Sello de cera del Concejo de Benavente (anverso) - Copia en resina |
Introducción
El
estudio de los sellos medievales ofrece variadas perspectivas de interés, con
asuntos que afectan a disciplinas como la Arqueología, la Historia del Arte, la
Historia local, la Filología, la Heráldica, etc. El particular repertorio
plástico desplegado en ellos no desmerece en nada a otras manifestaciones
artísticas o monumentos de la época. Detrás de cada sello hay siempre programa
iconográfico, un mensaje, o incluso un relato más o menos elaborado, que invita
a su correcta lectura e interpretación. Sus promotores y artífices quisieron
dejar constancia de una determinada manera de presentarse ante la comunidad, a
través de un signo distintivo con el que validar sus escritos. Es por ello que
mediante su análisis podemos desvelar facetas poco conocidas del imaginario
medieval.
Se dedica este estudio a describir y glosar los pormenores del sello medieval del concejo de Benavente, una auténtica joya sigilográfica en cera, no suficientemente conocida y reivindicada hasta ahora. El ejemplar más significativo se custodia en la actualidad en el Archivo Diocesano de Astorga, donde permaneció prácticamente olvidado hasta los años 90 del pasado siglo. Estamos ante una pieza de una inusual riqueza iconográfica, con una meritoria ejecución técnica y con una meticulosidad y expresividad en los detalles de sus figuras no vistas en otros sellos municipales coetáneos. Igualmente, sus dos leyendas o inscripciones se apartan de las composiciones al uso en este tipo de soportes, para ofrecer un doble relato: por un lado, una particular visión del significado de la ciudad en el contexto del reino y, por otro, una alabanza al nombre de la villa y a su emplazamiento privilegiado.
El sello del concejo de Benavente: las improntas
Contamos
en la actualidad con dos muestras de lo que fue el sello medieval del concejo
de Benavente. Una se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, en
la Sección Sigilografía, y la otra en el Archivo Diocesano de Astorga, sin
catalogación específica. Su estado de conservación en muy desigual.
El ejemplar madrileño es, en realidad, un fragmento bastante pequeño y muy deteriorado. Procede del fondo documental del monasterio cisterciense de Santa María de Nogales. En 1918 era incluido por Juan Menéndez Pidal con el número 257 de su Catálogo y descrito como:
“Pequeño fragmento de un sello en cera, que debió de ser de gran módulo y de una sola impronta, pendiente por trencilla de lino de color avellanado, en copia, sin fecha, de un privilegio concedido en la era de 1296 años por el rey don Alfonso el Sabio, y por el cual liberta de merino a los moradores de Valdería y de Alixa. (Nogales, 10, R.). Un gran castillo debió de ocupar el campo del sello. En el fragmento que se conserva, vese la puerta central flanqueada por dos torres. En el vano de la puerta aparece una figurita”[1].
Bastantes años más tarde, en 1974, Araceli Guglieri Navarro volvió a catalogarlo, esta vez con el número 258, y lo consideró como un sello de doble impronta. No obstante, no mencionó ningún detalle sobre el reverso:
“Fragmento pequeño de un sello de cera oscura. Parece que debió ser de gran módulo y de doble impronta circular. Un gran castillo debió ocupar el campo del sello. En el fragmento que se conserva se ve la puerta central flanqueada por dos torres. En el vano de la puerta aparece una figurita. Pende por trencilla de lino de color avellano, de una copia, sin fecha, dada por el Concejo de Benavente, de un privilegio del rey Alfonso X, por el que liberta de merino a los moradores de Valdería y de Alixa, y de todo subsidio de rey, martes diez e dos días andados del mes de marzo, en era de mille e doscientos e noventa e seis annos (A. 1258). M1 de Santa María de Nogales (Palencia) (sic)”[2].
