La vendimia en el calendario agrícola de San Isidoro de León |
Como ya sentenció Plinio el Viejo en su Historia Universal: in vino veritas, en el vino está la verdad o, visto desde otra perspectiva, la verdad se revela a quienes se dejan atrapar por su embrujo. La fascinación del hombre por el preciado néctar es tan antigua como los propios orígenes de la civilización. Su influjo se extiende universalmente por todos los pueblos y culturas. En torno al vino se ha forjado todo un universo de palabras para describir sabores y aromas, toda una liturgia para conservarlo y servirlo, y todo un arte para distinguir y apreciar sus calidades.
El cultivo de la vid en la región de Benavente y los Valles tiene un origen antiquísimo, estando atestiguado, al menos, desde la época de la colonización altomedieval. Ya en el siglo X son frecuentes las cartas de compra, venta, donación, permuta, etc., en las que el objeto de la transacción son viñas, bien de forma aislada, o bien formando parte de unidades de explotación más amplias: las heredades.
Desde el siglo XIV se pone de manifiesto una situación de autoabastecimiento en la villa en relación con la producción de vinos, circunstancia que conocemos mediante un privilegio otorgado por Alfonso XI en 1338 al concejo. Según informaba Alfonso Yáñez, vecino de la ciudad y canciller del infante don Enrique, en la villa había "grant pieça de vinnas e abondamiento de vino de uuestra cogecha para todo el anno".
Con este panorama, el concejo intentó a toda costa evitar la competencia de los caldos foráneos, elaborando unas ordenanzas proteccionistas. La principal preocupación era evitar la entrada del denominado vino de acarreo o de fuera aparte. Se fijaban también unas fechas límite para poder encubar el mosto autóctono en las bodegas de la villa. El plazo comprendía desde el día de la vendimia hasta la festividad de San Andrés. Sin embargo, estas ordenanzas, así como otras disposiciones posteriores relacionadas con la protección del viñedo, no debieron ser suficientes para evitar la presencia de vinos de otras regiones en la villa. Su condición de centro de intercambios de comarcas de diversa orientación económica debió favorecer la afluencia de caldos de diversa procedencia. Por otra parte, la observancia de las disposiciones concejiles pasaba por un férreo control de los accesos a la ciudad, y en particular una rigurosa vigilancia de la muralla y sus diferentes puertas. Esto no siempre era posible, y como muchas viviendas contaban con su propia bodega debía ser relativamente fácil eludir a los fieles del concejo.
Unas ordenanzas del siglo XV sobre el llamado vino de fuera aparte ponen de manifiesto la existencia de un floreciente comercio clandestino de vino, que utilizaba los arrabales y despoblados cercanos a la villa como base de operaciones. Para acabar de complicar la situación, la llegada de los Pimentel al señorío de la villa a partir de 1398 vino a suponer un nuevo agravio para la actividad vitivinícola benaventana, al menos en un principio. En un memorial enviado por el concejo en 1400 a Enrique III, los vecinos se quejaban de que el conde Juan Alfonso Pimentel "mientras el su vino se vende manda a los pregoneros de la villa que non apregonen otro vino commo el suyo, por lo qual rresçiben muy grande agravio, e lo vno por los non dar lugar para vender su vino, el otro por lo vender mucho mas caro".
En las Ordenanzas de la Villa de Benavente del siglo XVII se vuelve de nuevo sobre el viejo asunto del vino de fuera aparte, reiterando una vez más la prohibición de introducirlo en la villa, arrabales o alrededores. Además de la consiguiente multa al infractor, el vino, mosto, calda o uvas confiscados son expuestos públicamente en el Corrillo de San Nicolás. Los odres contenedores del preciado líquido deben ser apuñalados y la uva quemada en sus cestos.
En cuanto al vino admitido en la villa, esto es el procedente de la cosecha de los herederos poseedores de viñas autóctonas, debe respetar un calendario para poder ser vendimiado y encubado dentro de los muros de la ciudad. Se pretende así evitar la entrada de mostos no fiscalizados por el concejo, o bien el hacer pasar vino foráneo por el local. Dos eran los impuestos más importantes que gravaban los caldos benaventanos. Por una parte estaba la alcabala, impuesto de carácter real que suponía un 10 % del valor de las mercancías. En Benavente las alcabalas estaban en manos del Conde, y por tanto la alcabala del vino estaba también bajo su control. La otra gabela era la sisa, también cobrada en el acto mismo de la compraventa del producto, y que en nuestra ordenanza se describe como un derecho perteneciente a la Corona.
