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jueves, 18 de diciembre de 2008

El expolio e incendio del Castillo de Benavente - Memorias de la Guerra de la Independencia

El castillo de Benavente, según fotografía de Charles Clifford (1854)

El paso de los ejércitos británico e inglés por Benavente en el invierno de 1808-1809 dejó unas secuelas imborrables, tanto en el imaginario colectivo como el el patrimonio histórico, artístico y arquitectónico. Son las tropas del general Moore, en su precipitada retirada hacia La Coruña, las que primero recalan en Benavente y dan rienda suelta a sus instintos más primarios.

La falta de colaboración, la indiferencia o el desprecio de la población civil, así como los efectos de la desesperación, el hambre y la embriaguez movieron a unos soldados famélicos y agotados a abandonar el orden y la disciplina, y entregarse al pillaje y la destrucción.

El mismo Moore hace alusión en sus cartas a un comportamiento ejemplar hasta entonces que se ve repentinamente empañado por los atropellos cometidos por la columna que a través de Valderas se dirigía a Benavente. 

El día 27 se hace pública desde Benavente una orden general advirtiendo a los oficiales que no se tolerarán nuevas muestras de desobediencia a las normas, aunque en parte se intentan disculpar por la nula cooperación ofrecida por la población civil. James Carrick Moore también intentará explicar meses después -que no justificar- la pésima imagen ofrecida por la tropa, que causaba graves perjuicios a un país al que habían sido enviados teóricamente a proteger. A los argumentos esgrimidos por su hermano, añadirá la poca atención prestada por las autoridades españolas y también un cierto desconcierto, dentro de los mandos militares, por unos movimientos y unas operaciones que no se acaban de entender. De hecho, la última parte de la orden general va dirigida específicamente a amonestar a los oficiales que han criticado abiertamente las decisiones tomadas por Moore.

El Castillo de Benavente, según litografía de Bacler d´Albe (1809)

El Castillo de Benavente, según litografía de William Bradford (1808)

El Castillo de Benavente, según Robert Ker Porter (1808)

El Castillo de Benavente, según dibujo de Richard Ford (1832)

 El Castillo de Benavente, según E. Varela y Kraskouski (1848)

A pesar de los esfuerzos de los oficiales por evitar, en la medida de lo posible, el afán de destrucción de la tropa, las estancias del Castillo fueron objeto de un expolio inmisericorde. James Wilmot Ormsby, capellán del Estado Mayor británico, narraba así su impotencia:

“...¡oh!, ¡cómo partía el corazón observar cómo todo lo que era combustible lo tomaba la soldadesca (pues aquí estaban acuartelados dos regimientos), se encendían hogueras junto a las maravillosas paredes, y se amontonaban como basura pinturas de elevado precio, y se las destinaba a las llamas”.

En parecidos términos se expresaba el teniente Augustus Schaumann:

"Bayonetas y clavos de donde había colgados sus morrales y cartucheras, se repartían ahora por las grietas de esas valiosas columnas o en las paredes hermosamente decoradas. En la gran chimenea de mármol, ardía un enorme fuego alimentado con los pedazos a los que habían reducido los muebles, magníficas antigüedades doradas o laboriosamente talladas. Lo mismo ocurría en el patio, donde las paredes habían quedado ennegrecidas por el hollín. Sobre estas fogatas habían colocado las cacerolas del regimiento. Las mujeres de los soldados lavaban sus cosas y las colgaban donde les parecía. Buena parte de lo que había fue destruido sin ningún miramiento y se registró hasta la última esquina en busca de algún botín".

El mismo Schaumann admite que buena parte de estos atropellos se realizaban por venganza, ante un país al que habían venido "engañados" por los españoles y les había dejado en la estacada, colocándoles en una situación peligrosa en la que ya no cabía sino una huida ignominiosa". La lectura positiva de esta crónica de la desolación en el castillo de Benavente, a juicio de este mismo militar, era que al menos se ejercía la venganza "sólo" con bienes muebles e inmuebles y no en los habitantes del país.

