viernes, 28 de mayo de 2021

Una mirada a la villa de Benavente en el siglo XIII

Privilegio de Sancho IV al concejo de Benavente. Año 1285 (Archivo Municipal)

Benavente se asoma a la decimotercera centuria de la mano de la monarquía de Alfonso IX (1188-1230). Si bien fue Fernando II el auténtico fundador de la villa, la labor repobladora continuó de forma muy intensa durante el reinado de su hijo y sucesor. Su actuación fue al menos tan importante como la de su padre, pues garantizó la viabilidad de la nueva población y su expansión, tanto en el plano urbano como en su proyección sobre su amplio alfoz

García Gallo, después de un minucioso análisis de las cartas forales de Parga y Llanes, llegó a la conclusión de que Alfonso IX otorgó un nuevo fuero a Benavente en fecha indefinida. Su contenido debió consistir básicamente en la reelaboración de un fuero extenso a partir de la recopilación de las disposiciones regias anteriores y las propias normas establecidas por el Concejo. Podemos reconstruir varios de sus parágrafos a partir de otros textos conservados. Este nuevo fuero alcanzaría un gran prestigio y fue otorgado durante las siguientes décadas a numerosas villas leonesas, gallegas y asturianas.

La actividad constructiva en Benavente desde finales del siglo XII fue muy intensa. Al impulso inicial, patrocinado por la monarquía, hay que añadir la iniciativa de los propios vecinos, de las instituciones eclesiásticas, de algunos miembros de la nobleza y de las órdenes militares. Buena parte de las referencias documentales relacionadas con Benavente en estos años se refieren a la edificación, consagración y dotación de nuevas iglesias, signo inequívoco del establecimiento de pobladores y de la creación de nuevos barrios. Según el fuero, la condición de vecino se adquiría teniendo casa poblada en la villa.

Con estos sólidos fundamentos, a principios del siglo XIII el desarrollo del casco urbano sobre la base del primitivo cerro fortificado era ya muy apreciable. Documentamos un alto número de parroquias o "collaciones", con su población correspondiente, como Santa María del Azogue, Santa María de Ventosa, San Martín, San Miguel, San Juan del Mercado, San Salvador, San Andrés o el Santo Sepulcro. Algunas de estas "pueblas" estaban relativamente próximas entre sí, pero otras como el "Burgo de los Judíos" o el barrio de Ventosa se encontraban en el extrarradio.

La construcción de una primitiva cerca, hecha principalmente de tapiales de barro, contribuyó a aglutinar las distintas pueblas. A ella seguiría un segundo recinto murado, con seis puertas principales, que acabaría acogiendo los nuevos barrios surgidos en la época de la repoblación. De esta forma, con el aumento del número de vecinos y la consiguiente cohesión de los núcleos iniciales, la ciudad adquirió una cierta unidad espacial.

Al hilo de este desarrollo, algunas de las nuevas órdenes mendicantes decidieron establecerse en la pujante villa. Es el caso de los monasterios de San Francisco, Santo Domingo y Santa Clara (este último con un primer asentamiento en los arrabales). Todos ellos fueron fundados en la segunda mitad de la centuria, a los que habría que añadir el cisterciense de San Salvador, en Santa Colomba de las Monjas, refundado en 1181 y muy ligado al concejo benaventano. La necesidad de repartirse racionalmente el suelo disponible, delimitar sus ámbitos de actuación y atender la cura de almas condicionó la disposición de los diversos conventos en el tejido urbano y las relaciones entre ellos.

En el siglo XIII Benavente pasó a ocupar un lugar central dentro del sistema de comunicaciones del reino leonés. Los accesos a la villa fueron facilitados y mejorados con la construcción de dos puentes de piedra, probablemente en época de Alfonso IX. Uno sobre uno de los brazos del río Órbigo, al pie de la una de las puertas de la muralla, y el otro sobre el río Esla, en Castrogonzalo.

