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miércoles, 26 de febrero de 2020

El ajedrez de Peñalba - Tras las huellas de San Genadio

Piezas de ajedrez procedentes de la iglesia de Santiago de Peñalba (León)
"Segunt cuenta en las estorias antiguas, en India la mayor hobo un rey que amaba muchos los sabios [...] E destos habíe tres [...] el uno dicíe que más valíe seso que ventura [...] el otro decíe que más valíe ventura que seso [...] el tercero [...] que era meior qui pudiese vevir tomando de lo uno e de lo al". El rey les pide pruebas de lo que decían, el primero trajo el ajedrez, el segundo los dados, y el tercero sus tableros con sus tablas y sus dados. Con este hermoso relato ilustraba Alfonso X su visión particular sobre el origen de estos juegos.
Es bien sabido que la Península Ibérica fue una de las vías primigenias de penetración del ajedrez en Occidente. Inicialmente, a través de Al-Andalus y, a continuación, con la mediación de los reinos cristianos del norte. Los fluidos intercambios comerciales y culturales favorecieron la expansión de un juego que acabó convirtiéndose en una ciencia.
Aunque se suele señalar la India y el siglo VI como las coordenadas espacio-temporales del origen del ajedrez, las primeras referencias documentales a la práctica o conocimiento del juego en Occidente son netamente hispanas. Así en un testamento fechado el 28 de julio de 1008 en Tuixent (Lérida), el conde Armengol de Urgel I, legaba su ajedrez al convento de San Egidio: "...et ad Sancti Aegidici coenobio ipsa schacos ad ipsa opera de Ecclesia" (...y al cenobio de San Egidio dono aquellos mis trebejos de ajedrez para las obras de la Iglesia). Se cree que este monasterio debe identificarse con el de Sant Gilles, cerca de Nimes, una de las posesiones de los condados catalanes en aquella época. Se le atribuye al conde Armengol una gran inquietud cultural, y la defensa de una política aperturista hacia Europa. De hecho, realizó varios viajes a Roma y fomentó las peregrinaciones hacia Santiago de Compostela y Le Puy.
A partir del siglo XI, encontramos algunas referencias a ajedrecistas andalusíes en las crónicas árabes, que anteceden a un cierto esplendor literario sobre esta disciplina entre los siglos XII y XIII. Sirva como ejemplo la legendaria derrota del rey leonés Alfonso VI en un tablero de ajedrez frente al visir de Córdoba, Ibn Ammar. El desenlace de esta partida habría obligado al rey cristiano a retirar sus tropas del cerco de la ciudad.
Es durante el siglo XIII cuando el “scacis ludere” alcanza la categoría de una ciencia en los reinos hispanos. Un arte supremo que ocupa a nobles, clérigos y hasta reyes. Alfonso X el Sabio compila el famoso códice: "Juegos diversos de axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del rey don Alonso el Sabio". El preciado manuscrito, hoy en la biblioteca de El Escorial, está fechado, según consta en su “explicit”, en Sevilla en 1283, un año antes de la muerte del monarca.
De la afición a este juego entre los miembros de la alta nobleza existen algunas referencias en las crónicas medievales. Según se relata en la “Crónica de Juan II”, el ajedrez sirve como cortina de humo para facilitar la fuga en 1448 de Alonso Pimentel, III conde de Benavente, de su prisión en el castillo de Portillo (Valladolid). El conde consiguió distraer al alcaide de la fortaleza jugando con él hasta la llegada de sus partidarios a rescatarle: "é guiólos el portero hasta donde estaba el Conde jugando al axedrez con Diego de Ribera. El Conde había comenzado este juego é lo detenía, porque Diego de Ribera no anduviese por la fortaleza".
Una aportación también hispana al ajedrez, aunque más tardía, es el tratado de Ruy López de Segura: "Libro de la invención liberal y arte del juego del axedrez, muy útil y provechosa, assí para los que de nuevo quisieren deprender a jugarlo, como para los que lo saben jugar". Fue editado en Alcalá de Henares en 1561. El nombre de este ilustre ajedrecista está ligado a la denominada "apertura española" o "apertura Ruy López". En general, se considera que con esta apertura se concede a las piezas blancas una ventaja ligera y duradera. En la portada de su tratado se declara "clérigo, vezino de la villa de Çafra". Se le consideró el mejor jugador de su época. Esta información la confirma Sebastián de Covarrubias en su "Tesoro de la lengua castellana", donde en la voz "Zafra", entre otras cosas, dice: "Otra Zafra hay en Extremadura, donde hubo un muchacho que, siendo de muy poca edad, era tan gran jugador de ajedrez, que todos le reconocían la ventaja, y quedó el nombre del niño de Zafra".
La evolución de las reglas del juego de los 64 escaques, de la fisonomía y significado de sus piezas, y de su nomenclatura han sido glosadas en numerosas ocasiones por historiadores y ajedrecistas. Parece ser que hasta mediados del siglo XIII no se enfrentan en los tableros, en un principio de casillas monocromas, piezas blancas y piezas negras, sino piezas blancas y rojas. En el Museo de León se exhibe un magnífico tablero de madera taraceada, con incrustaciones de hueso, procedente del Palacio de los Condes de Luna. Su elaboración, en base a los emblemas heráldicos que cobija, debe situarse en el siglo XV.

