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miércoles, 27 de junio de 2012

Condes de Benavente, virreyes de Nápoles - Un Pimentel en la Campania

Vista de la Bahía de Nápoles, con el monte Vesubio al fondo

Según precisa el “Diccionario de la Real Academia de la Lengua”, “virrey” es el título con que se designó a quien se encargaba de representar, en uno de los territorios de la corona, la persona del rey ejerciendo plenamente las prerrogativas regias.

El linaje Pimentel, después de haber desempeñado durante los siglos XV y XVI una buena parte de los títulos y dignidades correspondientes a los Grandes de España, accedió también a desempeñar esta función del “virrey”. El VI Conde, Antonio Alfonso Pimentel, en 1567 fue nombrado virrey y capitán general del reino de Valencia, cargos que desempeñaría hasta 1571. En la época de los Austria Menores, durante el reinado de Felipe III (1598-1621), será Juan Alfonso Pimentel quien ostente el título de Virrey de Nápoles durante poco más de siete años (1603-1611), un mandato no muy extenso en el tiempo pero que dejará una profunda huella en las tierras del sur de Italia.

Juan Alfonso Pimentel, VIII Conde de Benavente (1576‑1621), fue además comendador de Castrotorafe y merino de León y Asturias. Casó en primeras nupcias con Catalina Vigil de Quiñones, hija del Conde de Luna y de María Cortes. En 1582 casó nuevamente, en esta ocasión con la hija del Barón de Martorell, María Zúñiga y Requesens.

Antes de pasar a Italia, Juan Alfonso Pimentel había sido Virrey y Capitán General de Valencia (1598-1602). Según Ledo del Pozo el Papa Paulo V, en agradecimiento a sus servicios en Italia, le habría hecho entrega de “muchas reliquias y más de 122 cuerpos de santos” que depositó en su mayor parte en la fortaleza de Benavente. Sabemos, a través de los inventarios de sus bienes depositados en Benavente, Madrid y Valladolid, que de la ciudad partenopea trajo una importente colección de tapices, armas, muebles, relicarios, esculturas y cuadros, estos últimos de artistas de la talla de Caravaggio, Bassano, Barocci o Tintoretto. Murió el conde en Benavente un 7 de noviembre de 1621, siendo enterrado en el panteón familiar del monasterio de San Francisco.

Giannone, en su célebre “Istoria civile del Regno di Napoli" (1723), precisa que nuestro Pimentel llegó a la capital de la Campania el 6 de abril de 1603, “y desde el día que llegó su aplicación continua fue la recta y pronta administración de justicia, sin que ni las iglesias sirviesen de asilo a los criminales”. Este mismo autor asegura que los napolitanos hubieran querido que su virreinato fuese eterno; mas los privados que gobernaban a Felipe III tuvieron a bien que le substituyese el conde de Lemos.

Juan Alfonso fue Virrey de Nápoles poco mas de siete años, y en ellos dejó perpetuos monumentos de su rectitud, y muestras indelebles de su magnificencia. Hizo mas de cincuenta pragmáticas, y todas, continúa Giannone, grabadas con el sello de la circunspección y de la prudencia. Adornó a Nápoles con dos magníficos paseos, enriquecidos de suntuosas fuentes: mandó construir el puente y reedificar la grandiosa puerta que conduce al burgo de Chiaja, por cuyo motivo fue llamada Puerta Pimentela; y además de algún otro edificio notable, hizo en la isla de Elba, sobre la costa de Toscana, edificar el Fuerte Pimentel, y en el reino los suntuosos puentes de la Cava, de Bovino y de Benevento.

Hizo además gran parte del Palacio Real de Nápoles, soberbio edificio barroco comenzado a principios del siglo XVII en la Piazza del Plebiscito. Parece ser que en un principio el sentido de esta construcción era servir de digno solio para una anunciada visita del rey Felipe III que nunca se materializaría.

En la actualidad la fachada principal del Palacio luce, flanqueando el escudo real, sendos blasones familiares de los Pimentel, timbrados de yelmo y con la figura de un buitre correspondiente a la divisa del linaje. Ambos pertenecen a las armas de Juan Alfonso y de su segunda esposa, María Zúñiga y Requesens. Los emblemas heráldicos, con las clásicas veneras y fajas de los Pimentel, son idénticos a un escudo existente en la Puerta de la Montaña, y otro de la misma época empotrado en la puerta principal de la casa de El Bosque, en Santa Cristina de la Polvorosa. Las armas del apellido Requesens son: cuartelado: 1º y 4º, de oro, cuatro palos de gules; 2º y 3º, de azur, tres roques de oro, bien ordenados; bordura dentellada de gules.

