The dedicatory inscription in the church of the monastery of San Pedro de Montes.
Over the literary sources and its ideological and political bases
Resumen:
El epígrafe de consagración de la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes (24 de octubre de 919) plantea interesantes reflexiones sobre las fuentes literarias utilizadas en su confección, así como sobre sus fundamentos ideológicos y políticos.
Para reconstruir el pasado visigodo del monasterio, los artífices del texto se basaron principalmente en la “Vita Fructouosi” y en los escritos autobiográficos de Valerio del Bierzo. Estos relatos eran conocidos por los monjes repobladores de San Pedro de Montes, antes incluso de su llegada a tierras bercianas.
La restauración de San Pedro de Montes formó parte de todo un programa ideológico y político promovido por la monarquía en el contexto del llamado “neogoticismo” del reino asturleonés. Esta circunstancia es común a la fundación y restauración de otras iglesias y monasterios.
Palabras clave: Genadio, San Fructuoso, Valerio del Bierzo, San Pedro de Montes, monasterios, Epigrafía, repoblación.
Abstract:
The dedicatory inscription in the church of the monastery of San Pedro de Montes (24 October 919) introduces some interesting considerations on the literary sources used in its elaboration, as well as on its ideological and political bases.
In order to reconstruct the Visigothic past of the monastery, the text authors were based mainly in “Vita Fructuosi” and the autobiographoical writings of Valerius of Bierzo.
These stories were known by the resettling monks of San Pedro, even before their arrival to the Bercian territory.
The restoration of San Pedro de Montes was part of an ideological and political program sponsored by the monarchy, in the context of the so-called “Neogothisism” of the Astur-Leonese kingdom. This situation is common in the foundation and restoration of other churches and monasteries.
Keywords: Genadio, San Fructuoso, Valerio del Bierzo, San Pedro de Montes, monasteries, Epigraphy, resettlement.
Introducción
En toda inscripción medieval, desde la más simple a las más elaborada, existe la intencionalidad de transmitir públicamente un mensaje y de una manera solemne. Para ello se construye un discurso, se hace uso de unas fuentes de información y se utiliza una serie de recursos literarios. En este sentido, Gómez-Moreno ya definió una inscripción como una “composición literaria para conmemorar un hecho en condiciones monumentales. Publicidad, solemnidad y perduración la caracterizan”.
El célebre epígrafe de San Pedro de Montes es uno de los testimonios más interesantes para el conocimiento, no sólo de la historia de este importante cenobio berciano, sino también de los pormenores de todo el proceso de repoblación monástica altomedieval que se desarrolló en las tierras al norte del Duero. A través de él podemos comprender mejor las motivaciones ideológicas y políticas presentes en las fundaciones y restauraciones de monasterios, tan frecuentes en el reino asturleonés entre los siglos IX y XI. La comunidad de Montes, responsable en última instancia del epígrafe, quiso dejar constancia de la consagración de su templo, pero también perpetuar la memoria de sus fundadores y reforzar una determinada tradición sobre la historia de su monasterio. Su estudio, en definitiva, nos acerca al imaginario medieval y a una determinada concepción de la espiritualidad.
1. Historia de la pieza y características formales
Contamos con referencias a este monumento epigráfico en la bibliografía ya desde el siglo XVI. Ambrosio de Morales en su “Crónica general de España” atribuye su autoría a San Genadio, y dice que “habiendo edificado la iglesia que agora dura, lo dejó todo especificado en una gran piedra que mandó poner a la puerta por donde se entra desde el claustro”.
El cronista de Felipe II vuelve a ocuparse del asunto en su “Viage”, concretamente al hablar de los orígenes del cenobio: “En el claustro a la entrada de la iglesia en una losa está escrito lo siguiente, fielmente sacado con sus malos latines de entonces”. A continuación, ofrece la primera lectura conocida y algunas apreciaciones sobre la misma. A partir de entonces, el texto fue reproducido por numerosos autores, como Yepes, Sandoval, Gregorio de Argaiz,, Rodríguez de Castro, Flórez, Quadrado, Hübner, Rodríguez López, Gómez-Moreno, Martínez Fuertes, Fernández Pousa, Viñayo, etc.
El epígrafe se encuentra actualmente situado en el lado izquierdo de la portada sur románica que comunicaba la iglesia con el Claustro reglar o Claustro de los arcos. Dicha puerta está hoy cegada, mientras que el claustro sufrió una profunda remodelación en el siglo XVII. La piedra está encastrada en el contrafuerte exterior a media altura. Sobre su lugar original de emplazamiento no tenemos ninguna noticia.
Se trata de un tablero rectangular de mármol blanco de 101 x 46 cm. El estado de conservación es bastante bueno, aunque se observan algunos desperfectos que no impiden su lectura completa. Su campo epigráfico está rebajado y delimitado por una moldura, rota en el ángulo superior izquierdo y sobretodo en el superior derecho. En este último sector la rotura parece ser anterior a la preparación de la inscripción, pues las tres primeras líneas del texto se alejan del comienzo de la moldura y terminan justo antes del corte de la piedra.
El texto ocupa casi todo el espacio disponible, con unos márgenes muy reducidos con respecto a la moldura. Consta de nueve líneas y está escrito en capitales de cuerpo estilizado y factura no muy regular. En palabras de Gómez-Moreno sus caracteres son “desgarbados semimozárabes” y “poco elegantes del siglo X”.
Sus tipos se alejan de las líneas rectas propias del corte clásico. Por el contrario, las letras son algo curvadas y siguiendo la tradición de la escritura altomedieval varían de tamaño en función de las necesidades de espacio de su artífice. Además, se emplean con frecuencia las abreviaturas, las ligaduras y algunas letras están embebidas o ajustadas.
La moderna epigrafía considera que para un texto adquiera la condición de inscripción ha de tener un carácter publicitario, por tanto, su finalidad última es la de dar a conocer un mensaje. Natalia Rodríguez Suárez señala que “para alcanzar dicho fin, el rogatario de la inscripción acudía a distintas técnicas para llamar la atención del receptor del mensaje. Una de esas técnicas consistía en el empleo de una escritura particular, la escritura publicitaria”. Estas características también pueden estar presentes en la escritura de los códices y en algunos documentos.
En nuestro caso, la caligrafía utilizada es muy variable, con el uso letras iguales bajo diferentes diseños. Entre los aspectos particulares hay que destacar la aparición de la “T” de tipo clásico, o con el bucle en su ápice izquierdo, rasgo que se ha venido identificando como característico de lo “mozárabe”. La “A” suele sustituir su ángulo superior por un rasgo recto horizontal. En la “N” el trazo oblicuo muere a media altura, mientras que hay alguna “N” coja, esto es con su trazo derecho que no apoya en la línea de la caja. La “P” en unos casos es cerrada y en otros tiene su parte curva ligeramente abierta. La “O” es generalmente de tendencia ovalada, pero alguna de ellas es de clara forma romboidal.
El lapicida se sirvió de renglones como ayuda y utilizó interpunción de dos puntos para separar algunas palabras. La línea central, la quinta, tiene un tratamiento especial, con un mayor cuerpo de letra y una caligrafía algo más esmerada. Esta línea actúa como eje de simetría, no sólo en lo material, sino también del contenido, pues se pretende así resaltar el acontecimiento central de todo el discurso narrativo: la construcción de un nuevo templo por el obispo Genadio.
El objeto principal de la inscripción es conmemorar la consagración de la nueva iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre del año 919. Pero este acontecimiento está precedido por un largo preámbulo, en el que se hace una recapitulación de las diferentes fases constructivas del monasterio desde los tiempos de San Fructuoso, su primer fundador.
En la narración se utiliza en todo momento la tercera persona y el pasado, y los verbos tocantes a las diferentes acciones constructivas se llevan a la parte final de cada uno de los versos: “condidit”, “dilatabit”, “restaurabit” y “erexit”, siguiendo así los usos del latín clásico. Cada una de las fases o momentos de la fundación, restauración y renovación del monasterio ocupan una o dos líneas completas, a excepción de la consagración que se extiende por las tres líneas finales.
Parece, por tanto, que hay una cierta cadencia rítmica. Esta circunstancia ya fue advertida por Maurilio Pérez González, para quien esta inscripción, junto con la de San Martín de Castañeda, “su prosa también parece tener carácter rítmico o, al menos, pretende tenerlo”.
La transcripción y su traducción son las siguientes:
INSIGNE MERITIS BEATVS FRVCTUOSVS POSTQVAM COMPLVTENSE CONDIDIT /
CENOBIVM: ET N(omin)E S(anc)C(t)I PETRI BREBI OPERE IN HOC LOCO FECIT ORATORIVM:/
POST QVEM NON INPAR MERITIS VALERIVS S(an)C(tu)S OPVS AECLESIE DILATABIT/:
NOBISSIME GENNADIVS, PR(e)SB(i)T(e)R CVM XII FR(atr)IB(u)S RESTAURABIT ERA DCCCCXXX IIIA /
PONTIFEX EFFECTVS A FVNDAMENTIS MIRIFICE VT CERNITVR DENUO EREXIT/
N(on) OPPRESSIONE VVLGI SED LARGITATE PRETII ET SVDORE FR(atr)VM HUIS MONASTERII/
CONSECRATUM E(st) HOC TEMPLV(m) AB EPI(scopi)S IIIIOR: GENNADIO ASTORICENSE: SABARICO /
DVMIENSE: FRVNIMIO LEGIONENSE: ET DVLCIDIO SALAMANTICENSE: SVB ERA /
NOBIES CENTENA: DECIES QVINA: TERNA: ET QVATERNA: VIIIIO K(a)L(en)D(aru)M: N(o)B(e)MBR(u)M/
“El bienaventurado Fructuoso, insigne en méritos, después de fundar el cenobio Complutense, también hizo un oratorio pequeño en este sitio, con nombre de San Pedro. Después de ello, el no inferior en méritos y santo Valerio amplió el edificio de esta iglesia. Modernamente, Genadio, presbítero, con doce frades, lo restauró en el año 895. Una vez hecho obispo, erigiólo de nuevo desde sus cimientos admirablemente, como se echa de ver, no mediante opresión del pueblo, sino con grande costa y con sudor de los frades de este monasterio. Fue consagrado este templo por cuatro obispos: Genadio, astoricense; Sabarico, dumiense; Frunimio, legionense, y Dulcidio, salamanticense, en 24 de octubre del año 919”.
