viernes, 16 de noviembre de 2012

Una magnífica tienda de terciopelo carmesí - La Reina Isabel II en Benavente

Isabel II con su hija Isabel, princesa de Asturias, según pintura de Franz Xaver Winterhalter (1885)

Juan de Dios de la Rada y Delgado, Viaje de SS. MM. y AA. por Castilla, León, Asturias y Galicia verificado en el verano de 1858, Madrid, 1860.

Doctor en Jurisprudencia; Abogado de los Tribunales Nacionales y de los Ilustres Colegios de Granada y Madrid; Caballero de la Real y distinguida orden de Carlos III; Catedrático de Arqueología en la Escuela Superior de Diplomática; Abogado consultor de los Reales Sitios; Académico correspondiente de la Real española de la Historia; Académico Profesor de la matritense de Jurisprudencia y Legislación, de la de Sevilla, y de la de Emulación y Fomento de la misma Ciudad; Académico de Número y mérito de la de Ciencias de Granada; de la Arqueológica española; Socio de número de la Económica Matritense, y de número y mérito de otras del Reino, etc., etc.

Benavente.

Algunos historiadores pretenden dar a esta villa un origen greco-escythico, conjeturando haberse conocido en la antigüedad con diversos nombres hasta que en la época romana recibió el de Benavente. Pero prescindiendo de estas opiniones que carecen de fundamento histórico, lo único que puede asegurarse es que ya existía aquella población antes de la dominación agarena.
Es un hecho indudable, aun cuando no consta la época en que acaeciese, que fue destruida por los árabes, toda vez que según las crónicas castellanas la reedificó el Rey D. Fernando II.
Sucesos importantes acaecieron en la villa con posterioridad, entre los cuales ocupa el primer término la entrevista que en 1230 tuvieron en ella el Rey D. Fernando III de Castilla y las Infantas sus hermanas, en la cual arreglaron sus diferencias, quedando cumplidos los deseos de la Reina Doña Berenguela reuniendo las coronas de Castilla y León en aquel monarca, quien pensionó con 30.000 doblas de oro anuales a sus hermanas, en cambio de la renuncia que en él hicieron de cuantos derechos pudiesen alegar a la corona de León.
Otro recuerdo digno de mencionarse en esta villa es el asedio que en 1387 la puso el Duque de Lancaster, habiéndola su gobernador defendido con tal entereza, que consiguió levantase el campo el ejército enemigo.
Perteneciente después a los Templarios, pasó, cuando se estinguieron, á la corona, concediéndola D. Enrique II mas tarde á su hijo bastardo D. Fadrique con el titulo de Duque, primera dignidad que de esta clase se dice hubo en Castilla. D. Fadrique fue uno de los regentes durante la minoría de su sobrino D. Enrique III el Doliente: pero mal avenido con las ideas de los demás que en unión con él gobernaban el estado, se retiró por dos veces á sus dominios de Benavente.
D. Enrique III en 1398 hizo merced de esta villa con título de condado á D. Juan Alonso Pimentel, cuya familia siguió poseyéndole hasta que, por el casamiento de Doña María Josefa Aldonza Pimentel con D. Pedro Alcántara Tellez Giron y Pacheco, Duque de Osuna, se unieron ambos títulos el 24 de diciembre de 1808.
Escudo de Benavente publicado en la obra de Rada y Delgado
La columna del General inglés Moore, compuesta de tropas indisciplinadas, arruinó el puente de Castro Gonzalez, dejando tristes huellas de su corta permanencia en la villa.
En una altura de suave pendiente se encuentra colocada la población, formando sus edificios, en anfiteatro, agradable perspectiva. Pintoresco paisaje ofrecen sus alrededores, que vistos desde la Mota presentan un aspecto encantador, distinguiéndose al Mediodía los restos que aún subsisten del antiguo palacio de los Condes de Benavente.
Pocos edificios que dignos sean de mención conserva. En el centro de la calle de la Rua, encuéntrase la casa llamada del Obispo, notable mas por su solidez y capacidad que por su mérito, y el hospital de la Piedad, con su esbelta fachada de jaspe blanco, que ostenta el orden dórico en toda su pureza.
Multitud de fundaciones piadosas se contaban en la villa, de las cuales subsisten hoy muy pocas; y lo mismo sucede con el crecido número de iglesias parroquiales que llegó a reunir, y de las cuales la principal ó mayor es la que se conoce con el nombre de Santa María del Azogue, que se encuentra en la parte mas occidental de la población. Un pórtico de dos grandes pilastras de piedra blanca forma la entrada principal, acompañada de otras cuatro sobre las que arranca el magestuoso medio punto del arco de entrada, y sobre la cornisa se ve un ático flanqueado de columnitas, y en su centro la imagen de la Virgen. Tiene además dos puertas laterales de orden corintio, que corresponden a los brazos del crucero; y en la torre, que mide 176 pies de elevación, está colocado el famoso reloj, que desde la Cruz de setiembre hasta la Cruz de mayo da todas las noches á las diez cuarenta y cuatro campanadas en son de queda, adelantándose una hora en los restantes meses del año. El interior de la iglesia presenta tres naves sostenidas por fuertes columnas de orden dórico, formando un espacioso crucero; siendo su coro de regular construcción, y encontrándose en las paredes algunas notables pinturas.
La iglesia del Sepulcro y de Santa María de Renueva son de escaso mérito artístico, lo mismo que las demás que se encuentran en la villa. La de San Juan Bautista, que según la tradición perteneció a los Templarios en su primitiva fábrica, conserva antiguos sepulcros, sobre cuyas lápidas están esculpidos blasones de la nobleza castellana.
En el limite de la provincia de Zamora, delante de un preciosísimo arco de ramaje que sostenía las armas de Benavente, bajo las cuales se leía:

LA PROVINCIA DE ZAMORA, Á SU QUERIDA REINA DOÑA ISABEL II LA BENEFICA.

Paso de SS.MM. y AA. bajo el arco de triunfo en el Campo Grande (Valladolid)
Esperaban a SS. MM. el Gobernador y comisiones de la diputación provincial, concejo y Diputados á Cortes. El celo del Gobernador había dispuesto en dicho sitio, delante de un semicírculo de astas-banderas y pabellones, una magnífica tienda de terciopelo carmesí, alfombrada de rica tapicería. Lo avanzado de la hora impidió a SS. MM. descansar en aquel lujoso pabellón, por lo que después de saludar con la benevolencia que las distingue a aquellos dignos funcionarios, continuaron bien pronto su camino hacia la villa.
Precedidos de danzas del país, y rodeados de inmenso pueblo que los victoreaba, llegaron los Reyes al antiguo palacio de los Condes de Benavente, lugar designado para morada de las Reales personas. Preciosas parejas de niñas vistosamente cubiertas de lazos y flores rindieron respetuoso homenaje a su Reina y Señora, recitando los siguientes versos:

Tu real diadema espléndida 
Por largos tiempos ciñas, 
Y á nuestro tierno Príncipe 
Su sien orne después: 
Tal es el voto unánime 
De tus amantes niñas, 
Que se honran como súbditas 
Postrándose a tus pies. 

Una guardia de niños vestidos a la chamberga presentáronse á custodiar al tierno Príncipe de Asturias, en cuyo acto leyó uno de ellos con firme entonación las siguientes décimas:

Nieto del Alonso el Sabio, 
E del Alonso el Onceno, 
E tú, Alonso, serás bueno, 
E nunca farás agravio, 
Nin mancilla habrá en tu labio, 
Ne enjosticia en la túa ley; 
Serás bien quisto en tu grey, 
A fuer de apuesto e valiente, 
Muy amado por prudente, 
Por garrido e por gran Rey. 

  E nosotros los rapaces, 
Que con mesura e contento 
Facémoste acatamiento 
Dejando nuestros solaces, 
Al ser mancebos, tenaces, 
E forzudos, e lozanos, 
Guardarte habrán nuestras manos, 
Nuestro arrojo e nuestro acero 
Del poder del mundo entero. 
Porque somos castellanos. 

