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martes, 15 de diciembre de 2009

Gloria in excelsis Deo - Dos tablas de Navidad en Castrogonzalo

En las catorce tablas  que se conservan actualmente en el retablo de Castrogonzalo podemos distinguir al menos dos ciclos temáticos que facilitan su lectura iconográfica. El primer ciclo tiene por tema principal aspectos diversos de la vida de la Virgen y la infancia de Cristo, mientras que el segundo se ocupa de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El primer asunto se desarrolla en el primer cuerpo y en las dos tablas del lado izquierdo del segundo. Comprende: El Nacimiento de la Virgen, La Anunciación, La Visitación, La Natividad, La Adoración de los Magos y La Presentación en el Templo. No ocuparemos a continuación del estudio iconográfico y compositivo de las dos tablas de tema más estrictamente navideño: La natividad y La adoración de los Magos.

1. La natividad

Lucas es el único de los evangelistas que proporciona un relato completo y coherente de las circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús. Pero nuestra tabla no recoge el momento concreto del nacimiento, sino la posterior adoración por sus progenitores, siguiendo la tradición de otros relatos no integrados en el corpus bíblico como los Evangelios Apócrifos y las Revelaciones de Santa Brígida. En esta última obra se señala que tras dar a luz María "flexis genibus", e inclinando la cabeza, con la manos juntas adoró al niño diciendo: "Bene Veneris, Deus meus, Dominus meus, Filius meus".

Tabla de la natividad

La escena representada en la tabla se ajusta fielmente a esta descripción, aunque incorporando otros detalles comunes a la iconografía al uso. Las figuras centrales son San José a la izquierda, caracterizado como un apacible anciano de barba cana con la cayada entre sus manos, la Virgen, arrodillada y con las manos juntas, y el Niño en el pesebre. Sirven de acompañamiento el asno y el buey, representados parcialmente para no restar protagonismo a la Sagrada Familia. Se mantiene aquí la divergente actitud tradicional de los dos animales: el buey con la cabeza inclinada hacia el niño en actitud de devota adoración, simbolizando a la Iglesia, y el asno, símbolo del pueblo judío, apartado y en ademán más indecoroso. Junto a esta escena principal coexiste otra en un segundo plano, teóricamente paralela, como es El Anuncio a los pastores, que sirve a la vez de fondo paisajístico para la tabla.

Un ángel portando filacterias se aparece a un pastor que cuida su rebaño en un paisaje montañoso convencional. Otros dos pastores se asoman tímidamente a la escena principal, estableciéndose así un nexo conceptual entre ambos ambientes. Uno de ellos tiene las manos juntas en actitud de adoración, el otro, menos reverente, simplemente observa con aire curioso los acontecimientos. Este último personaje está calcando a otro prácticamente idéntico existente en la tabla homónima de Santo Tomás Cantuariense de Toro, obra de Juan de Borgoña II.

El niño, centro de toda la composición, es presentado tendido sobre un improvisado lecho. Es la representación tradicional del pesebre, formado por varios sillares perfectamente escuadrados y unas pajas, recurso este que alude a la Piedra Angular o fundamento de la Iglesia. Junto al recién nacido se encuentran dos ángeles ápteros. En cambio, los tres ángeles que revolotean sobre el pesebre desplegando filacterias sí son alados. Los rasgos de todos ellos, de mofletes resaltados y piel sonrosada están ajustados al canon de belleza infantil del siglo XVI. Se trata este de un recurso narrativo muy presente en la Escuela de Toro, que aporta a las escenas una nota tierna y entrañable.

La arquitectura en ruinas sirve para recrear un marco espacial de connotaciones legendarias. Responde, en todo caso, a modelos muy difundidos por la pintura flamenca. Parece que el objetivo principal de autor al componer la escena ha sido establecer un contraste entre la humildad y la pobreza de los personajes frente a esa arquitectura grandiosa, pero en una ruina decadente. En esta ambientación tan peculiar destacan, por el estudio de las calidades y los brillos, esas dos columnas abalaustradas doradas, réplicas de las talladas en el retablo, que sirven además de delimitación física a las tres figuras principales. La sensación de profundidad de todo el panel se consigue mediante la conjunción de estos elementos con la superposición de diversos planos escénicos.


Detalle de la tabla de "La natividad"

Detalle de la tabla de "La natividad"


2. La adoración de los Magos
 
La representación de los magos en número de tres y con edades diferentes, correspondientes de hecho a las tres edades de la vida: juventud, madurez y ancianidad, tiene un origen muy antiguo, que se remonta tradicionalmente a un texto atribuido a Beda. Esta misma fuente explica el significado de los dones tradicionales: el oro, por la realeza, el incienso por la divinidad; y la mirra por la humanidad. Los nombres de Gaspar, Melchor y Baltasar aparecen en el siglo IX en el Liber Pontificalis de Rávena. No obstante, las fuentes de inspiración utilizadas por los artistas para reflejar el acontecimiento son muy diversas, remontándose incluso al arte imperial y bizantino, pues en el Nuevo Testamento solamente el evangelio de Mateo recoge en unas breves líneas el acontecimiento:

La adoración de los Magos

“Al ver la estrella experimentaron una grandísima alegría. Entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”.

En nuestra tabla el autor no ha hecho uso del recurso frecuente de recrear escenas paralelas directamente relacionadas, como por ejemplo visiones del viaje de la comitiva. El planteamiento responde a una composición bastante simplificada. Los tres magos aparecen a la izquierda, ricamente ataviados, ofreciendo sus presentes a la Virgen. Sus rasgos responden no sólo a las tres edades sino que también se intenta establecer una diferenciación étnica en alusión a las tres partes del mundo; de hecho los Magos fueron adoptados como patronos por viajeros y peregrinos.

