jueves, 21 de mayo de 2009

La mota de Castrogonzalo - Castillos y fortalezas en el alfoz de Benavente

Panorámica de Castrogonzalo, con vista de la ladera sur del cerro

El castillo de Benavente no fue el único castillo o fortificación existente dentro de su alfoz medieval. Dentro del dilatado territorio que conformó la Tierra del concejo existieron otras torres y fortificaciones menores que tuvieron su peso específico en las estructuras defensivas y militares del territorio. De algunas de ellas, solamente podemos constatar su existencia por puntuales menciones en las fuentes. Otras, en cambio, no cuentan con registro documental, pero como contrapartida ofrecen restos materiales de interés reconocibles sobre el terreno. La nómina de fortificaciones es bastante amplia y engloba ejemplos muy dispares: Granucillo de Vidriales, Ayóo de Vidriales, Castillo de Mira, Bretó, Castropepe, Mózar-Milles de la Polvorosa, San Miguel del Valle, Castrogonzalo, Manganeses de la Polvorosa, Camarzana, Castroferrol, Arrabalde, San Pedro de la Viña, etc.

En el caso de Castrogonzalo, el asentamiento más antiguo se localiza en la parte más alta de la población, en el llamado cerro de "El Castillo", donde se han recogido en superficie materiales cerámicos correspondientes a la I Edad del Hierro, con evidencias de abandono y de otro nivel originado por la ocupación medieval. Una excavación arqueológica de urgencia en este mismo lugar en 2016 reveló, además, estructuras de cabañas de la cultura de Soto de Medinilla.

El poblado, de considerables dimensiones a juzgar por la extensión del área, debía estar defendido naturalmente por su parte occidental por el brusco talud abierto sobre el río, mientras que el resto de los sectores, con una pendiente bastante más suave, facilitaría el acceso y obligaría a crear potentes defensas terreras artificiales. En el cerro hay un vértice geodésico sobre los 758 m. de altitud, mientras que el nivel del río está sobre los 705 m. Esta situación privilegiada proporcionaba un dominio visual de dos zonas geográficas bien diferenciadas: por una parte, el borde suroccidental de la Tierra de Campos, y por otra, la vega del Esla en su confluencia con el tramo final del río Cea. 

La aparición de Castrogonzalo en las fuentes, en la primera mitad del siglo X, está ligada de alguna manera a su papel militar. Es en este momento cuando en varios diplomas leoneses comenzamos a encontrar menciones a "Castro de Gundisalvo" y "Castrum Gundisalvo Iben Muza".

La separación política de León y Castilla a la muerte de Alfonso VII en 1157, hizo que las plazas militares más o menos próximas a la difusa línea fronteriza entre ambos reinos adquirieran un particular interés. La sucesión de fases de actividad militar y de paz, así como la falta de accidentes geográficos fácilmente reconocibles, hacen difícil concretar sobre el terreno las zonas que controlaba cada reino en Tierra de Campos. Castrogonzalo no se encontraba estrictamente en la frontera entre León y Castilla, pero sí en las tierras que podían ser objeto de litigio entre ambos reinos. 

Los posteriores tratados de paz y las complejas capitulaciones que dan vía libre al matrimonio de Alfonso IX con su sobrina Berenguela, hija del monarca Castellano, también tienen sus consecuencias para nuestra población. El enlace había tenido lugar en Valladolid en octubre de 1197, pero es en 1199 cuando se acuerda la entrega de una dote de treinta castillos leoneses con sus alfoces, entre ellos “Castrum Gonzalui”, que queda bajo la custodia del noble Nuño Rodríguez.

Algunos años después, en el tratado de Cabreros de 1206, Alfonso IX y Alfonso VIII llegan a un nuevo acuerdo para delimitar la frontera, concretar la soberanía sobre los castillos y dejar despejado el problema sucesorio en León a favor de Fernando, nieto del rey Castellano. El tratado resultó ventajoso para los intereses castellanos. Berenguela cedía Cabreros a su hijo y renunciaba a la tenencia de los castillos de las arras, entre ellos Castrogonzalo. En compensación la reina recibiría varias rentas, que fueron acrecentadas en 1207 con otras en Valencia, Castroverde, Castrogonzalo y otros lugares. Sin embargo, el rey leonés ocupó en 1212 por la fuerza la plaza junto con otras largamente demandadas, de la mano de Pedro Fernández el Castellano. 

