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Privilegios y pergaminos del monasterio de Santa Clara de Benavente |
Los antecedentes más remotos de la producción libraria de los Valles de Benavente hay que buscarlos en los scriptoria, bibliotecas y archivos monásticos medievales, primeros testigos de la confección y circulación de libros en el norte zamorano. Perfectamente documentado está el scriptorium de Tábara, y otro pudo haber, aunque mucho más discutido, en el monasterio de San Miguel de Camarzana, como quería Augusto Quintana Prieto. Los excepcionales ejemplares de Beatos conservados, varios de ellos vinculados directa o indirectamente con Tábara, muestran a las claras que en este lugar existió un scriptorium de notable entidad. Con lo cual no sólo se quiere indicar que se copiaban libros para el uso interno de los monjes, sino que se convirtió en un importante centro cultural emisor de copias de códices, que abasteció a su vez a otros monasterios. Es decir, que existía un grupo de copistas e iluminadores especializados en tales funciones y que contaban con la infraestructura necesaria para tal actividad, empresa no despreciable teniendo en cuenta las grandes carencias y limitaciones de estos cenobios altomedievales.
Sea como fuere, es muy probable que la elaboración de estos códices no fuera un episodio aislado en el panorama cultural monástico del norte de Zamora. Debió existir un ambiente propicio y una tradición previa recuperada o fomentada por determinados miembros de la jerarquía eclesiástica próximos a la corte. En este sentido, no es casual que los grandes artífices de la fundación o restauración de estos y otros monasterios estén directamente vinculados con estas labores de copia y confección de manuscritos, o bien se les reconozca su particular dedicación y devoción por el mundo del libro y la cultura. Es el caso de figuras emblemáticas como las de Rosendo, Froilán, Atilano, Genadio o Sampiro.
La Vita de San Froilán, fundador del Taborense cenovium, destaca como desde pequeño fue inclinado a la lección de libros santos y salió muy adelantado en el estudio de las letras. San Genadio igualmente fue propietario de libros, que donó a varios de los monasterios repoblados por el mismo en el Bierzo, creando de facto una biblioteca itinerante. En el testamento de San Rosendo, redactado en 886, se consigna el dato de que los libros legados al monasterio de Almerezo habían sido copiados por el propio santo y sus hermanos. Ambrosio de Morales relata que vio en la librería del monasterio de Sahagún, quemada en 1590, las obras de San Ildefonso copiadas personalmente por Atilano, cofundador del primitivo monasterio de Moreruela junto con Froilán, según se consignaba en una nota antigua al final del texto. También el obispo astorgano Sampiro, a quien Quintana Prieto hace monje de Camarzana (otros le vinculan con Tábara), fue notario regio y autor de una célebre crónica.
Contamos, no obstante, con otro tipo de manuscritos que permiten una aproximación mucho más directa al devenir histórico de los Valles de Benavente. Son los habitualmente conocidos como Libros Becerros o Tumbos, que son en realidad diplomatarios, en los que de una manera sistemática se recopilan todos aquellos documentos o pruebas de las propiedades y derechos de monasterios, iglesias o catedrales.
Estos libros proporcionan habitualmente un gran repertorio de noticias de muy diverso tipo sobre un gran número de localidades de los Valles de Benavente, hasta el punto que muchos pueblos, hasta entonces totalmente ignotos, se incorporan al conocimiento histórico desde el momento en que aparecen citados en alguno de estos diplomas. Los más antiguos fueron redactados en la Plena Edad Media, otros son ya de los siglos XVI, XVII y XVIII, pero transcriben o extractan documentación anterior. La lista de códices con interés para los Valles de Benavente es realmente amplia, podríamos citar como los más emblemáticos El Tumbo de San Martín de Castañeda, El Tumbo de Nogales, El Libro Becerro del monasterio de Santa Clara de Benavente, El Libro Becerro del monasterio de San Bernardo, El Libro de Privilegios de la Orden de San Juan, El Tumbo Negro de Astorga, El Cartulario de Santa María de Carracedo, El Libro Becerro del Hospital de la Piedad de Benavente, etc.