Firma del conde Juan Alfonso Pimentel en una carta fechada en Nápoles en 1604

Retrato de Juan Alfonso Pimentel, VIII conde de Benavente, por Pasquale Cati (1599)

Retrato de Juan Alfonso Pimentel, Virrey de Nápoles, según grabado publicado por Parrino (Biblioteca Nacional)

Retrato atribuido a Juan Alfonso Pimente, conde de Benavente, por El Greco

Palacio Real de Nápoles en la Piazza del Plebiscito

Detalle de la fachada principal del Palacio Real de Nápoles

Escudo del VIII Conde, Juan Alfonso Pimentel, y de su mujer, María de Zúñiga y Requesens

Piazza del Plebiscito

En 1634 José Raneo, que fue “portero de estrado de sus Excelencias”, y después ejerció el oficio de maestro de ceremonias, durante los virreinatos del duque de Alba y conde de Monterrey, compiló una obra denominada “Libro donde se trata de los Vireyes lugartenientes del Reino de Nápoles y de las cosas tocantes a su grandeza”. Se trata de un códice en 8ª perteneciente a la antigua librería de D. Martín Fernández Navarrete. La parte conservada, pues el manuscrito está incompleto, es en realidad un catálogo razonado de los virreyes de Nápoles hasta el Conde de Monterrey. Damos a continuación el texto correspondiente a Juan Alfonso Pimentel, según la edición ofrecida en 1853 por Eustaquio Fernández de Navarrete y publicada en el tomo XXIII de la “Colección de documentos inéditos para la Historia de España”:

"Don Juan Alfonso Pimentel de Herrera, conde de Benavente, entró a gobernar su cargo de Virrey de Nápoles, lugarteniente y capitán general por el Rey Filipo III, a [...] de abril de 1603. Hizo alto en Gaeta, adonde, habiendo dado aviso de su llegada, se le hizo el recibimiento y honras acostumbradas a los demás señores Virreyes, que hayan venido a este reino con dicho cargo, como queda escrito en las entradas que hacen los Virreyes, que es el orden que hasta ahora se ha tenido y de aquí adelante se tiene de tener y observar.

De aquí vino a Puzol, adonde se le hicieron las visitas y ceremonias acostumbradas, adonde se entretuvo por espacio de veinte y dos días, holgándose y dando tiempo a que el señor D. Francisco de Castro pusiese sus cosas en orden, y con su comodidad desocupase el puesto. Después de haberse hecho las acostumbradas visitas y prevenciones para la entrada, saliendo el señor D. Francisco de Castro acompañado (como es sólito) del Baronese, Ciudad, Colateral, tribunales, continos y la mayor parte de la nobleza de Nápoles por ser de todos en general amado y bien visto, haciéndosele de los castillos la salva general como a Virrey, se fue a casa de Mergollino, adonde hizo alto hasta tanto que se lo diesen galeras para su viaje. Gobernó el Colateral dos días que hubo de vacancia, dando las órdenes verbales para todo lo que era menester para la entrada de S. E.

Lunes siguiente entró el señor conde de Benavente con 12 galeras en Nápoles, adonde le estaba prevenido el ponte y acompañamiento acostumbrado, con el cual vino hasta palacio. Al siguiente día fue al arzobispado a dar el juramento; y habiéndole dado comenzó a ejercitar su cargo de Virrey y capitán general con aquella grandeza que acostumbran los señores de esta tan ilustre casa, continuándolo en todo su gobierno. Trujo consigo a su mujer y seis hijos muy galantes; y de ninguno de ellos se sintió jamás mocedad, ni liviandad, que es ordinario en los Príncipes mozos y libres.

Vino en su tiempo el Príncipe de Asculi, al cual S. E. tuvo alojado con toda su casa en un cuarto (habitación) por algunos meses. Asimismo al marqués de Santa Cruz y a la marquesa su mujer muchos días. También tuvo al Adelantado de Castilla con la condesa su mujer, que venía de España por general de la escuadra de las galeras de Sicilia, y estuvieron también hospedados y muy regalados por algunos días con mucha grandeza.

De ahí a dos meses mandó S. E. hacer un amoso torneo en la plaza de armas, adonde concurrieron todos los titulados, caballeros mozos, así italianos como españoles, a dicho torneo, como se escribe en las semejantes fiestas que se acostumbran hacer en palacio.

De ahí a un mes vino el señor duque de Mantua con cuatro galeras de Florencia a Puzol, para tomar remedios, el cual estuvo algún tanto confuso como también lo estuvo el de Benavente sobre como se habían de tratar, como mas largamente se dice cuando se habla de este particular a folio [...]. Asimismo en este mismo tiempo vino a esta ciudad con seis galeras el generalísimo de las galeras de Francia con su gran estandarte: en su ingreso que va escrito aparte, se verá la grandeza con que fue recibido a fol.