En 1230, al unificarse definitivamente los dos reinos, Fernando III acordó en la Concordia de Benavente con sus hermanas Sancha y Dulce el pago de una generosa indemnización por los derechos sucesorios. Entre las garantías se pactó la entrega temporal de Castrogonzalo, junto con otras plazas leonesas.

En el siglo XV se acometieron importantes intervenciones en la Mota de Castrogonzalo. Las primeras noticias pueden remontarse al segundo conde de Benavente, pues consta la supresión del pago del pedido para compensar los servicios extraordinarios demandados en la construcción de una fortaleza. Una vez terminada, solamente se dieron 500 mrs. para reparar sus muros.

Pero las obras de refortificación de la Mota de Castrogonzalo mejor documentadas se desarrollaron en el año 1466, durante el mandato del IV conde de Benavente, Rodrigo Alfonso Pimentel (1451-1499). Una mirada rápida al contexto político del reino en torno a esta fecha pone de manifiesto que estos trabajos no fueron producto de un capricho del conde, o de una coyuntura estrictamente concejil o comarcal. Varios acontecimientos relevantes, y concatenados, se producían en el reino de Castilla en aquellos meses convulsos del reinado de Enrique IV (1454-1474).

La rivalidad mantenida en este tiempo entre Osorios y Pimenteles explica, junto con la delicada coyuntura política del reino, la iniciativa del conde en 1466 de realizar trabajos de refortificación en la Mota de Castrogonzalo. Su situación estratégica junto el paso del Esla, en los límites del condado y colindante con Fuentes de Ropel, antigua aldea del concejo de Benavente ahora en los dominios de los Osorio, muevió a las autoridades municipales a asegurar la plaza. Vital era también mantener y consolidar Castrogonzalo para evitar la pérdida de otro enclave no menos importante: San Miguel del Valle, auténtica cabeza de puente aislada ahora totalmente en las tierras hostiles de los Osorio.

No estamos ante la construcción de una fortaleza "ex novo", sino que se remozó o rehabilitó una edificación que ya había sufrido otras intervenciones anteriores. Los trabajos documentados debieron consistir fundamentalmente en levantar o reparar un recinto fortificado, al que se alude en varias ocasiones como “cortijo”. Este recinto contaba con una puerta principal de acceso defendida con un baluarte, y al menos "dos caramanchones" superpuestos a los muros. Uno sobre dicha puerta y otro "cabe la yglesia del Barrio de Arriba", que podemos identificar sin dificultad con el actual templo de San Miguel.

Además, a fin de hacer más pronunciado el desnivel entre el cerro y la ladera donde se asentaba la población, en diversos tramos se cavó o labró el talud. Aparecen así menciones a "peinar la cava", "peinar la Mota" o "peynar en la cuesta de la parte del río". Expresiones que deben interpretarse en su sentido literal de quitar parte de piedra o tierra de una roca o montaña escarpándola. El término “cava” tal vez aluda también a la construcción de un foso, aunque su uso concreto en varios pasajes del documento ofrece diversas interpretaciones.

La materia prima básica empleada en la construcción y restauración de la Mota de Castrogonzalo en el año 1466 fue el barro, destacando especialmente el tapial como modalidad constructiva, si bien en algunos tramos también se utilizó el adobe. Estamos pues ante un ejemplo clásico de fortificación terrera.