Portadilla de la obra de Rada y Delgado
Al siguiente día dignóse S. M. recibir corte, y después de ella tuvieron la honra de acompañar en la mesa á los regios viajeros los Sres. Gobernadores civil y militar de la provincia, y el alcalde de la villa.
Terminado el desayuno se dirigieron los Reyes á la iglesia de Santa María, y después rodeados de la entusiasta muchedumbre, y sin mas séquito que el amor de su pueblo, pasaron a las casas consistoriales, presentándose en el balcón de ellas.
A la puerta del mismo Ayuntamiento tomaron el coche de camino con dirección á Tordesillas, pero habiendo dejado antes S. M., como en todos los lugares de su tránsito, pruebas inequívocas de la inagotable caridad que dentro de su corazón constantemente germina.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Por facer bien e merced - La creación del Condado de Benavente en 1398

Albalá original de 1398 y documentos de la donación a la ciudad de Benavente

Uno de los principales referentes de la evolución de Benavente durante los siglos XII, XIII y XIV fue su condición de villa de realengo. Entre las diferentes categorías de señorío de la época, así se denominaba a los lugares dependientes directamente del rey, en los que los propios vecinos ejercían el gobierno y la autoridad jurisdiccional por su delegación. El resto de las villas y aldeas podían ser de abadengo o de señorío. A su vez, la mayor parte de las ciudades y villas de realengo contaban con amplios territorios a su cargo, de forma que actuaban como señores colectivos sobre sus alfoces, para erigirse en comunidades de villa y tierra.

La importante colección de pergaminos y privilegios reales custodiada en el Archivo Municipal constituye una buena muestra de las estrechas relaciones mantenidas entre el concejo y la monarquía a lo largo de los siglos. De todos ellos, es el fuero otorgado por Fernando II en 1167, también conocido como la Carta Puebla, el documento que simboliza toda una época de la historia de la villa. No solo por ser un testimonio fundamental de su fundación y de la organización primitiva del concejo, también por ser el germen, junto con otras cartas y privilegios, de un particular régimen jurídico que hizo fortuna y se extendió a un buen número de villas leonesas de su tiempo: el Fuero de Benavente.

Las relaciones con el poder fueron cambiando con el paso de los años, y en el último tercio del siglo XIV Benavente vería perder su condición de villa realenga, para entrar de lleno en un largo y complejo proceso de señorialización. A este respecto, contamos con otros muchos ejemplos similares, pues esta circunstancia es común a otras poblaciones leonesas y castellanas durante la época bajomedieval. Debe interpretarse en un contexto general de debilidad del poder monárquico, de graves conflictos sociales y políticos, así como de expansión y consolidación de los grandes linajes nobiliarios.

En 1374 Benavente fue entregada por Enrique II, a título de ducado, a su hijo natural, don Fadrique. Fue una más de las conocidas como mercedes enriqueñas, que permitieron el ascenso de algunas familias a una nueva aristocracia, bien diferenciada de los antiguos linajes nobiliarios, ahora muy debilitados por la crisis del siglo XIV.

Finalmente, en 1398 Enrique III donó la villa y su castillo a Juan Alfonso Pimentel, caballero de origen portugués afincado en Castilla. Se daba así inició a un condado de gran trascendencia en todo el devenir histórico de Benavente hasta el siglo XIX. En 1473 Enrique IV de Castilla añadió el título de ducado a Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde de Benavente y señor de Villalón, Mayorga, Betanzos, Allariz, y otros lugares. Todo esto permitió a los Pimentel intitularse indistintamente como condes y duques. 

La sucesión de títulos y familiares dejó XV condes y XII duques. Varios de ellos fueron muy próximos a los monarcas, formaron parte de la grandeza de su época y desempeñaron altas responsabilidades en el gobierno y la administración del reino. En total más de 400 años de historia, hasta llegar a María Josefa Alfonso Pimentel (1752-1834), última condesa-duquesa que ostentó en exclusiva esta condición. A partir de 1771, tras el matrimonio de la XV condesa-duquesa con Pedro de Alcántara Téllez-Girón, IX duque de Osuna, se extingue el linaje Pimentel. Sus títulos y propiedades fueron incorporados al patrimonio de esta importante familia nobiliaria. Luego vendría la quiebra de la casa de Osuna, el embargo de sus bienes y la venta del patrimonio mueble e inmueble.

Si el fuero de Benavente de 1167 era el máximo exponente documental de la etapa del realengo, el periodo del condado, esto es del señorío de los Pimentel, nos remite a otra pieza emblemática: el albalá de la donación de Enrique III del 17 de mayo de 1398. Es el punto de partida de esta otra etapa de la historia. Es este un documento bien conocido en la historiografía, del que existen varias copias y ediciones. Su custodia en el archivo de los Pimentel, en la Fortaleza de Benavente, está sobradamente documentada hasta finales del siglo XVIII. Sin embargo, se había perdido totalmente su rastro como consecuencia de varios traslados, y de todas las peripecias derivadas del embargo y las ventas de los bienes de la casa de Osuna.

Una serie de circunstancias favorables, entre las que hay que incluir el azar, la fortuna y el celo de una familia por conservar el legado de sus antepasados, ha permitido la feliz recuperación del original de este diploma. Por todo ello, el gesto de Paloma Yraola Sánchez de la Bodega, al entregar ahora este documento a la villa de Benavente, merece ser valorado en toda su dimensión. Estamos ante un encomiable acto de generosidad, sin contrapartida alguna. Se hace desde el compromiso con Benavente y la sensibilidad hacia los valores culturales, plenamente consciente de que va a enriquecer de forma muy significativa el patrimonio histórico y documental del municipio.

El Archivo Municipal va a contar a partir de ahora con esta pieza documental de primer orden. Su lugar natural de custodia merece ser especialmente relevante, compartiendo espacios con el fuero, los pergaminos y los privilegios reales de la villa. El círculo se completa, y viene a significar una etapa, como se ha dicho, de más de 400 años del pasado de Benavente. Todo ello invita ahora a un nuevo acercamiento a toda la problemática relacionada con este documento, a fin de ofrecer una revisión el mismo para su estudio y valoración.

Entre Portugal y Castilla

Juan Alfonso Pimentel fue el I Conde de Benavente entre el 17 mayo de 1398 y los últimos días de diciembre de 1419. Fue hijo de Rodrigo Alfonso Pimentel, caballero de la Orden de Santiago y comendador mayor de Mértola. Sobre la identidad de su madre existen algunas dudas, pero se sabe que fue hija de Lourenço da Fonseca. Casó con Juana Téllez de Meneses, media hermana de Leonor Téllez, mujer del rey Fernando I de Portugal. Aunque ya contaba con un importante patrimonio familiar, su condición de miembro destacado del círculo de magnates de la corte portuguesa le permitió erigirse como señor, entre otras, de las villas de Vinhais y Braganza, en la comarca de Tras-os-Montes.

Don Juan Alfonso adquirió un especial protagonismo político y social a finales del siglo XIV, con su paso al bando castellano en el contexto del conflicto castellano-portugués tras la muerte de Fernando I en 1383. Sus actuaciones de estos años le supusieron una importante participación en las concesiones y mercedes otorgadas por Enrique III, como ocurrió con otros exiliados portugueses a partir de 1396. Durante los meses anteriores, la caída sucesiva de los parientes del rey, conocidos en la historiografía como “epígonos Trastámaras”, había supuesto la restitución al realengo de varios estados señoriales, entre ellos la villa de Benavente que había pertenecido con anterioridad al patrimonio de don Fadrique. La mayor parte de estos señoríos confiscados fueron concedidos en los años siguientes a los nuevos nobles adictos.

López de Haro, Berdum de Espinosa, Ledo del Pozo, y otros autores de los siglos XVII y XVIII, intentaron justificar el paso del Pimentel al bando castellano como un deseo de vengar una trágica muerte. Su hija, Beatriz, murió violentamente a manos de su esposo, Martín Alfonso de Melo, señor de Arega y Barbacena, y alcaide de Évora. Según este relato, Juan Alfonso Pimentel acudió a Joao I pidiendo justicia, pero no fue satisfecho en sus reivindicaciones, al contar el poderoso Martín Alfonso con la protección de los cortesanos más allegados a la nueva dinastía de Avís.

En realidad, la lealtad de Juan Alfonso Pimentel nunca fue incondicional a Castilla. En una actitud fría y calculadora, supo aprovechar las coyunturas políticas y los equilibrios de fuerzas en función de sus intereses familiares y patrimoniales. Por todo ello, no salió muy bien parado en las crónicas de la época. No participó activamente en la batalla de Aljubarrota de 1385, en la que se produjo un contundente triunfo militar por Juan de Avís, y sus aliados ingleses, sobre Juan I de Castilla. Por el contrario, se mantuvo defendiendo su enclave de Braganza, con una posición equidistante, en principio, favorable a las aspiraciones de doña Beatriz, hija de Fernando I y esposa del rey de Castilla, frente a los seguidores del Maestre de Avís.