Fue este señor tan severo, tan justo y tan celoso de la justicia que no la perdonara a su propio hijo. Tuvo particular cuidado de la grasa: fue muy celoso de la honra de las viudas, doncellas y eclesiásticas personas. Fue tan caritativo que cada día daba infinitas limosnas a los pobres, que venían a palacio, oltre las que hacía secretas a caballeros pobres y pasajeros, que pasaban de este reino a otros. Ofreciose en su tiempo que un D. Francisco, siciliano, había tomado el arrendamiento de moler los trigos y traer la harina para la grasa de esta ciudad, la cual de ordinario come mas de mil tumbanos de trigo cada día, que cada tumbano es como una fanega de España. Había este D. Francisco concertádose con el conservador del grano de esta ciudad, que le consignase cada día todo el trigo que le pidiese, sin que se hiciese introito ni éxito (se le tomase razón de las entradas ni las salidas) ni del trigo ni de la harina, por lo que hurtaron él y sus compañeros mas de 800.000 tumbanos de trigo, vendiéndole a las islas convecinas a menor precio, a los casales de Nápoles, pasteleros y macarroneros, escondidamente de noche. Fue de manera que no había quedado trigo para dos meses en todas las fojas conservadero de la ciudad. Y viendo S. E. el grande aprieto y peligro de hambre en que se vía este pópulo y ciudad, mandó llamar a Miguel Vaez, conde de Mola, por haber tenido noticia de la grande inteligencia que tenía en los reinos extranjeros, para que con todo y particular cuidado hiciese venir cantidad de naves de aquellas partes, cargadas de trigo, y esto fuese con toda la brevedad posible, por el gran aprieto y confusión en que se hallaba en tan urgente necesidad, como las hizo venir y se escribe en el impreso del generalísimo de Francia a folio 229. Prendióse al dicho D. Francisco, arrendador del trigo, y lo trujeron a casa de D. Diego de Veza, presidente de la Sumaria, el cual se dio tan buena maña, que escapó por otra puerta, y se fue a Roma en hábito de jesuita, llevando dos pares de anteojos por transformar el rostro. Tuvo S. E. noticia del caso, y trató por medio del embajador de España que estaba en Roma: pidióse a su Santidad licencia para podelle prender, adonde se hallase, como se la dio; e hizo tan buena diligencia, que le prendieron y trujeron preso de Roma a Nápoles, donde le pusieron en la cárcel: diéronle tormento: confesó el delito, y condenáronle a muerte a él y a otros dos compañeros; y confirmó la sentencia el Sacro Consejo. Fueron muchos jesuitas, frailes y otros muchos caballeros a pedir a S. E. que le mandase cortar la cabeza, como a caballero que pretendía serlo. Respondióles que el que había vivido como ladrón, era justicia muriese como tal; y así mandó que le ahorcasen luego a él y a sus compañeros. Pusieron sus cabezas, pies y manos en unas rejas do hierro encima de la puerta del conservadero del trigo de esta ciudad con el letrero, nombre y delito de los delincuentes.

Sucedió asimismo ponerse fuego al monasterio de la Cruz, frontero de palacio, el cual se quemara todo si no lo hubiera mandado socorrer enviando a sus propios hijos, y él mismo mirando de su corredor las diligencias que se hacían, dando voces acudiesen todos al remedio de aquel incendio, mandando se derribase una pared de la cortina del refitorio para que el fuego no entrase en la iglesia, como se derribó y remedió e apagó el fuego por la misericordia de nuestro Señor.

Asimismo sucedió que en el territorio de Benevento, ciudad del Papa, había una hostería, que confinaba con el territorio de S. M. en este reino un tiro de arcabuz de una jurisdicción a la otra, en la hostería estaban mas de 400 bandidos, saliendo de noche conmoviendo y robando a todas las tierras convecinas, jurisdicción de S. M.; y luego se pasaban a dicha hostería, sin que la justicia Real pudiese prenderlos; y así escribiendo S. E. al gobernador eclesiástico de Benevento le diese licencia para poderlos seguir y prender; respondió que no podía dársela sin orden de S. E.; y habiendo escrito muchas veces al embajador de España que residía en Roma tratase con S. S. se la diese para prender dichos bandidos, que acudían a dicha hostería, no fue posible alcanzarla, diciendo se vendría a perder la jurisdicción eclesiástica. Por lo que tomó (por) expediente para la extirpación de dichos bandidos de comprar aquella hostería de dineros de S. M., como en electo la compró; y teniendo buena inteligencia con los tabernarios que allí puso de su orden, que eran del reino, que le diesen señal con lumbres de noche cuando los bandidos estuviesen recogidos en dicha taberna, dio orden al caballero Fontana, ingeniero mayor, que secretamente fuese a un lugar que estaba cerca de dicha taberna, territorio Real, y que de allí hiciese una mina, la cual llegase hasta debajo de la dicha taberna secretísimamente, poniendo en ella los barriles de pólvora necesarios para podella volar; y que estuviese muy bien atento cuando el hostero hiciese la señal para que luego diese fuego a la mina y se volase, como todo se hizo, volando la taberna con mas de cuarenta bandidos que estaban dentro, habiendo primero salídose fuera los hosteleros. Ofendióse mucho de esto el gobernador de Benevento, que era un obispo, escribiendo a S. S. el caso para poner papelones de excomunión. Su Santidad mandó al embajador de España escribiese a S. E. de cómo había roto la justicia eclesiástica; a lo que respondió S. E. no habla roto tal, sino que había quemado una hostería de S. M., y que no habla prendido ninguno en el término de la Iglesia. Fue tomada en risa estratagema tan rara, y del Colegio de Cardenales celebrada como de S. S., el cual mandó no se hablase mas de ello.