El tapial y el adobe han constituido desde la Prehistoria las técnicas constructivas tradicionales de las edificaciones populares de buena parte de las poblaciones de Castilla y León. Su empleo con fines defensivos en fortificaciones terreras es patente durante toda la Edad Media. Dado que el entorno no proporcionaba otros materiales más consistentes y duraderos, un buen número de murallas y castillos se hicieron con gruesas tapias. José Avelino Gutiérrez González documenta el empleo del tapial en los recintos de las cercas de Sahagún, Valderas, Valencia de Don Juan, Cabezón de Valderaduey, Mayorga, Benavente, Castroverde de Campos y Villafáfila entre los siglos XII y XIII. Gómez Moreno sugiere que ya en época de Fernando II se utilizó esta técnica para construir el primitivo perímetro amurallado de Benavente, obra a la que califica de “morisca”. Por su parte, Pascual Martínez Sopena evidencia la utilización generalizada de tapiales de barro en la construcción de cercas en las villas de Tierra de Campos, circunstancia que ha contribuido a que, con demasiada frecuencia, no se conserven restos visibles.

El libro de “Cuentas de las Cercas” del Archivo Municipal de Benavente proporciona información pormenoriza sobre los trabajos de preparación de tapiales y adobes en las obras de la Mota de Castrogonzalo. Para la fabricación de los tapiales era elemento fundamental las llamadas puertas de tapiar, estructuras de madera dispuestas formando cajones que se llenaban con tierra convenientemente humedecida y cohesionada. Para lograr esto último, era preciso apisonarla fuertemente con recios golpes de mazo, denominado comúnmente pisón. Se trata de una herramienta rematada en una arista, ligeramente chata para poder apretar bien la tierra contra las puertas. Las puertas estaban formadas por dos costales, que se sujetaban con sogas para asegurar su consistencia. Las hiladas siguientes de tapias se superponían a las ya construidas, apoyándose en agujas, estacas de madera que atravesaban el barro, de forma que una vez seco dejaban unas marcas muy características en las juntas. La tarea de armar las puertas, esto es de montar la estructura de madera en el tramo de la muralla que se iba a reconstruir o reparar, requería la colaboración de un carpintero. 

En cuanto al adobe, el sistema de fabricación también nos es bien conocido. Una vez obtenida la tierra apropiada, se cribaba minuciosamente para limpiarla de impurezas y se mezclaba con paja, A continuación, se le añadía agua y se pisaba de forma repetida para cohesionarla. El barro obtenido se volcaba sobre unos moldes rectangulares de madera: las adoberas o gradillas, retirándose el sobrante con un rasero para conseguir así una superficie lisa. Terminados estos trabajos, los adobes se dejaban secar al sol durante unos días, volteándoles de vez en cuando para que el sol y el viento actuaran sobre uno u otro costado. El adobe, aunque de apariencia más endeble y delicada, ofrecía ciertas ventajas sobre el tapial en las tareas constructivas, pues podía ser manipulado con mayor comodidad en las construcciones de altura, y era muy adecuado para la fabricación de arcos, bóvedas, cúpulas, etc. En Castrogonzalo, se utilizaron ladrillos de adobe en los caramanchones y en ciertos tramos de la cerca. Muy probablemente su disposición sería semejante a la que Gómez Moreno alcanzó a ver en la muralla de Benavente, dónde entre tapial y tapial mediaban hileras de adobes y lajas de piedra:

“El muro, aunque carcomido y deshecho en su mayor parte, a causa de su fragilidad, reconócese que era alto y con torrecillas cuadradas; entre tapial y tapial median hileras de adobes y lajas, y los trozos restaurados de mampostería conservan almenas con saeteras”.

No menos importante que la propia construcción de los muros, a base de tapiales y adobes, era el aprovisionamiento y acarreo de los materiales. La tierra necesaria para elaborar el barro la proporcionaban varios bueyes que araban el terreno destinado al efecto. Después, se servía a los tapiadores en talegas. El agua se conseguía en el río, y se subía al castro mediante recuas de asnos. También era necesario alquilar carros y carretas para trasportar la madera y la piedra.