Sin embargo, el incendio final del edificio, el que originó su destrucción total, debió producirse a partir del 7 de enero de 1809, ya con la ciudad bajo control francés. Fernández Brime precisa que el luctuoso suceso tuvo lugar "pocos días después" del incendio del monasterio de San Francisco, ocurrido el día 6.
El Conde de Toreno, intentando exculpar al ejército inglés de toda responsabilidad, señala: "Censuró agriamente el general inglés la conducta de sus soldados; más de poco sirvió. Prosiguieron sus desmanes, y en Benavente devastaron el palacio de los condes-duques del mismo nombre, notable por su antigüedad y extensión; mas no fue entonces cuando se quemó, según algunos han afirmado. Nos consta, por información judicial que de ello se hizo, que sólo el 7 de enero apareció incendiado, durando el fuego muchos días, sin que se pudiese cortar".

Cuando acabó la guerra, en 1814, la condesa María Josefa Pimentel dio orden de trasladar a su palacio madrileño de la Alameda de Osuna, todos los mármoles, columnas y piezas "de mérito particular" que se pudieran recuperar. Según las averiguaciones realizadas a instancia de la condesa-duquesa y los testimonios de diversos testigos se supo que "la noche del día diez y siete de henero del año de mil ochocientos y nueve se incendió y abrasó el castillo o fortaleza en donde existía la expresada contaduría, perdiéndose quanto en ella havía".

Respecto a la duración del incendió y los intentos de sofocarlo un testigo afirmaba: "cuyo incendio tubo principio en la misma oficina y sitio inmediato, motivo por el qual ni se pudo cortar, ni dejó de estar ardiendo todo el edificio por espacio de quince días, haviéndose reducido a cenizas; sin que hubiesen podido recoger cosas algunas; pues aunque la tropa salió de ella, luego que tomó cuerpo el fuego, ya no fue posible cortarlo".

Según la documentación exhumada por Mercedes Simal, hacia los años 1837-1841 el duque de Osuna promovió nuevas gestiones para recuperar algunos objetos. Deseaba averiguar "... si en el castillo se conservan todavía algunas paredes exteriores en buen estado, columnas, escaleras, ventanas, almenas, torres a las que pueda sacarme algún dibujo exacto [...] si cree usted que en la destrucción y quema pudieron quedar sepultadas algunas armaduras u otras cosas que merecieron conservarse".

En este caso, como vemos, su interés se centraba en la antigua armería, una de las glorias más celebradas por viajeros y cronistas. Se acometieron incluso algunas excavaciones entre los escombros en busca de alguna pieza aprovechable, pero con muy escaso éxito:

"... después de realizar la pequeña escabación de un estremo de la armería de esta Fortaleza, viendo no se encontraba ningún fragmento de las vestiduras que allí existieron antiguamente; en fuerza de diligencia he podio proporcionar una alavarda de yerro completa de las mismas que allí huvo y otro morrión de distinta figura que la de los dos que di conocimiento".

Ruinas del Castillo, según fotografía anónima de finales del siglo XIX

Puerta de Santiago a finales del siglo XIX

Restos del Castillo de la Mota, según una postal de principios del siglo XX

El Castillo de Benavente, según una fotografía de hacia 1920

Torreón y Cuestos de la Mota, según fotografía de Pablo Testera

El torreón del Caracol, según una postal de los años 60

Vistas del Castillo de Benavente en 1574 y 1900, según pintura de Pedro Sánchez Lago (1902)

El Castillo de Benavente en 1540, según pintura de Pedro Sánchez Lago

Ruinas del Castillo de Benavente, según pintura de Pedro Sánchez Lago (1900)

Acompañando a los ejércitos inglés y francés, llegaron a Benavente ingenieros, cartógrafos, dibujantes y artistas. De algunos de ellos conservamos impagables testimonios gráficos que, con mayor o menor fortuna, dejaron constancia de la situación del castillo en estos vibrantes momentos. Deben destacarse, de entre ellos, las imágenes recogidas por Bradford, Bacler d´Albe y Porter.

William Bradford fue capellán de brigada del ejército del general Moore en España. Entre 1809 y 1813 se publicó en Londres su obra "Sketches of the Country, Character, and Costume in Portugal and Spain". Su libro incluye vistas de ciudades, paisajes y tipos con trajes militares y populares. Bradford estuvo en Benavente a finales de 1808 y fue testigo del saqueo de la fortaleza, dejando constancia gráfica con una vista del castillo desde Poniente.
 
Albert Louis Bacler d´Albe (1761-1824), militar, cartógrafo y artista francés, es sobre todo conocido por sus cuadros de batalla, retratos y por sus cartas geográficas y litografías. De su estancia en Benavente en 1808 nos dejó una curiosa litografía del castillo. La representación resulta poco fidedigna y con elementos gratuitos, como el paisaje urbano de fondo. Tal vez la estampa se recreó más tarde sobre rápidos bosquejos tomados al natural.
 
