domingo, 6 de agosto de 2023

Yo, la sin ventura reina - Catalina de Lancaster, señora de Benavente

"Yo, la Reyna". Autógrafo de Catalina de Lancaster en 1407


La azarosa vida de don Fadrique, I duque de Benavente, entró en su fase final en el año 1394, cuando después de una larga serie de intrigas palaciegas y conatos de rebelión, cayó en desgracia en la corte de Enrique IIII. La última gota que colmó el vaso fue el intento de usurpación de las rentas reales. Poco después, ciertos movimientos políticos, en colaboración de su primo Pedro Enríquez de Castilla, conde de Trastámara, acabaron con la paciencia del joven rey.

En julio, fue apresado en Burgos por orden del rey castellano. Entre sus seguidores cundió el desánimo, conscientes de lo delicado de la situación, y según se contaba: “este día se fizo una mula rabiosa, e andaba por el barrio del duque de mala guisa, e los suyos oviéronlo por mala señal”. Fadrique pasó posteriormente por las prisiones de los castillos de Monreal del Campo (Teruel) y Almodóvar del Río (Córdoba). En esta última fortaleza acabaría sus días en circunstancias no bien conocidas.

Las represalias sufridas por el duque incluyeron la confiscación de todos sus bienes y señoríos. El canciller Pero López de Ayala recordaba en sus crónicas cómo después de la prisión del noble, "envió mandar el rey a todos los logares del duque de Benavente que estoviesen seguros quél los tomaba en sí fasta que ordenase del duque como fuese la su merced; pero las behetrías quel duque tenía tornáronse de otros caballeros".

El título del ducado de Benavente fue objeto también de esta confiscación y revertió a la Corona. En efecto, en el mes de diciembre de 1394 el notario público de la villa ya consigna en los documentos que actúa en nombre del rey, y no en el duque, como había sido práctica habitual hasta entonces. Parecía que Benavente volvía a recuperar su condición de villa de realengo, al menos nominalmente, pero el proceso de señorialización era ya imparable, y no tardaría mucho en volverse a materializar.

Catalina de Lancaster, reina consorte de Castilla por su matrimonio con el rey Enrique III, fue "señora" de Benavente en los años anteriores a la donación de la villa a los Pimentel, es decir hasta 1398. Era hija de Juan de Gante, duque de Lancaster, y de su segunda esposa, Constanza de Castilla. Fue nieta de dos monarcas: su abuelo paterno fue el rey de Inglaterra, Eduardo III, y por línea materna el rey Pedro I de Castilla. Cuando accedió al señorío de Benavente era una joven de apenas 21 ó 22 años. Fernando Pérez de Guzmán, en sus "Generaciones y semblanzas", nos dejó el siguiente retrato de nuestro personaje:

"La reina doña Catalina, muger deste rey don Enrique [III], fue fija de don Johan de Lencastre, fijo legítimo del rey Aduarte de Inguelterra, el qual duque casó con doña Costança, fija del rey don Pedro de Castilla e de doña María de Padilla. Fue esta reina alta de cuerpo e muy gruesa, blanca e colorada e rubia. En el talle e meneo del cuerpo tanto pareçía onbre como muger. Fue muy onesta e guardada en su persona e fama, liberal e magnífica, pero muy sometida a privados e muy regida dellos, lo cual, por la mayor parte, es viçio común de los reyes. Non era bien regida en su persona. Ovo una grande dolençia de perlesía, de la qual non quedó bien suelta de la lengua nin libre del cuerpo. Murió en Valladolid en hedad de çinquenta años, año de mill e quatroçientos e diez e ocho años".

Catalina llegó a España en 1386, acompañando a su familia, con ocasión del viaje emprendido por su padre, el duque de Lancaster, para hacerse con la corona de Castilla. En el origen de esta invasión estaba la antigua reclamación del trono castellano por parte de Juan de Gante, casado con Constanza, hija del rey Pedro I de Castilla. Esta pretensión se vio fortalecida con la gran derrota castellana frente a Portugal en Aljubarrota (1385). El fracaso castellano fue aprovechado por el duque inglés para desembarcar en La Coruña, ocupar Santiago y emprender una gran ofensiva contra el reino castellano con la ayuda de las tropas portuguesas. 