Todos estos trabajos en la Mota fueron realizados por una auténtica legión de obreros que percibían su salario por día trabajado. El importe de los jornales era satisfecho por el mayordomo de las cercas, que anotaba minuciosamente en sus libros de cuentas el alquiler de las bestias de carga y las herramientas, la compra de materiales, los salarios pagados y, en ocasiones, el tramo o sector del cerro afectado por las obras. Lógicamente se establecen diferencias según la categoría y especialización de los obreros. Los carpinteros disfrutan de un salario sensiblemente mayor que alcanza los 25 mrs., y también hay una distinción en función de que las personas contratadas procedan de Benavente o sean de la propia aldea: “Este dicho día andovieron tres obreros de aquí, de Benavente, a traer agua con çinco asnos para aguar tierra en la dicha Mota para tapiar, a catorse mrs. a cada uno en que montan quarenta e dos mrs.”.

Respecto al montículo artificial, conocido popularmente en la localidad como “El Gurugú”, no hemos encontrado referencias concretas en esta documentación, tal vez por que su construcción pudo ser anterior en el tiempo. El término mota, empleado con frecuencia en las obras de 1466, parece referirse en sentido genérico al conjunto del cerro o castro, sin que se diferencie dentro de él esta segunda estructura. Este tipo de motas terreras artificiales parecen ser más propias de los siglos XII y XIII, especialmente durante el periodo de guerras fronterizas entre León y Castilla. Es en este momento cuando los avances tácticos dejan desfasados los viejos recintos castreños, que deben refortificarse para una mejor defensa del territorio.

En Castrogonzalo, en el extremo suroeste del poblado castreño, el más protegido por la mayor altura del escarpe, se construyó efectivamente una "mota" similar a otra reconocible en Bretó. Se aumentaba así el valor defensivo de la meseta, sobreelevada ya de por sí por los niveles antrópicos antiguos, incluidos los de la ocupación medieval anterior. La construcción del depósito de agua, la nivelación de tierras y la excavación de bodegas bajo ella, impiden en la actualidad reconocer el foso y las proporciones originales de este montículo.

Cerro del Castillo

Cerro del Castillo

Vista de la Calle del Castillo

Bodegas y "covarachos" excavados en las arcillas del cerro del castillo

Restos de la "Mota" de Castrogonzalo

Restos de la "Mota" de Castrogonzalo

Restos de la "Mota" de Castrogonzalo


jueves, 7 de mayo de 2009

Aquel invierno de 1909 - Las inundaciones en los Valles de Benavente

"Los vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa, auxiliados por la Guardia Civil, desescombrando los solares que ocuparon sus destruidas viviendas".

Las peculiares características orográficas de la comarca de Benavente, junto con la confluencia en el entorno de los principales ríos de la región -Órbigo, Esla, Tera, Cea y sus respectivos afluentes- han hecho de esta encrucijada de caminos un factor destacado para explicar el poblamiento antiguo del territorio y su intenso aprovechamiento agrario. Las fértiles vegas de los Valles han constituido el principal motor de una economía basada desde las épocas más remotas en el sector agropecuario. El problema del paso de los numerosos ríos -sobre todo durante los meses invernales o en las épocas de las temibles crecidas tuvo como principal consecuencia la creación de una compleja red de puentes, pontones, barcas y vados.

Pero aquello que concede riqueza también puede, en un momento dado, arrebatarla. Una topografía extremadamente llana y la escasa, o nula, regulación de sus cuencas, favorecieron históricamente la presencia de inundaciones que, como auténticas plagas bíblicas, han venido castigando a sus pobladores, a veces, con serio peligro para vidas y haciendas.

Como se sabe, es la irregular distribución de las precipitaciones, tanto en el espacio como en el tiempo, la principal causa de las variaciones del régimen de los caudales. En los climas mediterráneos periódicamente los ríos sobrepasan su cauce ordinario y producen la inmersión de las zonas cercanas al cauce. En los Valles de Benavente, esta problemática ha tenido una incidencia contundente y cíclica, como queda reflejado en la documentación de archivo. Pero la crecida de los últimos días de diciembre de 1909 fue especial, y por ello ha quedado grabada en la memoria colectiva de estos pueblos como una de las más devastadoras.