A partir de 1396, tras la reanudación de hostilidades entre Castilla y Portugal, Juan Alfonso encontró la ocasión propicia para precipitar su paso al servicio de Castilla. El punto de partida fue el ataque de los lusitanos al puerto de Cádiz, que fue contestado por Castilla con el asalto a una flota portuguesa. El control de las costas, tanto en Andalucía como en Galicia, se convirtió en un escenario fundamental en el intento de buscar un desequilibrio de las fuerzas. En la primavera de 1397, hubo un recrudecimiento de los combates. Los portugueses se adentraron en las tierras de Galicia, ocuparon sin muchas dificultades Pontevedra y pusieron cerco a Tuy. Después de un largo asedio a la plaza, el rey Joao I de Portugal consiguió entrar en Tuy el 25 de julio de 1398. Sin embargo, los castellanos, alternando los enfrentamientos armados con la diplomacia, pudieron recuperar aquellas posiciones algún tiempo después.

Fue en torno a estas fechas cuando Juan Alfonso Pimentel abandonó definitivamente Portugal para instalarse en Castilla, pero previo acuerdo de las condiciones con el rey Enrique III. Todo apunta a una larga y meticulosa negociación con los representantes del rey castellano. En carta fechada en Madrid, el 28 de enero de 1398, el monarca castellano daba poder a su justicia mayor, Diego López de Zúñiga, para que en su nombre tratara con el señor de Braganza y con Gil Vázquez de Acuña "algunas cosas que cumplen mucho a mi servicio". Las conversaciones debían contar con la "lealtanza y buena discreción" del justicia mayor, que además gozaba de capacidad para "prometer y otorgar donación y donaciones a los dichos Johan Alfonso y Gil Vasques, y a cada uno de ellos, de villas y lugares en que aya aquellas quantías y números de vasallos que a vos bien visto será, y les otorgar de mi parte todas las otras cosas que vos entendierdes que cumple, e todas las cosas y cada una de ellas que vos el dicho Diego Lopes por mí y en mi nombre prometierdes y otorgades [...] yo lo otorgo y lo hé, y abré por firme y estable y por valedero agora y para en todo tiempo, así como si yo mesmo lo fesiese y otorgare presente seyendo".

Según documenta Isabel Beceiro, fue entre finales de abril y principios de mayo, cuando el noble portugués se enfrentó abiertamente a la monarquía de su país. Durante todo el conflicto, sus villas permanecerán en poder de los castellanos, convirtiéndose Braganza en una de las ciudades-rehenes principales para Castilla. En la crónica de Joao I, Fernando Lopes recordaba así los detalles de estas deserciones de nobles lusos:

“... E estando el rey dentro de aquella cydade, lleveyo recado como Joham Fernandes Pacheco e seus irmaos se foram pero Castella, e jsso mesmo Gil Vaasques da Cunha e Johaao Afonso Pimyntel, per cuya partida seu aversaryo cobrara as villas e castellos de que tinha feito menagem, asy como Braganca e Vynhaees e o Mogadoyro e Villa Mayor. E se alguem notar per mingoa nam poermos aquí por que se estes e outros fidalgos partiram do reino, esto seria grave da deuy nhar, e cossa que per elles comprira ser recontada. Mas à comun fama de todos era que elles dizian que por agrauios que del Rey recebiam se foran de sua terra...”.

Una villa para un condado

Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, Diego López de Zúñiga, haciendo uso del poder otorgado por el rey, hizo la concesión a Juan Alfonso Pimentel, el 4 de marzo de 1398, de "la villa de Benavente con su castillo y con sus aldeas y términos, y con todos sus pechos y derechos, y con la jurisdicción alta y baja, civil y criminal, y con el mero mixto imperio, y con todas las otras cosas que le pertenecen y pertenecer deben en cualquiera manera según mejor y más cumplidamente la agora ha y tiene la reina doña Catalina mi señora".

Catalina de Lancaster, reina consorte de Castilla por su matrimonio con el rey Enrique III, fue "señora" de Benavente en los años anteriores a la donación de la villa a los Pimentel, es decir hasta 1398. Era hija de Juan de Gante, duque de Lancaster, y de su segunda esposa, Constanza de Castilla. Fue nieta de dos monarcas: su abuelo paterno fue el rey de Inglaterra, Eduardo III, y por línea materna el rey Pedro I de Castilla. Cuando accedió al señorío de Benavente era una joven de apenas 21 ó 22 años.

Para los benaventanos, el señorío de la reina fue interpretado como una vuelta de hecho al realengo, después de los turbulentos años padecidos por la villa durante el dominio del duque don Fadrique. En 1374, dentro de un contexto general de expansión y fortalecimiento de los grandes linajes castellanos, Benavente había sido entregada, a título de ducado, por Enrique II, a su hijo natural, don Fadrique. Durante este convulso período, la villa sufrió en 1387 un cerco de dos meses por parte de las tropas angloportuguesas encabezadas por el duque de Lancaster. Aunque no consiguieron rendir la plaza, el asedio dejó tras de sí un paisaje de ruina y desolación.

Con la caída en desgracia y la entrada en prisión de don Fadrique, en 1394, el título del ducado de Benavente revertió a la corona y, a continuación, la villa fue cedida a la reina Catalina de Lancaster, pero el proceso de señorialización era ya imparable. Como recordarían años después los propios benaventanos, con la reina "habíamos olvidado todos los males y tribulaciones que habíamos sufrido y pasado, lo cual por nuestros pecados nos duró muy breve tiempo".

La creación del condado se materializó el día 17 de mayo de 1398, cuando Enrique III otorgó un albalá desde Tordesillas por el que concedía a Juan Alfonso la villa de Benavente con su castillo, aldeas, términos y derechos, exceptuando el cobro de las alcabalas y los pedidos reales de monedas. En esa misma fecha, ordena a sus oficiales que pongan a Juan Alfonso en posesión de la villa, y a sus habitantes que le obedezcan y entreguen sus sellos.

En la exposición de motivos del albalá se hace relación de los especiales servicios prestados al rey en su lucha contra el adversario de Portugal: “por quanto después que vos yo requerí e fise entender commo aquel traydor, mi aduersario, que se llama rey de Portogal, non auía derecho alguno en el regno de Portogal, antes lo tenía ynjusta e malamente commo tirano; vos venistes por mí a me seruir, e fesistes lo que vos yo mandé de las villas de Brargança y Vinnays que vos teniades”. Todo ello vendría a justificar ahora la concesión del título de conde: “e por que seades mas onrrado vos, e los que de vuestro linage venieren, do uos la dicha villa a títolo de condado, e fago uos conde della”.

A continuación, ordena a los vecinos obediencia y servicio a su nuevo señor: “por esta mi alualá mando a todos los vesinos, e moradores de la dicha villa, e de todas sus aldeas e términos que vos reçiuan e ayan por su sennor e vsen con los alcaldes e ofiçiales que vos pusieredes en la dicha villa, así commo mejor e más complidamente vsaron e deuieron vsar con los otros que ponían los otros sennores que fueron della, e vos recudan e fagan recudir con todas las rentas e pechos e derechos, según que mejor e más complidamente recudían a ellos”.

La toma de posesión solemne de la villa tuvo lugar el día 8 de junio en el monasterio de San Francisco. A partir de ese mismo momento, haciendo uso de las atribuciones señoriales recogidas en la merced regia, el conde comenzó a poner toda la maquinaria concejil a su servicio. No se ha conservado el documento original de la toma de posesión, pero sí un extracto bastante detallado de la misma:

"Posesión dada a Don Juan Alfonso Pimentel de la villa de Benavente por los regidores y hombres buenos de dicha villa recibiéndole, por señor de ella en virtud de la donación que el rey Don Enrique le hizo de ella con título de conde, haciéndole pleyto y omenage una, dos y tres veces, de que guardarían la dicha villa por el dicho señor y que lo acogerían en ella irado y pagado, con pocos o muchos, de noche e de día, en lo alto e en lo baxo, cada vegada que y llegare, y de que bien y verdaderamente le amarían y guardarían su servicio y señorío, e de la condesa Doña Juana, su muger, e que le serían leales e omildes e ovedientes vasallos en todas las cosas que a su servicio cumplían e les por su parte fuese mandado y requerido. Su fecha en el monasterio de San Francisco de Benavente, sábado ocho de junio del año 1398".