Se da la circunstancia de que Benavente, la misma villa que pasaría más tarde al señorío de la reina Catalina, sufrió en 1387 un cerco de dos meses por parte de las tropas angloportuguesas encabezadas por su padre. El asedio de Benavente se prolongó durante los meses de abril y mayo. Aunque no consiguieron rendir la plaza, dejaron tras de sí un paisaje de ruina y desolación.

Las partes en conflicto decidieron negociar, y en 1388 el asunto se zanjó con el Tratado de Bayona, en el que Juan de Gante renunciaba a sus aspiraciones a cambio de una fuerte compensación económica y el matrimonio de su hija Catalina con el hijo del rey Juan I, el futuro Enrique III. Se ponía así fin al largo conflicto sucesorio castellano desatado por la deposición y asesinato de Pedro I de Castilla por su hermanastro Enrique II. El acuerdo incluyó la creación del título de “Príncipe de Asturias” para los herederos de la Corona de Castilla. Sus primeros titulares fueron precisamente Enrique y Catalina. 

Para los benaventanos, el señorío de la reina a partir de 1394 fue interpretado como una vuelta, de hecho, al realengo, después de los turbulentos años padecidos por la villa durante el dominio del duque don Fadrique. Como recordarían años después los propios benaventanos, el paso de esta reina extranjera por estas tierras dejó un buen recuerdo entre la población: 

"E después de esto fue vuestra merçed de nos dar a nuestra señora la reyna, vuestra moger que Dios mantenga, con la qual avíamos olvidado todos los males e trebulaçiones que habíamos sofrido e pasado, lo qual por nuestros pecados nos duró muy breve tiempo".

En efecto, fue esta una etapa muy corta, y muy poco conocida de la historia de Benavente. Una circunstancia justificable por la escasa documentación existente. A falta de diplomas de esta época en el Archivo Municipal, es necesario acudir a otras fuentes dispersas, a las crónicas, o a referencias indirectas que nos transmiten alguna información.

Algunos diplomas de estos años dejan constancia del señorío de la reina en Benavente, así como de algunos cambios introducidos en la administración del concejo y en el nombramiento de los oficios de su gobierno. En mayo de 1397 tenemos noticia de una reunión del concejo, junto a la iglesia de Santibáñez (San Juan del Reloj). En su encabezamiento se hace relación de los alcaldes, regidores y “hombres buenos” que tienen la responsabilidad del gobierno de la villa. Los alcaldes bajo la autoridad del rey, y los regidores y hombres buenos bajo la de “nuestra sennora la reyna”:

“Sepan quantos esta carta vieren commo nos, el conçejo e ommes bonos de Benavente, estando en nuestro conçejo, çerca la eglesia de Santivannes, ajuntados por campana repicada segund que lo avemos de uso e de costumbre, e estando y presentes Pedro Ferrández e Gonçalo Gómez, alcaldes en esta dicha villa por nuestro sennor el rey, e Lope Alfonso e Juan Alfonso de Melgar e Alvar Alfonso su hermano, que son de los ommes bonos regidores que han de ver façienda de nos el dicho conçejo por nuestra sennora la reyna”.

Igualmente, se menciona a Alvar González, “notario público por nuestra sennora la reyna en Benavente”, a quien se pide que “escriviese o mandase escrivir esta carta e fisiese en ella su signo”.

En julio de este mismo año 1397 se pide a un notario público que escriture una carta de donación de unas casas con sus corrales a las puertas del Santo Sepulcro de Benavente. De nuevo, se cita el señorío de la reina consorte sobre la villa:

“E por que esto sea firme e non venga en dubda rogué a Alfonso Hernandes notario público de nuestra señora la reyna en Benauente que escriuiese o mandase escriuir esta carta e la signase de su signo”.