El más anciano se arrodilla ante el niño en actitud respetuosa de oración, mientras que los otros dos, más dinámicos, avanzan con gesto solemne hacia el pesebre portando sus ofrendas. La figura de San José es la gran ausente de la composición, siguiendo así una tradición muy cultivada en la iconografía cristiana. En otras representaciones aparece en un segundo plano o bien lo encontramos dormitando, como ocurre en la portada sur de la iglesia de San Juan del Mercado de Benavente.
María aparece sentada con el niño en su regazo. Agradece con su mano derecha los obsequios recibidos y sujeta delicadamente con la izquierda al pequeño, envuelto en pañales. La estrella de Belén preside la escena, pero apenas es destacada en la composición.

En otro orden de cosas, merece destacarse el detalle con el que el autor se recrea en los recipientes destinados a contener los presentes: el oro, el incienso y la mirra. Dos copas y un cofre, todos ellos de oro, remarcando el noble origen de los donantes y el simbolismo de los presentes. También demostró el autor su particular dominio técnico en el estudio de los ropajes, de sus pliegues, sus brillos y sombras, y los contrastes cromáticos, aspectos igualmente observables en otras tablas de este retablo.
La ambientación es fría e impersonal. Solamente las figuras del buey y el asno recuerdan vagamente el ambiente del establo descrito en los Evangelios, pues tanto el pilar central como el basamento que sirve de asiento a María remiten a una arquitectura renacentista en ruinas. El paisaje de fondo se ha simplificado notablemente en esta ocasión mediante la representación de un paraje montañoso y un cielo convencional con nubes ajustadas a líneas horizontales.

Detalle de la tabla de "La adoración de los Magos"

Detalle de la tabla de "La adoración de los Magos"

lunes, 19 de octubre de 2009

Castillos de España - El Castillo de Benavente en 1925

Grabado del Castillo de Benavente [1925]

La revista ilustrada "La Esfera" se publicó entre 1914 y 1931, siendo su primer director Francisco Verdugo Landi, responsable también, junto con su hermano Ricardo, de la fundación de la revista "Nuevo Mundo". Tenía su sede en la casa editorial de “Prensa Gráfica”, sita en el número 57 de la madrileña calle de Hermosilla. Su fructífera historia comprende un total de 889 números, más los ejemplares extraordinarios que se editaron sin numerar.

La revista, de espíritu modernista, ocupó un lugar relevante entre otras publicaciones de corte similar y de gran formato como la “Ilustración Española y Americana”, y otras más populares, aunque de menor calidad técnica, como “Blanco y Negro”, o la anteriormente citada “Nuevo Mundo”.

Siguiendo la estela de sus hermanas mayores, se trataba de una publicación periódica donde primaba el aparato gráfico, reproduciendo con altas calidades fotografías, carteles, cuadros y dibujos; siempre con preocupaciones artísticas y atendiendo a un interés divulgador entre el gran público.

En el número 619, correspondiente a la edición del 14 de noviembre de 1925, se publicó un artículo dedicado al Castillo de Benavente, dentro de la serie "Castillos de España". Para entonces apenas quedaba en pie más que el Torreón del Caracol y el primer cuerpo de la torre del homenaje, convertido en improvisado depósito de aguas. Acompañaba al texto una litografía de aire romántico, prácticamente idéntica a otra editada medio siglo antes en la obra "Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica" (1870). El texto, firmado por A. de Tormes, es el siguiente:

Decir “Castillos de España” no es lo mismo que decir “castillos en España”. Lo primero es una cosa real -sólida, corpórea, aunque esté en ruina-, y además abundante. Lo segundo es una cosa vana, ilusoria e inasequible. El erudito hispanista francés M. Morel Fatio, muerto hace pocos meses, explicó en uno de sus últimos ensayos el origen y verdadero sentido de la frase “castillos en España”. Venían a tierras de Castilla, de Aragón, de Navarra, desde antes del siglo XII, numerosos caballeros franceses, como cruzados o como aventureros. Para premiar servicios, los reyes les otorgaban merced dándoles en feudo pueblos o territorios o señalándoles behetrías. Siempre contaban con un castillo. Lo difícil era hacer efectiva la posesión de ese don regio. Los territorios, con el castillo, habían vuelto a tomarlo los mahometanos; o los siervos habían elegido otro señor, o se negaban, en rebeldía, a cambiar de dueño. Tenían, por consiguiente, un título de propiedad ganado por la espada, pero fantástico e ilusorio. Estos caballeros, al volver a sus tierras de Francia, esperando, en vano, unas rentas que nadie había de enviarles, fueron quienes comenzaron a pronunciar por propia experiencia la frase “Castillos en España”, que como ustedes ven, no era completamente romántica.Pero este castillo de Benavente nunca ha sido un “chateau en Espagne”. Siempre tuvo su dueño legítimo, su propiedad efectiva. Y el problema era todo lo contrario. Para estos castillos lo ilusorio, fantástico e inasequible, durante muchos años, el señor. Castillos sin castellanos, pues éstos se limitaban a cobrar la renta desde la corte -o desde Biarritz o París-. Así fueron cayéndose y arruinándose los más soberbios testimonios del poder de la aristocracia en la Edad Media.

Cabecera de la revista "La Esfera

Página correspondiente al artículo sobre el Castillo de Benavente

Portada del número 619 de la revista

Hay una crónica manuscrita del doctor Ledo sobre la villa de Benavente -hallamos de ella referencia en el libro de Rizo—, según la cual no fundaron el castillo los caballeros Templarios, sino que estaba ya sobre el poblado desde época anterior, probablemente romana. “El castillo con dos torres, que sirvió de primera defensa a su población, fue demolido muchos años después de haberlo ocupado los sarracenos, como se nota en los cimientos que aún subsisten a la parte de Poniente.