El relato es muy interesante, porque permite contrastar y cotejar las fuentes utilizadas por los artífices de este monumento epigráfico para componer su discurso. Varias de estas fuentes pueden ser identificadas de forma precisa, lo cual hace de esta lápida una pieza singular en comparación con otros epígrafes altomedievales. Los hitos principales de este relato serían los siguientes:
2. Construcción de un oratorio dedicado a San Pedro por San Fructuoso, después de haber fundado el monasterio de Compludo.
“Insigne meritis beatus Fructuosus postquam complutense condidit cenobium et nomine Sancto Petri brebi opere in hoc loco fecit oratorium”.
La información que nos suministra el comienzo de la inscripción (primera y segunda línea) está basada fundamentalmente en la “Vita Fructuosi”, uno de los grandes patriarcas del monacato visigodo del siglo VII. Su texto se nos ha trasmitido en varios códices medievales y está incluido en la compilación hagiográfica hecha por Valerio del Bierzo. En un principio su autoría fue atribuida por casi todos los editores antiguos al propio Valerio, pero en la actualidad, gracias sobre todo a los estudios de Manuel C. Díaz y Díaz, la obra se considera de algún seguidor de Fructuoso, probablemente monje, y residente en alguna de sus fundaciones.
En la “Vita” se emplea repetidamente los tratamientos de “beatissimum” y “sanctissimus” para referirse a Fructuoso y, tal y como se recuerda en nuestra inscripción, se habla de esta fundación como hecha poco después de la de Compludo. Sin embargo, en la “Vita” no se indica la advocación de este “oratorio”, sino que se alude al monasterio “Rufianense”, donde Fructuoso vivía recluido en un edículo o “ergástula”. Para la mayoría de los autores esta fundación se habría producido hacia el año 640, y en un principio tendría más un carácter de eremitorio, orientado al retiro y a la vida contemplativa, que de un monasterio propiamente dicho.
Sabemos, por otras fuentes, que Genadio conoció la “Vita Fructuosi” y los escritos de Valerio en su juventud, desde los mismos inicios de su formación como monje en el monasterio de Ageo. Es a través de la lectura de estos relatos hagiográficos como los monjes de Ageo se sienten atraídos por la tradición eremítica y cenobítica de las montañas del Bierzo, y proyectan la restauración del monasterio de San Pedro de Montes, fundado por San Fructuoso en el siglo VII.
En el documento conocido como “Testamento de San Genadio”, el obispo astorgano al recordar su juventud en el monasterio de Ageo, dice de San Pedro de Montes: “que primero fue habitado por San Fructuoso, y después por San Valerio, cuyas santas vidas y resplandor de sus virtudes y milagros, declaran las historias que de ellos hay escritas”. Este importante documento, fundamental para el conocimiento de la vida de Genadio, suele fecharse en torno a los años 915, 919 ó 920, pero los detalles suministrados sobre su paso por el monasterio de Ageo tienen que situarse necesariamente antes del año 895. Frente al “insigne meritis” con que es presentado Fructuoso en la inscripción, en el “Testamento” Genadio se autodefine como “pauper meritis, abundans scelirubus, indignus episcopus”.
En el monasterio de San Pedro de Montes se conservaron durante mucho tiempo una serie de libros atribuidos a la colección privada de Genadio. Ambrosio de Morales alcanzó a verlos en el siglo XVI, y los identificó con la biblioteca que el santo había donado en su “Testamento” a los monasterios bercianos de San Pedro, San Andrés, Santiago y Santo Tomás. En palabras de Morales: “todos son de letra gótica, tan antigua que manifiestamente muestran como son los mismo que el Santo dexó ... pues son como reliquias, en consideración que el Santo los trató mucho, y estudió en ellos”.
Entre los ejemplares descritos se menciona una “Vita Patrum, deshojado, tienen las Vidas de San Paulino, Santo Agustín, San Gerónimo, y pocas más, fue gran volumen”. Independientemente de que este libro hubiera pertenecido o no al obispo astorgano, hay que señalar que estas piezas hagiográficas son partes integrantes de la compilación de Valerio. Por tanto, los monjes de San Pedro de Montes dispusieron desde antiguo de estas obras y pudieron servirse de ellas para construir un determinado discurso sobre los orígenes de su monasterio.
3. Ampliación de la iglesia por San Valerio.
“Post quem non inpar meritis Valerivs sanctus opus aeclesie dilatabit”.
El contenido de la tercera línea de la inscripción se fundamenta específicamente en los escritos autobiográficos de Valerio. En ellos el monje berciano ofrece pormenores de su llegada al monasterio y su estancia durante muchos años en la misma celda en la que había habitado antes San Fructuoso. En estos textos el monasterio es denominado de nuevo “Rufianense”, como ya se hacía en la “Vita Fructuosi”.
Este topónimo “Rufianense” haría alusión al poseedor de un antiguo “castillo” situado en las inmediaciones. Así en el “Ordo querimonie prefati discriminis” leemos: “En el límite del territorio del Bierzo, entre otros monasterios, junto a un castillo cuyo antiguo propietario le diera el nombre de Rufiana, hay un monasterio entre unos valles de elevados montes, fundado tiempo atrás por San Fructuoso de bendita memoria, en que la divina piedad me colocó para permanecer para siempre”.
Es posible que a finales del siglo IX se conservará en Montes algún vestigio de la antigua iglesia, o alguna inscripción con la dedicación a San Pedro y San Pablo. Pero tanto Genadio, como sus compañeros, pudieron deducir la advocación del cenobio a los santos apóstoles a través de la lectura de los textos de Valerio, pues en uno de los pasajes de sus obras dice que “celebraba el oficio ... en el santo altar de los apóstoles” y “de la construcción y obra allí junto al altar de los santos apóstoles, se ha escrito brevemente en la historia anterior”. Por otra parte, uno de sus poemas está dedicado expresamente a San Pedro y San Pablo: “Conversio deprecationis ad Sanctos Apostolos”.
Respecto a la ampliación de la iglesia por Valerio no encontramos una referencia específica en sus obras, pero sí hay mención a obras de ampliación de las estancias monacales y del huerto inmediato construido en el atrio. En “Replicatio sermonum a prima conversione” se dice que su sobrino Juan “en aquel páramo plantó viñas, una huerta y muchos frutales de distintas clases, y puso los cimientos para unas habitaciones, y se ocupa de que todo lo que sea necesario en uno y otro lado vaya adelante”. En cuanto al atrio: “...con la ayuda de Dios, poco a poco, se allanó gracias al trabajo de unos jornaleros un estrecho, pero suficiente espacio para un pequeño atrio”.
Así pues, esta ampliación de la iglesia por Valerio, tal y como se registra en el epígrafe, pudo basarse en la lectura de estas fuentes. Pero también debe considerarse la interpretación por los monjes de los restos constructivos que probablemente perduraban del antiguo monasterio visigodo a finales del siglo IX. A fin de cuentas, las ruinas que encontraron los monjes repobladores pertenecerían a los últimos edificios habitados por Valerio, cuya muerte suele fijarse en torno al año 695.
Varios restos constructivos altomedievales se conservan actualmente en el último cuerpo de la torre de la iglesia monacal. Su cronología no puede precisarse, pues se trata de fustes de columnas y capiteles de mármol que podrían haberse utilizado tanto en la fundación visigoda como en el monasterio repoblado por Genadio. A estas piezas deben añadirse otras que se reaprovecharon en la puerta de la próxima ermita de la Santa Cruz, entre ellas un posible fragmento de cancel visigodo.
4. Restauración por el presbítero Genadio en el año 895.
“Nobissime Gennadius presbiter cum XII fratribus restaurabit era DCCCCXXX IIIa”.
Las acciones acometidas por el presbítero Genadio, con la colaboración de doce “fratres”, son muy escuetas y se resumen a través del verbo “restaurar”. Esta cuarta línea viene precedida de la expresión “nobissime”, no muy habitual en los diccionarios del latín clásico. Con este término parece que se quiere remarcar una cesura temporal entre el pasado visigodo de San Pedro de Montes y las iniciativas repobladoras de los siglos IX y X.
Los detalles de esta restauración, fechada en 895, se corresponden nuevamente con el relato del llamado “Testamento de San Genadio”, en el que se recuerda, efectivamente, como Genadio, en compañía de doce hermanos, partió del monasterio de Ageo para restaurar las ruinas del antiguo monasterio de San Pedro de Montes: “viviendo en la obediencia de mi padre y abad Arandiselo en el monasterio de Ageo, ansioso de la vida solitaria, con otros doce hermanos, y la bendición de mi viejo abad, caminé al desierto de San Pedro, que primero fue habitado por San Fructuoso y después por San Valerio”.
El uso del verbo “restaurar” tiene en nuestra lápida un marcado componente ideológico que debe ser analizado. Desde que Astorga fue repoblada de una manera definitiva por Ordoño I, hacia el año 854, e integrada en los organigramas de la monarquía astur, debió crearse una circunscripción basada en la tradición romano-visigoda y en la organización eclesiástica. En consonancia con lo que se ha venido en llamar “neogoticismo” astur se restaura el obispado y se establece un marco político-territorial en el que el Bierzo tiene una personalidad propia muy definida.
Esta actividad restauradora es común a gran parte de los territorios del reino, donde los ejemplos se multiplican. La “Crónica Albeldense”, al referirse a las iniciativas políticas y religiosas de Alfonso III, dice: “Todos los templos del Señor son restaurados por este príncipe, y en Oviedo se edifica una ciudad con palacios reales”.
La repoblación de Astorga supuso la recuperación de los territorios del viejo obispado, donde, además de las labores de colonización agraria, se fundan o se restauran iglesias y monasterios. Todo este ambicioso programa político contó lógicamente con la dirección, impulso y respaldo de los reyes asturleoneses.