El documento en cuestión fue editado en el año 2001 por Gregoria Cavero Domínguez en la “Colección documental del monasterio de San Esteban de Nogales”, con el número 109. Su signatura es AHN, Clero, carp. 949, doc. 13. Se trata, efectivamente, de un traslado sin data escriturado por el notario público Gonzalo Miguélez, a petición Fernando Pérez Ponce. Este mismo personaje confirmaba en 1271, desde Benavente, las exenciones concedidas al monasterio por su padre, Pedro Ponce. Es un pergamino con signos de deterioro de 302 x 447 mm., más 38 mm. de plica. Según la editora, el sello del concejo de Benavente está “desgastado e incompleto”, y se encuentra en la Sección de Sigilografía 45/6, para su conservación. En su texto, en la corroboratio, hay una diligencia validatoria que anuncia a la aposición del sello:
“Et nos el conçeio de Benauente, visto el previlegio del Rey sobredicho e a rogo de don Fernán Pérez Ponz, mandemos a Gonçalvo Miguéliz, público notario del rey en nuestra villa, que feziese ende al traslado, e nos por mayor fermedumvre mandémoslo seellar de nuestro siello colgado. Et yo Gongalvo Miguéliz notario público ya dicho a rrogo de don Fernán Pérez Ponz e por mandado del conceio de Benavente e porque vi el previlegio sobredicho fiz scrivir este traslado e fiz hy mío nomvre e mío signo (signo)”[3].
La segunda impronta conservada procede, muy probablemente, de la misma matriz. Se encuentra actualmente en el Archivo Diocesano de Astorga. En este caso, estamos ante un notable ejemplar, con una conservación bastante satisfactoria en lo relativo a su tamaño original y representaciones iconográficas, pero con algunas pérdidas que afectan a partes esenciales de su leyenda en el anverso y el reverso. Se trata de un sello concejil circular de gran módulo (86 mm.) y doble impronta, confeccionado en cera prensada de color ocre.
No ha
habido, hasta ahora, muchas aportaciones sobre el origen de este ejemplar
astorgano. Parece ser que fue localizado e identificado por Augusto Quintana
Prieto, canónigo archivero de la catedral. Es una pieza descabalada, guardada
en una vitrina de la Sala de Exposiciones, y que hace años pude examinar personalmente
gracias a la amabilidad del archivero José Manuel Sutil Pérez. Su presencia en
Astorga hay que relacionarla con los pocos pergaminos medievales que conserva
el archivo, pues el grueso de ellos desapareció en un incendio durante la
Guerra de la Independencia. En concreto, debe pertenecer al fondo de la llamada
“Cámara Episcopal”, en donde se conservan otros pergaminos con sellos
pendientes, o con fragmentos de ellos.
La
existencia de nuestro sello fue comunicada por don Augusto al sacerdote
benaventano Vidal Aguado Seisdedos, quien realizó algunos dibujos y
fotografías. En el año 1993 Aguado Sesidedos publicó una breve descripción del
sello, acompañada de dibujos del anverso y del reverso[4].
Más tarde, en 1996, publicó en la obra “Privilegios reales de la villa de
Benavente” las primeras fotografías tomadas directamente del original.[5]
Por estas mismas fechas el sello se restauró y se elaboraron varias copias en
resina, a tamaño real, a instancias de la Asociación de Amigos del Archivo
Histórico Nacional. Estas copias se incorporaron a la colección de réplicas
plásticas de sellos originales procedentes de diversos archivos. Su signatura
es: AHN. Sigilografía, Imp. 2992.
En
1998, el mismo Vidal Aguado redactó una ficha para el catálogo de la exposición
“Más Vale Volando”, con fotografías de la copia en resina y una propuesta de
lectura de la leyenda del anverso y el reverso[6].
Por último, con ocasión de las celebraciones del VIII Centenario de las Cortes
de Benavente de 1202, la copia en resina volvió a exhibirse en dos
exposiciones: “Dinero y moneda en un concejo medieval” y “Regnum: Corona y
Cortes en Benavente”. Las fichas catalográficas y los comentarios corrieron a
cargo de su comisario: Eduardo Fuentes Ganzo[7].
En el
Archivo Diocesano de Astorga se conservan en la actualidad dos pergaminos con
grandes probabilidades de haber albergado el sello del concejo de Benavente.