La fortaleza que existe hoy fue fabricada después de la expulsión do los sarracenos y fundación de esta villa”. Se supone, lógicamente, que el actual está fundado sobre les cimientos del castillo antiguo, “ocupando el área que hoy se admira de seiscientos diez y ocho pies naturales, sobre una elevada planicie entre las últimas casas de la villa”. Pero ni el doctor Ledo, ni García del Real, que escribió para el libro “Historia de los castillos de España” una romántica monografía, recuerdan que Benavente esta al paso de la calzada romana, cerca de Brigecio -hoy Villabrázaro-, donde se dividía el camino, por la izquierda a Clunia, por la tierra de Campos, y por la derecha a Zamora -así consta en los itinerarios de don Eduardo Saavedra-. El pueblo, y lo que no es el pueblo, refiere casi todas las ruinas a la época de la dominación musulmana, y los romanos dominaron en esta zona mucho más tiempo que los árabes, dejando por lo tanto más hondas huellas de su paso. Esta tierra de vacceos, astures y vetones guarda muchas piedras que no pudieron remover los moros.

En el año 50, la época de las primeras guías por España -no hay que olvidar a Germond de Lavigne-, el castillo de Benavente estaba destrozado. Lo habían desmantelado los franceses en la invasión del año 8, llevándose hasta los hierros de las ventanas. Poro por las pendientes se extendían hermosos jardines y vergeles, un verdadero parque, propiedad del castillo. “La ciudad está bien construida -agregaba M. de Lavigne-. Las casas son cómodas y limpias; algunas están pintadas y la decoración a la moda es una imitación de mármol azulado con guirnaldas de cintas”. Entonces los edificios más notables de Benavente eran el palacio episcopal, una casa que acababa de construir el ex ministro D. Pío Pita Pizarro y las nuevas, Casas Consistoriales. No deja de consignar con cierta pompa sonora y verbal las grandezas de la casa de Osuna, heredera del título -y del castillo- de Benavente “por matrimonio de su única heredera con el noveno titular de este ilustre ducado: su excelencia D. Pedro de Alcántara Téllez de Girón y Pacheco, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Benavides Carrillo, Silva y Mendoza, Pimentel de Quiñones Ponce de León, Aragón Rojas y Sandoval Enríquez de Ribera, Zúñiga, Cortés de Arellano...” Media historia de España... El poseedor de todos esos nombres magníficos era el duodécimo duque de Osuna.

Este hizo restaurar el castillo, interrumpiendo el largo período de desmoronamiento. Por el lado del Órbigo mejoró los jardines, hasta el hermoso paseo de la Mota, que admiró Napoleón. “Los soldados ingleses -dice Lafuente-, relajada su disciplina, sin que pudiera impedirlo el general Moore, cometieron lamentables excesos en Valderas y en Benavente, devastando en esta villa el hermoso y antiguo palacio de los condes y arruinando a su inmediación el puente de Castro Gonzalo sobre el Esla. Contra él y contra el marqués de la Romana fue Lefebvre, que cayó prisionero; pero luego acudieron Soult y el mismo Napoleón, que camino de Astorga pasó por Benavente el último día de diciembre de 1808, y tuvo ocasión de contemplar los destrozos causados en el castillo y de admirar desde él la vega del Orbigo”. Como se ve, no fueron sus soldados, sino los ingleses de Moore quienes hicieron aquí, como en Bembibre, en Villafranca y en otros pueblos de la región, excesos y estragos que la historia califica de abominables.

A. de Tormes

El Castillo de Benavente, según fotografía de los años 20

lunes, 5 de octubre de 2009

Una buena villa y bien cercada - La muralla medieval de Benavente

Plano del Benavente histórico

"...uma boa villa e bem cercada", así definió el gran cronista portugués Fernão Lopes la villa de Benavente. La breve cita pertenece al pasaje en que se describe el asedio de la ciudad por el rey D. João I y el duque de Lancaster en 1387.

A partir de la información que hemos podido recoger referente a la cerca medieval de Benavente es posible reconstruir, con cierta aproximación, su trazado dentro del plano urbano actual, tomando como eje cronológico el siglo XV. Tenemos que advertir, no obstante, de las dificultades con las que nos hemos topado para reconstruir el trazado, y esto no siempre es achacable a la parquedad de los datos.

Parece ser que cuando la cerca perdió sus funciones defensivas y fiscales los vecinos comenzaron a edificar invadiendo el espacio ocupado por los muros, o bien adosando sus viviendas a los mismos.

De esta forma observamos como el trazado de la cerca en algunos tramos no coincide ni siquiera con la disposición del callejero actual. Esta circunstancia ha podido comprobarse recientemente en los restos aparecidos en las calles Santa Cruz y Herreros. Creemos reconocer un resto de lienzo de muralla que servía a su vez de cierre al convento de Santa Clara, actualmente dentro de un patio vecinal. Esto nos lleva a admitir la posibilidad de que todavía puedan aparecer restos inéditos adosados o empotrados en edificaciones actuales.

Partiendo de la Puerta de Santa Cruz, situada a la entrada de la actual calle Santa Cruz, donde, como decíamos anteriormente, fueron exhumados recientemente restos de un muro de piedra, la cerca ascendía por las inmediaciones de la actual Cuesta del Hospital, lindando con la ermita y hospital de Santa Cruz, en cuyo solar se edificó en el siglo XVI el hospital de la Piedad.