La nueva relación entre el señor y su villa acabó siendo muy traumática para los habitantes del concejo. En el año 1400 los vecinos de Benavente enviaron un emotivo memorial al rey Enrique III exponiéndole toda una larga relación de agravios, injusticias y desafueros perpetrados por el conde en los apenas tres años transcurridos desde su toma de posesión. El sometimiento impuesto a la arbitrariedad señorial fue considerado por los benaventanos como una afrenta a su independencia. Por ello, la mayor parte de sus quejas al monarca tenían como denominador común el evidente desprecio manifestado por el conde a sus fueros, usos y costumbres.

Murió el conde en diciembre de 1419, siendo enterrado en el monasterio de San Francisco de Benavente. Se daba así inicio a una arraigada tradición que acabaría en la configuración de un panteón familiar en la iglesia franciscana. Fueron sus hijos Rodrigo Alfonso Pimentel, que le sucedió en el condado como segundo titular de la casa entre 1420 y 1440, Alfonso Telléz, comendador de Mayorga en la Orden de Alcántara y fraile jerónimo en Guadalupe, Beatriz Pimentel, que se casará con Martím Alfonso de Melo, y Teresa de Meneses, casada con Pedro de Bazán.

No será hasta 1422, ya muerto el conde, cuando el concejo renuncie por fin a todas sus quejas y demandas legales interpuestas contra Juan Alfonso y sus herederos por los abusos cometidos. Entre ellos se cita, como afrenta destacada, la utilización de los pilares de piedra del puente de Castrogonzalo como materiales de construcción para su capilla del monasterio de San Francisco: "sobre e por rasón de çiertas quantías de marauedís e pan e otras cosas quales quier, así de bienes muebres como de rayses, como por çiertos pilares de piedra que mandó tomar de la puente de piedra de Castro Gonçalo para faser la su capiella que mandó faser en Sanct Françisco desta dicha villa, como otras cosas quales quier quel dicho conde vuestro padre nos era deuido e obligado a dar e pagar, así por cartas como en otra manera qual quier e por qual quier rasón".

El documento, escriturado un 9 de abril, venía a normalizar las relaciones entre el concejo y un linaje nobiliario que pretendía asentarse definitivamente en su territorio. Suponía, en la práctica, la aceptación del señorío de los Pimentel sobre la villa, a cambio de una reducción significativa de su contribución fiscal y la aceptación tácita de la existencia de ciertos límites al poder de los condes.

Más Vale Volando

Se atribuye a este primer conde benaventano, Juan Alfonso Pimentel, la creación y el uso del lema "más vale volando", presente en la divisa del escudo familiar. En heráldica los términos lema y divisa suelen entenderse como sinónimos, pero algunos autores tienden a diferenciarlos y a matizar su significado. En cualquier caso, forman parte de los ornamentos exteriores de los escudos y consisten en frases breves, a menudo de contenido sentencioso, que expresan deseos u objetivos, y que sirven como elemento distintivo de una persona, linaje o institución.

En el caso de las armas de los Pimentel, junto a la divisa es frecuente encontrar la imagen de un buitre con sus alas desplegadas. De todo ello contamos con abundantes ejemplos en la heráldica y la iconografía familiar. En la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, un gran escudo de los Pimentel, escoltado por dos tenantes, presidía el retablo barroco del presbiterio. Trasladado al extremo norte del crucero, sobre el mismo destacan la figura del buitre y una filacteria con el texto “Más Bale Volando”. El significado de ambos elementos puede entenderse como una apuesta por la libertad individual, frente a los juicios preestablecidos. Aludiría a la necesidad de aprovechar las oportunidades que los avatares de la vida ofrecen y de no contentarse con la seguridad de los objetivos ya alcanzados.

Cuentan los cronistas y los genealogistas que cuando Juan Alfonso Pimentel abandonó al rey Joao I de Portugal para instalarse definitivamente en Castilla como I conde de Benavente, éste le reprochó que pusiera en peligro sus valiosas posesiones en aquel reino, Bragança y Vinhais entre otras. El rey le recordó el célebre dicho: "Más vale pájaro en mano que buitres volando". Y el conde le contestó despidiéndose: "Más vale volando". Este sería el momento en el que la frase pasaría a la divisa del linaje, omnipresente en su emblema heráldico. A este respecto, señala Ignacio Berdum de Espinosa en 1753 lo siguiente:

“[…] por estas razones dicen algunos que tienen los Pimenteles en sus armas un buytre, con el lema “más vale volando”, pues habiendo sido príncipes poderosos en el reyno de Portugal, dejaron sus dignidades y rentas por seguir la parcialidad del rey de Castilla, y su legítima acción al solio de aquel reyno, depreciando los mayores dones, mercedes de estados y rentas que pueden ponderarse, a cuya aceptación le conspiraba el mismo, que entonces se intitulaba rey de Portugal, y se lo persuadían todos los grandes y magnates de aquel reyno, reconociéndole por el principal de ellos, en lo que concuerdan todos los historiadores portugueses y castellanos, y resulta de instrumentos y varios papeles antiguos que tiene la Casa en su Archivo”.

Ledo del Pozo, en su “Historia de la nobilísima villa de Benavente”, ofrece una explicación muy similar:

“Tienen también estos condes en sus armas un buitre con el lema “Más vale volando”, porque disgustado don Juan Pimentel, que después fue I conde de esta villa de Benavente, de la injusticia y tiranía que con él usaba el rey de Portugal, por haber seguido en las guerras el partido de doña Beatriz contra él; se desnaturalizó de aquel reino con tanta bizarría, que envió a decir al rey no era su vasallo; y que así le entregaba las fuerzas, dignidades y rentas de sus estados; a cuya propuesta respondió el rey advirtiese "más valía pájaro en mano, que buitre volando", a lo que replicó don Juan «más vale volando», timbre que hoy día ostentan las armas de estos condes”.

Expresiones relacionadas con la de “más vale volando” aparecen ya en el Quijote y en otros textos literarios clásicos, lo cual nos remite a los dichos populares y a una creación muy anterior en el tiempo. En el Quijote encontramos el mismo refrán reproducido por el rey portugués en varias ocasiones: “Más vale pájaro en mano que buitre volando” (El Quijote I, 31 y II, 12) y “[Más vale] el pájaro en la mano que el buitre volando” (El Quijote II, 71). Ya en el siglo XIV, en el “Libro de Buen Amor” leemos: “No dejes lo ganado por lo que has de ganar” (Libro de Buen Amor, 994). En los siglos XV y XVI contamos con otros testimonios similares en varias obras castellanas, y también con un proverbio latino de cronología incierta: “Est avis in dextra, melior quam quator extra”, (es mejor un pájaro en la diestra que cuatro fuera de ella).

Sin embargo, los Pimentel dieron al refrán un giro de 180 grados, convirtiendo su divisa en un canto al riesgo y la aventura, elementos que, ciertamente, estuvieron presentes en muchos momentos de su dilatada historia familiar.

El albalá de 1398

La merced del 17 de mayo de 1398 por la que Enrique III entrega la villa de Benavente, a título de condado, a Juan Alfonso Pimentel se escrituró bajo la fórmula diplomática de un albalá en papel. En la documentación castellanoleonesa el uso del papel como materia escriptoria en la cancillería regia comienza a estar presente en el reinado de Alfonso X, particularmente en los llamados "mandatos". Se pone fin así al dominio prácticamente absoluto del pergamino, propio de los siglos anteriores. No obstante, su utilización en otros tipos documentales será progresiva y paulatina, reservando siempre el pergamino para aquellas cartas más solemnes.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra albalá procede del árabe "al-bara", origen que comparte con el vocablo "albarán". Se utilizó indistintamente como vocablo masculino y femenino para designar aquella carta o cédula real en que se concedía alguna merced, o se proveía otra cosa. En realidad, el documento llamado albalá es, en su primera concepción, una carta de pago usada en el ámbito del comercio mucho tiempo antes de que fuera incorporado al conjunto de documentos elaborados y expedidos por la cancillería real.

La definición y sistematización de este nuevo tipo diplomático parece que no se materializa hasta el reinado de Pedro I de Castilla (1350-1369), aunque en los cuadernos de las Cortes de Valladolid de 1312 aparece ya alguna referencia a su existencia. En aquella ocasión, el rey Fernando IV se comprometía a "non poner mío nombre en ninguna carta, nin en albalá, en ninguna manera salvo en las albalaes que tuviere por bien de dar para partir algunos dineros de la mi cámara". La identificación de este prototipo documental no suele ofrecer dudas, pues en el contenido del propio diploma se alude a su naturaleza: "...por este mi albalá".