Ambos pertenecen a la mencionada sección de la “Cámara Episcopal”, tienen la
misma fecha y están relacionados entre sí. Su contenido tiene que ver con los
hombres de behetría de Valcabado, vasallos del obispo de Astorga.
Según
se narra en los documentos, los vasallos y solariegos de Valcabado habían recibido
un fuero anterior en 1220, en tiempos del obispo Pedro Andrés. Ahora, bajo el
obispo Menendo, se renueva, incluyendo algunas mejoras del obispo Pedro
Fernández. Ambos diplomas fueron editados por Gregoria Cavero Domínguez, César
Álvarez Álvarez y José Antonio Martín Fuertes.
El primero es un pergamino de 380 x 380 mm., tiene plica de 65 mm, pero ha perdido completamente sus vínculos y sellos. El segundo es más grande, mide 500 x 500 mm. y, según sus editores, sobre la plica de 60 mm. conserva “la cuerda de la que pendería el sello, que se ha perdido, tal vez el del concejo de Benavente, al que se hace referencia documental, o el del prelado asturicense”. Efectivamente, en ambos documentos, fechados el 9 de febrero de 1279 en Valcabado, se inserta una diligencia muy similar del concejo benaventano:
“Et outrosy rogueymos al conceyo de Benauente que mandasse seellar este ynstrumento de sou siello, et nos, el conceyo de Benauente, a ruego de don Melendo, obispo de Astorga e del conceyo de Valcauado tanbién de los que se dizen de la bienfeytría commo de los sos solariegos del obispo, feziemos seellar este ystrumento de nuestro siello pendiente en testimonio de verdat”[8].
El anverso: la villa próspera y bien abastecida
El
anverso de nuestro sello responde al modelo monumental o topográfico,
es decir, aquellos sellos que como figuras presentan un monumento
característico, un edificio o una vista de una población. Los asuntos más
frecuentes eran los castillos, las torres, las murallas y los puentes. Es
patente el interés de los concejos por mostrar con orgullo sus grandes obras de
infraestructura, en la mayoría de los casos costeadas y sostenidas con sus
propias arcas. A esta tipología debemos asignar también el sello de cera del concejo
de Zamora, donde se presenta una vista desde el arrabal de San Frontis, con dos
grandes puentes sobre el Duero, las murallas, puertas, iglesias y palacios.
Tanto en su apariencia, como en su diámetro (90 mm.) y cronología (año 1273),
las similitudes son muy significativas.
En
Benavente se da cabida a uno de sus elementos más emblemáticos, luego
traspasado a su blasón heráldico: un puente de perfil alomado de cinco ojos,
sobre ondas. Debe entenderse, en todo caso, como una estampa convencional y
estereotipada del viaducto levantado sobre un brazo del Órbigo, a los pies de
la villa y junto a la “Puerta de la Puente”. Aparece documentado, al menos,
desde el año 1215. Su construcción o reforma debe enmarcarse, por tanto, en la
repoblación de la villa por Fernando II y Alfonso IX. Hoy solamente se conserva
en pie uno de sus arcos y restos semienterrados de sus pilas[9].
Sobre el puente, una representación simbólica de la villa, con sus muros, torres, puertas, casas, iglesias, campanarios y algún árbol, en alusión a sus huertos y jardines; todo ello bajo una composición estrictamente simétrica. El conjunto del caserío que se apiña dentro de la cerca se nos hace visible, sobre todo, por medio de la representación de sus tejados con una particular perspectiva, en principio a dos aguas. El diseño recuerda a esas vistas de ciudades representadas en varias de las miniaturas de las Cantigas de Alfonso X el Sabio. En ellas aparecen frecuentemente gallos, palomas y otras aves posadas sobre los tejados o sobre los árboles, como vemos también en nuestro sello[10].
La
muralla se levanta sobre sillares perfectamente escuadrados. En realidad,
sabemos que la cerca medieval de Benavente fue construida mayoritariamente con
tapiales de barro[11].