María Concepción Cosmen Alonso ha recopilado algunos testimonios de estas “restauraciones” localizadas dentro del territorio de la diócesis. El monasterio de San Dictino de Astorga, situado fuera de las murallas, fue rehabilitado como residencia episcopal y su templo, “venerabilis ecclesia vetusto fundamine”, restaurado y dotado por el obispo Fortis en torno al año 925. El mismo camino seguirá el monasterio de San Pedro de Forcellas, ubicado en la zona montañosa de La Cabrera, que fue donado por el rey Ramiro II en el año 935 al obispo Genadio para que “como estaba destruido lo restaure y ponga en él una comunidad regular”. San Martín de Castañeda, junto al Lago de Sanabria, fue rehecho desde los cimientos sobre un pequeño edificio anterior también dedicado a San Martín. La iglesia de Villanueva de Valdueza fue “facta et restaurata” por el obispo Ranulfo a fines del siglo IX. El oratorio de Santa Cruz de Montes fue reedificado en el año 905 y el cenobio de Santa Leocadia de Castañeda, junto al Sil, rehecho en torno al 916.
Estas “restauraciones” se hicieron en algunos casos sobre la base de viejos edificios arruinados, de los que los “restauradores” conocen su pasado con mayor o menor precisión. Los nuevos templos y monasterios muy probablemente reaprovecharon elementos constructivos de las fundaciones anteriores. Como señala José Alberto Moráis Morán, la reapropiación selectiva y particular de los restos materiales de las construcciones del pasado, con la voluntad expresa de reutilizarlas en los nuevos contextos materiales del medievo, posee un claro antecedente en la edilicia tardoantigua. Las fuentes revelan la acción restauradora en los templos altomedievales como una fase del proyecto arquitectónico en la que la reutilización de las estructuras preexistentes es fundamental.
A propósito del neovisigotismo de los monarcas asturleoneses, Isidro Bango Torviso destaca que no se aprovechaban las viejas construcciones del Duero sólo por un sentido utilitario, sino que en muchas ocasiones había toda una carga de ideología legitimadora para entroncar la dinastía con los monarcas godos. En el caso de los monasterios, para los monjes repobladores, incondicionales seguidores de Fructuoso y Valerio, la búsqueda y restauración de las fundaciones de estos padres del monacato visigodo se convirtió en una misión trascendente y espiritual. Se buscan estos monasterios y todas aquellas ruinas que se puedan relacionar con los padres del pasado para convertirlos en nuevos centros de su veneración.
En este aspecto, y en otros, la lápida de San Pedro de Montes guarda importantes similitudes con los monumentos epigráficos de San Miguel de Escalada y San Martín de Castañeda, pues en los tres casos se acomete una “restauración” sobre la base de un asentamiento cristiano anterior. Son muchos los elementos comunes en las tres inscripciones, pero también hay una diferencia fundamental. En Castañeda y Escalada se restauran templos de los que apenas se recuerdan más que puntuales detalles de su pasado, y esto es debido, seguramente, a que los monjes no disponen de información al respecto. Solamente se consigna su antigua advocación (San Martín o San Miguel), y que se trataba de construcciones muy modestas y de reducidas dimensiones, en ningún caso se alude a sus fundadores.
Pero en Montes hay un conocimiento mucho más detallado sobre sus orígenes, y guiados por la tradición visigoda identifican las ruinas que encuentran los repobladores con una de las principales fundaciones fructuosianas: el monasterio Rufianense. No sabemos hasta que punto esta identificación estaba sólidamente acreditada, pero los monjes así lo interpretaron y quisieron transmitirlo a través de un documento solemne. Se quiere así recuperar, por motivos ideológicos, el pasado mítico y prestigioso del eremitismo y monasticismo del siglo VII y, de este modo, hacer realidad el proyecto político del neogoticismo del reino asturleonés. Los monjes bercianos del siglo X son ahora los continuadores de los anacoretas y cenobitas del siglo VII, y por ello depositarios del legado de Fructuoso y Valerio.
Gómez-Moreno ya advirtió relaciones evidentes entre las tres fundaciones (Escalada, Montes y Castañeda), en particular en el uso de expresiones equivalentes como “brevi opere”, “miro opera a fundamine... erigitur”, “non oppresioni vulgo sed... fratrum instante vigilantia”, etc. Para el erudito granadino estás concordancias apuntaban a una misma mano y venían a confirmar sus teorías sobre el gran peso de lo “mozárabe” en el arte hispano altomedieval, sospechando si también andarían en la reconstrucción de San Pedro de Montes andaluces. A estos tres ejemplos habría que añadir el epígrafe del monasterio de San Salvador de Tábara, donde nuevamente encontramos algunas expresiones equivalentes como: “non copia rerum fretus sed divino iubamine”.
Este tipo de expresiones son equiparables a otras de carácter documental: “cum Dei iuuamine, restauraui eam, siue et kasas quas ibidem construxi”, se lee en una escritura leonesa de 904 a propósito de la restauración de una iglesia.
En cualquier caso, esta parte del relato de nuestra inscripción se contradice con los primeros documentos del Tumbo de San Pedro de Montes. En ellos se otorga un gran protagonismo al obispo astorgano Ranulfo en la fundación o restauración del monasterio. Estos textos, debido a su deficiente transmisión, ofrecen dudas sobre su autenticidad y cronología, pero como ya advirtió Mercedes Durany Castrillo, en ellos es Ranulfo quien entrega a los monjes los terrenos anexos de la nueva fundación, y ordena a Genadio abad de la comunidad monástica.
Uno de estos documentos está datado precisamente en el año 895, y en él el obispo astorgano dona a la comunidad de Montes la iglesia y concede unos términos que delimita: “Yo Ranulfo, obispo indigno, ... traté de edificar en honor de vuestra gloria, mi señor San Pedro, un monasterio de monjes [...] concedo y doy a San Pedro, la misma iglesia ya mencionada con todas sus inmediaciones la cual está dentro del término del Bierzo, junto al río Oza, entre los montes que llaman Aquilana, Rufiana y Peñalba”. Sin embargo, en otro de estos documentos, de 1081, se dice que el monasterio “constructum est permanedum a sanctis Patribus Fructuosis, Gennadius et Valerius”.
Recientemente, Leticia Agúndez San Miguel ha ido más lejos a la hora de ponderar estas contradicciones, y llega a hablar de falsificación del pasado lejano del monasterio en el Tumbo de San Pedro de Montes. Se trataría de una campaña de recuperación del pasado lejano de la institución, el que se refiere a su etapa fundacional en los últimos años del siglo IX y los primeros del X, que tuvo lugar en el “scriptorium” monástico entre finales del siglo XI y principios del siglo XII.
Sea como fuere, el Tumbo de San Pedro de Montes, elaborado en su núcleo principal en el siglo XIII, nos muestra una tradición sobre la historia del monasterio que se remonta a tiempos visigodos y que coincide en los aspectos fundamentales con el relato de la inscripción. Como ya apuntó Manuel C. Díaz y Díaz, tuvo que existir algún tipo de continuidad que explicaría la conservación en la memoria colectiva del emplazamiento y la advocación de los títulos de la iglesia. Para este autor resulta a todas luces inadmisible que por aquellos riscos desérticos y casi inaccesibles hubieran pasado, como suponen algunos, los árabes invasores, responsables que serían del despoblamiento y posterior olvido.
5. Renovación, desde los cimientos, por Genadio después de haber sido nombrado obispo.
“Pontifex effectus a fundamentis mirifice ut cernitur denuo erexit non oppressione vulgi sed largitate pretii et sudore fratrum huis monasterii”.
La quinta y sexta líneas de la inscripción se detienen ahora en la construcción de un nuevo templo “a fundamentis”. Se ensalza la obra como de gran envergadura y se invita a los visitantes a admirar sus cualidades. Esta empresa habría sido acometida por Genadio después de haber sido nombrado obispo de Astorga. Este último dato no permite hacer muchas precisiones cronológicas, pues los biógrafos de Genadio no coinciden en la fijación temporal de su pontificado efectivo.
Para Artemio Martínez Tejera, su primera aparición documental como obispo data del 15 de febrero del año 911, firmando en León, junto con Atila y Cixila una donación del rey leonés García I al monasterio de San Isidoro de Dueñas, mientras que la última efectiva tendrá lugar el 24 de octubre del año 919, tal y como se recoge en el epígrafe de consagración de la iglesia de San Pedro de Montes. En opinión de este autor, esta celebración litúrgica debió ser una de las últimas actuaciones de Genadio al frente de la diócesis de Astorga, sede que abandonaría definitivamente antes del 25 de mayo del año 920 y “con total seguridad” antes del 1 de octubre del mismo año. Posteriormente, abandonó sus responsabilidades y se retiró a practicar la vida eremítica al Valle del Silencio. Para otros autores el ascenso de Genadio a la silla episcopal de Astorga se habría producido en torno a los años 908-909.
Nuevamente, el contenido de esta parte del relato del epígrafe se aproxima a lo conocido a través del “Testamento” de Genadio: “me colocaron en la silla episcopal, donde estuve muchos años, más por obediencia al príncipe que por propia voluntad, si bien ni aun casi corporalmente vivía allí. Poniendo toda mi solicitud y fuerzas en el dicho desierto, amplié con nuevos edificios la iglesia de San Pedro, que poco antes había restaurado, y como mejor pude la mejoré”.
Las reiteradas similitudes entre el “Testamento” y el epígrafe plantean el problema de si uno de ellos pudo de haber servido de modelo al otro, o bien ambos testimonios bebieron de una fuente común desconocida. Pero poder resolver esta cuestión sería necesario primero fijar con precisión la cronología de Genadio y la de la elaboración del documento mencionado.