Estas y otras circunstancias, por sí solas, explican que Benavente fuera elegida en varias ocasiones como sede para la celebración de asambleas y reuniones de cierta entidad. En ellas se tomaron decisiones que afectaron de forma trascendente al devenir del reino. Son varias las convocatorias solemnes de las que tenemos noticia desde finales del siglo XII. Conocemos la convocatoria por Fernando II de un "concilium" en marzo de 1181, en el que se ventilaron ciertos asuntos relacionados con las donaciones regias. En marzo de 1202 hay constancia de una "curia plena", a la que asistieron obispos, vasallos del rey "et multis de qualibet uilla regni mei". Tenemos distintas informaciones indirectas acerca de unas cortes convocadas por Alfonso IX, según todos los indicios en agosto de 1228, con la participación de obispos, abades y representantes de las órdenes. En diciembre de 1230 se reunió en Benavente el Capítulo General de la Orden de Santiago. Por estas mismas fechas se sancionaba en la ciudad el acuerdo familiar entre Fernando III y sus hermanas Sancha y Dulce, que ponía fin a la separación política de los reinos de Castilla y León. Esta trascendental asamblea, en base a sus características y asistentes, ha merecido la calificación de cortes por varios autores. 

En mayo de 1283 se reunió en la villa una junta de obispos, abades, priores y procuradores de las catedrales, iglesias y monasterios de los reinos de León y Castilla. En este mismo mes y año también fue convocada una Hermandad de los reinos de León y Galicia, en la que se trató de la confirmación de los privilegios de los reyes.

En el aspecto político y militar, Benavente se vio inmersa en los conflictos fronterizos mantenidos entre León y Castilla durante el periodo de separación de ambos reinos. En época de Alfonso IX, estos enfrentamientos dieron lugar a un ataque fallido a la ciudad por las huestes de Alfonso VIII en el año 1196.

Según narra la Crónica latina de los Reyes de Castilla, el monarca castellano, penetrando por Castroverde de Campos, llegó hasta Benavente, donde se encontraba Alfonso IX junto con una guarnición mixta de musulmanes y cristianos, fortificados detrás de los muros de la población: “Después, avanzando más, se acercaron a Benavente, en donde estaba el rey de León con los moros y cristianos vasallos suyos, y llegaron hasta Astorga, y algunos incluso hasta Rabanal y otros hasta el comienzo de la tierra que se llama El Bierzo”.

La unión definitiva de los dos reinos en 1230 pondría fin al conflicto sucesorio y fronterizo. Como ya se apuntó, se firmó la paz y concordia en Benavente con la presencia en la villa “de las dos reinas, el rey, sus hermanas y los arzobispos toledano y compostelano, y muchos barones y concejos”. Pero esto no significó, en un principio, la desmovilización de la milicia concejil benaventana. Su potencialidad como fuerza ofensiva fue desviada hacia las campañas andaluzas. Lucas de Tuy recoge la encendida arenga de Fernando III a los caballeros de Benavente y Zamora al conocer que tropas cristianas habían entrado en Córdoba y solicitaban el auxilio del monarca:

"Que en esse tiempo y punto dixo a los de Benavente y Çamora y a los otros de alderredor: si alguno me es amigo y fiel vassallo, sígame".

La demanda de efectivos fue inmediatamente respaldada, de forma que una compañía de unos cien caballeros, con todas las armas y pertrechos necesarios para la ocasión, acompañó a Fernando III hacia las tierras de Andalucía en aquel invierno “muy lluvioso” de 1236.

El extracto de un documento perdido del Archivo Municipal nos permite conocer algunos detalles de un nuevo conflicto bélico en el que se vio inmersa la ciudad en época de Fernando III. Por él sabemos que, en el año 1256, Alfonso X había otorgado un privilegio a Benavente eximiendo a los mercaderes y demás vecinos de la villa de pagar repartimiento alguno que se les echase para el servicio de los reyes, “por estar muy deteriorada con las guerras y daños que había padecido en tiempos del rey don Fernando, su padre, contra los enemigos de la corona”.

Esta alusión tan temprana a los mercaderes benaventanos nos sugiere los factores que favorecieron el desarrollo en la villa de una floreciente actividad artesanal y comercial.

Por una parte, la considerable extensión de su alfoz concejil, que incluía un vasto territorio de gran diversidad geográfica y económica. Sus límites abarcaban buena parte del norte de la actual provincia de Zamora, desde las estepas cerealistas de Tierra de Campos hasta las zonas montañosas de la Carballeda, de vocación preferentemente ganadera. La villa principal se convirtió así, además de en un centro de poder político, en un referente económico para los habitantes de las aldeas, donde acudían a proveerse de todo tipo de bienes y servicios. Por otra parte, su estratégica situación en un nudo importante de comunicaciones, lugar de paso obligado y punto de encuentro de los más variados flujos mercantiles del reino de León.