A continuación discurría próxima a la iglesia de San Juan del Mercado, y de una construcción, no identificada por el momento, denominada como Casa del Secreto, hasta llegar a la Puerta de Astorga o Puerta del Sepulcro. Desde aquí continuaba siguiendo el trazado de las calles Sepulcro y San Antón hasta alcanzar la puerta de San Antón, junto al Toril Viejo. A partir de este punto tenemos algunas dudas sobre su trayectoria exacta. En cualquier caso, la muralla continuaba hacia la plaza de San Martín, pasando junto a la iglesia del mismo nombre, y por detrás de la Sinoga -muy próxima por tanto a Los Cuestos- alcanzando así la Puerta del Río o Puerta de Sorriba. Desde este punto parece que la cerca discurría por debajo del castillo hasta llegar a la Puerta de la Puente. Los siguientes lienzos de la cerca coincidían con los muros del monasterio de Santa Clara, en cuyo solar creemos reconocer todavía un lienzo bastante considerable. Continuaba, después, por detrás de la iglesia de San Miguel, alcanzando así la Puerta de San Andrés, a la entrada de la calle del Agujero. En este sector la muralla limitaba con algunos huertos, en el solar donde en el siglo XVI se levantó el monasterio de San Bernardo, discurriendo junto a la iglesia de Renueva, donde existía un postigo, y los corrales del monasterio de San Francisco, y desde aquí hacia la Puerta de Santa Cruz, punto de partida de nuestra descripción.

Puerta de Santiago, acceso principal a la Fortaleza (Hacia 1900)

Puerta de Santa Cruz o de La Soledad (1841)

Puerta de Santa Cruz o de La Soledad (1885)

La Puerta de la Puente, según un dibujo de Richard Ford (1832)

La muralla de Benavente contaba con seis puertas principales que permitían el acceso al interior de la villa. Las puertas, a diferencia del resto de la cerca -hecha básicamente de tapial y adobe- contaba con materiales algo más nobles y duraderos: sillares de piedra, vigas de madera y, especialmente, encofrado de cal, arena y cantos rodados. Eran construcciones bastantes complejas, integradas por variados elementos arquitectónicos: cubos, caramanchones, troneras y las puertas propiamente dichas. Las hojas eran de madera, apoyadas sobre quicios. El sistema de cierre estaba formado por cerraduras, aldabas y candados. Las llaves estaban bajo la custodia de un guarda, encargado también de abrir y cerrar la puerta todos los días. Sus funciones aparecen perfectamente reguladas en un acuerdo, firmado en 1524, entre Pablo, vecino de la villa, y el concejo de Benavente, por el que se le nombra guarda de la Puerta de la Puente:

Este dicho día los dichos señores tomaron e reçibieron por guarda de la Puerta de la Puente a Pablo, vecino desta villa, e que el tenga la llave de la dicha puerta, e que sea obligado de çerrrar la dicha puerta en el ynvierno a las ocho y en el verano a las nueve, y que en el ynvierno y en el verano abra la dicha puerta a todas las personas que quisyeren yr al monte a la ora que quisiesen yr al monte, llevando de cada carreta de leña dos leños y de cada bestia un leño sy fuere gruesa, y su fuere menuda al respeto, e que no dexe entrar vino de fuera parte e sy entrare lo denunçiara en este regimiento, para lo qual los dichos señores reçibieron juramento de dicho Pablo para que bien e fielmente guardara la dicha puerta e no levara mas dineros de los susodichos.

Las seis puertas principales de la villa eran las siguientes:

- Puerta de la Puente. Su nombre procede del puente de piedra, del que todavía hoy existe un arco en pie. De ella partía una de las vías urbanas más importantes, la calle Mayor -la actual calle Santa Clara-. Con cierta frecuencia se la denomina como la Puerta de la Villa, expresión que parece indicar que era la entrada principal de la ciudad.

- Puerta de San Andrés. Situada al final de la calle del Agujero, toma su nombre de la desaparecida iglesia de San Andrés. De esta puerta partía una de las vías de comunicación más importantes de la ciudad, la que conducía al puente de Castrogonzalo. Así al menos se afirma en un documento fechado en 1434 procedente del Archivo Municipal: vn camino que comiença desde la yglesia de Santa Crus que está çerca desta villa e se acaba en el camino que va de la puerta de Sancto Andrés para la puente de Castro Gonçalo. A principios de siglo todavía se conservaban algunos restos de su arco.

- Puerta de Santa Cruz. Al inicio de la calle Santa Cruz, junto a la plaza de la Soledad. Toma su nombre de la ermita y hospital de Santa Cruz, más tarde Hospital de la Piedad, que se encontraba en sus inmediaciones. Quadrado nos proporciona la única descripción de esta puerta que ha llegado a nosotros: "Dejando fuera a la entrada las ruinas de un convento de dominicos y otro de gerónimos, penetra el viajero por una puerta de doble ojiva flanqueada de torreones que mira acia sudeste, la más característica de las seis que introducen a su murado recinto".

- Puerta de Astorga, o del Sepulcro. Se menciona por primera vez en un documento del monasterio de Moreruela de 1278. Se encontraba al final de la calle de Astorga, junto a la iglesia del Santo Sepulcro. En 1434 el concejo, por razones que desconocemos, decidió tapiar esta puerta, acción que fue abortada por la intervención de la parroquia: por que non quisieron consentir que se çerrase ni tapiasen las dichas puertas de Sant Sepulcro los vecinos del barrio.

- Puerta de San Antón. Aparece citada por primera vez en un documento del siglo XIV del monasterio de San Pedro de Montes. Junto a esta puerta estuvo la ermita de San Antón, perteneciente a la Encomienda de San Antonio Abad, que anteriormente había sido casa de los Templarios. Relativamente próximo estaba el Portillo del Matadero, que en ocasiones se identifica como puerta de San Antón, debido a la desaparición de la antigua ermita. Existe una fotografía, correspondiente a la fiestas del Toro Enmaromado del año 1943, donde se puede observar como servía de cierre a la actual calle El Toril.