Como señala Lope Pascual Martínez, el reinado de Enrique III ofrece muy pocas innovaciones y particularidades en el campo de la Diplomática. Los oficios de la cancillería son desempeñados casi por las mismas personas que en el reinado anterior, y los tipos y formularios documentales se continúan, manteniéndose formas bastantes arcaicas, casi en desuso, como es la carta plomada. No obstante, también se inician nuevas fórmulas de documentos, como es el caso de la “Real Cédula”. Sus primeros ejemplares se documentan en este momento, y acabarán extendiéndose en el uso y la práctica de la cancillería real castellana.

La estructura diplomática del albalá tiene unos componentes bastante característicos. Destaca por su brevedad y por la ausencia de solemnidad en sus elementos formales. Dentro de los tipos documentales de la cancillería castellanoleonesa bajomedieval, el albalá es el único ejemplo que carece de sello. El texto se inicia directamente con la intitulación, al comienzo de la primera línea, sin destacarse del resto del contenido: "Yo el Rey" o "Nos el rey". Esta escueta intitulación añade, en contados casos, la expresión de los dominios de la Corona reducida a los dos reinos nucleares de Castilla y León.

Termina su contenido con la data, compuesta por el día, mes y año (no suele consignarse el lugar de expedición), el refrendo del secretario y la subscripción autógrafa del monarca. "Yo el Rey". El elemento introductor de la data es, en la mayoría de los casos, "fecho" o "fecha” (la carta).

El albalá, en su concepción más específica, servía a los monarcas como instrumento para resolver algún asunto administrativo con trasunto económico, sobre todo para el nombramiento de cargos y asignación de salarios. No obstante, también podía servir para la concesión de mercedes. En este caso, su estructura se asemeja a la de la provisión real y, por tanto, incorpora la conocida fórmula: "por faser bien e merçed a vos", así como la alusión genérica a los servicios prestados que motivan la concesión: "por muchos e buenos e sennalados e altos seruiçios que me auedes fecho e fasedes de cada dia". Por todo ello, en los manuales de Paleografía y Diplomática se suele distinguir, por su contenido, entre "albalá de merced" y "albalá de provisión".

Antonio Floriano Cumbreño daba algunas pautas muy ilustrativas en este sentido. El "albalá de merced" tendría por su nota más característica la ausencia de expositivo, que es suplido por la aparición de la motivación: "por facer bien e merçed", a la que sigue la dirección y el dispositivo. El texto se suele completar con el mandato al canciller, notarios y escribanos para que expidan los documentos necesarios para el cumplimiento de la merced real. La fecha se expresa en formato directo de día, mes y año, bien por la era hispánica o por el nacimiento de Cristo. Es habitual la falta de la fecha tópica. Por el contrario, el "albalá de provisión" presenta un expositivo algo más amplio, que puede incluir la presentación de una querella, la petición al rey y el acceso correspondiente a la petición.

Por otra parte, este tipo de documentos parece que en ocasiones podía o debía ser canjeado por otras cartas más solemnes, como la provisión real o la carta de privilegio, confiriendo mayor firmeza y legitimidad al acto jurídico. Según la documentación de Osuna, el mismo Enrique III otorgó un privilegio rodado, desde Alcalá de Henares, el día 13 de diciembre concediendo la villa de Benavente con título condal por los servicios prestados por Juan Alfonso, señor de Braganza y Vinhais, contra el adversario de Portugal.

Igualmente, estas mercedes podían ser confirmadas o refrendadas por otros monarcas bajo diversas fórmulas diplomáticas. Así, el 15 de diciembre de 1420, Juan II de Castilla otorgaba un nuevo albalá, confirmando al II Conde, Rodrigo Alfonso Pimentel, la merced de la villa de Benavente y su tierra con todas sus rentas y derechos, y el 17 de enero de 1421, desde Torrijos, el este mimo rey despachaba una sobrecarta de confirmación de la misma merced.

Nuestro albalá formó parte de los fondos del archivo de los Pimentel, custodiado durante la mayor parte de la historia del linaje en la Fortaleza de su villa de Benavente. Allí consta en varias ocasiones en distintos inventarios y registros que se fueron realizando de la documentación familiar. De su tenor se realizaron un buen número de copias, tanto certificadas como simples, y fue editado por distintos cronistas y genealogistas. Álvaro López de Haro ya incluyó su texto completo en su “Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España”, publicado en Madrid en 1622. La copia más antigua de la que tenemos constancia es la de su inserción en el documento de fundación de mayorazgo por Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde de Benavente, escriturado en 1440.

Se trata de una pieza de papel de 310 x 186 mm. Cuenta con la subscripción real "yo el rey", y la diligencia del escribano Ruy López: "Yo Ruy Lopez la fiz escreuir por mandado de nuestro sennor el rey". Respecto al tipo de escritura, debe contextualizarse dentro de la gran variedad de formas de la escritura gótica cursiva empleadas en Castilla en los siglos bajomedievales. Los nombres utilizados llegan a solaparse en sus aspectos formales: gótica cursiva, letra de privilegios, letra de albalaes, precortesana, etc. Esta última, encuadrada entre dos tipos bien definidos: la de albalaes y la cortesana verdadera, sirve de puente en la evolución de uno a otro, aunque no presenta unos caracteres muy acusados.

El estado de conservación de nuestro diploma es bastante aceptable, teniendo en cuenta su antigüedad, de que no es un documento en pergamino y que se hizo uso de él en numerosas ocasiones para acreditar derechos y propiedades. Son varios los momentos en los que sale a relucir para documentar todo tipo de actos jurídicos. En la segunda mitad del siglo XVIII el albalá aún se encontraba en la Fortaleza benaventana. Con motivo de la realización de una copia en 1753, el archivero mayor dejó constancia de su situación en el archivo de la siguiente manera:

“Don Pedro de Riego, archivero mayor del que en la Fortaleza de esta su villa de Benavente tiene el excelentísimo señor don Franzisco Alphonso Pimentel Vigil de Quiñones, Borja y Zentellas, Herrera, Henrríquez [...] zertifico como entre los papeles que existen en dicho archivo está un legajo conzerniente a las merzedes, privilegios y confirmaziones de la villa y tierra de Benavente; y en él la donazión y merzed que el rey don Henrrique tercero hizo a Juan Alphonso Pimentel de dicha villa y tierra, cuyo thenor es como se sigue [...] Así resulta y pareze de la zitada merzed y donazión original que obra en dicho legajo y archivo a que me remito, y para que conste de orden de dicho excelentísimo señor conde duque de Benavente, mi señor, doy la presente zertificación, que firmo en el referido archivo y fortaleza de esta dicha villa de Benavente a treinta de jullio de mill setezientos zinquenta y tres años. Pedro de Riego (hay una rúbrica)”.

A partir de 1771, tras el matrimonio de la XV condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Pimentel, con Pedro de Alcántara Téllez-Girón, IX duque de Osuna, se extingue el linaje Pimentel y todos sus títulos y propiedades fueron incorporados al patrimonio de esta importante familia noble española. En 1786 se efectúa un apeo, deslinde y demarcación, a petición del conde-duque, del Castillo y Fortaleza de la villa de Benavente. De nuevo, la donación real de 1398 sale a colación como justificación de la propiedad.

"Digo que una de las posesiones en el condado ducado de Benavente más principales es el Castillo y Fortaleza, consistente inmediato a esta villa, con sus muros, fosos, contrafosos, plazuela, que llaman de la Mota, circunferencias, servidumbres, usos, entradas y salidas según y como fue donado por las magestades de los señores don Juan el segundo y Enrique tercero, rey de Castilla, León, etc., al excelentísimo señor don Juan Alfonso Pimentel, primer conde duque de Benavente, cuya donación real se exhibirá en el acto del apeo por el archivero actual, don Andrés Calahorra, para que obre los efectos que aya lugar".

A mediados del siglo XIX, con la quiebra de la Casa de Osuna y el desmantelamiento del patrimonio señorial, se produce la venta y subasta de sus bienes muebles e inmuebles. De esta forma, una parte importante de las propiedades originarias de los Pimentel en la provincia de Zamora, más de 9.000 hectáreas en total, fueron adquiridas, en los años 1869 y 1870, por Fernando Fernández-Casariego y Rodríguez-Trelles (1792-1874), I marqués de Casariego.