La edición del lunes 27 de diciembre de 1909 del Heraldo de Zamora daba a conocer la noticia a cuatro columnas y con gran aparato tipográfico: “Desbordamiento de los ríos. Pueblos y campos arrasados por las aguas”. Ya en el cuerpo de la noticia se daba cuenta de los pormenores de la catástrofe, cuyo contenido se resume a continuación a partir de la edición de este día y de los ejemplares de las semanas siguientes.

El día 21 de diciembre, sobre las cinco de la tarde comenzó una lluvia torrencial, acompañada de fortísimo viento, de forma que el coche correo, que desde Puebla de Sanabria hacía la ruta hacia Benavente, tuvo que suspender la salida. Al día siguiente, al llegar el corresponsal del periódico a Colinas de Trasmonte, procedente de la Puebla, el cuadro que se ofrecía a su vista daba a entender que las inundaciones en aquella parte tenían la máxima gravedad. La carretera había sido preciso cortarla en varios tramos a fin de evitar la inundación del pueblo. Los vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa se habían presentado en caravana huyendo del desastre, mientras las campanas de la iglesia no paraban de tocar. Muchos de ellos habían pasado la noche entera en el monte de la Cervilla.

El día 23 pudo, por fin, el coche correo continuar hacia Santa Cristina, pues el río había mermado su caudal. Las aguas inundaban todo el llano hasta dar vista a Benavente. El paso del puente era peligroso, todos las huertas estaban inundadas y gran parte del pueblo era un montón de ruinas. La línea telegráfica estaba cortada en varios puntos por la caída de los postes. La Guardia Civil de los puestos hasta Mombuey brillaba por su ausencia, pues en Colinas y Santa Cristina no había ninguna pareja, ninguna autoridad que organizase salvamentos, que repartiera trabajos o facilitara el paso del coche correo.

En la mañana del día 25 se organizó desde Benavente una expedición de autoridades para visitar la zona afectada. Previamente, un tren procedente de Zamora con personalidades de la capital fue recibido por las fuerzas vivas en la Estación de Benavente y en la fábrica de harinas La Sorribas, propiedad de Felipe González. Entre los expedicionarios estaba lo más granado de las élites locales y provinciales de la Restauración: el gobernador civil, Santos Arias de Miranda; el alcalde de Benavente, Augusto Alonso; los ingenieros Agustín Ruiz y Antonio Velao, Leopoldo Tordesillas, Ventura Madrigal, Felipe González, Cecilio Chacón y Antonio Cordero, sobrestantes; Avencio Guerra, Argimiro Gutiérrez, Luis Morán, Julio Ayuso y Carlos Calamita por el Heraldo de Zamora.

La comitiva, no sin dificultades, alcanzó Santa Cristina de la Polvorosa, ocupada ya por multitud de habitantes de los pueblos limítrofes. Vecinos de Manganeses y Colinas, principalmente, prestaban auxilio a los damnificados. La mayoría de las casas se habían convertido en escombros, y sus moradores permanecían junto a ellas en busca de sus enseres.

Un número apreciable de cabezas de ganado yacían muertas en sus establos, mientas que al resto se las había llevado el río. La única vivienda que no parecía haber sufrido los efectos de la inundación era la de José Pernía, alcalde del pueblo. Don Leopoldo Tordesillas ofreció cobijar en fincas de su propiedad a una parte de los afectados, acordándose recoger a los restantes en el desamortizado convento de Santo Domingo de Benavente.

El gobernador provincial, Arias de Miranda, después de un reconocimiento del terreno, leyó a los presentes varios telegramas del ministro de la Gobernación en los que se manifestaba el propósito del Gobierno de "subvenir a las necesidades de los damnificados con socorros que aminoren la magnitud de la catástrofe".