- Puerta del Río. También denominada como Puerta de Sorriba. Daba acceso al río y a los molinos harineros, pues en época medieval el curso de agua discurría bastante más próximo a los "Cuestos" de lo que lo hace actualmente.

Además de estos seis accesos principales, existían otras puertas secundarias o postigos, como los de Santibáñez y Renueva. Respecto a la desaparecida Puerta de Santiago, reconocible en algunas fotografías de finales del siglo XIX, apenas hemos recogido noticias de ella durante la Edad Media. No obstante, resulta necesario advertir que no constituía una puerta de acceso a la villa sino la entrada principal al palacio-fortaleza, dentro de un segundo recinto amurallado que rodeaba todo el castillo.

A esta relación de puertas y postigos cabe añadir las frecuentes aberturas existentes en los muros: los portillos. Algunos de ellos se habían institucionalizado, funcionando, de hecho, como accesos al interior de la villa. La mayoría de los portillos se originaban como consecuencia de la fragilidad de los materiales de construcción y, sobre todo, debido a las arroyadas de agua de lluvia.

La peculiar orografía de la ciudad y la ausencia de una mínima infraestructura de alcantarillado convertían a las murallas, en época de lluvias, en auténticos muros de contención de agua, originando graves destrozos en los tapiales. Para paliar, en parte, esta situación se hicieron desaguaderos en algunos sectores de la cerca. Son las llamadas colaguas o colagones. A pasar de ello, los desperfectos de este tipo debieron ser muy frecuentes durante toda la Edad Media. La existencia de portillos constituía una amenaza evidente para los intereses de la villa, no solo para su seguridad, sino fundamentalmente por razones de tipo fiscal. La preocupación del concejo por cerrar estas aberturas es patente en la documentación municipal.

Restos de la muralla de Benavente en El Ferial (Años 60)

Restos de la muralla de Benavente en El Ferial (Años 70)

Portillo del Matadero o de San Antón (1943)

jueves, 7 de mayo de 2009

Aquel invierno de 1909 - Las inundaciones en los Valles de Benavente

"Los vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa, auxiliados por la Guardia Civil, desescombrando los solares que ocuparon sus destruidas viviendas".

Las peculiares características orográficas de la comarca de Benavente, junto con la confluencia en el entorno de los principales ríos de la región -Órbigo, Esla, Tera, Cea y sus respectivos afluentes- han hecho de esta encrucijada de caminos un factor destacado para explicar el poblamiento antiguo del territorio y su intenso aprovechamiento agrario. Las fértiles vegas de los Valles han constituido el principal motor de una economía basada desde las épocas más remotas en el sector agropecuario. El problema del paso de los numerosos ríos -sobre todo durante los meses invernales o en las épocas de las temibles crecidas tuvo como principal consecuencia la creación de una compleja red de puentes, pontones, barcas y vados.

Pero aquello que concede riqueza también puede, en un momento dado, arrebatarla. Una topografía extremadamente llana y la escasa, o nula, regulación de sus cuencas, favorecieron históricamente la presencia de inundaciones que, como auténticas plagas bíblicas, han venido castigando a sus pobladores, a veces, con serio peligro para vidas y haciendas.

Como se sabe, es la irregular distribución de las precipitaciones, tanto en el espacio como en el tiempo, la principal causa de las variaciones del régimen de los caudales. En los climas mediterráneos periódicamente los ríos sobrepasan su cauce ordinario y producen la inmersión de las zonas cercanas al cauce. En los Valles de Benavente, esta problemática ha tenido una incidencia contundente y cíclica, como queda reflejado en la documentación de archivo. Pero la crecida de los últimos días de diciembre de 1909 fue especial, y por ello ha quedado grabada en la memoria colectiva de estos pueblos como una de las más devastadoras.

La edición del lunes 27 de diciembre de 1909 del Heraldo de Zamora daba a conocer la noticia a cuatro columnas y con gran aparato tipográfico: “Desbordamiento de los ríos. Pueblos y campos arrasados por las aguas”. Ya en el cuerpo de la noticia se daba cuenta de los pormenores de la catástrofe, cuyo contenido se resume a continuación a partir de la edición de este día y de los ejemplares de las semanas siguientes.

El día 21 de diciembre, sobre las cinco de la tarde comenzó una lluvia torrencial, acompañada de fortísimo viento, de forma que el coche correo, que desde Puebla de Sanabria hacía la ruta hacia Benavente, tuvo que suspender la salida. Al día siguiente, al llegar el corresponsal del periódico a Colinas de Trasmonte, procedente de la Puebla, el cuadro que se ofrecía a su vista daba a entender que las inundaciones en aquella parte tenían la máxima gravedad. La carretera había sido preciso cortarla en varios tramos a fin de evitar la inundación del pueblo. Los vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa se habían presentado en caravana huyendo del desastre, mientras las campanas de la iglesia no paraban de tocar. Muchos de ellos habían pasado la noche entera en el monte de la Cervilla.

El día 23 pudo, por fin, el coche correo continuar hacia Santa Cristina, pues el río había mermado su caudal. Las aguas inundaban todo el llano hasta dar vista a Benavente. El paso del puente era peligroso, todos las huertas estaban inundadas y gran parte del pueblo era un montón de ruinas. La línea telegráfica estaba cortada en varios puntos por la caída de los postes. La Guardia Civil de los puestos hasta Mombuey brillaba por su ausencia, pues en Colinas y Santa Cristina no había ninguna pareja, ninguna autoridad que organizase salvamentos, que repartiera trabajos o facilitara el paso del coche correo.