Después de diversos avatares, el grueso de la documentación que guardaron durante siglos los Pimentel en su palacio-fortaleza de Benavente acabó recalando en 1917 en Madrid, en la Sección Osuna del Archivo Histórico Nacional. Desde 1993 estos fondos se custodian en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, con sede en la ciudad de Toledo. Sin embargo, no todo el fondo de los Pimentel ingresó en este archivo. Una serie de papeles, libros y legajos, de los que existe constancia, pero que hoy debemos dar en su mayor parte por perdidos, pasaron al patrimonio familiar de Fernando Fernández Casariego y sus descendientes, muy probablemente formando acompañamiento de toda la documentación probatoria.

Una de las hijas de Fernando Fernández Casariego, Sofía Fernández-Casariego Méndez-Piedra (1844-1928), casó con Enrique Tordesillas O'Donnell (1839-1893), II conde de Patilla, dando lugar a una larga descendencia y a distintas ramas colaterales como son los Silvela, Yarayabo, La Bisbal, Sánchez de la Bodega, Martínez-Cubells, Ardanaz, Melgarejo, etc.

Así pues, la necesidad de justificar documentalmente el origen de las fincas adquiridas por los Casariego en la comarca benaventana dio sentido a la segregación de este peculiar conjunto de documentos. De ellos se hizo una detallada relación, redactada en el momento inicial de la venta. Luego vendría la división en herencias de las fincas y las ventas correspondientes, dispersando aún más todo este legado. Todo ello, viene a legitimar y poner en valor la conservación de este importante documento en manos privadas hasta ahora. El albalá de 1398, hoy felizmente recuperado para el patrimonio y la historia de Benavente, puede considerarse uno de los últimos hitos de este apasionante viaje en el tiempo lleno de peripecias.


Transcripción 


1398, mayo, 17. Tordesillas.

Albalá del rey Enrique III de Castilla por el que concede a Juan Alfonso Pimentel, a título de condado, la villa de Benavente, con su castillo, aldeas, términos y derechos, exceptuando el cobro de las alcabalas y los pedidos reales de monedas.

A. Colección particular. Albalá. Orig. Papel, 310 x 186 mm.; precortesana; regular estado de conservación.

B. Colección particular. Copia de 1440, inserta en el documento de fundación de mayorazgo por Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde de Benavente.

C. AHNOB, Osuna, C. 415-24. Copia certificada por Pedro de Riego, archivero mayor de la fortaleza de la villa de Benavente, de fecha 30 de julio de 1753.

D. AHNOB, Osuna, C. 415-27. Copia simple.

ED. A. LÓPEZ DE HARO, Nobiliario genealógico de los reyes y títulos de España, Madrid, 1622, pp. 128-129; I. BERDUM DE ESPINOSA, Derechos de los condes de Benavente a la grandeza de primera clase, Madrid, 1753, fol. 41-43; J. LEDO DEL POZO, Historia de la nobilísima villa de Benavente, Zamora, 1853, pp. 251-252; J. MUÑOZ MIÑAMBRES, Nueva Historia de Benavente, Zamora, 1982, p. 62. 

Yo el rey, por faser bien e merçed a vos, Iohan Alfonso Pementel, por muchos e buenos e sennalados e altos seruiçios que me auedes fecho e fase /2 des de cada dia, e entendiendo que me faredes de aqui adelante, espeçialmente por quanto despues que vos yo requeri e fise entender commo aquel traydor, mi aduersario, que se llama /3 rey de Portogal, non auia derecho alguno en el regno de Portogal, antes lo tenia ynjusta e malamente commo tirano; vos venistes por mi a me seruir, e fesistes lo que vos /4 yo mande de las villas de Brargança y Vinnays que vos teniades; fago uos merçed e pura donaçion por juro de heredat, para vos e para vuestros fijos e herederos, que lo vuestro ouieren /5 de auer e heredar, asi por testamento commo muriendo sin el, de la villa de Benauente, con su castiello, e con todas sus aldeas e terminos e pertenençias quantas ha e /6 deue auer, asi de fecho commo de derecho, e con la justiçia alta e baxa, çeuil e creminal, e con el mero misto imperio e escriuanias dende, e con todos los pechos e derechos e /7 rentas, que a mi perteneçen, saluo las alcaualas e monedas; que es mi merçed que me las paguen a mi quando las yo demandare, e para que la podades vender e enagenar e enpe /8 nnar e faser della e en ella todo lo que vos quisieredes e por bien touieredes, asi commo de cosa vuestra propria; pero que lo non podades faser con omme nin persona alguna de fuera de /9 los mis regnos, nin de orden nin de religión, e por que seades mas onrrado vos, e los que de vuestro linage venieren, do uos la dicha villa a titolo de condado, e fago uos /10 conde della; e por esta mi aluala mando a todos los vesinos, e moradores de la dicha villa, e de todas sus aldeas e terminos que vos reçiuan e ayan por su sennor e /11 vsen con los alcaldes e ofiçiales que vos pusieredes en la dicha villa, asi commo mejor e mas complidamente vsaron e deuieron vsar con los otros que ponian los otros sennores que fue /12 ron della, e vos recudan e fagan recudir con todas las rentas e pechos e derechos, segun que mejor e mas complidamente recudian a ellos; e non fagan ende al /13 sopena de la mi merçed, e de quanto an; e juro e prometo en mi fee real de uos tener en mantener esta merçed e donaçion, que vos yo fago, e de uos non yr contra ella, nin vos /14 la reuocar en ningund tiempo contra vuestra voluntad, e sobre esto mando al mi chançeller e notarios e escriuanos que estan a la tabla de los mis seellos, que vos den e libren e sellen /15 mis cartas e preuillegio, las mas fuertes e mas firmes que les vos demandaredes e menester ouieredes en esta rason. Fecha en Tordesellas a dies e siete dias de ma /16 yo, anno del nasçimiento de Nuestro Sennor Ihesuscristo de mill e tresientos e nouenta e ocho annos. Yo Ruy Lopez la fiz escreuir por mandado de nuestro sennor /17 el rey. (Rúbrica). Yo el rey (Rúbrica)


Bibliografía

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Albalá original de la merced de Enrique III por la que se crea el condado de Benavente en 1398

Monumento al VI Centenario del Condado de Benavente (1398-1998)

La familia de Juan Alfonso Pimentel I conde de Benavente

La familia de Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde de Benavente

La Familia de María Josefa Sánchez de la Bodega

Enrique III de Castilla

Sepulcro de Enrique III de Castilla en la capilla de los Reyes nuevos de la Catedral de Toledo,. Dibujo de Cecilio Pizarro y Librado. 1841 (Museo del Prado)

Signo rodado de Enrique III en un privilegio de 1393 (Archivo Municipal de Toledo)

La familia de Enrique III de Castilla, según el "Liber genealogiae regum Hispanie" (Biblioteca Nacional)

Retrato anónimo del rey Joao I (Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa)

Castillo de Braganza

Praça da Sé (Braganza)

"Domus municipalis" (Braganza)

Interior de la "Domus municipalis" (Braganza)

Buitre y divisa "Más vale volando" en la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente

Detalle del monumento al VI Centenario del Condado de Benavente

miércoles, 27 de junio de 2012

Condes de Benavente, virreyes de Nápoles - Un Pimentel en la Campania

Vista de la Bahía de Nápoles, con el monte Vesubio al fondo

Según precisa el “Diccionario de la Real Academia de la Lengua”, “virrey” es el título con que se designó a quien se encargaba de representar, en uno de los territorios de la corona, la persona del rey ejerciendo plenamente las prerrogativas regias.

El linaje Pimentel, después de haber desempeñado durante los siglos XV y XVI una buena parte de los títulos y dignidades correspondientes a los Grandes de España, accedió también a desempeñar esta función del “virrey”. El VI Conde, Antonio Alfonso Pimentel, en 1567 fue nombrado virrey y capitán general del reino de Valencia, cargos que desempeñaría hasta 1571. En la época de los Austria Menores, durante el reinado de Felipe III (1598-1621), será Juan Alfonso Pimentel quien ostente el título de Virrey de Nápoles durante poco más de siete años (1603-1611), un mandato no muy extenso en el tiempo pero que dejará una profunda huella en las tierras del sur de Italia.