Según relataba el maestro del pueblo, sobre las once de la noche del día 22 el río Órbigo comenzó a desbordarse un kilómetro más abajo de Manganeses de la Polvorosa. La manga que originó se extendió súbitamente sobre Santa Cristina, sorprendiendo al vecindario. Una parte huyó hacia el puente sobre el río, mientras que otros se acogieron en la dehesa de la Casa de la Patilla, en La Cervilla. La marea de las aguas alcanzó muchos kilómetros a la redonda, y éstas siguieron subiendo durante el día 23 hasta alcanzar un nivel de cuatro metros y veinte centímetros, según la escala que había en los pilares del puente. La avalancha atravesó el pueblo a una altura de dos metros y medio. Milagrosamente no se contabilizaron víctimas.

En febrero de 1910 se anunciaba en la prensa que 200 familias se disponían a ir a Madrid en busca de asilo benéfico y gestionar, mientras tanto, su marcha para América. Una comisión del Ayuntamiento de Santa Cristina visitó en marzo al gobernador provincial para pedirle “carta de socorro para trasladarse a Madrid e implorar la caridad pública para ellos y demás vecinos que han quedado sin albergue ni hacienda”.

El Gobierno Civil repartió en los meses siguientes 57.000 pts. entre los damnificados por las inundaciones de Benavente. De estas, 20.000 pts. correspondieron a Santa Cristina y 10.000 a Abraveses, como pueblos más afectados. Verdenosa, Redelga y Vecilla recibieron 8.500; 5.000 Fresno; 5.000 Santa Croya; 5.000 Villanueva de Azoague; 1.500 Benavente y 500 pts. Manganeses de la Polvorosa y Milles, respectivamente.

La noticia trascendió el ámbito local y provincial, y fue objeto de particular atención en los medios de comunicación nacionales. La edición de La Vanguardia del viernes, 31 de diciembre de 1909 se hacía eco de los acontecimientos: “En Abraveses (Zamora) el temporal destruyó 135 edificios, obligando a los vecinos a buscar albergue en los pueblos inmediatos. El gobernador ha propuesto al gobierno que se otorgue una recompensa al sargento de la Guardia Civil José Martín Rubio y a la fuerza a sus órdenes, por haber salvado la vida a muchos vecinos de Villanueva y Santa Cristina, con riesgo de la suya. Se elogió la conducta de muchos guardas de campo, por la parte tomada en el salvamento. Se ha acordado que se constituya en Zamora una Junta Provincial, presidida por el gobernador, para proceder al reparto de las cantidades giradas por el gobierno”.

Las inundaciones afectaron en aquellas fechas a buena parte de los afluentes del Duero, como destacaba otra publicación nacional: “Las persistentes lluvias que desde Noviembre último han venido descargando sobre la Península han tenido su desenlace natural: la inundación. La región más castigada ha sido esta vez Castilla la Vieja; el Duero y muchos de sus afluentes de ambas márgenes han tenido extraordinarias crecidas que han causado inmensos daños, especialmente en Zamora, Salamanca y Valladolid, donde han destruido puentes y edificios, entre ellos numerosos molinos harineros, y anegado los campos. En Salamanca las casas destruidas pasan de cuarenta. En Ciudad Rodrigo quedó completamente anegado el barrio del Arrabal del Puente que tuvo que ser desalojado, y la corriente se llevó centenares de cabezas de ganado. Las casas destruidas fueron allí más de cincuenta, pero otras muchas quedaron inhabitables, resultando trescientas familias sin albergue. El próximo puente de Siega Verde, inaugurado hacía pocos días, fue completamente destruido. En Valladolid el Pisuerga creció nueve metros”.

Vecinos de Santa Cristina de la Polvorosa en tareas de desescombro y limpieza

Grupo de autoridades, Guardia Civil y vecinos evaluando los daños en Santa Cristina de la Polvorosa

"Las Inundaciones en Villanueva de Azoague (Zamora). Algunos vecinos contemplando las ruinas de sus viviendas".

"Habitantes del pueblo de Santa Cristina de la Polvorosa procediendo a la cremación y enterramiento del ganado vacuno que pereció arrastrado por las aguas".

"La Guardia Civil en Abraveses de Tera, prodigando consuelos al vecindario. En este pueblo no quedó ni una sola casa en pie".

La crecida del río Tormes en 1909 a su paso por Salamanca