En la mañana del día 25 se organizó desde Benavente una expedición de autoridades para visitar la zona afectada. Previamente, un tren procedente de Zamora con personalidades de la capital fue recibido por las fuerzas vivas en la Estación de Benavente y en la fábrica de harinas La Sorribas, propiedad de Felipe González. Entre los expedicionarios estaba lo más granado de las élites locales y provinciales de la Restauración: el gobernador civil, Santos Arias de Miranda; el alcalde de Benavente, Augusto Alonso; los ingenieros Agustín Ruiz y Antonio Velao, Leopoldo Tordesillas, Ventura Madrigal, Felipe González, Cecilio Chacón y Antonio Cordero, sobrestantes; Avencio Guerra, Argimiro Gutiérrez, Luis Morán, Julio Ayuso y Carlos Calamita por el Heraldo de Zamora.

La comitiva, no sin dificultades, alcanzó Santa Cristina de la Polvorosa, ocupada ya por multitud de habitantes de los pueblos limítrofes. Vecinos de Manganeses y Colinas, principalmente, prestaban auxilio a los damnificados. La mayoría de las casas se habían convertido en escombros, y sus moradores permanecían junto a ellas en busca de sus enseres.

Un número apreciable de cabezas de ganado yacían muertas en sus establos, mientas que al resto se las había llevado el río. La única vivienda que no parecía haber sufrido los efectos de la inundación era la de José Pernía, alcalde del pueblo. Don Leopoldo Tordesillas ofreció cobijar en fincas de su propiedad a una parte de los afectados, acordándose recoger a los restantes en el desamortizado convento de Santo Domingo de Benavente.

El gobernador provincial, Arias de Miranda, después de un reconocimiento del terreno, leyó a los presentes varios telegramas del ministro de la Gobernación en los que se manifestaba el propósito del Gobierno de "subvenir a las necesidades de los damnificados con socorros que aminoren la magnitud de la catástrofe".

Según relataba el maestro del pueblo, sobre las once de la noche del día 22 el río Órbigo comenzó a desbordarse un kilómetro más abajo de Manganeses de la Polvorosa. La manga que originó se extendió súbitamente sobre Santa Cristina, sorprendiendo al vecindario. Una parte huyó hacia el puente sobre el río, mientras que otros se acogieron en la dehesa de la Casa de la Patilla, en La Cervilla. La marea de las aguas alcanzó muchos kilómetros a la redonda, y éstas siguieron subiendo durante el día 23 hasta alcanzar un nivel de cuatro metros y veinte centímetros, según la escala que había en los pilares del puente. La avalancha atravesó el pueblo a una altura de dos metros y medio. Milagrosamente no se contabilizaron víctimas.

En febrero de 1910 se anunciaba en la prensa que 200 familias se disponían a ir a Madrid en busca de asilo benéfico y gestionar, mientras tanto, su marcha para América. Una comisión del Ayuntamiento de Santa Cristina visitó en marzo al gobernador provincial para pedirle “carta de socorro para trasladarse a Madrid e implorar la caridad pública para ellos y demás vecinos que han quedado sin albergue ni hacienda”.

El Gobierno Civil repartió en los meses siguientes 57.000 pts. entre los damnificados por las inundaciones de Benavente. De estas, 20.000 pts. correspondieron a Santa Cristina y 10.000 a Abraveses, como pueblos más afectados. Verdenosa, Redelga y Vecilla recibieron 8.500; 5.000 Fresno; 5.000 Santa Croya; 5.000 Villanueva de Azoague; 1.500 Benavente y 500 pts. Manganeses de la Polvorosa y Milles, respectivamente.

La noticia trascendió el ámbito local y provincial, y fue objeto de particular atención en los medios de comunicación nacionales. La edición de La Vanguardia del viernes, 31 de diciembre de 1909 se hacía eco de los acontecimientos: “En Abraveses (Zamora) el temporal destruyó 135 edificios, obligando a los vecinos a buscar albergue en los pueblos inmediatos. El gobernador ha propuesto al gobierno que se otorgue una recompensa al sargento de la Guardia Civil José Martín Rubio y a la fuerza a sus órdenes, por haber salvado la vida a muchos vecinos de Villanueva y Santa Cristina, con riesgo de la suya. Se elogió la conducta de muchos guardas de campo, por la parte tomada en el salvamento. Se ha acordado que se constituya en Zamora una Junta Provincial, presidida por el gobernador, para proceder al reparto de las cantidades giradas por el gobierno”.

Las inundaciones afectaron en aquellas fechas a buena parte de los afluentes del Duero, como destacaba otra publicación nacional: “Las persistentes lluvias que desde Noviembre último han venido descargando sobre la Península han tenido su desenlace natural: la inundación. La región más castigada ha sido esta vez Castilla la Vieja; el Duero y muchos de sus afluentes de ambas márgenes han tenido extraordinarias crecidas que han causado inmensos daños, especialmente en Zamora, Salamanca y Valladolid, donde han destruido puentes y edificios, entre ellos numerosos molinos harineros, y anegado los campos. En Salamanca las casas destruidas pasan de cuarenta. En Ciudad Rodrigo quedó completamente anegado el barrio del Arrabal del Puente que tuvo que ser desalojado, y la corriente se llevó centenares de cabezas de ganado. Las casas destruidas fueron allí más de cincuenta, pero otras muchas quedaron inhabitables, resultando trescientas familias sin albergue. El próximo puente de Siega Verde, inaugurado hacía pocos días, fue completamente destruido. En Valladolid el Pisuerga creció nueve metros”.

Vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa en tareas de desescombro y limpieza

Grupo de autoridades, Guardia Civil y vecinos evaluando los daños en Santa Cristina de la Polvorosa

"Las Inundaciones en Villanueva de Azoague (Zamora). Algunos vecinos contemplando las ruinas de sus viviendas".

"Habitantes del pueblo de Santa Cristina de la Polvorosa procediendo a la cremación y enterramiento del ganado vacuno que pereció arrastrado por las aguas".