La muralla protege a sus habitantes y condiciona la imagen externa de la
ciudad, junto con las construcciones eclesiásticas que sobresalen sobre el
conjunto de las casas. Tiene almenas rematadas con merlones, en punta de lanza,
y ostenta cuatro torres de dos alturas, dos flanqueando la puerta y otra dos en
los laterales. En el interior, otras dos torres más altas representar las iglesias
y sus campanarios. Sus ventanales son góticos y en la culminación de sus
tejados se aprecian cruces. Tanto los muros como el puente exhiben saeteras,
vanos trifoliados y aliviaderos ojivales.
Diversos
personajes, uno sobre cabalgadura, cruzan de derecha a izquierda el puente y se
dirigen hacia la puerta principal, ascendiendo por una pendiente. Varias de
estas personas portan bastones, zurrones y hatillos con objetos, y están
acompañadas de animales. Algunos de ellos son bestias de carga, pero otros por
su tamaño deben ser perros, tal vez en alusión a la condición de pastores de
sus amos o a la actividad de la caza. De hecho, un viandante parece llevar a su
espalda una pieza cobrada.
En el
siglo XIII los caminos por los que se podían rodar carros debían ser escasos y
con muchas dificultades por el mal estado del firme, así que el tráfico de
mercancías se hacía fundamentalmente a lomo de acémilas. Los fueros
diferenciaban entre las “bestias de siella” y “bestias de alabarda”. La
alabarda era el aparejo esencial de las bestias de carga. Su forma era alta y
larga, provista de ataharre. Un caballo, mulo o burro, con su alabarda, parece
ascender por la pendiente en la parte izquierda del puente, seguido de un
arriero sujetando el correaje.
Bajo
el arco de entrada, una figura especialmente destacada recibe a toda esta
concurrencia. Es un hombre a pie, provisto de una vara, que guarda las puertas
de las murallas de la población. Este personaje ha sido identificado con el
portero o el recaudador del portazgo. De hecho, el puente de piedra de
Benavente fue conocido en algún momento como “puente del portazgo”. Figuras
similares encontramos en el sello plúmbeo de Alfonso X, a la puerta de su
castillo, o en los ejemplares de León y Tafalla. Puede tratarse simplemente de
representar al portero desempeñando sus funciones, pero también podría ser el
propio rey, pues se aprecia ropa talar y una especie de corona sobre su cabeza.
En una de las monedas acuñadas por Fernando II, posiblemente en Salamanca, se
identifica un puente de siete arcos con el busto de un rey coronado sobre el
mismo. En ambos casos se trataría de una alusión simbólica de la pertenencia al
realengo, y de la protección de la monarquía sobre la villa.
La leyenda del anverso se desarrolla entre gráfilas cordonadas. La inscripción emplea letras capitales en su integridad, pero está incompleta en varias partes y ha dado lugar a diferentes interpretaciones. El texto conservado en el anverso es el siguiente:
(...)ET : VILLA : BONIS : CVCTIS : REGNV : (...) NIS
La restitución y traducción propuestas en su día por Vidal Aguado Seisdedos fueron las siguientes:
REGNV (M : BO‑) NIS : (MVLTIS : EMIN‑) ET : VILLA : BONIS : CVNCTIS:
(El reino destaca por muchos bienes; la villa por todos los bienes)
La lectura de Aguado Seisdedos, aunque muy meritoria y sugerente, plantea algunos problemas. En primer lugar, está la cuestión de la correcta orientación del sello en el anverso y el reverso. En prácticamente todos los sellos concejiles y reales la inscripción parte de una cruz, roseta, estrella o símbolo diferenciador que se sitúa en la parte superior. A partir de aquí, con muy pocas excepciones, la lectura de la leyenda se hace como en las monedas, en el sentido de las agujas del reloj.
En
nuestro caso, la mencionada cruz debía estar en una de las partes perdidas,
justamente en donde se desgajó de la tira o cuerda que unía el sello por su
parte superior al pergamino. Según las fotografías del propio Aguado, la
primera palabra legible no sería “REGNV”, sino “(...)ET”. La leyenda está en
latín y todas sus palabras están separadas por una interpunción. Por regla
general, la orla no suele contar con suficiente espacio para desarrollar la
leyenda y obliga a incluir una o varias palabras de forma abreviada.