En ambos textos es a Genadio a quien se atribuye específicamente la construcción de la nueva iglesia, aunque en el “Testamento” se habla de “ampliación con nuevos edificios”. Su condición de obispo implica la inclusión del monasterio de Montes en las estructuras administrativas de la diócesis, pero también de alguna manera en la organización política del reino asturleonés, pues no olvidemos que los reyes tenían una gran influencia en los nombramientos de los prelados. De ello tenemos abundantes ejemplos. En la época de Alfonso III, además de Genadio, se pueden citar a Froilán (León) y Atilano (Zamora), también promovidos a la silla episcopal a iniciativa del monarca.
La expresión “a fundamentis” aplicada a la erección de la nueva iglesia, esto es, desde los cimientos, tiene un claro sentido simbólico y litúrgico. Se quiere remarcar la construcción de un nuevo edificio y vendría a justificar la posterior consagración solemne del templo, ya que si se hubiera tratado de la simple reforma, ampliación o reparación de una iglesia anterior no sería procedente celebrar el rito de la consagración, pues ésta ya habría sido consagrada con anterioridad.
Nuestro epígrafe introduce a continuación una valoración estética sobre la calidad de la nueva construcción: “mirifice ut cernitur”. El comentario recuerda la descripción de la iglesia de San Tirso de Oviedo que introduce el autor de la versión “Ad Sebastian”de la Crónica de Alfonso III: “obra cuya belleza más puede admirar quien esté presente que alabarla un cronista erudito”. Para Víctor Nieto Alcaide este tipo de alabanzas contrasta con la interpretación, generalmente admitida, de la valoración exclusivamente simbólica y religiosa que se ha supuesto en los hombres de la Edad Media con respecto a las obras de arte.
6. Consagración de la iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre de 919.
“Consecratum est hoc templvm ab episcopis IIIIor, Gennadio astoricense, Sabarico dvmiense, Frvnimio legionense, et Dvlcidio salamanticense, svb era nobies centena decies qvina terna et qvaterna VIIIIo kalendarurum nobembrvm”.
Esta es la parte de la inscripción que da sentido a todo el discurso anterior, pues su verdadera naturaleza es narrar la historia de las fundaciones y restauraciones de San Pedro de Montes, para consignar, por último, la consagración solemne de la iglesia monástica. Por ello, es la parte más extensa, desarrollándose en las tres últimas líneas.
En el texto encontramos los elementos principales que identifican en época altomedieval una “consecratio”: aparición del verbo "consecrare", advocación o advocaciones del templo, mención del obispo u obispos oficiantes con la indicación de las diócesis que rigen y, por último, datación con el día, mes y año en que se lleva a cabo.
Artemio Martínez Tejera propuso la denominación de “monumenta consecrationis” para definir aquellas inscripciones que incluyen no sólo los rasgos propios de las “consecrationes”, sino también de las denominadas “monumenta”, que recogen la construcción, reedificación o reforma de un edificio o de alguna de sus dependencias, generalmente de un edificio cultual.
Para Vicente García Lobo se trataría de “monumenta aedificationis”, pues con motivo de un acto solemne (dedicación, consagración, restauración, etc.) se da cuenta de una serie de hitos o momentos en la historia del edificio o la institución. Posteriormente, junto con Mª Encarnación Martín López, ha propuesto una clasificación más específica de los “monumenta”, con las subcategorías de “ampliationis”, “dotationis”, “fundationis” y “restaurationis”.
Respecto a la fecha consignada y los obispos consagrantes también se pueden hacer algunas observaciones. Los primeros editores de la inscripción erraron en la fecha y arrastraron a otros autores en su lectura. Tanto Morales como Yepes dan una cronología más temprana (Era 944, año 906), basada en una mala interpretación de la forma de consignar la data.
Como ocurre con otros epígrafes altomedievales la fecha se enmascara baja una fórmula retórica que puede confundir al lector contemporáneo. Gómez-Moreno proporcionó las claves para su correcta lectura: “sub era nobies centena, decies quina, terna, et quaterna”, esto es, en la era nueve veces ciento, diez veces cinco, más tres y cuatro, era CMLVII, año 919.
La consagración tuvo lugar en domingo, como era tradición en las iglesias hispanas altomedievales y se prescribía en los concilios. El primer oficiante es el propio obispo de Astorga Genadio, a cuya diócesis pertenecían los territorios del Bierzo. Los otros tres obispos citados (Mondoñedo, León y Salamanca) se acomodan con la permanencia en sus sedes en la fecha consignada (el 24 de octubre de año 919).
El orden en el que aparecen estos prelados no es casual, se corresponde con la antigüedad en el disfrute de su diócesis, lo cual es un elemento que confirma la observancia de las tradiciones de la Iglesia hispana y la precisión de la información contenida en la lápida sobre esta cuestión. Genadio conserva la primacía como obispo titular de la diócesis en la que encontraba el monasterio. Le siguen Sabarico (900-922), Frunimio (915-928) y Dulcido (916-920). Este estricto orden protocolario ya aparece documentado, según Manuel Carriedo Tejedo, en los siete obispos consagrantes de la iglesia de San Salvador de Valdediós en el año 893.
Respecto a la cronología parece claro que debe situarse en el siglo X y descartar, por tanto, las dataciones que la llevan al siglo XI o incluso al siglo XII. En los aspectos formales, la grafía utilizada y sus concordancias gramaticales con otras inscripciones similares indican que su confección es contemporánea de la propia consagración, o hecha poco tiempo después.
Sobre esta cuestión Gómez-Moreno defiende que “debió esculpirse a raíz de la consagración susodicha, que principalmente conmemora”. Sin embargo, algunos autores consideran el epígrafe bastante más tardío. Flórez es el primer autor que duda de su antigüedad, pues dice que “este monumento, aunque no sea del tiempo de San Genadio, fue puesto en su monasterio por memorias propias de la Casa, y como útil para algunas materias le reproducimos”. En la misma línea se manifiestan Justo Pérez de Urbel y Augusto Quintana Prieto, para quienes la lápida fue erigida bastantes años después.
Se podrían hacer algunas matizaciones en función del contenido y el tratamiento de los personajes citados en texto. Varias razones llevan a pensar que la inscripción fue confeccionada en vida de Genadio.
Por una parte, hay que señalar que la inscripción quiere resaltar la impronta dejada por tres personajes clave en la historia del monasterio: Fructuoso, Valerio y Genadio. Fructuoso es calificado de “insigne meritis Beatus Fructuosus”, mientras que Valerio es presentado como “non inpar meritis Valerius sanctus”. Sin embargo, al mencionar a Genadio este carece de epítetos laudatorios y se consigna únicamente su condición de “presbítero” y, posteriormente, de “obispo”.
A pesar de ello, Genadio es, sin duda, el gran protagonista del epígrafe, pues se le menciona repetidamente y se destaca su labor como restaurador del monasterio, constructor de la nueva iglesia y principal obispo consagrante. Con anterioridad, en 913, este mismo obispo ya había consagrado el templo de San Miguel de Escalada, y su nombre había quedado recogido en un epígrafe muy similar en sus características y contenidos.
Resulta difícil de asumir que una inscripción elaborada con cierta distancia cronológica por la comunidad de San Pedro de Montes no utilizara otros calificativos para referirse a un personaje tan querido para el monasterio. Esta circunstancia solamente puede explicarse porque Genadio aún vivía en ese momento y su participación directa o indirecta en la elaboración del monumento epigráfico haría improcedente el empleo de tratamientos laudatorios.
Sabemos, además, que muy poco después de la muerte de Genadio, los documentos que hablan de él ya tienen una especial consideración hacia su persona, e incluso apuntan algún tipo de devoción o culto. Su última aparición en los diplomas es en 935, cuando recibe de Ramiro II el monasterio de San Pedro de Forcellas para su restauración.
Muy poco después, en una donación al monasterio de Santiago de Peñalba, en 937, el nuevo obispo de Astorga, Salomón, se refiere a él como “in Christo pater meus beatae memoriae dominus Jennadius”. En 960 el obispo Odoario recuerda a “nuestros antecesores de divina memoria, don Genadio, obispo por la gracia de Dios y don Fortis, obispo por la gracia de Dios”. En un documento de San Pedro de Montes de 1081, se dice que el monasterio “constructum est permanedum a sanctis Patribus Fructuosis, Gennadius et Valerius”.
Por tanto, un arco temporal delimitado entre la fecha de consagración del templo, el 24 de octubre de 919, y la primera constatación feaciente de la desaparición de Genadio, el 9 de febrero de 937, sería el más apropiado para situar la elaboración de nuestro epígrafe.
Conclusiones
El epígrafe de consagración de la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes plantea interesantes reflexiones sobre las fuentes literarias utilizadas en su confección, así como sobre sus fundamentos ideológicos y políticos.
Para reconstruir el pasado visigodo del monasterio, los artífices del texto se basaron principalmente en la “Vita Fructouosi” y en los escritos autobiográficos de Valerio del Bierzo. Estos relatos eran conocidos por los monjes repobladores de San Pedro de Montes, antes incluso de su llegada a tierras bercianas.
Los detalles sobre la restauración y edificación del cenobio por San Genadio son en gran parte coincidentes con el documento conocido como “Testamento” del santo obispo de Astorga. Esta circunstancia nos lleva a plantear las relaciones entre ambos textos, la fijación de los años del pontificado de Genadio en Astorga y la posible fecha de elaboración de la lápida
Del análisis formal del epígrafe, y de su propio contenido, se deduce que es debe datarse, como ya hizo Gómez-Moreno, en el siglo X y, probablemente, en fechas próximas al acto central que se pretende destacar: la consagración solemne del templo por cuatro obispos el 24 de octubre de 919. En cualquier caso, la forma de presentar y calificar a Genadio, sin ningún tipo de epíteto laudatorio, apunta a que este aún vivía en el momento en el que se erigió este importante monumento epigráfico.
La restauración de San Pedro de Montes formó parte de todo un programa ideológico y político promovido por la monarquía en el contexto del llamado “neogoticismo” del reino asturleonés. Esta circunstancia es común a la fundación y restauración de otras iglesias y monasterios, y explica las similitudes formales de lápida de Montes con otros epígrafes equiparables, como los de San Miguel de Escalda, San Martín de Castañeda o San Salvador de Tábara.