"La Guardia Civil en Abraveses de Tera, prodigando consuelos al vecindario. En este pueblo no quedó ni una sola casa en pie".

La crecida del río Tormes en 1909 a su paso por Salamanca

miércoles, 18 de junio de 2008

En los límites de las sombras - Fotografía artística en el Benavente de los años 50

Bernardo Alonso Villarejo, "Geometría"
Bajo el título "En los límites de las sombras" se organizó hace unos meses (2008) en León una exposición sobre la trayectoria  fotográfica de Bernardo Alonso Villarejo. La muestra, promovida por el Instituto Leonés de Cultura, se desarrolló entre el 23 de noviembre de 2007 y el 23 de enero de 2008, y contó con exposiciones itinerantes en Ponferrada, Bembibre, Villablino y Fabero.

La figura del berciano Bernardo Alonso Villarejo (1906-1998) es ciertamente atípica dentro del panorama de la fotografía española. Nacido en Bembibre en el seno de una familia de industriales acomodada, sus ocupaciones laborales fueron siempre por otros derroteros, centrados en administrar sus negocios: los conocidos "Almacenes Villarejo" de Bembibre y una tienda abierta en Ponferrada.

Su desahogada posición social y económica le permitió cultivar con entusiasmo sus variadas aficiones, adquirir una vasta cultura y viajar por diversas capitales europeas, así como por gran parte de la geografía española, donde dio rienda suelta a sus inquietudes artísticas.

La fotografía fue en realidad para él, más que una afición, su pasión y su devoción. Armado con la legendaria Leica M3 y una Rolleiflex, emprendió un camino fructífero que le ha llevado a ser uno de los fotógrafos leoneses más recomendables del pasado siglo. Sin embargo, la mayor parte de su prolífica obra ha pasado inadvertida durante décadas, arrinconada entre los recuerdos familiares y el archivo personal. Como ha ocurrido con otros muchos creadores, ha sido tras su fallecimiento cuando se ha podido sacar a la luz y valorar toda una vida de sensibilidad, de persecución incansable, casi clandestina, de la belleza detrás de una cámara.

Villarejo es, ante todo, un autodidacta, que desarrolla su arte desde una completa libertad creativa. No está lastrado por el academicismo y los rigores de la ortodoxia, como ocurre con muchos fotógrafos profesionales. Ello no es óbice para que sus composiciones estén perfectamente estudiadas y calculadas hasta en los más mínimos detalles, forzando el encuadre, eligiendo con clarividencia la composición más adecuada y buscando siempre la hora y el instante apropiados. Al autor le fascina el efecto de la luz sobre paisajes y figuras, la proyección de los rayos solares en ocasos y amaneceres, y los reflejos del agua.

Viene a este Blog una bella fotografía presentada en el catálogo bajo el título "Geometría", pero que en realidad es una evocadora imagen tomada, con toda seguridad, en Benavente a mediados de los años 50. Probablemente sea próxima en el tiempo a otros positivos del Lago de Sanabria fechados en 1955 y 1957.

Reproduce la instantánea una intimista escena ambientada en los Jardines de la Mota, junto al antiguo depósito de aguas. Una delicada figura femenina, completamente vestida de blanco y tocada con pañuelo, se acerca a la fuente y con su mano izquierda aprieta el surtidor para hacer brotar un chorro de agua. Nuestro fotógrafo eligió premeditadamente para tan inquietante asunto las primeras horas de una mañana de Primavera o de Verano. Consiguió así acercarse a otro de los temas recurrentes de su privada afición: el contraluz. Por que Villarejo se deja atrapar por el efecto volumétrico de la luz solar sobre los espacios arquitectónicos. En este caso, consigue crear un sugerente juego rítmico de volúmenes a partir de los pilares de hormigón armado de nuestro viejo depósito, resaltando así la gradación de la luz y modulando las texturas.

Luces y sombras, estratégicamente alineadas, se proyectan geométricamente sobre figura y paisaje. Una tímida transparencia se deja sentir en el atuendo de la dama. El agua de la fuente emite un pálido y fugaz reflejo. El suelo se cubre de destellos y manchas de oscuridad. Paisaje con figura bajo el sol de la mañana. Una visión onírica desde una mirada lúcida. Un retazo de poesía impresionada sobre celuloide. Reflejos y penumbras despuntan al alba en el Benavente de los cincuenta.
Depósito de aguas y fuente en los Jardines de la Mota de Benavente (Zamora) (2009)
Catálogo de "En los límites de las sombras" (2007) 
Bernardo Alonso Villarejo, "Lago de Sanabria" (1957)

miércoles, 11 de junio de 2008

Una imagen para la Historia - La fachada del monasterio de San Francisco de Benavente

San Francisco de Benavente a finales del siglo XIX

Damos a conocer en este artículo una vista inédita e impresionante de la fachada barroca del desaparecido monasterio de San Francisco. Su excepcional interés radica en que a día de hoy no se conocía ningún otro documento gráfico que reproduzca este motivo. El autor de la instantánea fue un viajero inglés, que visitó nuestra villa a finales del siglo XIX.

El monasterio de San Francisco de Benavente fue una de las instituciones más destacadas de las integrantes de la Provincia Franciscana de Santiago. Fundado hacia 1270 a instancias de doña Violante, esposa de Alfonso X, conoció una segunda edad dorada con el patrocinio de los condes de Benavente a partir del siglo XV, que escogieron su capilla mayor como panteón familiar para varias de sus generaciones. Serán los Pimentel quienes den lustre a la vieja fábrica medieval y afronten diversas reformas y reedificaciones a lo largo de los siglos.