Juan Alfonso Pimentel, VIII Conde de Benavente (1576‑1621), fue además comendador de Castrotorafe y merino de León y Asturias. Casó en primeras nupcias con Catalina Vigil de Quiñones, hija del Conde de Luna y de María Cortes. En 1582 casó nuevamente, en esta ocasión con la hija del Barón de Martorell, María Zúñiga y Requesens.

Antes de pasar a Italia, Juan Alfonso Pimentel había sido Virrey y Capitán General de Valencia (1598-1602). Según Ledo del Pozo el Papa Paulo V, en agradecimiento a sus servicios en Italia, le habría hecho entrega de “muchas reliquias y más de 122 cuerpos de santos” que depositó en su mayor parte en la fortaleza de Benavente. Sabemos, a través de los inventarios de sus bienes depositados en Benavente, Madrid y Valladolid, que de la ciudad partenopea trajo una importente colección de tapices, armas, muebles, relicarios, esculturas y cuadros, estos últimos de artistas de la talla de Caravaggio, Bassano, Barocci o Tintoretto. Murió el conde en Benavente un 7 de noviembre de 1621, siendo enterrado en el panteón familiar del monasterio de San Francisco.

Giannone, en su célebre “Istoria civile del Regno di Napoli" (1723), precisa que nuestro Pimentel llegó a la capital de la Campania el 6 de abril de 1603, “y desde el día que llegó su aplicación continua fue la recta y pronta administración de justicia, sin que ni las iglesias sirviesen de asilo a los criminales”. Este mismo autor asegura que los napolitanos hubieran querido que su virreinato fuese eterno; mas los privados que gobernaban a Felipe III tuvieron a bien que le substituyese el conde de Lemos.

Juan Alfonso fue Virrey de Nápoles poco mas de siete años, y en ellos dejó perpetuos monumentos de su rectitud, y muestras indelebles de su magnificencia. Hizo mas de cincuenta pragmáticas, y todas, continúa Giannone, grabadas con el sello de la circunspección y de la prudencia. Adornó a Nápoles con dos magníficos paseos, enriquecidos de suntuosas fuentes: mandó construir el puente y reedificar la grandiosa puerta que conduce al burgo de Chiaja, por cuyo motivo fue llamada Puerta Pimentela; y además de algún otro edificio notable, hizo en la isla de Elba, sobre la costa de Toscana, edificar el Fuerte Pimentel, y en el reino los suntuosos puentes de la Cava, de Bovino y de Benevento.

Hizo además gran parte del Palacio Real de Nápoles, soberbio edificio barroco comenzado a principios del siglo XVII en la Piazza del Plebiscito. Parece ser que en un principio el sentido de esta construcción era servir de digno solio para una anunciada visita del rey Felipe III que nunca se materializaría.

En la actualidad la fachada principal del Palacio luce, flanqueando el escudo real, sendos blasones familiares de los Pimentel, timbrados de yelmo y con la figura de un buitre correspondiente a la divisa del linaje. Ambos pertenecen a las armas de Juan Alfonso y de su segunda esposa, María Zúñiga y Requesens. Los emblemas heráldicos, con las clásicas veneras y fajas de los Pimentel, son idénticos a un escudo existente en la Puerta de la Montaña, y otro de la misma época empotrado en la puerta principal de la casa de El Bosque, en Santa Cristina de la Polvorosa. Las armas del apellido Requesens son: cuartelado: 1º y 4º, de oro, cuatro palos de gules; 2º y 3º, de azur, tres roques de oro, bien ordenados; bordura dentellada de gules.

Firma del conde Juan Alfonso Pimentel en una carta fechada en Nápoles en 1604

Retrato de Juan Alfonso Pimentel, VIII conde de Benavente, por Pasquale Cati (1599)

Retrato de Juan Alfonso Pimentel, Virrey de Nápoles, según grabado publicado por Parrino (Biblioteca Nacional)

Retrato atribuido a Juan Alfonso Pimente, conde de Benavente, por El Greco

Palacio Real de Nápoles en la Piazza del Plebiscito

Detalle de la fachada principal del Palacio Real de Nápoles

Escudo del VIII Conde, Juan Alfonso Pimentel, y de su mujer, María de Zúñiga y Requesens

Piazza del Plebiscito

En 1634 José Raneo, que fue “portero de estrado de sus Excelencias”, y después ejerció el oficio de maestro de ceremonias, durante los virreinatos del duque de Alba y conde de Monterrey, compiló una obra denominada “Libro donde se trata de los Vireyes lugartenientes del Reino de Nápoles y de las cosas tocantes a su grandeza”. Se trata de un códice en 8ª perteneciente a la antigua librería de D. Martín Fernández Navarrete. La parte conservada, pues el manuscrito está incompleto, es en realidad un catálogo razonado de los virreyes de Nápoles hasta el Conde de Monterrey. Damos a continuación el texto correspondiente a Juan Alfonso Pimentel, según la edición ofrecida en 1853 por Eustaquio Fernández de Navarrete y publicada en el tomo XXIII de la “Colección de documentos inéditos para la Historia de España”:

"Don Juan Alfonso Pimentel de Herrera, conde de Benavente, entró a gobernar su cargo de Virrey de Nápoles, lugarteniente y capitán general por el Rey Filipo III, a [...] de abril de 1603. Hizo alto en Gaeta, adonde, habiendo dado aviso de su llegada, se le hizo el recibimiento y honras acostumbradas a los demás señores Virreyes, que hayan venido a este reino con dicho cargo, como queda escrito en las entradas que hacen los Virreyes, que es el orden que hasta ahora se ha tenido y de aquí adelante se tiene de tener y observar.

De aquí vino a Puzol, adonde se le hicieron las visitas y ceremonias acostumbradas, adonde se entretuvo por espacio de veinte y dos días, holgándose y dando tiempo a que el señor D. Francisco de Castro pusiese sus cosas en orden, y con su comodidad desocupase el puesto. Después de haberse hecho las acostumbradas visitas y prevenciones para la entrada, saliendo el señor D. Francisco de Castro acompañado (como es sólito) del Baronese, Ciudad, Colateral, tribunales, continos y la mayor parte de la nobleza de Nápoles por ser de todos en general amado y bien visto, haciéndosele de los castillos la salva general como a Virrey, se fue a casa de Mergollino, adonde hizo alto hasta tanto que se lo diesen galeras para su viaje. Gobernó el Colateral dos días que hubo de vacancia, dando las órdenes verbales para todo lo que era menester para la entrada de S. E.

Lunes siguiente entró el señor conde de Benavente con 12 galeras en Nápoles, adonde le estaba prevenido el ponte y acompañamiento acostumbrado, con el cual vino hasta palacio. Al siguiente día fue al arzobispado a dar el juramento; y habiéndole dado comenzó a ejercitar su cargo de Virrey y capitán general con aquella grandeza que acostumbran los señores de esta tan ilustre casa, continuándolo en todo su gobierno. Trujo consigo a su mujer y seis hijos muy galantes; y de ninguno de ellos se sintió jamás mocedad, ni liviandad, que es ordinario en los Príncipes mozos y libres.

Vino en su tiempo el Príncipe de Asculi, al cual S. E. tuvo alojado con toda su casa en un cuarto (habitación) por algunos meses. Asimismo al marqués de Santa Cruz y a la marquesa su mujer muchos días. También tuvo al Adelantado de Castilla con la condesa su mujer, que venía de España por general de la escuadra de las galeras de Sicilia, y estuvieron también hospedados y muy regalados por algunos días con mucha grandeza.

De ahí a dos meses mandó S. E. hacer un amoso torneo en la plaza de armas, adonde concurrieron todos los titulados, caballeros mozos, así italianos como españoles, a dicho torneo, como se escribe en las semejantes fiestas que se acostumbran hacer en palacio.

De ahí a un mes vino el señor duque de Mantua con cuatro galeras de Florencia a Puzol, para tomar remedios, el cual estuvo algún tanto confuso como también lo estuvo el de Benavente sobre como se habían de tratar, como mas largamente se dice cuando se habla de este particular a folio [...]. Asimismo en este mismo tiempo vino a esta ciudad con seis galeras el generalísimo de las galeras de Francia con su gran estandarte: en su ingreso que va escrito aparte, se verá la grandeza con que fue recibido a fol.