Vino orden de S. M. al conde de Benavente que procurase por todos los caminos que mejor le pareciesen el desempeñar una gran deuda, que esta fielísima ciudad tenía; en virtud de la cual se puso una gabela sobre la fruta que importaba 90.000 ducados al año en beneficio de la dicha ciudad; y habiéndola arrendado, los arrendatarios hicieron dos casas muy grandes de madera con sus pesos, la una en mitad del mercado de esta ciudad, y la otra en la marina, para poder tomar cuenta y razón de la Fruta que entraba: y en la del mercado hizo pintar algunos santos alrededor de ella para que no se ensuciasen a orinasen allí. De lo que el cardenal Aquaviva, arzobispo de esta ciudad, envió dos clérigos citados para que diesen de blanco a todos aquellos santos que allí estaban pintados; los cuales fueron con tanta bulla y alboroto con muy gran tropa de gente menuda y vil gritando todos “Viva el cardenal Aquaviva”; y con este tumulto, dando de blanco a los santos, fue tanta la gente que acudió que derribaron la casa, sin dejar memoria adonde estaba, perseverando siempre aquella plebeya gente “Viva el cardenal Aquaviva”. Por que llegando a noticia de S. E. mandó tomar información de tal atrevimiento y desvergüenza, enviando a dar parte de ello al cardenal, diciendo pudiera su Señoría ilustrísima haberlo ordenado, que él lo hubiera mandado quitar sin haber habido el rumor y alboroto que sucedió contra la jurisdicción Real. Apuntáronse estos dos señores así por esto como por otras cosas en razón de jurisdicción, de lo cual se dio parte a S. S. y a S. M.; por lo que vino orden al cardenal Aquaviva que fuese a Roma, y a S. E. que mandase rehacer dicha casa y gabela que había puesto en beneficio de la ciudad: hizóse todo luego conforme a las órdenes.

Tuvo cuatro parlamentos generales en su tiempo, en los cuales esta fielísima ciudad y reino dieron a S. M. grandísimos donativos; y en particular le dieron y concedieron por medio de S. E. la sal toda que tocaba al reino de Nápoles, que S. M. estaba obligado a dar al reino de Nápoles a cada fuego, que importé ochocientos mil ducados al año, que fue el mayor donativo y servicio que jamás los Reyes han recibido de esta fielísima ciudad y reino.

Hizo S. E. siete fuentes en el camino Real que va a Pozzoreal, para recreación de los ciudadanos pasajeros y viandantes y comodidad pública. Asimismo hizo venir a Santa Lucía el agua del Formal, adonde hizo una muy suntuosa fuente. También hizo que dicha agua del Formal fuese por todo el burgo de Chiaja con nueve fuentes hasta Mergollino e iglesia de nuestra Señora de Pié de Erveta, que nunca la había tenido, que fue la mayor grandeza y recreación universal que se ha visto.

Hizo gran parte del Palacio Real que había comenzado el conde de Lemos  D. Fernando. Salió de esta ciudad con grandísima grandeza y beneplácito general muy contentos todos de su gobierno".

Castel Nuovo de Nápoles

Iglesia de San Fernando de Nápoles

Ruinas de Pompeya

4 comentarios:

  1. Muy interesante , como los otros artículos.Gracias
    José

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  2. Te he dejado un regalito en blog

    http://lafuentedeva.blogspot.com.es/2012/07/deva-estamos-de-premio.html

    Cuanta información y cuanto trabajo en cada post. Enhorabuena

    Un saludo

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  3. Buenas tardes:

    Me comentaste que habías leido el post de mi blog http://lafuentedeva.blogspot.com dedicado a San Salvador de Deva.

    Tengo uno nuevo de la misma temática:

    http://lafuentedeva.blogspot.com.es/2012/07/deva-no-solo-paso-en-deva.html

    Espero que te guste.

    Un saludo y muchas gracias

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