En la misma línea, el Libro Becerro del conde don Alonso Pimentel, tercer titular de la casa, redactado entre 1446 y 1448 y el Libro Becerro de los Condes de Benavente, de 1545, correspondiente al VI conde, Antonio Pimentel, recogen con toda minuciosidad el registro de sus rentas y derechos en los territorios del condado, permitiendo certificar el despoblamiento de un buen número de aldeas y lugares en el transcurso de los cien años que median entre la confección de los dos manuscritos. En ambos casos no sólo se indica si están poblados o no. También podemos conocer cuándo fueron adquiridos o enajenados, a qué personas o instituciones, el aprovechamiento agrario que se hace de los mismos, los tipos de cultivos, etc. Incluso, el Libro Becerro del VI conde de Benavente se permite algunas disertaciones sobre la historia de estos pueblos o recoge noticias o acontecimientos de relevancia para el condado.
Entrando ya en la producción libraria impresa es preciso hacer referencia en primer lugar a las impresiones de viajeros y cronistas que recalaron en estas tierras en diferentes épocas. Aunque contamos con algunos relatos y crónicas medievales no exentas de su interés, el grueso de estas descripciones de la Villa y su tierra toma entidad a partir del siglo XVI, coincidiendo con la etapa de mayor esplendor del condado de Benavente bajo la órbita del linaje Pimentel. Es entonces cuando los testimonios adquieren una mayor elocuencia y minuciosidad. García Mercadal publicó a mediados del pasado siglo una selección de estos textos en lo referente a viajeros extranjeros. José Ignacio Martín Benito ha sacado a luz una exhaustiva recopilación centrada en el norte de Zamora, notablemente ampliada con testimonios inéditos, que abarca también a los autores hispanos. Lugar común de estos viajeros es la descripción de la fortaleza-palacio de Benavente, para la cual ningún visitante regatea alabanzas y parabienes, las dificultades de los pasos de los ríos y los puertos, las quejas sobre el mal estado de albergues y posadas, y la visita a iglesias y monasterios. Paralelamente se intercalan observaciones que permiten acercarse al paisaje agrario, a las formas de vida y a las costumbres de la población de Los Valles.
El siglo XVIII marca un nuevo hito en el panorama bibliográfico. La difusión de los nuevos aires ilustrados, sobre todo a partir de la segunda mitad de la centuria, propició la cristalización de varias iniciativas culturales. Una de ellas fue la creación de la Sociedad de Amigos del País de Benavente, de existencia efímera y escasamente conocida. A este momento de particular esplendor cultural no debió ser ajena la condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Pimentel, y el obispo de Oviedo, Agustín González Pisador, que pasó largas temporadas en la Villa debido a sus problemas de salud, y que de hecho muere en ella en 1791.
Debe mencionarse en este contexto, aunque ligeramente anterior, la obra de Berdum de Espinosa de los Monteros, Derechos de los Condes de Benavente a la Grandeza de primera clase, publicada en Madrid en 1753 y que no pasa de ser una apología razonada de la casa Pimentel.
Mayor interés para el conocimiento de Los Valles proporciona la magna obra de la España Sagrada, iniciada por Flórez en 1746 y continuada por Risco a su muerte. El Tomo XVI de esta colección, publicado en 1762, está dedicado a la diócesis de Astorga. De las cuatro diócesis (Oviedo, Zamora, Astorga y León) que han tenido históricamente mayor peso específico en el norte de Zamora, es la de Astorga la que ha contado en nuestra región con un mayor bagaje historiográfico. La obra del padre Flórez es la primera aproximación historiográfica seria al conocimiento de Los Valles de Benavente, al menos desde la perspectiva de la historia de la diócesis de Astorga, y siempre sin obviar algunas contribuciones anteriores como las de Ambrosio de Morales o Yepes. El mencionado tomo XVI incluye un interesante mapa del obispado y una introducción geográfica en la que se enumeran los distintos territorios de la diócesis, la red hidrográfica y las comunicaciones. Por su parte la Historia de Benavente del erudito local Ledo del Pozo, aunque centrada, como es lógico, en la evolución de la villa, dedica un capítulo a la jurisdicción de su partido, en el que se aporta la nómina de todos los pueblos y lugares de la tierra de Benavente agrupados por merindades.
