El castillo de Benavente, según fotografía de Charles Clifford (1854) |
El paso de los ejércitos británico e inglés por Benavente en el invierno de 1808-1809 dejó unas secuelas imborrables, tanto en el imaginario colectivo como el el patrimonio histórico, artístico y arquitectónico. Son las tropas del general Moore, en su precipitada retirada hacia La Coruña, las que primero recalan en Benavente y dan rienda suelta a sus instintos más primarios.
La falta de colaboración, la indiferencia o el desprecio de la población civil, así como los efectos de la desesperación, el hambre y la embriaguez movieron a unos soldados famélicos y agotados a abandonar el orden y la disciplina, y entregarse al pillaje y la destrucción.
El mismo Moore hace alusión en sus cartas a un comportamiento ejemplar hasta entonces que se ve repentinamente empañado por los atropellos cometidos por la columna que a través de Valderas se dirigía a Benavente.
El día 27 se hace pública desde Benavente una orden general advirtiendo a los oficiales que no se tolerarán nuevas muestras de desobediencia a las normas, aunque en parte se intentan disculpar por la nula cooperación ofrecida por la población civil. James Carrick Moore también intentará explicar meses después -que no justificar- la pésima imagen ofrecida por la tropa, que causaba graves perjuicios a un país al que habían sido enviados teóricamente a proteger. A los argumentos esgrimidos por su hermano, añadirá la poca atención prestada por las autoridades españolas y también un cierto desconcierto, dentro de los mandos militares, por unos movimientos y unas operaciones que no se acaban de entender. De hecho, la última parte de la orden general va dirigida específicamente a amonestar a los oficiales que han criticado abiertamente las decisiones tomadas por Moore.
El Castillo de Benavente, según litografía de William Bradford (1808) |
El Castillo de Benavente, según Robert Ker Porter (1808) |
El Castillo de Benavente, según dibujo de Richard Ford (1832) |
El Castillo de Benavente, según E. Varela y Kraskouski (1848) |
A pesar de los esfuerzos de los oficiales por evitar, en la medida de lo posible, el afán de destrucción de la tropa, las estancias del Castillo fueron objeto de un expolio inmisericorde. James Wilmot Ormsby, capellán del Estado Mayor británico, narraba así su impotencia:
“...¡oh!, ¡cómo partía el corazón observar cómo todo lo que era combustible lo tomaba la soldadesca (pues aquí estaban acuartelados dos regimientos), se encendían hogueras junto a las maravillosas paredes, y se amontonaban como basura pinturas de elevado precio, y se las destinaba a las llamas”.
En parecidos términos se expresaba el teniente Augustus Schaumann:
"Bayonetas y clavos de donde había colgados sus morrales y cartucheras, se repartían ahora por las grietas de esas valiosas columnas o en las paredes hermosamente decoradas. En la gran chimenea de mármol, ardía un enorme fuego alimentado con los pedazos a los que habían reducido los muebles, magníficas antigüedades doradas o laboriosamente talladas. Lo mismo ocurría en el patio, donde las paredes habían quedado ennegrecidas por el hollín. Sobre estas fogatas habían colocado las cacerolas del regimiento. Las mujeres de los soldados lavaban sus cosas y las colgaban donde les parecía. Buena parte de lo que había fue destruido sin ningún miramiento y se registró hasta la última esquina en busca de algún botín".
El mismo Schaumann admite que buena parte de estos atropellos se realizaban por venganza, ante un país al que habían venido "engañados" por los españoles y les había dejado en la estacada, colocándoles en una situación peligrosa en la que ya no cabía sino una huida ignominiosa". La lectura positiva de esta crónica de la desolación en el castillo de Benavente, a juicio de este mismo militar, era que al menos se ejercía la venganza "sólo" con bienes muebles e inmuebles y no en los habitantes del país.
Sin embargo, el incendio final del edificio, el que originó su destrucción total, debió producirse a partir del 7 de enero de 1809, ya con la ciudad bajo control francés. Fernández Brime precisa que el luctuoso suceso tuvo lugar "pocos días después" del incendio del monasterio de San Francisco, ocurrido el día 6.
El Conde de Toreno, intentando exculpar al ejército inglés de toda responsabilidad, señala: "Censuró agriamente el general inglés la conducta de sus soldados; más de poco sirvió. Prosiguieron sus desmanes, y en Benavente devastaron el palacio de los condes-duques del mismo nombre, notable por su antigüedad y extensión; mas no fue entonces cuando se quemó, según algunos han afirmado. Nos consta, por información judicial que de ello se hizo, que sólo el 7 de enero apareció incendiado, durando el fuego muchos días, sin que se pudiese cortar".