Over the literary sources and its ideological and political bases
Resumen:
El epígrafe de consagración de la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes (24 de octubre de 919) plantea interesantes reflexiones sobre las fuentes literarias utilizadas en su confección, así como sobre sus fundamentos ideológicos y políticos.
Para reconstruir el pasado visigodo del monasterio, los artífices del texto se basaron principalmente en la “Vita Fructouosi” y en los escritos autobiográficos de Valerio del Bierzo. Estos relatos eran conocidos por los monjes repobladores de San Pedro de Montes, antes incluso de su llegada a tierras bercianas.
La restauración de San Pedro de Montes formó parte de todo un programa ideológico y político promovido por la monarquía en el contexto del llamado “neogoticismo” del reino asturleonés. Esta circunstancia es común a la fundación y restauración de otras iglesias y monasterios.
Palabras clave: Genadio, San Fructuoso, Valerio del Bierzo, San Pedro de Montes, monasterios, Epigrafía, repoblación.
Abstract:
The dedicatory inscription in the church of the monastery of San Pedro de Montes (24 October 919) introduces some interesting considerations on the literary sources used in its elaboration, as well as on its ideological and political bases.
In order to reconstruct the Visigothic past of the monastery, the text authors were based mainly in “Vita Fructuosi” and the autobiographoical writings of Valerius of Bierzo.
These stories were known by the resettling monks of San Pedro, even before their arrival to the Bercian territory.
The restoration of San Pedro de Montes was part of an ideological and political program sponsored by the monarchy, in the context of the so-called “Neogothisism” of the Astur-Leonese kingdom. This situation is common in the foundation and restoration of other churches and monasteries.
Keywords: Genadio, San Fructuoso, Valerio del Bierzo, San Pedro de Montes, monasteries, Epigraphy, resettlement.
Introducción
En toda inscripción medieval, desde la más simple a las más elaborada, existe la intencionalidad de transmitir públicamente un mensaje y de una manera solemne. Para ello se construye un discurso, se hace uso de unas fuentes de información y se utiliza una serie de recursos literarios. En este sentido, Gómez-Moreno ya definió una inscripción como una “composición literaria para conmemorar un hecho en condiciones monumentales. Publicidad, solemnidad y perduración la caracterizan”.
El célebre epígrafe de San Pedro de Montes es uno de los testimonios más interesantes para el conocimiento, no sólo de la historia de este importante cenobio berciano, sino también de los pormenores de todo el proceso de repoblación monástica altomedieval que se desarrolló en las tierras al norte del Duero. A través de él podemos comprender mejor las motivaciones ideológicas y políticas presentes en las fundaciones y restauraciones de monasterios, tan frecuentes en el reino asturleonés entre los siglos IX y XI. La comunidad de Montes, responsable en última instancia del epígrafe, quiso dejar constancia de la consagración de su templo, pero también perpetuar la memoria de sus fundadores y reforzar una determinada tradición sobre la historia de su monasterio. Su estudio, en definitiva, nos acerca al imaginario medieval y a una determinada concepción de la espiritualidad.
1. Historia de la pieza y características formales
Contamos con referencias a este monumento epigráfico en la bibliografía ya desde el siglo XVI. Ambrosio de Morales en su “Crónica general de España” atribuye su autoría a San Genadio, y dice que “habiendo edificado la iglesia que agora dura, lo dejó todo especificado en una gran piedra que mandó poner a la puerta por donde se entra desde el claustro”.
El cronista de Felipe II vuelve a ocuparse del asunto en su “Viage”, concretamente al hablar de los orígenes del cenobio: “En el claustro a la entrada de la iglesia en una losa está escrito lo siguiente, fielmente sacado con sus malos latines de entonces”. A continuación, ofrece la primera lectura conocida y algunas apreciaciones sobre la misma. A partir de entonces, el texto fue reproducido por numerosos autores, como Yepes, Sandoval, Gregorio de Argaiz,, Rodríguez de Castro, Flórez, Quadrado, Hübner, Rodríguez López, Gómez-Moreno, Martínez Fuertes, Fernández Pousa, Viñayo, etc.
El epígrafe se encuentra actualmente situado en el lado izquierdo de la portada sur románica que comunicaba la iglesia con el Claustro reglar o Claustro de los arcos. Dicha puerta está hoy cegada, mientras que el claustro sufrió una profunda remodelación en el siglo XVII. La piedra está encastrada en el contrafuerte exterior a media altura. Sobre su lugar original de emplazamiento no tenemos ninguna noticia.
Se trata de un tablero rectangular de mármol blanco de 101 x 46 cm. El estado de conservación es bastante bueno, aunque se observan algunos desperfectos que no impiden su lectura completa. Su campo epigráfico está rebajado y delimitado por una moldura, rota en el ángulo superior izquierdo y sobretodo en el superior derecho. En este último sector la rotura parece ser anterior a la preparación de la inscripción, pues las tres primeras líneas del texto se alejan del comienzo de la moldura y terminan justo antes del corte de la piedra.
El texto ocupa casi todo el espacio disponible, con unos márgenes muy reducidos con respecto a la moldura. Consta de nueve líneas y está escrito en capitales de cuerpo estilizado y factura no muy regular. En palabras de Gómez-Moreno sus caracteres son “desgarbados semimozárabes” y “poco elegantes del siglo X”.
Sus tipos se alejan de las líneas rectas propias del corte clásico. Por el contrario, las letras son algo curvadas y siguiendo la tradición de la escritura altomedieval varían de tamaño en función de las necesidades de espacio de su artífice. Además, se emplean con frecuencia las abreviaturas, las ligaduras y algunas letras están embebidas o ajustadas.
La moderna epigrafía considera que para un texto adquiera la condición de inscripción ha de tener un carácter publicitario, por tanto, su finalidad última es la de dar a conocer un mensaje. Natalia Rodríguez Suárez señala que “para alcanzar dicho fin, el rogatario de la inscripción acudía a distintas técnicas para llamar la atención del receptor del mensaje. Una de esas técnicas consistía en el empleo de una escritura particular, la escritura publicitaria”. Estas características también pueden estar presentes en la escritura de los códices y en algunos documentos.
En nuestro caso, la caligrafía utilizada es muy variable, con el uso letras iguales bajo diferentes diseños. Entre los aspectos particulares hay que destacar la aparición de la “T” de tipo clásico, o con el bucle en su ápice izquierdo, rasgo que se ha venido identificando como característico de lo “mozárabe”. La “A” suele sustituir su ángulo superior por un rasgo recto horizontal. En la “N” el trazo oblicuo muere a media altura, mientras que hay alguna “N” coja, esto es con su trazo derecho que no apoya en la línea de la caja. La “P” en unos casos es cerrada y en otros tiene su parte curva ligeramente abierta. La “O” es generalmente de tendencia ovalada, pero alguna de ellas es de clara forma romboidal.
El lapicida se sirvió de renglones como ayuda y utilizó interpunción de dos puntos para separar algunas palabras. La línea central, la quinta, tiene un tratamiento especial, con un mayor cuerpo de letra y una caligrafía algo más esmerada. Esta línea actúa como eje de simetría, no sólo en lo material, sino también del contenido, pues se pretende así resaltar el acontecimiento central de todo el discurso narrativo: la construcción de un nuevo templo por el obispo Genadio.
El objeto principal de la inscripción es conmemorar la consagración de la nueva iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre del año 919. Pero este acontecimiento está precedido por un largo preámbulo, en el que se hace una recapitulación de las diferentes fases constructivas del monasterio desde los tiempos de San Fructuoso, su primer fundador.
En la narración se utiliza en todo momento la tercera persona y el pasado, y los verbos tocantes a las diferentes acciones constructivas se llevan a la parte final de cada uno de los versos: “condidit”, “dilatabit”, “restaurabit” y “erexit”, siguiendo así los usos del latín clásico. Cada una de las fases o momentos de la fundación, restauración y renovación del monasterio ocupan una o dos líneas completas, a excepción de la consagración que se extiende por las tres líneas finales.
Parece, por tanto, que hay una cierta cadencia rítmica. Esta circunstancia ya fue advertida por Maurilio Pérez González, para quien esta inscripción, junto con la de San Martín de Castañeda, “su prosa también parece tener carácter rítmico o, al menos, pretende tenerlo”.
La transcripción y su traducción son las siguientes:
INSIGNE MERITIS BEATVS FRVCTUOSVS POSTQVAM COMPLVTENSE CONDIDIT /
CENOBIVM: ET N(omin)E S(anc)C(t)I PETRI BREBI OPERE IN HOC LOCO FECIT ORATORIVM:/
POST QVEM NON INPAR MERITIS VALERIVS S(an)C(tu)S OPVS AECLESIE DILATABIT/:
NOBISSIME GENNADIVS, PR(e)SB(i)T(e)R CVM XII FR(atr)IB(u)S RESTAURABIT ERA DCCCCXXX IIIA /
PONTIFEX EFFECTVS A FVNDAMENTIS MIRIFICE VT CERNITVR DENUO EREXIT/
N(on) OPPRESSIONE VVLGI SED LARGITATE PRETII ET SVDORE FR(atr)VM HUIS MONASTERII/
CONSECRATUM E(st) HOC TEMPLV(m) AB EPI(scopi)S IIIIOR: GENNADIO ASTORICENSE: SABARICO /
DVMIENSE: FRVNIMIO LEGIONENSE: ET DVLCIDIO SALAMANTICENSE: SVB ERA /
NOBIES CENTENA: DECIES QVINA: TERNA: ET QVATERNA: VIIIIO K(a)L(en)D(aru)M: N(o)B(e)MBR(u)M/
“El bienaventurado Fructuoso, insigne en méritos, después de fundar el cenobio Complutense, también hizo un oratorio pequeño en este sitio, con nombre de San Pedro. Después de ello, el no inferior en méritos y santo Valerio amplió el edificio de esta iglesia. Modernamente, Genadio, presbítero, con doce frades, lo restauró en el año 895. Una vez hecho obispo, erigiólo de nuevo desde sus cimientos admirablemente, como se echa de ver, no mediante opresión del pueblo, sino con grande costa y con sudor de los frades de este monasterio. Fue consagrado este templo por cuatro obispos: Genadio, astoricense; Sabarico, dumiense; Frunimio, legionense, y Dulcidio, salamanticense, en 24 de octubre del año 919”.