Miniatura del Libro del Ajedrez de Alfonso X
Miniatura correspondiente al denominado "Gran Ajédrez" en la obra de Alfonso X. El tablero consta de 144 casillas y cada jugador dispone de 24 piezas.

Tablero de Ajedrez procedente del palacio de los Condes de Luna (Museo de León) [S. XV] 
Entre los ejemplares más lujosos y codiciados estaban aquellos confeccionados por los artesanos musulmanes en cristal de roca y marfil. Las piezas de marfil se coloreaban o se doraban, pigmentos que en la mayor parte de los casos se han acabado perdiendo. Por otra parte el marfil no siempre es estrictamente blanco en su tono natural, depende del veteado original del colmillo, así como de otros factores.
Objetos de marfil bajo todo tipo de formas y tamaños se conservaron en los más selectos tesoros medievales, junto con piezas de orfebrería, piedras y metales preciosos. El marfil era un material tan raro y codiciado como el propio oro o las piedras preciosas. A su carácter excepcional y legendario hay que añadir sus presuntas virtudes medicinales o como talismán, tal y como se describen en diversos tratados.
Los tesoros de las iglesias comienzan a exhibir figuras de ajedrez antes incluso de que la práctica del noble juego estuviera extendida por Occidente. Estas piezas pudieron ser concebidas en algún momento como parte integrante de un juego completo. Pero cuando se atesoran y exponen solemnemente forman ya parte de los relicarios asociados a los cultos más diversos.
La presencia de piezas de ajedrez en los tesoros de iglesias, catedrales y monasterios no es, por tanto, nada extraño en los siglos medievales. Como reliquias eran veneradas en Saint Denis unas piezas de marfil pertenecientes, presuntamente, a Carlomagno. Estas figuras habrían sido un regalo del Califa abasí Harun-el Rachid que reinó en Bagdad (789-809), personaje de leyenda y héroe de varios cuentos de Las mil y una noches.
La piezas de Peñalba han sido atribuidas por la tradición a los objetos y reliquias relacionados con la figura de San Genadio, y "que bien pudieron alcanzarle" en palabras de Gómez Moreno. Según otras opiniones tales piezas corresponderían a una suerte de prácticas adivinatorias llamadas "sortes sacerdotarum" e identifican al dueño de tales con el obispo-abad Salomón, y no con San Genadio. Los devotos las consideraron pertenecientes a un ajedrez, con el que el santo se entretenía en los momentos de ocio, jugando con sus compañeros de retiro espiritual. En la tradición popular fueron conocidas estas piezas como "bolos de San Genadio", pues por su tamaño reducido recordaban al juego tradicional berciano, creyendo que para tal fin eran utilizadas  por los monjes de Peñalba.
José María Luengo Martínez señalaba en 1961 que se conservaban en una de las sacristías y las describe como "cuatro fichas de marfil, que dicen pertenecieron a S. Genadio, y cabe en lo posible, a juzgar por su estilo. Son un peón, un alfil y dos roques -roto uno de ellos-, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y tangentes y radios en las caras superiores". 
En la misma línea del ajedrez de Peñalba están las tres piezas de cristal de roca de San Millán de la Cogolla o las ocho figuras (una torre, dos alfiles, dos caballos y tres peones) del llamado Ajedrez de San Rosendo. Estas últimas fueron primorosamente confeccionadas en cristal de roca fatimí y proceden del "tesoro" de San Miguel de Celanova, hoy en el museo de la Catedral de Orense. Las piezas fueron extraídas, al parecer, del primitivo sepulcro del santo gallego existente en Celanova hasta la segunda mitad del siglo XVII.
Los cuatro marfiles se conservaban hasta hace unos años en una de las sacristías de Peñalaba, pero en la actualidad, por motivos de seguridad, se custodian en Ponferrada. Pueden ser identificados con un peón, un alfil y dos roques —roto uno de ellos—, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y sendos grupitos de cinco círculos tangentes y radios en las caras superiores. El propio Gómez Moreno hizo a principios del siglo XX una primera descripción las mismas: "Dos son grandes, de caras rectangulares y formando como cóncavo por arriba, como unas supuestas de Carlomagno, y llevan circulitos grabados; las otras dos cilíndricas, rematando en semiesfera, con una o dos protuberancias por un lado y doblando la segunda pieza en tamaño a su compañera".
Para conocer algún detalle más sobre la fabricación de las piezas del ajedrez podemos recurrir, una vez más, a la producción libraria de Alfonso X. Jesús Montoya Martínez nos describe así una de la miniaturas del "Libro del ajedrez":

"Es una miniatura de las llamadas complejas pues se compone det res partes, cobijadas cada una por un arco trilobulado: la parte central la ocupa el ajedrez con su figuras, delimitado en su parte inferior
y superior (para una interpretación de relieve, los lados derecho e izquierdo) por sendas láminas de taracea. Bajo el arco de la izquierda, el maestro taracerero dispone, acompañándose de un escoplo, las cuadrículas negras en sus respectivos lugares; sobre el banco de carpintero reposan dos utensilios; en el arco opuesto un ebanista realiza los “trebeios” que exhibe, blancos y negros, en sendas lejas mientras él redondea una de ellas ayudado de un torno movido por un pie y con una serreta".
Dibujo y decoración de las piezas de ajedrez de Peñalba, según José María Luengo
Como se hacen los "trebeios" y el tablero de ajedrez, según el ms. J, T, 6, de El Escorial, f.2,

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