La revista ilustrada "La Esfera" se publicó entre 1914 y 1931, siendo su primer director Francisco Verdugo Landi, responsable también, junto con su hermano Ricardo, de la fundación de la revista "Nuevo Mundo". Tenía su sede en la casa editorial de “Prensa Gráfica”, sita en el número 57 de la madrileña calle de Hermosilla. Su fructífera historia comprende un total de 889 números, más los ejemplares extraordinarios que se editaron sin numerar.
La revista, de espíritu modernista, ocupó un lugar relevante entre otras publicaciones de corte similar y de gran formato como la “Ilustración Española y Americana”, y otras más populares, aunque de menor calidad técnica, como “Blanco y Negro”, o la anteriormente citada “Nuevo Mundo”.
Siguiendo la estela de sus hermanas mayores, se trataba de una publicación periódica donde primaba el aparato gráfico, reproduciendo con altas calidades fotografías, carteles, cuadros y dibujos; siempre con preocupaciones artísticas y atendiendo a un interés divulgador entre el gran público.
En el número 619, correspondiente a la edición del 14 de noviembre de 1925, se publicó un artículo dedicado al Castillo de Benavente, dentro de la serie "Castillos de España". Para entonces apenas quedaba en pie más que el Torreón del Caracol y el primer cuerpo de la torre del homenaje, convertido en improvisado depósito de aguas. Acompañaba al texto una litografía de aire romántico, prácticamente idéntica a otra editada medio siglo antes en la obra "Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica" (1870). El texto, firmado por A. de Tormes, es el siguiente:
Decir “Castillos de España” no es lo mismo que decir “castillos en España”. Lo primero es una cosa real -sólida, corpórea, aunque esté en ruina-, y además abundante. Lo segundo es una cosa vana, ilusoria e inasequible. El erudito hispanista francés M. Morel Fatio, muerto hace pocos meses, explicó en uno de sus últimos ensayos el origen y verdadero sentido de la frase “castillos en España”. Venían a tierras de Castilla, de Aragón, de Navarra, desde antes del siglo XII, numerosos caballeros franceses, como cruzados o como aventureros. Para premiar servicios, los reyes les otorgaban merced dándoles en feudo pueblos o territorios o señalándoles behetrías. Siempre contaban con un castillo. Lo difícil era hacer efectiva la posesión de ese don regio. Los territorios, con el castillo, habían vuelto a tomarlo los mahometanos; o los siervos habían elegido otro señor, o se negaban, en rebeldía, a cambiar de dueño. Tenían, por consiguiente, un título de propiedad ganado por la espada, pero fantástico e ilusorio. Estos caballeros, al volver a sus tierras de Francia, esperando, en vano, unas rentas que nadie había de enviarles, fueron quienes comenzaron a pronunciar por propia experiencia la frase “Castillos en España”, que como ustedes ven, no era completamente romántica.Pero este castillo de Benavente nunca ha sido un “chateau en Espagne”. Siempre tuvo su dueño legítimo, su propiedad efectiva. Y el problema era todo lo contrario. Para estos castillos lo ilusorio, fantástico e inasequible, durante muchos años, el señor. Castillos sin castellanos, pues éstos se limitaban a cobrar la renta desde la corte -o desde Biarritz o París-. Así fueron cayéndose y arruinándose los más soberbios testimonios del poder de la aristocracia en la Edad Media.
Cabecera de la revista "La Esfera |
Página correspondiente al artículo sobre el Castillo de Benavente |
Portada del número 619 de la revista |
Hay una crónica manuscrita del doctor Ledo sobre la villa de Benavente -hallamos de ella referencia en el libro de Rizo—, según la cual no fundaron el castillo los caballeros Templarios, sino que estaba ya sobre el poblado desde época anterior, probablemente romana. “El castillo con dos torres, que sirvió de primera defensa a su población, fue demolido muchos años después de haberlo ocupado los sarracenos, como se nota en los cimientos que aún subsisten a la parte de Poniente.