Un
segundo problema tiene que ver con la propia estructura de la frase, pues al
cambiar el punto de partida parece que no es posible la interpretación que se
hace de la misma: “El reino destaca por muchos bienes; la villa por todos los
bienes”. Sea como fuere, la leyenda del anverso pudiera hacer alusión a que de
todas las partes o términos del reino se llevan bienes hacia la villa. Por
ello, las figuras del sello nos presentan una ciudad próspera y bien
abastecida, con un grupo de viandantes, con animales y cabalgaduras, que acuden
a la puerta de su muralla a llevar sus productos y mercancías: “bonis cunctis”.
Uno de
los elementos más emblemáticos del carácter urbano de las villas medievales fue
su recinto amurallado. Su presencia era una forma de presentarse ante la
comunidad. El gran historiador Pirenne resaltaba que no era posible concebir
una ciudad sin sus murallas; era un derecho o, empleando el modo de hablar de
aquella época, un privilegio que no falta a ninguna de ellas[12].
Esta
identificación entre muralla y ciudad está ya presente en los textos
medievales. Así, en Las Partidas de Alfonso X, a propósito del concepto
de ciudad y sus rasgos definitorios, se señala que “doquier que sea fallado
este nome ciudad que se entiende todo aquel lugar que es cercado de los muros,
con los arravales e con los edificios que se tienen con ellos”. En otro
apartado del código doctrinal alfonsino se atribuye como función propia del
monarca la de “cercar las cibdades e las villas e los castillos de buenos muros
e buenas torres, ca esto la faze ser más honrada e más noble e más apuesta, e
demás, es grand segurança e grand amparamiento de todos comunalmente para en
todo tiempo”.
La
muralla de la ciudad cumplía otras funciones de gran trascendencia, además de
la puramente defensiva o militar. Era una frontera jurídica que delimitaba el
territorio urbano, dentro del cual tenía validez su fuero. También constituía
una frontera fiscal, cuya finalidad era la protección del comercio, de las
manufacturas propias y de la producción agraria en general.
Franquear
esta barrera significaba entrar en otra realidad económica y, por tanto, hacer
frente a una serie de imposiciones, de las que quizás la más significativa de
todas ellas sea el portazgo. El mismo Pirenne, citado anteriormente, advertía
como es precisamente la necesidad de seguridad y garantía jurídica reclamada
por los mercaderes la que explica el carácter de fortaleza que muestran las
ciudades en el Medievo.
Pero, por encima de todo, la cerca era el símbolo de su autonomía política y administrativa, el emblema de la ciudad, motivo iconográfico frecuente en los sellos concejiles, en la heráldica, en las miniaturas de los códices y en las obras de arte en general. Los concejos dedicaban grandes esfuerzos humanos y económicos a su mantenimiento. Todas estas circunstancias pueden explicar el carácter sagrado que se atribuía en la Edad Media a los muros de las ciudades. Así la Partida III, título XXVIII, ley XV comienza con el significativo epígrafe: “Como los muros e las puertas de las cibdades son llamadas cosas santas”[13].
Hay
que recordar que Benavente contaba en aquella época con su mercado semanal y
con su feria anual. El mercado, celebrado tradicionalmente el jueves, era el
lugar donde se intercambiaban los productos del alfoz y del núcleo urbano.
Desempeñaba un papel esencial en la economía de la ciudad y aseguraba el
abastecimiento de los productos agrícolas. Fernando II ya había concedido
algunas exenciones para los habitantes del alfoz que acudían a la villa o
circulaban por sus términos con sus productos. Estas cuestiones debieron estar
reguladas en el primitivo fuero, pero en carta de 1181 el rey prescribía: “Por
lo demás, todo el que habitare en Benavente, en estos términos y alfoces, no dé
portazgo de cosa alguna suya que llevare consigo, ni pague terrazgo de caza
alguna que consigo conduzca”[14].
