisos, se ha supuesto que ambas habrían sido iniciadas en el último cuarto del siglo XII, coincidiendo con la repoblación de la villa por Fernando II y la concesión de los fueros. Fue concebida desde un principio como el templo principal de la villa, y de ello dan fe sus dimensiones y su ambicioso plan, con cinco ábsides en la cabecera, cuatro portadas y un transepto muy marcado volumétricamente. Su propia denominación: “del Azogue”, esto es, del mercado, la sitúa en uno de los lugares más privilegiados del primitivo plano urbano.

En 1230 se menciona ya el templo en un documento de la catedral de Oviedo. El obispo de Oviedo, Juan, cumpliendo la avenencia hecha con el prelado de Compostela, por rentas exigidas por este a la diócesis de Oviedo, se compromete al pago de 120 áureos cuando los pida al de Compostela en la iglesia de Santa María del Azogue: "...apud Benaventum in ecclesia de Sancte Marie de Azogue...", y a dar 5 áureos por cada día de retraso.

Nos ocupamos ahora del que es, sin duda, el más antiguo testimonio epigráfico de Santa María del Azogue y, a la vez, primera noticia de esta iglesia. Su examen resulta realmente problemático, pues actualmente existen diversos elementos que ocultan y dificultan su lectura. Por ello la inscripción pasa totalmente desapercibida para la mayoría de los visitantes.

Se encuentra en el interior del templo, al pie del acceso meridional, junto a un lucillo del crucero y grabado en un sillar bastante desgastado. La sobrepuerta de madera, que hace de "cortavientos", parte en dos el epígrafe y oculta una parte del texto. A estos inconvenientes hay que añadir la reja que cierra una hornacina próxima y algunos pegotes de cemento sobre el propio sillar. Todas estas dificultades no impiden constatar que estamos ante un epígrafe funerario.

Hacia 1903 Manuel Gómez Moreno pudo leer la mayor parte del texto, con la excepción del nombre completo de la difunta. En aquel momento no debía de existir la sobrepuerta, cuya colocación debe situarse con posterioridad a la restauración del arquitecto Ferrant, en los años 30. Su lectura es la siguiente:

Hic [requiescit] dop[na mar]ia ore
pro ea era M CC LX
IIII idus madii

Parte visible del epígrafe

La lectura que hizo más recientemente Máximo Gutiérrez Álvarez sigue en lo fundamental a Gómez Moreno, pero aporta algunas precisiones y la traducción del texto. La parte visible mide 31 x 30 cms. En la caja del texto sólo se aprecian las tres últimas líneas, de 18 x 25 cms. La letra es pregótica de 50 mms. de altura.

[HIC REQVIESCIT]
[DOPNA MARIA ORE]
PRO EA ER[A M CC LX]
IIII : IDVS : M[ADII]

[Hic requiescit dompna Maria Orate] pro ea. Er[a millesima ducentesima sexagesima], quarto idus m[adii]. 

Aquí descansa doña María. Orad por ella. Doce de mayo del año 1222.

En esta lectura de Máximo Gutiérrez hay un error manifiesto en la fecha, pues la Era MMCCLXIIII corresponde al año 1226, tal y como lee Gómez Moreno.

Parte del epígrafe semioculta tras la reja

Sobre la identidad de esta misteriosa doña María, a falta de certezas no podemos sino hacer conjeturas, siempre y cuando aceptemos la lectura y restitución del nombre realizada por Gómez Moreno. En los siglos centrales de la Edad Media el tratamiento de "don" y "doña" estaba reservado a personas con cierta preeminencia social, bien por pertenecer a familias nobiliarias o bien por contar con unos bienes patrimoniales importantes. Como en la inscripción no se consigna el apellido o filiación de doña María, debemos suponer que este era el nombre con el que fue conocida popularmente. En cualquier caso, el uso de este tratamiento dentro de un epitafio indica un especial prestigio dentro de la comunidad de vecinos o parroquianos.

Buscando entre los documentos medievales de la primera mitad de siglo XIII alguna posible candidata que reúna estos requisitos encontramos a doña María Domínguez, mujer de don Giraldo e hija de Domingo Muñiz de Velilla o Villela, quien en 1221 hacía una donación al monasterio de San Martín de Castañeda de la yugada que poseía en Santa Cristina de la Polvorosa, comprada junto con su anterior marido don Cristóbal, y recibe el usufructo vitalicio de varios bienes, y otros en propiedad. Estos bienes pasarían al monasterio a la muerte de la donante. Velilla era una antigua aldea del concejo situada entre Benavente y Santa Cristina.

Por este documento sabemos que doña María estaba muy vinculada a Benavente, donde con toda probabilidad residía, pues entre los bienes de los que disfrutará se encuentran casas en la villa, viñas en los pagos de Valcarrero y Valdegata, así como dos bancos en la "carnicería vieja". En el texto que conservamos no consta la elección de sepultura en el monasterio de San Martín de Castañeda, hecho muy habitual en este tipo de documentos, por lo que nada impide que hubiera elegido la parroquia de Santa María del Azogue como última morada.

El epígrafe parece ser un recordatorio del lugar donde reposaban los restos de esta mujer influyente. Pudo ser realizado por sus propios familiares, o también por la comunidad de clérigos, tal vez en agradecimiento por haber realizado importantes donaciones piadosas para el sostenimiento del templo o por su especial vinculación con la parroquia.