El concejo de Benavente hizo todo lo posible por mantener a Catalina de Lancaster como su señora. Sin embargo, en 1398 se produce la donación de la villa, a título de condado, al noble portugués Juan Alfonso Pimentel. Sabemos que en las semanas previas los benaventanos intentaron diversas gestiones para evitar este cambio de titularidad. En un memorial enviado a Enrique III en 1400 se recordaba el malestar que toda esta situación generó entre los vecinos:

“E después de esto fue vuestra merçed de nos tyrar de poderío de la dicha sennora reyna e nos dar al conde don Iohan Alfonso sennor, e commo quiera que por parte de este conçeio e regidores fue dicho e reclamado a la vuestra merçed que non quisiéredes tyrar de la vuestra corona real de que sienpre fuéramos e de la dicha señora reyna, por conplir vuestra boluntat su serviçio e mandado oviemos de faser e conplir lo que por la vuestra merçed nos fue mandado…”.

Estas gestiones del concejo debieron de coincidir en el tiempo con la decisión de Juan Alfonso Pimentel de abandonar Portugal para instalarse definitivamente en Castilla, pero previo acuerdo de las condiciones con el rey Enrique III. Todo apunta a una calculada y meticulosa negociación entre el noble portugués y los representantes del rey castellano. En carta fechada en Madrid el 28 de enero de 1398 el monarca castellano daba poder a su justicia mayor, Diego López de Zúñiga, para que en su nombre tratara con el señor de Braganza y con Gil Vázquez de Acuña "algunas cosas que cumplen mucho a mi servicio". 

Con este poder, Diego López hacía la concesión el 4 de marzo de 1398 de “la villa de Benavente con su castillo y con sus aldeas y términos, y con todos sus pechos y derechos, y con la jurisdicción alta y baja civil y criminal, y con el mero mixto imperio, y con todas las otras cosas que le pertenecen y pertenecer deben en cualquiera manera según mejor y más cumplidamente la agora ha y tiene la reina doña Catalina mi señora”.

Por tanto, en el mes de marzo de 1398 Catalina de Lancaster aún disfrutaba de la posesión de la villa de Benavente, y esta situación se mantuvo provisionalmente durante todo el mes de abril. Un documento fechado el día 30, procedente del fondo de Osuna, nos informa de que Martín Alfonso, notario público por la reina Catalina, y Clara González, su mujer, vecinos y moradores en Benavente, venden a Fernando a Álvarez de Villasán, también vecino, un suelo de casas en la colación de Santa María del Azogue, cerca del muradal.

El traspaso definitivo de la jurisdicción de la villa se produjo el 17 de mayo de 1398. A través de un albalá, Enrique III concedía al noble portugués Juan Alfonso Pimentel, a título de condado, la villa de Benavente con su castillo, aldeas, términos y derechos, exceptuando el cobro de las alcabalas y los pedidos reales de monedas. La toma de posesión tuvo lugar el día 8 de junio en el monasterio de San Francisco. A partir de entonces, Juan Alfonso Pimentel figura ya en todos los diplomas como conde de Benavente y señor de la villa.

A pesar de la pérdida de Benavente, la reina Catalina mantuvo en su poder importantes títulos y señoríos. El núcleo principal de estas dignidades procedía de la dote y arras concedidas por parte del rey Juan I al casarse con su hijo Enrique. En 1402, con ocasión del nombramiento de Alfonso Martínez como su capellán y limosnero mayor, se intitula en el privilegio como: “Doña Catalina, por la graçia de Dios, reyna de Castiella e de León, duquesa de Soria e señora de Molina e de Huete e de Atiença e de Carrión e de Deça”. 

A partir del año 1406, Catalina de Lancaster volvió adquirir un particular protagonismo político en el devenir del reino. La muerte del rey, con tan solo 27 años, le llevó a tomar las riendas del gobierno y asumir la regencia de su hijo Juan (el futuro Juan II), que por entonces contaba con apenas un año de edad. En esta época se intitulaba en los diplomas como "yo, la syn ventura reyna de Castilla e de León, madre del rey e su tutora e regidora de sus regnos", toda una declaración de intenciones sobre su estado de ánimo. Murió en Valladolid en 1418, siendo enterrada, junto a su marido, en la catedral de Toledo.

La familia de Catalina de Lancaster

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