Fue
Alfonso X quien en 1254 concedió al Concejo el derecho de hacer feria una vez
al año en la villa, tres semanas después de la Pascua de Resurrección durante
quince días. En el privilegio añadía: “et mando que todos aquellos que hy
venir quisieren que vengan, salvos e seguros por todo mío regno e por todo mío
sennorío con todas sus cosas” [15].
En las ferias no solo se acogía a los campesinos de los alrededores o a los
mercaderes de las aglomeraciones vecinas, sino que llegaban a las puertas de
las murallas caravanas, convoyes de acémilas o mercaderes solitarios venidos de
lejos, de otros reinos o incluso de Al‑Ándalus.
Esa es la imagen que se nos quiere transmitir con el grupo de caminantes, acémilas y cabalgaduras llegando “salvos y seguros” a las puertas de la ciudad, y bien aprovisionados de todo tipo de mercadurías. A mediados del siglo XIII, Benavente era ya una importante encrucijada del noroeste de la Península, donde morían o nacían los caminos de Galicia, Asturias, el valle del Duero y Extremadura.
El reverso: la villa de los buenos vientos
Las
figuras del reverso se acomodan al tipo de sello denominado parlante. Se
trata de composiciones sigilares que incluyen alguna figura o pieza, cuya
denominación alude y designa al titular que representan, o al nombre mismo de
la ciudad. Revelan una particular preocupación por buscar una explicación a los
nombres, lugares o construcciones que formaban parte de su vida cotidiana.
Permiten así interpretar gráficamente el contenido, a veces con una imaginación
e ingenuidad conmovedoras.
En
nuestro sello se presenta a cuatro ángeles trompeteros, dispuestos en aspa y
soplando sobre un núcleo central formado por tres discos concéntricos. Son
ángeles alados, tienen los carrillos hinchados, el cabello erizado y se
sustentan sobre nubes. Los tres círculos deben representar el emplazamiento de
la villa.
Respecto a la leyenda, al igual que en el anverso, está parcialmente perdida. El texto conservado es el siguiente:
(...)T : TRAD : VENT (...) DANT : SIC : BENAVENT(...) (A...)
La restitución y traducción propuesta en su día por Vidal Aguado Seisdedos fue:
VENTI : (FECVN‑) DANT : SIC : BENAVENT‑(I : VILL‑) A : (REFER‑) TIRA (TUR).
(Los vientos fecundan y así la villa está rebosante).
Eduardo Fuentes Ganzo ofreció la siguiente variación en el catálogo Dinero y moneda en un concejo medieval:
SIG(ILVUM) : BENAVENT(VM : VILL)A T: TRA : VENTI : (FECVN) DANT :
(Sello de la villa de Benavente, fecundada por los cuatro vientos)
De
nuevo, en la lectura de Aguado Seisdedos encontramos una dificultad con el
punto de partida para la correcta interpretación de la inscripción. Según
sabemos por la matriz del sello de Cuéllar, y por otras, las dos tablas se
unían por vástagos encajados en las orejas perforadas, garantizando que las dos
caras del sello resultante quedaran correctamente orientadas. Las leyendas del
anverso y el reverso parten así de un mismo punto, situado en la parte alta de
la orla.
En
este caso, la lógica invita a situar los cuatro ángeles en aspa, con su cabeza
y cabellos en su posición natural, colocados verticalmente. De esta manera, la
primera palabra sería ilegible y acabaría con la letra “T”. Tenemos dos
palabras clave para interpretar, al menos, el sentido del mensaje: “VENTI” y “BENAVENTUM”
o “BENAVENTI”. En el medio hay un verbo acabado en “[..DANT]”. Podría ser “FECUNDANT”,
pero también “SECUNDANT” (favorecen).
En la
propuesta de lectura de Eduardo Fuentes Ganzo el principal inconveniente viene
dado por la palabra “SIGILVM”, que parece inviable, pues en esa parte de la
leyenda leemos claramente “SIC”. En todo caso, no deja de ser llamativo que no
encontremos en el anverso o el reverso palabras como sigillum o concilii
claramente identificadas. En este aspecto, las dos leyendas se apartan de la
práctica habitual en los municipios del área de León y Castilla.