La fortaleza que existe hoy fue fabricada después de la expulsión do los sarracenos y fundación de esta villa”. Se supone, lógicamente, que el actual está fundado sobre les cimientos del castillo antiguo, “ocupando el área que hoy se admira de seiscientos diez y ocho pies naturales, sobre una elevada planicie entre las últimas casas de la villa”. Pero ni el doctor Ledo, ni García del Real, que escribió para el libro “Historia de los castillos de España” una romántica monografía, recuerdan que Benavente esta al paso de la calzada romana, cerca de Brigecio -hoy Villabrázaro-, donde se dividía el camino, por la izquierda a Clunia, por la tierra de Campos, y por la derecha a Zamora -así consta en los itinerarios de don Eduardo Saavedra-. El pueblo, y lo que no es el pueblo, refiere casi todas las ruinas a la época de la dominación musulmana, y los romanos dominaron en esta zona mucho más tiempo que los árabes, dejando por lo tanto más hondas huellas de su paso. Esta tierra de vacceos, astures y vetones guarda muchas piedras que no pudieron remover los moros.
En el año 50, la época de las primeras guías por España -no hay que olvidar a Germond de Lavigne-, el castillo de Benavente estaba destrozado. Lo habían desmantelado los franceses en la invasión del año 8, llevándose hasta los hierros de las ventanas. Poro por las pendientes se extendían hermosos jardines y vergeles, un verdadero parque, propiedad del castillo. “La ciudad está bien construida -agregaba M. de Lavigne-. Las casas son cómodas y limpias; algunas están pintadas y la decoración a la moda es una imitación de mármol azulado con guirnaldas de cintas”. Entonces los edificios más notables de Benavente eran el palacio episcopal, una casa que acababa de construir el ex ministro D. Pío Pita Pizarro y las nuevas, Casas Consistoriales. No deja de consignar con cierta pompa sonora y verbal las grandezas de la casa de Osuna, heredera del título -y del castillo- de Benavente “por matrimonio de su única heredera con el noveno titular de este ilustre ducado: su excelencia D. Pedro de Alcántara Téllez de Girón y Pacheco, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Benavides Carrillo, Silva y Mendoza, Pimentel de Quiñones Ponce de León, Aragón Rojas y Sandoval Enríquez de Ribera, Zúñiga, Cortés de Arellano...” Media historia de España... El poseedor de todos esos nombres magníficos era el duodécimo duque de Osuna.
En el año 50, la época de las primeras guías por España -no hay que olvidar a Germond de Lavigne-, el castillo de Benavente estaba destrozado. Lo habían desmantelado los franceses en la invasión del año 8, llevándose hasta los hierros de las ventanas. Poro por las pendientes se extendían hermosos jardines y vergeles, un verdadero parque, propiedad del castillo. “La ciudad está bien construida -agregaba M. de Lavigne-. Las casas son cómodas y limpias; algunas están pintadas y la decoración a la moda es una imitación de mármol azulado con guirnaldas de cintas”. Entonces los edificios más notables de Benavente eran el palacio episcopal, una casa que acababa de construir el ex ministro D. Pío Pita Pizarro y las nuevas, Casas Consistoriales. No deja de consignar con cierta pompa sonora y verbal las grandezas de la casa de Osuna, heredera del título -y del castillo- de Benavente “por matrimonio de su única heredera con el noveno titular de este ilustre ducado: su excelencia D. Pedro de Alcántara Téllez de Girón y Pacheco, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Benavides Carrillo, Silva y Mendoza, Pimentel de Quiñones Ponce de León, Aragón Rojas y Sandoval Enríquez de Ribera, Zúñiga, Cortés de Arellano...” Media historia de España... El poseedor de todos esos nombres magníficos era el duodécimo duque de Osuna.
Este hizo restaurar el castillo, interrumpiendo el largo período de desmoronamiento. Por el lado del Órbigo mejoró los jardines, hasta el hermoso paseo de la Mota, que admiró Napoleón. “Los soldados ingleses -dice Lafuente-, relajada su disciplina, sin que pudiera impedirlo el general Moore, cometieron lamentables excesos en Valderas y en Benavente, devastando en esta villa el hermoso y antiguo palacio de los condes y arruinando a su inmediación el puente de Castro Gonzalo sobre el Esla. Contra él y contra el marqués de la Romana fue Lefebvre, que cayó prisionero; pero luego acudieron Soult y el mismo Napoleón, que camino de Astorga pasó por Benavente el último día de diciembre de 1808, y tuvo ocasión de contemplar los destrozos causados en el castillo y de admirar desde él la vega del Orbigo”. Como se ve, no fueron sus soldados, sino los ingleses de Moore quienes hicieron aquí, como en Bembibre, en Villafranca y en otros pueblos de la región, excesos y estragos que la historia califica de abominables.
A. de Tormes