Según las citadas ordenanzas, en Benavente se comercializaban tres variedades de vino: tinto, blanco y aguapié. Respecto a los dos primeros no sabemos cuál de ellos era el más apreciado, aunque lo habitual en otras villas de la región era que el blanco alcanzara un mayor precio en los mercados. En cuanto al aguapié, se trataba de un vino de muy baja graduación y calidad que se obtenía echando agua en el orujo pisado y apurado en el lagar. Su precio era, obviamente, muy inferior al de los caldos de calidad, pero algunas veces se hacía pasar fraudulentamente por vino genuino, lo que explica un epígrafe de la ordenanza dedicado a este particular.
Almacenes de vino de Juan Otero Colino en Benavente hacia 1914 (Foto cortesía de Bodegas Otero) |
Las viñas constituían un cultivo predominante, junto con el cereal, en el terrazgo benaventano. La importancia del viñedo queda reflejada en sus continuas alusiones en la documentación municipal y en las cartas de compraventa. Por otra parte, muchas de las casas de los vecinos contaban con su bodega, lagares, cubas, tinas, vigas u otros instrumentos de vinificación, prueba evidente del grado de autoabastecimiento existente entre la población. Aunque los cultivos estaban distribuidos por todo el término, había ciertos pagos especializados por sus favorables condiciones edafológicas, como ocurría con las zonas del río Salado, San Lázaro, Valleoscuro, Valcarrero, el Camino de Astorga, o el Prado de las Viñas. Estas explotaciones estaban generalmente próximas a la red de caminos y relacionadas con antiguas aldeas y núcleos de población (Brive, San Lázaro, Azoague, etc.), herencia a su vez del antiguo poblamiento altomedieval. Todo ello favorecía el acceso a las tierras, la vigilancia y el transporte de un producto sumamente delicado y perecedero hacia los lagares y bodegas de la villa.
La producción de vino era tan apreciada y codiciada que los oficiales concejiles pusieron especial empeño en su protección y vigilancia. Cuando las circunstancias lo exigían, en época de maduración del fruto o de vendimia, los propios agricultores ponían guardas por turnos, que llegaban incluso a dormir en los bacillares. Muchos eran los enemigos que tenían las cepas: el ganado, los cazadores, los perros, los pájaros y, particularmente, los ladrones. El concejo benaventano venía legislando desde antiguo sobre la vigilancia de los viñedos. Así el Libro de Actas de 1434 incluye una Ordenanza del viñedo plantado cerca del río Salado, en el que, a su vez, se hace alusión a otras normas redactadas con anterioridad en la misma línea: "por cuanto el conçejo desta dicha villa tiene fecho ordenança de como se a de guardar los cotos de las viñas e panes desta dicha villa la qual sería qui largo de espeçificar".
En torno al río Salado se concentraban en el siglo XV un buen número explotaciones vitivinícolas, por lo que los vecinos y moradores en Brive, San Lázaro y Villanueva de Azoague, debían de poner especial cuidado en el cumplimiento del ordenamiento. Una nueva Ordenanza sobre la guarda del viñedo se redacta en 1470, dirigida a proteger el fruto de la vid, tanto de personas como de animales. Las penas son particularmente severas, pues aparte de la consiguiente multa se prevén castigos físicos: "que le den por esta villa çinquenta açotes", o la exposición a la vergüenza pública: "que esté en un çesto tres horas en la picota". Para el año 1497 contamos con unas Ordenanzas sobre guardas de viñas y cotos, que se den por condición a los arrendadores, que vienen a abundar en la misma problemática.
En las ordenanzas del siglo XVII el asunto central es el robo de uvas. Solía hacerse de noche, utilizando cestos y capas, aprovechando la menor vigilancia o la impunidad que proporcionaba la oscuridad. Los asaltantes utilizaban disfraces para no ser reconocidos y, con frecuencia, empleaban la violencia o las amenazas contra los vigilantes. La multa prevista para estos delincuentes era de 400 mrs. si el daño se producía a la luz del día y 800 mrs. si se realizaba con nocturnidad. Todo ello es fiel indicio del gran peso económico que se otorgaba a la producción y comercialización del vino en el concejo.
Viñedos en Castro Ventosa (Cacabelos) |