El relato es muy interesante, porque permite contrastar y cotejar las fuentes utilizadas por los artífices de este monumento epigráfico para componer su discurso. Varias de estas fuentes pueden ser identificadas de forma precisa, lo cual hace de esta lápida una pieza singular en comparación con otros epígrafes altomedievales. Los hitos principales de este relato serían los siguientes:
2. Construcción de un oratorio dedicado a San Pedro por San Fructuoso, después de haber fundado el monasterio de Compludo.
“Insigne meritis beatus Fructuosus postquam complutense condidit cenobium et nomine Sancto Petri brebi opere in hoc loco fecit oratorium”.
La información que nos suministra el comienzo de la inscripción (primera y segunda línea) está basada fundamentalmente en la “Vita Fructuosi”, uno de los grandes patriarcas del monacato visigodo del siglo VII. Su texto se nos ha trasmitido en varios códices medievales y está incluido en la compilación hagiográfica hecha por Valerio del Bierzo. En un principio su autoría fue atribuida por casi todos los editores antiguos al propio Valerio, pero en la actualidad, gracias sobre todo a los estudios de Manuel C. Díaz y Díaz, la obra se considera de algún seguidor de Fructuoso, probablemente monje, y residente en alguna de sus fundaciones.
En la “Vita” se emplea repetidamente los tratamientos de “beatissimum” y “sanctissimus” para referirse a Fructuoso y, tal y como se recuerda en nuestra inscripción, se habla de esta fundación como hecha poco después de la de Compludo. Sin embargo, en la “Vita” no se indica la advocación de este “oratorio”, sino que se alude al monasterio “Rufianense”, donde Fructuoso vivía recluido en un edículo o “ergástula”. Para la mayoría de los autores esta fundación se habría producido hacia el año 640, y en un principio tendría más un carácter de eremitorio, orientado al retiro y a la vida contemplativa, que de un monasterio propiamente dicho.
Sabemos, por otras fuentes, que Genadio conoció la “Vita Fructuosi” y los escritos de Valerio en su juventud, desde los mismos inicios de su formación como monje en el monasterio de Ageo. Es a través de la lectura de estos relatos hagiográficos como los monjes de Ageo se sienten atraídos por la tradición eremítica y cenobítica de las montañas del Bierzo, y proyectan la restauración del monasterio de San Pedro de Montes, fundado por San Fructuoso en el siglo VII.
En el documento conocido como “Testamento de San Genadio”, el obispo astorgano al recordar su juventud en el monasterio de Ageo, dice de San Pedro de Montes: “que primero fue habitado por San Fructuoso, y después por San Valerio, cuyas santas vidas y resplandor de sus virtudes y milagros, declaran las historias que de ellos hay escritas”. Este importante documento, fundamental para el conocimiento de la vida de Genadio, suele fecharse en torno a los años 915, 919 ó 920, pero los detalles suministrados sobre su paso por el monasterio de Ageo tienen que situarse necesariamente antes del año 895. Frente al “insigne meritis” con que es presentado Fructuoso en la inscripción, en el “Testamento” Genadio se autodefine como “pauper meritis, abundans scelirubus, indignus episcopus”.
En el monasterio de San Pedro de Montes se conservaron durante mucho tiempo una serie de libros atribuidos a la colección privada de Genadio. Ambrosio de Morales alcanzó a verlos en el siglo XVI, y los identificó con la biblioteca que el santo había donado en su “Testamento” a los monasterios bercianos de San Pedro, San Andrés, Santiago y Santo Tomás. En palabras de Morales: “todos son de letra gótica, tan antigua que manifiestamente muestran como son los mismo que el Santo dexó ... pues son como reliquias, en consideración que el Santo los trató mucho, y estudió en ellos”.
Entre los ejemplares descritos se menciona una “Vita Patrum, deshojado, tienen las Vidas de San Paulino, Santo Agustín, San Gerónimo, y pocas más, fue gran volumen”. Independientemente de que este libro hubiera pertenecido o no al obispo astorgano, hay que señalar que estas piezas hagiográficas son partes integrantes de la compilación de Valerio. Por tanto, los monjes de San Pedro de Montes dispusieron desde antiguo de estas obras y pudieron servirse de ellas para construir un determinado discurso sobre los orígenes de su monasterio.
3. Ampliación de la iglesia por San Valerio.
“Post quem non inpar meritis Valerivs sanctus opus aeclesie dilatabit”.
El contenido de la tercera línea de la inscripción se fundamenta específicamente en los escritos autobiográficos de Valerio. En ellos el monje berciano ofrece pormenores de su llegada al monasterio y su estancia durante muchos años en la misma celda en la que había habitado antes San Fructuoso. En estos textos el monasterio es denominado de nuevo “Rufianense”, como ya se hacía en la “Vita Fructuosi”.
Este topónimo “Rufianense” haría alusión al poseedor de un antiguo “castillo” situado en las inmediaciones. Así en el “Ordo querimonie prefati discriminis” leemos: “En el límite del territorio del Bierzo, entre otros monasterios, junto a un castillo cuyo antiguo propietario le diera el nombre de Rufiana, hay un monasterio entre unos valles de elevados montes, fundado tiempo atrás por San Fructuoso de bendita memoria, en que la divina piedad me colocó para permanecer para siempre”.
Es posible que a finales del siglo IX se conservará en Montes algún vestigio de la antigua iglesia, o alguna inscripción con la dedicación a San Pedro y San Pablo. Pero tanto Genadio, como sus compañeros, pudieron deducir la advocación del cenobio a los santos apóstoles a través de la lectura de los textos de Valerio, pues en uno de los pasajes de sus obras dice que “celebraba el oficio ... en el santo altar de los apóstoles” y “de la construcción y obra allí junto al altar de los santos apóstoles, se ha escrito brevemente en la historia anterior”. Por otra parte, uno de sus poemas está dedicado expresamente a San Pedro y San Pablo: “Conversio deprecationis ad Sanctos Apostolos”.
Respecto a la ampliación de la iglesia por Valerio no encontramos una referencia específica en sus obras, pero sí hay mención a obras de ampliación de las estancias monacales y del huerto inmediato construido en el atrio. En “Replicatio sermonum a prima conversione” se dice que su sobrino Juan “en aquel páramo plantó viñas, una huerta y muchos frutales de distintas clases, y puso los cimientos para unas habitaciones, y se ocupa de que todo lo que sea necesario en uno y otro lado vaya adelante”. En cuanto al atrio: “...con la ayuda de Dios, poco a poco, se allanó gracias al trabajo de unos jornaleros un estrecho, pero suficiente espacio para un pequeño atrio”.
Así pues, esta ampliación de la iglesia por Valerio, tal y como se registra en el epígrafe, pudo basarse en la lectura de estas fuentes. Pero también debe considerarse la interpretación por los monjes de los restos constructivos que probablemente perduraban del antiguo monasterio visigodo a finales del siglo IX. A fin de cuentas, las ruinas que encontraron los monjes repobladores pertenecerían a los últimos edificios habitados por Valerio, cuya muerte suele fijarse en torno al año 695.
Varios restos constructivos altomedievales se conservan actualmente en el último cuerpo de la torre de la iglesia monacal. Su cronología no puede precisarse, pues se trata de fustes de columnas y capiteles de mármol que podrían haberse utilizado tanto en la fundación visigoda como en el monasterio repoblado por Genadio. A estas piezas deben añadirse otras que se reaprovecharon en la puerta de la próxima ermita de la Santa Cruz, entre ellas un posible fragmento de cancel visigodo.
4. Restauración por el presbítero Genadio en el año 895.
“Nobissime Gennadius presbiter cum XII fratribus restaurabit era DCCCCXXX IIIa”.
Las acciones acometidas por el presbítero Genadio, con la colaboración de doce “fratres”, son muy escuetas y se resumen a través del verbo “restaurar”. Esta cuarta línea viene precedida de la expresión “nobissime”, no muy habitual en los diccionarios del latín clásico. Con este término parece que se quiere remarcar una cesura temporal entre el pasado visigodo de San Pedro de Montes y las iniciativas repobladoras de los siglos IX y X.
Los detalles de esta restauración, fechada en 895, se corresponden nuevamente con el relato del llamado “Testamento de San Genadio”, en el que se recuerda, efectivamente, como Genadio, en compañía de doce hermanos, partió del monasterio de Ageo para restaurar las ruinas del antiguo monasterio de San Pedro de Montes: “viviendo en la obediencia de mi padre y abad Arandiselo en el monasterio de Ageo, ansioso de la vida solitaria, con otros doce hermanos, y la bendición de mi viejo abad, caminé al desierto de San Pedro, que primero fue habitado por San Fructuoso y después por San Valerio”.
El uso del verbo “restaurar” tiene en nuestra lápida un marcado componente ideológico que debe ser analizado. Desde que Astorga fue repoblada de una manera definitiva por Ordoño I, hacia el año 854, e integrada en los organigramas de la monarquía astur, debió crearse una circunscripción basada en la tradición romano-visigoda y en la organización eclesiástica. En consonancia con lo que se ha venido en llamar “neogoticismo” astur se restaura el obispado y se establece un marco político-territorial en el que el Bierzo tiene una personalidad propia muy definida.
Esta actividad restauradora es común a gran parte de los territorios del reino, donde los ejemplos se multiplican. La “Crónica Albeldense”, al referirse a las iniciativas políticas y religiosas de Alfonso III, dice: “Todos los templos del Señor son restaurados por este príncipe, y en Oviedo se edifica una ciudad con palacios reales”.
La repoblación de Astorga supuso la recuperación de los territorios del viejo obispado, donde, además de las labores de colonización agraria, se fundan o se restauran iglesias y monasterios. Todo este ambicioso programa político contó lógicamente con la dirección, impulso y respaldo de los reyes asturleoneses.