Cuando acabó la guerra, en 1814, la condesa María Josefa Pimentel dio orden de trasladar a su palacio madrileño de la Alameda de Osuna, todos los mármoles, columnas y piezas "de mérito particular" que se pudieran recuperar. Según las averiguaciones realizadas a instancia de la condesa-duquesa y los testimonios de diversos testigos se supo que "la noche del día diez y siete de henero del año de mil ochocientos y nueve se incendió y abrasó el castillo o fortaleza en donde existía la expresada contaduría, perdiéndose quanto en ella havía".
Respecto a la duración del incendió y los intentos de sofocarlo un testigo afirmaba: "cuyo incendio tubo principio en la misma oficina y sitio inmediato, motivo por el qual ni se pudo cortar, ni dejó de estar ardiendo todo el edificio por espacio de quince días, haviéndose reducido a cenizas; sin que hubiesen podido recoger cosas algunas; pues aunque la tropa salió de ella, luego que tomó cuerpo el fuego, ya no fue posible cortarlo".
Según la documentación exhumada por Mercedes Simal, hacia los años 1837-1841 el duque de Osuna promovió nuevas gestiones para recuperar algunos objetos. Deseaba averiguar "... si en el castillo se conservan todavía algunas paredes exteriores en buen estado, columnas, escaleras, ventanas, almenas, torres a las que pueda sacarme algún dibujo exacto [...] si cree usted que en la destrucción y quema pudieron quedar sepultadas algunas armaduras u otras cosas que merecieron conservarse".
En este caso, como vemos, su interés se centraba en la antigua armería, una de las glorias más celebradas por viajeros y cronistas. Se acometieron incluso algunas excavaciones entre los escombros en busca de alguna pieza aprovechable, pero con muy escaso éxito:
"... después de realizar la pequeña escabación de un estremo de la armería de esta Fortaleza, viendo no se encontraba ningún fragmento de las vestiduras que allí existieron antiguamente; en fuerza de diligencia he podio proporcionar una alavarda de yerro completa de las mismas que allí huvo y otro morrión de distinta figura que la de los dos que di conocimiento".
Ruinas del Castillo, según fotografía anónima de finales del siglo XIX |
Restos del Castillo de la Mota, según una postal de principios del siglo XX |
El Castillo de Benavente, según una fotografía de hacia 1920 |
Torreón y Cuestos de la Mota, según fotografía de Pablo Testera |
El torreón del Caracol, según una postal de los años 60 |
El Castillo de Benavente en 1540, según pintura de Pedro Sánchez Lago |
Ruinas del Castillo de Benavente, según pintura de Pedro Sánchez Lago (1900) |
Acompañando a los ejércitos inglés y francés, llegaron a Benavente ingenieros, cartógrafos, dibujantes y artistas. De algunos de ellos conservamos impagables testimonios gráficos que, con mayor o menor fortuna, dejaron constancia de la situación del castillo en estos vibrantes momentos. Deben destacarse, de entre ellos, las imágenes recogidas por Bradford, Bacler d´Albe y Porter.
William Bradford fue capellán de brigada del ejército del general Moore en España. Entre 1809 y 1813 se publicó en Londres su obra "Sketches of the Country, Character, and Costume in Portugal and Spain". Su libro incluye vistas de ciudades, paisajes y tipos con trajes militares y populares. Bradford estuvo en Benavente a finales de 1808 y fue testigo del saqueo de la fortaleza, dejando constancia gráfica con una vista del castillo desde Poniente.
Albert Louis Bacler d´Albe (1761-1824), militar, cartógrafo y artista francés, es sobre todo conocido por sus cuadros de batalla, retratos y por sus cartas geográficas y litografías. De su estancia en Benavente en 1808 nos dejó una curiosa litografía del castillo. La representación resulta poco fidedigna y con elementos gratuitos, como el paisaje urbano de fondo. Tal vez la estampa se recreó más tarde sobre rápidos bosquejos tomados al natural.
Robert Ker Porter fue viajero, diplomático, explorador y pintor. En 1804 trabajaba como artista en la corte del Zar. De su estancia en Benavente en 1808-1809 conservamos un carboncillo coloreado, con uno de los últimos testimonios gráficos más conmovedoramente románticos sobre el castillo antes del incendio. Su emotivo relato fue publicado poco después en "Letters from Portugal and Spain Written during the March of the British Troops under Sir John Moore", Londres, 1809.