Al igual que ocurría con otros conventos benaventanos, como los Santa Clara, San Bernardo o Sancti Spiritus, para su fundación y acomodo en el callejero urbano se tomaron terrenos situados al abrigo de la cerca medieval, de forma que sus paredones perimetrales se integraban en el cinturón defensivo de la villa. Sus dependencias, que comprendían un vasto conjunto de edificios, corrales, huertos y solares, abarcaban las actuales plaza y ronda de San Francisco, las calles Fray Toribio y Renueva, y la avenida del Ferial. Sobre los solares del templo se levantaron a mediados del siglo XX los Juzgados y, poco más tarde, el actual Centro de Salud de la Seguridad Social.

En 1809 una gran parte de los edificios conventuales fueron incendiados por las tropas francesas. Fernando Fernández Brime, en un opúsculo de 1881, describía con emoción el acontecimiento:

“El día de Reyes, o sea el 6 de enero de este año [de 1809], es una de las fechas más terribles y dolorosas para esta Villa, pues en él tuvo lugar el espantoso siniestro del incendio de esta tan preciada fábrica de San Francisco. Es débil la sospecha de que los ingleses antes de marcharse dejaron encendidas maderas, asegurando algunos que los franceses luego que llegaron fueron los que prendieron el fuego a este hermoso edificio, que tanto adorno prestaba a la Villa, el cual incendiándose voraz y espantosamente se redujo enteramente a escombros y cenizas, de las que ha sido imposible repararse. Únicamente quedaron levantadas las paredes inclusas las de la iglesia y torre que todas son de piedra sillería y mampostería, pero fuertemente calcinadas con la intensidad del fuego, que no perdonó la parte más mínima de toda la fábrica. La torre misma abrió también, hundiéndose el reloj en ella colocado, las campanas y cuanto tenía combustible, desapareciendo hasta los mismos metales”.

La fotografía ahora presentada ofrece una vista de conjunto de las fachadas principales del convento. A la izquierda el cuerpo occidental de la iglesia con su pórtico de triple arcada, y a la derecha la portería orientada hacia el norte. Aunque el edificio de la iglesia es ya claramente una ruina, la estampa evoca una construcción majestuosa de un barroco sobrio y arcaizante. El posible empleo del granito en su construcción, su pórtico a los pies, así como algunos destalles ornamentales propios del "estilo de placas" evocan influencias gallegas. En consonancia con todo ello estaría el apellido Taboada del autor del diseño original (Joseph González Taboada) y la pertenencia del convento a la Provincia Franciscana de Santiago. Si nos ajustamos a lo consignado en la documentación debemos situar su ejecución entre 1745 y 1760. La estereotomía del granito, unida a una interpretación muy particular de la decoración otorga a la obra un carácter geométrico y potencia los elementos volumétricos, todo ello en la línea del léxico de esa peculiar fase del barroco cultivada en Galicia.

San Francisco de Benavente a finales del siglo XIX

La fachada de la iglesia se presenta como una gran pantalla pétrea rematada semicircularmente. Su amplio desarrollo espacial llega a enmascarar la estructura interior del templo, especialmente en lo relativo a cubiertas y techumbres. El efecto dominante es el de un gran retablo pétreo, una obra de marquetería de formas geométricas que se recortan nítidamente sobre amplias porciones de muro liso.

Se divide en tres calles verticales y tres cuerpos horizontales. La separación entre cuerpos se hace a través de cornisas. En el cuerpo central las calles se delimitan con pilastras cajeadas, mientras que en el primer cuerpo se emplean placas sobrepuestas y colgantes que mueren a media altura. Esto evidencia que en su diseño ya estaba previsto dejar despejado el muro para recibir el pórtico.

La decoración se concentra en la calle central, con una alternancia de los espacios macizos y huecos flanqueados por asuntos variados: columnas, peanas, molduras, placas, etc. Presiden esta calle central una ventana rematada en arco de medio punto sobre columnas, una hornacina adintelada, cobijo de alguna imagen de San Francisco, y un gran blasón, probablemente dedicado al emblema de la orden franciscana o a las armas de los Pimentel. El resto de la fachada se adorna con cornisas, hornacinas menores, blasones, placas, cruces, bolas apiramidadas y otros detalles.

El encuadre de la instantánea corresponde a una altura superior al nivel de la entrada a los edificios. Coincidiría aproximadamente con la perspectiva actual desde la calle Villalpando mirando hacia el edificio de los juzgados. La cubierta del pórtico occidental se aprecia notablemente deteriorada y llena de maleza. La famosa torre de planta cuadrangular, citada por algunos visitantes, ya no es visible. Dicha torre aún permanecía incólume a comienzos de los años 60 del siglo XIX, pero fue derribada a instancia del Coronel de la Remonta que entonces ocupaba el edificio para acuartelamiento de la tropa. En 1857 el ayuntamiento accedió a derribar el cuerpo superior, aduciendo el peligro de derrumbe. La torre seguramente flanqueaba la fachada por el muro norte de la iglesia, donde se aprecian las huellas y los huecos dejados por una construcción adosada.

En nuestra fotografía, la presencia de varios carros y de escombros en el entorno de las ruinas parece indicar que el desmantelamiento y el acarreo de piedra y materiales de construcción, desde o hacia el monasterio, continúa produciéndose.

El derribo definitivo de la fachada debió producirse muy pocos años después. Antes desde luego de la visita de Gómez Moreno a Benavente en 1903‑1904, quien no hace la menor alusión a la misma. Tal vez, nuestro anónimo fotógrafo, conocedor del trágico destino que le deparaba a este edificio benaventano, quiso inmortalizar la estampa de una vieja gloria agonizante. Sirva este artículo como reconocimiento póstumo a su noble empeño.

Antiguo edificio de los Juzgados de Benavente

Edificio de los Juzgados de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente

Restos de la bodega de San Francisco de Benavente

Restos de San Francisco de Benavente