María Concepción Cosmen Alonso ha recopilado algunos testimonios de estas “restauraciones” localizadas dentro del territorio de la diócesis. El monasterio de San Dictino de Astorga, situado fuera de las murallas, fue rehabilitado como residencia episcopal y su templo, “venerabilis ecclesia vetusto fundamine”, restaurado y dotado por el obispo Fortis en torno al año 925. El mismo camino seguirá el monasterio de San Pedro de Forcellas, ubicado en la zona montañosa de La Cabrera, que fue donado por el rey Ramiro II en el año 935 al obispo Genadio para que “como estaba destruido lo restaure y ponga en él una comunidad regular”. San Martín de Castañeda, junto al Lago de Sanabria, fue rehecho desde los cimientos sobre un pequeño edificio anterior también dedicado a San Martín. La iglesia de Villanueva de Valdueza fue “facta et restaurata” por el obispo Ranulfo a fines del siglo IX. El oratorio de Santa Cruz de Montes fue reedificado en el año 905 y el cenobio de Santa Leocadia de Castañeda, junto al Sil, rehecho en torno al 916.
Estas “restauraciones” se hicieron en algunos casos sobre la base de viejos edificios arruinados, de los que los “restauradores” conocen su pasado con mayor o menor precisión. Los nuevos templos y monasterios muy probablemente reaprovecharon elementos constructivos de las fundaciones anteriores. Como señala José Alberto Moráis Morán, la reapropiación selectiva y particular de los restos materiales de las construcciones del pasado, con la voluntad expresa de reutilizarlas en los nuevos contextos materiales del medievo, posee un claro antecedente en la edilicia tardoantigua. Las fuentes revelan la acción restauradora en los templos altomedievales como una fase del proyecto arquitectónico en la que la reutilización de las estructuras preexistentes es fundamental.
A propósito del neovisigotismo de los monarcas asturleoneses, Isidro Bango Torviso destaca que no se aprovechaban las viejas construcciones del Duero sólo por un sentido utilitario, sino que en muchas ocasiones había toda una carga de ideología legitimadora para entroncar la dinastía con los monarcas godos. En el caso de los monasterios, para los monjes repobladores, incondicionales seguidores de Fructuoso y Valerio, la búsqueda y restauración de las fundaciones de estos padres del monacato visigodo se convirtió en una misión trascendente y espiritual. Se buscan estos monasterios y todas aquellas ruinas que se puedan relacionar con los padres del pasado para convertirlos en nuevos centros de su veneración.
En este aspecto, y en otros, la lápida de San Pedro de Montes guarda importantes similitudes con los monumentos epigráficos de San Miguel de Escalada y San Martín de Castañeda, pues en los tres casos se acomete una “restauración” sobre la base de un asentamiento cristiano anterior. Son muchos los elementos comunes en las tres inscripciones, pero también hay una diferencia fundamental. En Castañeda y Escalada se restauran templos de los que apenas se recuerdan más que puntuales detalles de su pasado, y esto es debido, seguramente, a que los monjes no disponen de información al respecto. Solamente se consigna su antigua advocación (San Martín o San Miguel), y que se trataba de construcciones muy modestas y de reducidas dimensiones, en ningún caso se alude a sus fundadores.
Pero en Montes hay un conocimiento mucho más detallado sobre sus orígenes, y guiados por la tradición visigoda identifican las ruinas que encuentran los repobladores con una de las principales fundaciones fructuosianas: el monasterio Rufianense. No sabemos hasta que punto esta identificación estaba sólidamente acreditada, pero los monjes así lo interpretaron y quisieron transmitirlo a través de un documento solemne. Se quiere así recuperar, por motivos ideológicos, el pasado mítico y prestigioso del eremitismo y monasticismo del siglo VII y, de este modo, hacer realidad el proyecto político del neogoticismo del reino asturleonés. Los monjes bercianos del siglo X son ahora los continuadores de los anacoretas y cenobitas del siglo VII, y por ello depositarios del legado de Fructuoso y Valerio.
Gómez-Moreno ya advirtió relaciones evidentes entre las tres fundaciones (Escalada, Montes y Castañeda), en particular en el uso de expresiones equivalentes como “brevi opere”, “miro opera a fundamine... erigitur”, “non oppresioni vulgo sed... fratrum instante vigilantia”, etc. Para el erudito granadino estás concordancias apuntaban a una misma mano y venían a confirmar sus teorías sobre el gran peso de lo “mozárabe” en el arte hispano altomedieval, sospechando si también andarían en la reconstrucción de San Pedro de Montes andaluces. A estos tres ejemplos habría que añadir el epígrafe del monasterio de San Salvador de Tábara, donde nuevamente encontramos algunas expresiones equivalentes como: “non copia rerum fretus sed divino iubamine”.
Este tipo de expresiones son equiparables a otras de carácter documental: “cum Dei iuuamine, restauraui eam, siue et kasas quas ibidem construxi”, se lee en una escritura leonesa de 904 a propósito de la restauración de una iglesia.
En cualquier caso, esta parte del relato de nuestra inscripción se contradice con los primeros documentos del Tumbo de San Pedro de Montes. En ellos se otorga un gran protagonismo al obispo astorgano Ranulfo en la fundación o restauración del monasterio. Estos textos, debido a su deficiente transmisión, ofrecen dudas sobre su autenticidad y cronología, pero como ya advirtió Mercedes Durany Castrillo, en ellos es Ranulfo quien entrega a los monjes los terrenos anexos de la nueva fundación, y ordena a Genadio abad de la comunidad monástica.
Uno de estos documentos está datado precisamente en el año 895, y en él el obispo astorgano dona a la comunidad de Montes la iglesia y concede unos términos que delimita: “Yo Ranulfo, obispo indigno, ... traté de edificar en honor de vuestra gloria, mi señor San Pedro, un monasterio de monjes [...] concedo y doy a San Pedro, la misma iglesia ya mencionada con todas sus inmediaciones la cual está dentro del término del Bierzo, junto al río Oza, entre los montes que llaman Aquilana, Rufiana y Peñalba”. Sin embargo, en otro de estos documentos, de 1081, se dice que el monasterio “constructum est permanedum a sanctis Patribus Fructuosis, Gennadius et Valerius”.
Recientemente, Leticia Agúndez San Miguel ha ido más lejos a la hora de ponderar estas contradicciones, y llega a hablar de falsificación del pasado lejano del monasterio en el Tumbo de San Pedro de Montes. Se trataría de una campaña de recuperación del pasado lejano de la institución, el que se refiere a su etapa fundacional en los últimos años del siglo IX y los primeros del X, que tuvo lugar en el “scriptorium” monástico entre finales del siglo XI y principios del siglo XII.
Sea como fuere, el Tumbo de San Pedro de Montes, elaborado en su núcleo principal en el siglo XIII, nos muestra una tradición sobre la historia del monasterio que se remonta a tiempos visigodos y que coincide en los aspectos fundamentales con el relato de la inscripción. Como ya apuntó Manuel C. Díaz y Díaz, tuvo que existir algún tipo de continuidad que explicaría la conservación en la memoria colectiva del emplazamiento y la advocación de los títulos de la iglesia. Para este autor resulta a todas luces inadmisible que por aquellos riscos desérticos y casi inaccesibles hubieran pasado, como suponen algunos, los árabes invasores, responsables que serían del despoblamiento y posterior olvido.
5. Renovación, desde los cimientos, por Genadio después de haber sido nombrado obispo.
“Pontifex effectus a fundamentis mirifice ut cernitur denuo erexit non oppressione vulgi sed largitate pretii et sudore fratrum huis monasterii”.
La quinta y sexta líneas de la inscripción se detienen ahora en la construcción de un nuevo templo “a fundamentis”. Se ensalza la obra como de gran envergadura y se invita a los visitantes a admirar sus cualidades. Esta empresa habría sido acometida por Genadio después de haber sido nombrado obispo de Astorga. Este último dato no permite hacer muchas precisiones cronológicas, pues los biógrafos de Genadio no coinciden en la fijación temporal de su pontificado efectivo.
Para Artemio Martínez Tejera, su primera aparición documental como obispo data del 15 de febrero del año 911, firmando en León, junto con Atila y Cixila una donación del rey leonés García I al monasterio de San Isidoro de Dueñas, mientras que la última efectiva tendrá lugar el 24 de octubre del año 919, tal y como se recoge en el epígrafe de consagración de la iglesia de San Pedro de Montes. En opinión de este autor, esta celebración litúrgica debió ser una de las últimas actuaciones de Genadio al frente de la diócesis de Astorga, sede que abandonaría definitivamente antes del 25 de mayo del año 920 y “con total seguridad” antes del 1 de octubre del mismo año. Posteriormente, abandonó sus responsabilidades y se retiró a practicar la vida eremítica al Valle del Silencio. Para otros autores el ascenso de Genadio a la silla episcopal de Astorga se habría producido en torno a los años 908-909.
Nuevamente, el contenido de esta parte del relato del epígrafe se aproxima a lo conocido a través del “Testamento” de Genadio: “me colocaron en la silla episcopal, donde estuve muchos años, más por obediencia al príncipe que por propia voluntad, si bien ni aun casi corporalmente vivía allí. Poniendo toda mi solicitud y fuerzas en el dicho desierto, amplié con nuevos edificios la iglesia de San Pedro, que poco antes había restaurado, y como mejor pude la mejoré”.
Las reiteradas similitudes entre el “Testamento” y el epígrafe plantean el problema de si uno de ellos pudo de haber servido de modelo al otro, o bien ambos testimonios bebieron de una fuente común desconocida. Pero poder resolver esta cuestión sería necesario primero fijar con precisión la cronología de Genadio y la de la elaboración del documento mencionado.
En ambos textos es a Genadio a quien se atribuye específicamente la construcción de la nueva iglesia, aunque en el “Testamento” se habla de “ampliación con nuevos edificios”. Su condición de obispo implica la inclusión del monasterio de Montes en las estructuras administrativas de la diócesis, pero también de alguna manera en la organización política del reino asturleonés, pues no olvidemos que los reyes tenían una gran influencia en los nombramientos de los prelados. De ello tenemos abundantes ejemplos. En la época de Alfonso III, además de Genadio, se pueden citar a Froilán (León) y Atilano (Zamora), también promovidos a la silla episcopal a iniciativa del monarca.