Fue este señor tan severo, tan justo y tan celoso de la justicia que no la perdonara a su propio hijo. Tuvo particular cuidado de la grasa: fue muy celoso de la honra de las viudas, doncellas y eclesiásticas personas. Fue tan caritativo que cada día daba infinitas limosnas a los pobres, que venían a palacio, oltre las que hacía secretas a caballeros pobres y pasajeros, que pasaban de este reino a otros. Ofreciose en su tiempo que un D. Francisco, siciliano, había tomado el arrendamiento de moler los trigos y traer la harina para la grasa de esta ciudad, la cual de ordinario come mas de mil tumbanos de trigo cada día, que cada tumbano es como una fanega de España. Había este D. Francisco concertádose con el conservador del grano de esta ciudad, que le consignase cada día todo el trigo que le pidiese, sin que se hiciese introito ni éxito (se le tomase razón de las entradas ni las salidas) ni del trigo ni de la harina, por lo que hurtaron él y sus compañeros mas de 800.000 tumbanos de trigo, vendiéndole a las islas convecinas a menor precio, a los casales de Nápoles, pasteleros y macarroneros, escondidamente de noche. Fue de manera que no había quedado trigo para dos meses en todas las fojas conservadero de la ciudad. Y viendo S. E. el grande aprieto y peligro de hambre en que se vía este pópulo y ciudad, mandó llamar a Miguel Vaez, conde de Mola, por haber tenido noticia de la grande inteligencia que tenía en los reinos extranjeros, para que con todo y particular cuidado hiciese venir cantidad de naves de aquellas partes, cargadas de trigo, y esto fuese con toda la brevedad posible, por el gran aprieto y confusión en que se hallaba en tan urgente necesidad, como las hizo venir y se escribe en el impreso del generalísimo de Francia a folio 229. Prendióse al dicho D. Francisco, arrendador del trigo, y lo trujeron a casa de D. Diego de Veza, presidente de la Sumaria, el cual se dio tan buena maña, que escapó por otra puerta, y se fue a Roma en hábito de jesuita, llevando dos pares de anteojos por transformar el rostro. Tuvo S. E. noticia del caso, y trató por medio del embajador de España que estaba en Roma: pidióse a su Santidad licencia para podelle prender, adonde se hallase, como se la dio; e hizo tan buena diligencia, que le prendieron y trujeron preso de Roma a Nápoles, donde le pusieron en la cárcel: diéronle tormento: confesó el delito, y condenáronle a muerte a él y a otros dos compañeros; y confirmó la sentencia el Sacro Consejo. Fueron muchos jesuitas, frailes y otros muchos caballeros a pedir a S. E. que le mandase cortar la cabeza, como a caballero que pretendía serlo. Respondióles que el que había vivido como ladrón, era justicia muriese como tal; y así mandó que le ahorcasen luego a él y a sus compañeros. Pusieron sus cabezas, pies y manos en unas rejas do hierro encima de la puerta del conservadero del trigo de esta ciudad con el letrero, nombre y delito de los delincuentes.

Sucedió asimismo ponerse fuego al monasterio de la Cruz, frontero de palacio, el cual se quemara todo si no lo hubiera mandado socorrer enviando a sus propios hijos, y él mismo mirando de su corredor las diligencias que se hacían, dando voces acudiesen todos al remedio de aquel incendio, mandando se derribase una pared de la cortina del refitorio para que el fuego no entrase en la iglesia, como se derribó y remedió e apagó el fuego por la misericordia de nuestro Señor.

Asimismo sucedió que en el territorio de Benevento, ciudad del Papa, había una hostería, que confinaba con el territorio de S. M. en este reino un tiro de arcabuz de una jurisdicción a la otra, en la hostería estaban mas de 400 bandidos, saliendo de noche conmoviendo y robando a todas las tierras convecinas, jurisdicción de S. M.; y luego se pasaban a dicha hostería, sin que la justicia Real pudiese prenderlos; y así escribiendo S. E. al gobernador eclesiástico de Benevento le diese licencia para poderlos seguir y prender; respondió que no podía dársela sin orden de S. E.; y habiendo escrito muchas veces al embajador de España que residía en Roma tratase con S. S. se la diese para prender dichos bandidos, que acudían a dicha hostería, no fue posible alcanzarla, diciendo se vendría a perder la jurisdicción eclesiástica. Por lo que tomó (por) expediente para la extirpación de dichos bandidos de comprar aquella hostería de dineros de S. M., como en electo la compró; y teniendo buena inteligencia con los tabernarios que allí puso de su orden, que eran del reino, que le diesen señal con lumbres de noche cuando los bandidos estuviesen recogidos en dicha taberna, dio orden al caballero Fontana, ingeniero mayor, que secretamente fuese a un lugar que estaba cerca de dicha taberna, territorio Real, y que de allí hiciese una mina, la cual llegase hasta debajo de la dicha taberna secretísimamente, poniendo en ella los barriles de pólvora necesarios para podella volar; y que estuviese muy bien atento cuando el hostero hiciese la señal para que luego diese fuego a la mina y se volase, como todo se hizo, volando la taberna con mas de cuarenta bandidos que estaban dentro, habiendo primero salídose fuera los hosteleros. Ofendióse mucho de esto el gobernador de Benevento, que era un obispo, escribiendo a S. S. el caso para poner papelones de excomunión. Su Santidad mandó al embajador de España escribiese a S. E. de cómo había roto la justicia eclesiástica; a lo que respondió S. E. no habla roto tal, sino que había quemado una hostería de S. M., y que no habla prendido ninguno en el término de la Iglesia. Fue tomada en risa estratagema tan rara, y del Colegio de Cardenales celebrada como de S. S., el cual mandó no se hablase mas de ello.

Vino orden de S. M. al conde de Benavente que procurase por todos los caminos que mejor le pareciesen el desempeñar una gran deuda, que esta fielísima ciudad tenía; en virtud de la cual se puso una gabela sobre la fruta que importaba 90.000 ducados al año en beneficio de la dicha ciudad; y habiéndola arrendado, los arrendatarios hicieron dos casas muy grandes de madera con sus pesos, la una en mitad del mercado de esta ciudad, y la otra en la marina, para poder tomar cuenta y razón de la Fruta que entraba: y en la del mercado hizo pintar algunos santos alrededor de ella para que no se ensuciasen a orinasen allí. De lo que el cardenal Aquaviva, arzobispo de esta ciudad, envió dos clérigos citados para que diesen de blanco a todos aquellos santos que allí estaban pintados; los cuales fueron con tanta bulla y alboroto con muy gran tropa de gente menuda y vil gritando todos “Viva el cardenal Aquaviva”; y con este tumulto, dando de blanco a los santos, fue tanta la gente que acudió que derribaron la casa, sin dejar memoria adonde estaba, perseverando siempre aquella plebeya gente “Viva el cardenal Aquaviva”. Por que llegando a noticia de S. E. mandó tomar información de tal atrevimiento y desvergüenza, enviando a dar parte de ello al cardenal, diciendo pudiera su Señoría ilustrísima haberlo ordenado, que él lo hubiera mandado quitar sin haber habido el rumor y alboroto que sucedió contra la jurisdicción Real. Apuntáronse estos dos señores así por esto como por otras cosas en razón de jurisdicción, de lo cual se dio parte a S. S. y a S. M.; por lo que vino orden al cardenal Aquaviva que fuese a Roma, y a S. E. que mandase rehacer dicha casa y gabela que había puesto en beneficio de la ciudad: hizóse todo luego conforme a las órdenes.

Tuvo cuatro parlamentos generales en su tiempo, en los cuales esta fielísima ciudad y reino dieron a S. M. grandísimos donativos; y en particular le dieron y concedieron por medio de S. E. la sal toda que tocaba al reino de Nápoles, que S. M. estaba obligado a dar al reino de Nápoles a cada fuego, que importé ochocientos mil ducados al año, que fue el mayor donativo y servicio que jamás los Reyes han recibido de esta fielísima ciudad y reino.

Hizo S. E. siete fuentes en el camino Real que va a Pozzoreal, para recreación de los ciudadanos pasajeros y viandantes y comodidad pública. Asimismo hizo venir a Santa Lucía el agua del Formal, adonde hizo una muy suntuosa fuente. También hizo que dicha agua del Formal fuese por todo el burgo de Chiaja con nueve fuentes hasta Mergollino e iglesia de nuestra Señora de Pié de Erveta, que nunca la había tenido, que fue la mayor grandeza y recreación universal que se ha visto.

Hizo gran parte del Palacio Real que había comenzado el conde de Lemos  D. Fernando. Salió de esta ciudad con grandísima grandeza y beneplácito general muy contentos todos de su gobierno".

Castel Nuovo de Nápoles

Iglesia de San Fernando de Nápoles

Ruinas de Pompeya