Ya desde 1222 hay constancia del establecimiento por Alfonso IX de una feria en el puente antiguo de Castrogonzalo, relacionada sin duda con el movimiento de población, mercancías y ganados en torno a este paso del Esla y la protección ofrecida por su castillo. La feria franca, de quince días, tenía lugar en torno a la festividad de Santa Marina (18 de julio).

En 1228 se menciona la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente, lugar donde presumiblemente se celebraría el mercado diario. Respecto al mercado semanal, celebrado tradicionalmente los jueves junto a las iglesias de San Juan y San Nicolás, la primera mención data de 1270, año en que se menciona la “calleya que va de la carnicería pora el mercado”, aunque su origen debe ser bastante anterior en tiempo.

Con estos antecedentes, la concesión de una feria franca a Benavente por Alfonso X en 1254 vino a culminar este proceso, convirtiéndose en un estímulo más para el desarrollo económico y social del Concejo. El pergamino original se conserva en el Archivo Municipal. Según su tenor, la voluntad del rey era favorecer a los vecinos: "esto fago por saber que he de les fazer bien e merçet, e porque la villa sea mayor, e mejor, e más poblada". La celebración tendría lugar tres semanas después de la Pascua de Resurrección, y su duración sería de quince días. El texto se completa con la concesión de las habituales franquezas y libertades a los concurrentes a la villa en estas fechas.

Alfonso X fue un monarca que manifestó un gran interés por gestionar adecuadamente el importante crecimiento económico de su época y planificar el espacio mercantil dentro de las fronteras de su reino. Una línea significativa de esta innovadora política económica consistió en dotar a los centros urbanos de los adecuados instrumentos para el trato y el negocio. A partir de los años centrales del siglo XIII son numerosas las concesiones de ferias a diversas villas, pero siempre bajo una concepción general ordenadora y jerarquizadora. En esta época, tenemos constancia documental de una docena de ferias, a las que se añadieron no menos de 25 nuevas antes de acabar su reinado. Así, por ejemplo, en el área de la Cuenca del Duero se impulsaron las de Valladolid, confirmadas en 1263, como ferias principales, y posiblemente fundó o favoreció las de Alba de Tormes, Benavente, León y Salamanca, para completar así el mapa de las ferias comarcales y regionales preexistentes.

Sin embargo, la creación de esta feria de Benavente debió producir algunos desajustes en los ciclos feriales del entorno. La elección de las fechas nunca era arbitraría, obedecía a un plan preestablecido, evitando las coincidencias en el calendario. En 1273 la feria de Pascua de Pentecostés de Salamanca se trasladó al primer domingo de Cuaresma para no coincidir con la de Benavente. La concesión fue también obra de Alfonso X, parece ser que con los buenos oficios del juez salmantino don Giral. Al menos, con este nombre de "Feria de don Giral" fue conocida la feria salmantina durante mucho tiempo.

Las dos últimas décadas del siglo XIII fueron particularmente negativas para Benavente y su tierra. A la coyuntura económica depresiva general que caracteriza la segunda mitad de la centuria en la Corona de Castilla, hay que añadir otras circunstancias desfavorables que afectaron especialmente a la villa. Diversas fuentes nos informan cómo la ciudad se vio involucrada de una forma directa en los enfrentamientos entre el rey Alfonso X y su hijo, el infante don Sancho, por la cuestión sucesoria. Según nos refiere Ledo del Pozo, el infante negoció con el concejo la adhesión de la villa a su causa, obteniendo una respuesta positiva. Pero todo apunta a que su apoyo debió suponer para los vecinos un notable esfuerzo fiscal y militar.

En este contexto, un privilegio otorgado por Sancho IV en 1285, pocos meses después de asumir definitivamente el trono, venía a recompensar a la ciudad por los servicios prestados, intentando, a la vez, poner remedio a la grave situación por la que atravesaba: “Por fazer bien e merced al conceio de Benauent, e porque nos fizieron entender que la villa era muy despoblada, e porque se pueble meior, e ellos sean más ricos e más abondados”. Esta carta de 1285 se ha venido considerando una nueva “repoblación” de Benavente, relacionándola con algunas iniciativas artísticas.