La expresión “a fundamentis” aplicada a la erección de la nueva iglesia, esto es, desde los cimientos, tiene un claro sentido simbólico y litúrgico. Se quiere remarcar la construcción de un nuevo edificio y vendría a justificar la posterior consagración solemne del templo, ya que si se hubiera tratado de la simple reforma, ampliación o reparación de una iglesia anterior no sería procedente celebrar el rito de la consagración, pues ésta ya habría sido consagrada con anterioridad.
Nuestro epígrafe introduce a continuación una valoración estética sobre la calidad de la nueva construcción: “mirifice ut cernitur”. El comentario recuerda la descripción de la iglesia de San Tirso de Oviedo que introduce el autor de la versión “Ad Sebastian”de la Crónica de Alfonso III: “obra cuya belleza más puede admirar quien esté presente que alabarla un cronista erudito”. Para Víctor Nieto Alcaide este tipo de alabanzas contrasta con la interpretación, generalmente admitida, de la valoración exclusivamente simbólica y religiosa que se ha supuesto en los hombres de la Edad Media con respecto a las obras de arte.
6. Consagración de la iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre de 919.
“Consecratum est hoc templvm ab episcopis IIIIor, Gennadio astoricense, Sabarico dvmiense, Frvnimio legionense, et Dvlcidio salamanticense, svb era nobies centena decies qvina terna et qvaterna VIIIIo kalendarurum nobembrvm”.
Esta es la parte de la inscripción que da sentido a todo el discurso anterior, pues su verdadera naturaleza es narrar la historia de las fundaciones y restauraciones de San Pedro de Montes, para consignar, por último, la consagración solemne de la iglesia monástica. Por ello, es la parte más extensa, desarrollándose en las tres últimas líneas.
En el texto encontramos los elementos principales que identifican en época altomedieval una “consecratio”: aparición del verbo "consecrare", advocación o advocaciones del templo, mención del obispo u obispos oficiantes con la indicación de las diócesis que rigen y, por último, datación con el día, mes y año en que se lleva a cabo.
Artemio Martínez Tejera propuso la denominación de “monumenta consecrationis” para definir aquellas inscripciones que incluyen no sólo los rasgos propios de las “consecrationes”, sino también de las denominadas “monumenta”, que recogen la construcción, reedificación o reforma de un edificio o de alguna de sus dependencias, generalmente de un edificio cultual.
Para Vicente García Lobo se trataría de “monumenta aedificationis”, pues con motivo de un acto solemne (dedicación, consagración, restauración, etc.) se da cuenta de una serie de hitos o momentos en la historia del edificio o la institución. Posteriormente, junto con Mª Encarnación Martín López, ha propuesto una clasificación más específica de los “monumenta”, con las subcategorías de “ampliationis”, “dotationis”, “fundationis” y “restaurationis”.
Respecto a la fecha consignada y los obispos consagrantes también se pueden hacer algunas observaciones. Los primeros editores de la inscripción erraron en la fecha y arrastraron a otros autores en su lectura. Tanto Morales como Yepes dan una cronología más temprana (Era 944, año 906), basada en una mala interpretación de la forma de consignar la data.
Como ocurre con otros epígrafes altomedievales la fecha se enmascara baja una fórmula retórica que puede confundir al lector contemporáneo. Gómez-Moreno proporcionó las claves para su correcta lectura: “sub era nobies centena, decies quina, terna, et quaterna”, esto es, en la era nueve veces ciento, diez veces cinco, más tres y cuatro, era CMLVII, año 919.
La consagración tuvo lugar en domingo, como era tradición en las iglesias hispanas altomedievales y se prescribía en los concilios. El primer oficiante es el propio obispo de Astorga Genadio, a cuya diócesis pertenecían los territorios del Bierzo. Los otros tres obispos citados (Mondoñedo, León y Salamanca) se acomodan con la permanencia en sus sedes en la fecha consignada (el 24 de octubre de año 919).
El orden en el que aparecen estos prelados no es casual, se corresponde con la antigüedad en el disfrute de su diócesis, lo cual es un elemento que confirma la observancia de las tradiciones de la Iglesia hispana y la precisión de la información contenida en la lápida sobre esta cuestión. Genadio conserva la primacía como obispo titular de la diócesis en la que encontraba el monasterio. Le siguen Sabarico (900-922), Frunimio (915-928) y Dulcido (916-920). Este estricto orden protocolario ya aparece documentado, según Manuel Carriedo Tejedo, en los siete obispos consagrantes de la iglesia de San Salvador de Valdediós en el año 893.
Respecto a la cronología parece claro que debe situarse en el siglo X y descartar, por tanto, las dataciones que la llevan al siglo XI o incluso al siglo XII. En los aspectos formales, la grafía utilizada y sus concordancias gramaticales con otras inscripciones similares indican que su confección es contemporánea de la propia consagración, o hecha poco tiempo después.
Sobre esta cuestión Gómez-Moreno defiende que “debió esculpirse a raíz de la consagración susodicha, que principalmente conmemora”. Sin embargo, algunos autores consideran el epígrafe bastante más tardío. Flórez es el primer autor que duda de su antigüedad, pues dice que “este monumento, aunque no sea del tiempo de San Genadio, fue puesto en su monasterio por memorias propias de la Casa, y como útil para algunas materias le reproducimos”. En la misma línea se manifiestan Justo Pérez de Urbel y Augusto Quintana Prieto, para quienes la lápida fue erigida bastantes años después.
Se podrían hacer algunas matizaciones en función del contenido y el tratamiento de los personajes citados en texto. Varias razones llevan a pensar que la inscripción fue confeccionada en vida de Genadio.
Por una parte, hay que señalar que la inscripción quiere resaltar la impronta dejada por tres personajes clave en la historia del monasterio: Fructuoso, Valerio y Genadio. Fructuoso es calificado de “insigne meritis Beatus Fructuosus”, mientras que Valerio es presentado como “non inpar meritis Valerius sanctus”. Sin embargo, al mencionar a Genadio este carece de epítetos laudatorios y se consigna únicamente su condición de “presbítero” y, posteriormente, de “obispo”.
A pesar de ello, Genadio es, sin duda, el gran protagonista del epígrafe, pues se le menciona repetidamente y se destaca su labor como restaurador del monasterio, constructor de la nueva iglesia y principal obispo consagrante. Con anterioridad, en 913, este mismo obispo ya había consagrado el templo de San Miguel de Escalada, y su nombre había quedado recogido en un epígrafe muy similar en sus características y contenidos.
Resulta difícil de asumir que una inscripción elaborada con cierta distancia cronológica por la comunidad de San Pedro de Montes no utilizara otros calificativos para referirse a un personaje tan querido para el monasterio. Esta circunstancia solamente puede explicarse porque Genadio aún vivía en ese momento y su participación directa o indirecta en la elaboración del monumento epigráfico haría improcedente el empleo de tratamientos laudatorios.
Sabemos, además, que muy poco después de la muerte de Genadio, los documentos que hablan de él ya tienen una especial consideración hacia su persona, e incluso apuntan algún tipo de devoción o culto. Su última aparición en los diplomas es en 935, cuando recibe de Ramiro II el monasterio de San Pedro de Forcellas para su restauración.
Muy poco después, en una donación al monasterio de Santiago de Peñalba, en 937, el nuevo obispo de Astorga, Salomón, se refiere a él como “in Christo pater meus beatae memoriae dominus Jennadius”. En 960 el obispo Odoario recuerda a “nuestros antecesores de divina memoria, don Genadio, obispo por la gracia de Dios y don Fortis, obispo por la gracia de Dios”. En un documento de San Pedro de Montes de 1081, se dice que el monasterio “constructum est permanedum a sanctis Patribus Fructuosis, Gennadius et Valerius”.
Por tanto, un arco temporal delimitado entre la fecha de consagración del templo, el 24 de octubre de 919, y la primera constatación feaciente de la desaparición de Genadio, el 9 de febrero de 937, sería el más apropiado para situar la elaboración de nuestro epígrafe.
Conclusiones
El epígrafe de consagración de la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes plantea interesantes reflexiones sobre las fuentes literarias utilizadas en su confección, así como sobre sus fundamentos ideológicos y políticos.
Para reconstruir el pasado visigodo del monasterio, los artífices del texto se basaron principalmente en la “Vita Fructouosi” y en los escritos autobiográficos de Valerio del Bierzo. Estos relatos eran conocidos por los monjes repobladores de San Pedro de Montes, antes incluso de su llegada a tierras bercianas.
Los detalles sobre la restauración y edificación del cenobio por San Genadio son en gran parte coincidentes con el documento conocido como “Testamento” del santo obispo de Astorga. Esta circunstancia nos lleva a plantear las relaciones entre ambos textos, la fijación de los años del pontificado de Genadio en Astorga y la posible fecha de elaboración de la lápida
Del análisis formal del epígrafe, y de su propio contenido, se deduce que es debe datarse, como ya hizo Gómez-Moreno, en el siglo X y, probablemente, en fechas próximas al acto central que se pretende destacar: la consagración solemne del templo por cuatro obispos el 24 de octubre de 919. En cualquier caso, la forma de presentar y calificar a Genadio, sin ningún tipo de epíteto laudatorio, apunta a que este aún vivía en el momento en el que se erigió este importante monumento epigráfico.
La restauración de San Pedro de Montes formó parte de todo un programa ideológico y político promovido por la monarquía en el contexto del llamado “neogoticismo” del reino asturleonés. Esta circunstancia es común a la fundación y restauración de otras iglesias y monasterios, y explica las similitudes formales de lápida de Montes con otros epígrafes equiparables, como los de San Miguel de Escalda, San Martín de Castañeda o San Salvador de Tábara.
Portada sur de la iglesia conventual |
La lápìda empotrada en el contrafuerte |
Detalle de la inscripción |
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