Otras iniciativas, de gran calado, no llegaron a las planchas de impresión. Es el caso de los trabajos e investigaciones encaminadas a elaborar el Catastro de la Ensenada. Las Respuestas generales y Particulares al Catastro de la Ensenada (1749-1753), han sido escasamente aprovechadas por los historiadores en lo referente a esta comarca. A la vista del partido que se le han sacado en otros lugares como Ciudad Rodrigo o Salamanca, parece ineludible una edición crítica de estos interesantes documentos. De igual forma, los Informes remitidos a Tomás López a finales del siglo XVIII para la confección de un Diccionario histórico-geográfico también permanecen inéditos.
Hay que esperar hasta mediados del siglo XIX para encontrar de nuevo trabajos que se ocupen de nuestra comarca. Obra esencial en este sentido es el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz, publicado en 16 volúmenes entre1845 y 1850. El Madoz, como es conocido coloquialmente, aporta una recopilación exhaustiva de información de muy diverso tipo y estadísticas de cada uno de los municipios españoles. La doble entrada dedicada a Benavente, como partido judicial y como municipio, es el resultado de un trabajo de investigación realmente muy completo. Algunos decenios anterior es el Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal de Sebastián Miñano, publicado en 11 volúmenes entre 1826 y1829. Su aportación al conocimiento de los Valles no soporta la comparación con su continuador, pero tiene el encanto de ser mucho menos conocido y en algunos aspectos resulta pintoresco.
El siglo XX debe iniciarse, dentro del tema que nos ocupa, con una de las publicaciones más importantes de todos los tiempos: el Catálogo monumental de la provincia de Zamora, de Manuel Gómez Moreno. Aunque el texto no fue editado hasta el año 1927, los trabajos y las visitas del arqueólogo granadino a las distintas localidades se desarrollaron entre los años 1903 y 1905. Estamos ante una obra fundamental de la que han bebido todos los investigadores posteriores.
A partir de este momento entramos en un auténtico desierto. Se suceden décadas en las que la iniciativa editorial languidece hasta prácticamente los años setenta, coincidiendo con la llegada de la democracia a España. Un nuevo despegue de la investigación de estas tierras se produce a finales de esta década y principios de la siguiente. Estos años están marcados por los trabajos centrados en la investigación arqueológica. El punto de partida, sin pretender olvidar la labor previa de Gómez Moreno y otros, se encuentra en una serie de artículos publicados por Martín Valls y Delibes de Castro en la revista Boletín del Seminario de Arte y Arqueología de la Universidad de Valladolid, presentados bajo el título Hallazgos arqueológicos en la provincia de Zamora. Paralelamente Virgilio Sevillano realizó un trabajo de campo encomiable, que vio la luz en 1978 en su obra Testimonio arqueológico de la provincia de Zamora. En ella se recoge un inventario de los restos arqueológicos hallados en un total de 208 pueblos de la provincia ordenados alfabéticamente. Ambas iniciativas permitieron dar a conocer y documentar un buen número de yacimientos hasta entones inéditos.
Este interés creciente por estos temas permitió el hallazgo, estudio, y en su caso excavación, de los más importantes enclaves arqueológicos de la comarca durante los años siguientes. Es el caso del tesoro de Arrabalde, que da lugar a una exposición, un catálogo, y otras publicaciones posteriores; los mosaicos de la villa romana de Requejo, en Santa Cristina de la Polvorosa, dados a conocer por Fernando Regueras; los castros de la Edad de Hierro, estudiados por Ángel Esparza Arroyo; los campamentos romanos de Petavonium en Rosinos de Vidriales, así como los dólmenes de esta misma zona; los yacimientos de Benavente, Morales de las Cuevas y Manganeses de la Polvorosa; el miliario de Milles, etc. No es este el lugar apropiado para hacer recapitulación de la multitud de artículos y obras publicadas, pero en todo caso conviene resaltar que la veta arqueológica se ha convertido en una de las más fructíferas desde el punto de vista de la investigación y la iniciativa editorial durante los últimos años.