Esta necesidad urgente de atraer nuevos pobladores y de retener a los ya existentes se tradujo en una reducción significativa de las cargas militares de los vecinos: “E si el Conceio de Benavent, o omes contados, ovieren de yr en hueste, que vaya uno dellos por tres. E mandamos que ayan parte en pastos, en aguas, en montes, en fuentes, e en todas las franquezas e libertades que han el Conceio de Benavent e deven aver”. Los nuevos pobladores obtenían así una merma apreciable de la fiscalidad regia, “tres a un fuero”, viendo reducida su contribución a la tercera parte, pero disfrutando de los bienes comunales (pastos, aguas, montes, fuentes, etc.) en las mismas condiciones que el resto de los vecinos. Para evitar que la llegada de nuevos pobladores pudiera suponer una merma de los ingresos de la Corona, Sancho IV especifica que estos nuevos vecinos deben de provenir de heredades de abadengo, señorío u órdenes militares, pero no del realengo.

Tenemos noticias de otras iniciativas de Sancho IV relacionadas con Benavente. Siendo infante, y con la cuestión sucesoria aún sin despejar, promovió con varias cartas la fundación del monasterio de Santo Domingo. En ellas se presentaba como "fijo mayor et heredero del muy noble don Alfonso".

En el entorno de ambos reinados hay que situar una nueva fase constructiva del templo principal de la villa: Santa María del Azogue. Su extensión es bien visible en la fábrica del templo, pues se utilizó un tipo de piedra más porosa, bien distinta a la fase inicial románica. Se termina el crucero, se elevan los pilares que separan las naves y se rematan los muros perimetrales.

En octubre de 1284 y febrero de 1286, siendo ya rey, Sancho residió en la villa durante varios días, probablemente en su castillo. Son varios los privilegios reales despachados por la cancillería regia en estas jornadas. En relación con ello hay que citar los maravedís asignados al concejo para los gastos del "alcázar".  En cuentas de 1284, 1285 y 1286 se dice que a Juan Ruiz se le dan 6.000 mrs. "para rretençia del alcáçar" de Zamora, y al Concejo de Benavente "las rentas que pertenecen al alcáçar di de Benavente", nombrándose también "el alcáçar de Salamanca".

En 1295, Sancho IV confirmó ciertas exenciones a las aldeas del alfoz de Benavente que eran behetrías, y que deseaban hacerse vasallos del rey. A todos ellos se les permitió acogerse a los mismos beneficios fiscales concedidos anteriormente a la behetría de Fuentes de Ropel: "quatro a un fuero", esto es la cuarta parte de la contribución habitual de los pecheros.

La minoría de edad y el reinado de Fernando IV (1295-1312) están marcados por una sucesión de rebeliones, guerras y revueltas que sumieron al reino de Castilla en una profunda crisis política, complemento de la coyuntura depresiva general asociada a los años finales del siglo XIII. Nueve años tenía Fernando cuando murió su padre, Sancho IV. En estas circunstancias la figura de su madre, la reina María de Molina, adquirió un papel fundamental en el panorama político del reino, defendiendo el trono de su hijo contra los sucesivos asaltos al poder real protagonizados por miembros de su propia familia y de la nobleza.

La evidente debilidad manifestada por la monarquía en estos años llevó a la concesión, y en su caso confirmación, de toda suerte de mercedes y privilegios para asegurarse el apoyo de los concejos. Buena prueba de ello es un grupo de documentos conservados en el Archivo Municipal de Benavente correspondientes a este reinado.

En julio de 1295, Benavente se acogió a la Hermandad de los reinos de León y Galicia. Ante la preocupante inestabilidad política, los 33 concejos firmantes planteaban reivindicaciones con dos grandes objetivos: moderar las exigencias del rey y erradicar la violencia de los poderosos.

En agosto de este mismo año de 1295, aprovechando la reunión de Cortes en Valladolid, el Concejo obtuvo una confirmación general de los fueros, privilegios y franquezas de los reyes anteriores y una prohibición a los merinos y adelantados para que no actuaran en Benavente, ordenando que fueran los alcaldes de la villa los que impartan la justicias conforme a su fuero.

Todas estas iniciativas, junto con otras, decantaron a la villa hacía el bando real. Sin embargo, este apoyo tuvo graves consecuencias para la ciudad. El infante don Juan, tío del monarca, protagonizó un violento asedio a la villa de Benavente en el que perdieron la vida muchos vecinos. Para paliar esta situación, en 1297 Fernando IV eximió a la villa de la mayor parte de los tributos regios: "en reconocimiento del valor que tuvieron en la guerra y combates que se la dio para su rendimiento por el infante don Juan y otros caballeros que tomaron la voz contra su majestad, matando mucha gente, quemando los arrabales y los frutos, cortando las viñas y los árboles y haciendo otros daños, les concedió su privilegio real y les libertó para siempre jamás de ningún tributo real sino la moneda forera de siete en siete años".

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