Robert Ker Porter fue viajero, diplomático, explorador y pintor. En 1804 trabajaba como artista en la corte del Zar. De su estancia en Benavente en 1808-1809 conservamos un carboncillo coloreado, con uno de los últimos testimonios gráficos más conmovedoramente románticos sobre el castillo antes del incendio. Su emotivo relato fue publicado poco después en "Letters from Portugal and Spain Written during the March of the British Troops under Sir John Moore", Londres, 1809.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Una herida en la memoria - El santuario de Nuestra Señora de San Román del Valle

Vista del santuario de San Román del Valle desde "La verde"

San Román del Valle es un pequeño núcleo de población, hoy anejo al municipio de Villabrázaro, situado en una suave pendiente descendente hacia la Vega. Su antigua iglesia parroquial, dedicada al santo homónimo del pueblo, se encuentra en ruinas, reemplazada en sus funciones por una construcción moderna de nulo interés.

Según las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada en el siglo XVIII sus límites eran: "al Levante con raya del lugar de San Cristóbal, al Poniente y Sur con la del de Villabrázaro, y al Norte con raya del lugar de Paladinos". A mediado del siglo XIX contaba con 44 casas, escuelas de primeras letras y una ermita dedicada a Santa Bárbara, tal y como se consigna en el Diccionario de Madoz.

El paisaje de sus típicas bodegas horadadas en la arcilla ya fue glosado por el viajero inglés Richard Ford a mediados del siglo XIX: "en San Román de la Valle se excavan en las colinas de tierra blanda bodegas, cuyo contenido fue más fatal para las tropas de Moore que ningún enemigo, pero Baco ha sido siempre más temible para nuestros valientes soldados que Marte".

Al sur de la localidad, al pie de un cerro de escasa altitud se hallan, dominando todo el Valle, las ruinas del monasterio-santuario de Nuestra Señora: El Convento. El templo fue históricamente el principal centro espiritual del llamado Valle de Santa María, atravesado por el arroyo Regato o Ahogaborricos, también citado en alguna ocasión en las fuentes medievales como Merdaveldo o Merdivel.

Este no fue el único centro de culto destacado de esta pequeña cuenca fluvial. En el pueblo actual de San Adrián del Valle, dentro del Partido Judicial de la Bañeza y fronterizo con la provincia de Zamora, existió desde la Alta Edad Media un importante monasterio dedicado a los mártires Adrián y Natalia. Su primera mención se remonta al año 922, y su vida cenobítica debió mantenerse hasta mediados del siglo XII en que aparece incorporado a la catedral de Astorga. Ya desde el siglo X toda esta zona es identificada como Valle de Santa María, y algún diploma de esta misma época cita a Santa María la Antigua, lo que es indicio seguro de la existencia de un remoto santuario o monasterio dedicado a la Virgen que jerarquizaría y ordenaría política y espiritualmente todo el entorno.

La vinculación de nuestro santuario con los franciscanos se remonta a principios del siglo XV. En 1403 el papa Benedicto XIII comisionaba al abad del monasterio berciano de Carracedo para que aprobara, en su nombre, la donación que había hecho el obispo de Astorga de la iglesia de Santa María del Valle a los frailes de la Orden Tercera de San Francisco. A partir de entonces los frailes tercerones serían los celosos custodios de los edificios conventuales, mientras que la familia Pimentel, señores de la aldea, ejercía el patronato. A mediados del siglo XVIII la comunidad contaba con 22 religiosos, un sacristán, dos cocineros, un mozo de mulas y una lavandera.

La parte más antigua de su fábrica se corresponde con la cabecera del templo, que debió alzarse a partir del siglo XIV. Su presbiterio presenta planta cuadrada, con gruesos paredones construidos con mampostería, ladrillo y barro. Se accede al mismo a través de un arco toral de ancha ojiva, con molduras de bocelones cortados en ladrillo que se prolongan a los pilares en que se apoyan. Cubría este espacio una magnífica armadura morisca ochavada de unos 8 metros de lado, con pechinas de lazo ataujerado de ocho y veinte.