Tanto
en el mundo clásico, como en la cultura cristiana, existió una diferenciación
entre los vientos favorables y desfavorables. Los vientos podían ser
benefactores o destructores. Desde antiguo, se consideró que los vientos eran
variados y, a veces, mixtos en sus efectos. Tuvieron diferentes denominaciones,
pero todos ellos se agrupaban en cuatro principales, distribuidos según los
cuatro puntos cardinales.
La
mitología clásica identificó al viento con el dios Eolo y sus subordinados.
Para los griegos era muy importante conocer la procedencia y las
características de los vientos, ya que era un pueblo comerciante, con
navegación intensa por todo el Mediterráneo. De ello da testimonio la Torre
de los Vientos de Atenas, un edificio imponente con frisos decorados
construido en el siglo I a. C., cerca del Ágora romana y a los pies de la
Acrópolis.
En el cristianismo se hace de los vientos unos mensajeros divinos, con lo cual se les asocia habitualmente con los ángeles. En varios textos de la literatura cristiana la misión de estos ángeles, provistos de tubas, odres o trompetas, es la de contener o frenar los vientos, según recoge la visión apocalíptica de Juan: “Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre ningún árbol”[16]. Estos cuatro ángeles trompeteros evocan también un pasaje del Evangelio de Mateo: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”[17].
Subyace
en toda está simbología una concepción antigua del espacio: el cosmos se
sostiene sobre cuatro ángeles que tienen como principal misión regular los
cuatro vientos para evitar catástrofes, o bien para provocarlas.
Representaciones de estas visiones las encontramos en las miniaturas de los
Beatos. En el Beato de Gerona reconocemos a los cuatro ángeles con sus
trompetas frenando los vientos en los cuatro ángulos del folio 135r. A la misma
tipología responde el ángel del Beato de Tábara en su folio 98v., pero
ilustrando un pasaje distinto del Apocalipsis, la tercera trompeta: “El
tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo
como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las
fuentes de las aguas”[18].
En las copias del siglo XII de estos manuscritos, como en el Beato de
Mánchester, se sigue manteniendo esta iconografía.
Pero
los cuatro vientos actuando sobre la villa pueden tener también segundas
lecturas, y esta es una circunstancia común a muchas manifestaciones del arte
medieval. Su primera interpretación es compatible con representaciones
metafóricas diversas, como pueden ser el número naturalezas, el de pueblas,
distritos o comarcas que lo conforman, linajes, alcaldes, el de unidades de que
se compusiera la hueste cuando era convocada, etc.
Parece
claro que los asuntos iconográficos del reverso y su leyenda deben
interpretarse como una alegoría del nombre de la ciudad, y una referencia a su
emplazamiento privilegiado. Varios concejos medievales adoptaron en sus sellos
y emblemas alguno de estos motivos parlantes: La villa de Estella exhibía
una gran estrella; Olite ilustraba su nombre con un olivo con sus hojas y
aceitunas; Cifuentes, con su multitud de fuentes (septem fontes o centum
fontes); Medina de Pomar, con un magnífico manzano o pomar cuajado de
fruta; Teruel, con un toro pasante; Carrión de los Condes, con un carro o
carreta sin yunta; Escalona, con una gran escala o escalera de mano, etc. No
siempre estas identificaciones tenían una rigurosa justificación histórica o
etimológica, pero acabaron por imponerse y volvemos a encontrarlas en las
figuras de la heráldica municipal.
Sabemos
por la documentación de la cancillería de Fernando II que en los últimos meses
del año 1168 se debió producir la mutación de la denominación oficial del
antiguo castro de Malgrad por el nuevo Benaventum. Sin duda, ese
nombre de Malgrad tenía para propios y ajenos unas connotaciones
negativas, poco acordes con un nuevo concejo que pretendía atraer pobladores. A
esta iniciativa del cambio de nombre no debió ser ajeno el propio rey leonés,
que también fomentó la repoblación, el cambio de denominación y, en su caso, el
traslado de emplazamiento de otras villas. Fue el caso de Tuy, que sufrió un
traslado de sus pobladores y recibió durante algún tiempo el nombre de Bonanventurum.