Otra de las temáticas que toma relevancia a partir de los años 70 es la de los trabajos sobre la historia de las instituciones eclesiásticas de la comarca, a la que siguen otros estudios centrados en el conocimiento de diversos aspectos de la Edad Media. Los primeros pasos de esta nueva andadura los tenemos en los escritos de Augusto Quintana Prieto, que dedica sendos artículos en revistas especializadas a los monasterios de San Pedro de Zamudia y San Miguel de Camarzana a finales de los años sesenta. Tras de ellos vendrían sus monografías sobre el obispado de Astorga, de las que se han publicado hasta el momento cuatro entregas.
Apartado destacado es igualmente el de las monografías sobre monasterios, que han oscilado en la mayoría de los casos entre la simple edición crítica de su colección diplomática medieval o el estudio pormenorizado de su trayectoria durante este mismo período. Contamos con ejemplos en los monasterios de Moreruela, Nogales, Santa Colomba de las Monjas, San Bernardo y Santo Domingo de Benavente y Santa Marta de Tera. A ellos hay que añadir otras fundaciones enclavadas fuera de la comarca pero que han tenido una gran implantación en ella como San Martín de Castañeda, la catedral de León, San Pedro de Montes, o el monasterio de Sahagún. Se completa esta panorámica general de los estudios medievales con otros trabajos de conjunto, como los Severiano Hernández y Isabel Beceiro sobre el concejo y el condado de Benavente respectivamente, el de Pascual Martínez Sopena sobre la Tierra de Campos occidental, el de Avelino Gutiérrez sobre las fortificaciones, o el más reciente de Iñaki Martín Viso sobre la articulación del poder en la provincia de Zamora.
En cuanto al capítulo de las historias locales y guías turísticas, debe recalcarse que no es está una zona que cuente con demasiados ejemplos de este tipo de literatura, y esto no es siempre achacable a la falta de estudios previos o fuentes documentales. Tal vez se deba explicar esta carencia por el atraso histórico y el despoblamiento de la provincia, y sobre todo por la falta de una elemental infraestructura turística, al menos hasta los años noventa del pasado siglo, que ha dejado la comarca fuera de las rutas habituales de los flujos de visitantes. Al margen de la Historia de Benavente de Ledo del Pozo, a la que ya se ha hecho referencia anteriormente, tal vez el precedente más lejano sea una Historia de Castrotorafe, publicada a modo de folletín o fascículos por entregas por El Correo de Zamora en el año 1897. Cuentan con historias locales Fuentencalada, Fuentes de Ropel, Villanueva de Azoague, Villalpando, Villafáfila, Redelga y Verdenosa, Villaquejida, Morales del Rey, Castrotorafe y Valdescorriel, a las que hay que sumar muy recientes iniciativas de guías turísticas, de las que hay todavía contados ejemplos, como los de Castrogonzalo, Manganeses de la Polvorosa o la Guía arqueológica de Los Valles.
Queda por último, y a modo de epílogo, hacer referencia a dos acontecimientos relevantes que han determinado la evolución de la bibliografía regional durante los últimos años. En primer lugar el I Congreso de Historia de Zamora, celebrado en el año 1988, pero cuyas actas fueron publicadas en varias entregas a partir de 1989. Las sesiones de esta convocatoria fueron una gran oportunidad para el debate y la puesta al día de los grandes temas de historiografía zamorana, y supuso un revulsivo para posteriores investigaciones. Con estas bases, arropadas con nuevas aportaciones, el Instituto de Estudios Zamoranos "Florián de Ocampo" afrontó poco después una Historia de Zamora en tres volúmenes editada a partir de 1995.
El segundo evento, mucho más cercano a quien escribe estas líneas, tiene alguna relación con el anterior. Se trata de la creación en 1990 del Centro de Estudios Benaventanos "Ledo del Pozo", fruto de las inquietudes culturales de un grupo de personas y colectivos locales. Desde su creación el CEB ha tenido como misión principal la investigación, protección y divulgación de los valores históricos, artísticos y culturales, de todo orden, relativos a Benavente y su comarca.