A este núcleo original se agregó en el siglo XVIII una amplia nave de cinco de tramos cubierta con bóveda de cañón y lunetos, hoy totalmente perdida. Hacia Poniente se construyó también en esta centuria la fachada principal, flanqueada a su izquierda por una esbelta torre coronada de chapitel y la entrada al monasterio, sin duda lo mejor conservado hoy de todo el conjunto. Esta monumental portada barroca guardaba algunas similitudes en su estructura y ornamentación con la fachada del desaparecido monasterio de San Francisco de Benavente, levantada a mediados del siglo XVIII sobre planos de Joseph González Taboada.

Sobre la cima del cerro próximo, destaca una emotiva cruz recortada sobre un bloque de pizarra: "La Verde", tal vez testimonio de un enterramiento privilegiado o un crucero más -muy modesto, eso sí- de los muchos que jalonan los lugares de culto de la comarca.



Hueco dejado por la armadura morisca

Armadura ochavada instalada en el Parador de Turismo de Benavente

Desde el siglo XV el santuario sirvió de panteón para una rama familiar de los Pimentel, señores de Benavente. La capilla funeraria fue erigida por Juan Rodríguez Pimentel, muerto en 1443 e hijo del I conde, Juan Alfonso Pimentel, y Teresa Álvarez de la Somoza. Originalmente se encontraba en el lado de la Epístola del templo, y constaba al menos de tres sarcófagos esculpidos en piedra, exponentes de la mejor escultura funeraria de finales del gótico. La identificación de los fundadores del panteón y la reconstrucción de su árbol genealógico han sido desvelados recientemente por Manuel Fernández del Hoyo.

Los sepulcros monumentales se atribuyen al maestro responsable del enterramiento de Don Diego Anaya, obispo de Salamanca y arzobispo de Sevilla, fallecido en 1437. Los tres sarcófagos fueron trasladados seguramente con las reformas del siglo XVIII, y empotrados en el muro sur de la nave de la iglesia, guarnecidos bajos sus correspondientes arcosolios.

El comienzo del ocaso de esta fundación arranca con la Desamortización de 1835, que finiquita sus propiedades, rentas y derechos, y pone fin a la vida cenobítica. Fue suprimido en marzo de 1836. En el inventario de bienes de 30 de abril de 1836 se dice que su biblioteca contaba entonces con "340 libros viejos despreciables sin forro los más".

A partir de entonces, las dependencias monásticas fueron presa fácil de la ruina y la desolación, reducidas hoy a algunos paredones al norte del santuario a punto de sucumbir definitivamente. Aún así, en la iglesia se continuaron celebrando los oficios religiosos y las romerías anuales hasta bien avanzado el siglo XX. Sin embargo, el abandono y el deterioro de los edificios monacales acabó arrastrando al templo, sin que se pusiera remedio alguno para evitarlo.

En 1963, ante la amenaza de ruina, se trasladaron las tres urnas funerarias de los miembros del linaje Pimentel al Museo de los Caminos de Astorga. A principios de los años setenta se desmontó la armadura morisca que cubría el presbiterio. La pieza fue comprada por el Ministerio de Información y Turismo al obispado de Astorga por 700.000 pesetas de las de entonces, e instalada, con alguna adaptación traumática, en el Torreón del Caracol de Benavente. Sirvió así de postrero ornato al nuevo Parador de Turismo, inaugurado el 8 de mayo de 1972.

El santuario de San Román del Valle acoge durante el segundo Domingo de Mayo la romería en honor a la Virgen del Valle, a la que acudían solemnemente con sus pendones los siete municipios zamoranos de San Román, Villabrázaro, Paladinos, La Torre, Pobladura, Maire y Fresno y los leoneses de San Adrián y Audanzas. Los devotos de estas localidades formaron desde tiempo ignoto una cofradía que algunas ocasiones se reunió también en la ermita del Santo Cristo de la Torre del Valle.

También el Concejo de Benavente participaba de estas celebraciones. En 1505 ordena la asistencia a la fiesta del monasterio de Santa María del Valle y se convoca a los pueblos para que procesionalmente asistan a la fiesta del Corpus.

El 29 de junio de 1983 se incoa el expediente para la declaración del monumento como BIC (Bien de Interés de Cultural). 25 años después, a pesar de las gestiones hechas desde diversas instancias, el expediente sigue durmiendo el "Sueño de los Justos". En cambio, para la suerte de estas vetustas ruinas el sueño ha tornado en pesadilla.