Los reyes intentaron fomentar el dinamismo de las nuevas villas que se fueron creando a lo largo y ancho de sus reinos con topónimos eufónicos, agradables al oído y siempre con trasuntos positivos. En Asturias, la antigua Maliayo tomó el nombre de Villaviciosa, en alusión a una villa próspera y abundante en sus recursos. Cuando Alfonso X hacía relación, en su Estoria de España, de las ciudades que habían mudado su nombre, incluyó entre ellas a Benavente:
“... Compostela, esta es Sanctiago, et despues fue passada a ella ell arçobispado de Merida; León: Flor; Coyanca: Valencia; Malgrad: Benauent; Rama: Astorga; Domnos sanctos: Sant Fagunt; Ell obispado de Lucerna, que era en las Asturias, es agora passado a la cibdad de Ouiedo; Numancia: Çamora; Pace: Badaioz; Moriana: Castro Toraf; Campus gothorum: Toro”[19].
Se ha
venido considerando el viento como un exponente de la mutabilidad y la
versatilidad. En este sentido, es un poder temible, incontrolable y ciego. Pero
el viento puede ser también equiparado a soplo o hálito, en cuyo caso adquiere
valores de una energía creadora y consciente. En el segundo capítulo del
Génesis, al hablar de la creación del hombre, leemos: “Y entonces el Señor
Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de
vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”[20].
San
Isidoro estableció en sus obras una categorización de cuatro vientos
principales y otros secundarios, hasta alcanzar la cifra de doce. A cada uno de
ellos les atribuyó diversas virtudes e inconveniencias. Por medio de la gran
autoridad del obispo sevillano se introdujo en el Occidente cristiano la
costumbre de representar la rosa de los doce vientos, que se desarrolló en
numerosas manifestaciones iconográficas y con todo tipo de variantes durante
toda la Edad Media. En una de las miniaturas del Códice Albeldense o Vigilano
se nos ofrece una interesante visión de estos doce vientos girando en torno a
un disco central.
En el
tapiz de la Creación de Gerona, del siglo XI, los vientos fueron representados
en las cuatro enjutas del rectángulo que inscribe el círculo central. Están
dispuestos según la concepción homérica, como figuras jóvenes aladas,
insuflando dos cuernos y cabalgando sobre un odre lleno de aire. Responden al
relato mitológico en el que el señor de los vientos, Eolo, entrega a Ulises
todos los vientos encerrados en un odre. Pero también actúan siguiendo lo
descrito en la Creación del Génesis, flotando como elementos bienhechores.
En
Benavente se cuenta también con una sugerente representación de los cuatro
vientos en relación con el momento de la Creación. Forma parte de los frescos
que decoran las bóvedas del presbiterio de la iglesia de Santa María del
Azogue. Bajo los arcos que sostienen las bóvedas, en los muros que hay en torno
a las ventanas, había cuatro grandes cabezas con las mejillas hinchadas, pero
se conservan solamente dos en el lado sur. Uno está identificado mediante una
inscripción: es Solano. De los otros dos, en el lado norte, no han quedado
restos[21].
Las
bóvedas fueron pintadas en la primera mitad del siglo XVI, probablemente bajo
la iniciativa de Alonso Pimentel, V conde de Benavente (1499‑1530). Su estilo
emparenta con el llamado Cielo de Salamanca, una monumental visión
astrológica y astronómica que decoraba las bóvedas de la antigua librería de la
Universidad. Los frescos fueron pintados por Fernando Gallego en torno al año
1482.
Podemos
concluir, a la vista de lo transmitido en las figuras del reverso de nuestro
sello, que el Benaventum de los diplomas de los siglos XII y XIII debe
traducirse, ya sin género de dudas, por “buenos vientos”. Esa es, desde luego,
la interpretación que hacían los benaventanos de mediados del siglo XIII, y así
quisieron perpetuarlo en la memoria colectiva, a través de la alegoría de los
cuatro ángeles que siembran o distribuyen los vientos favorables sobre la
villa.
[1] J. MENÉNDEZ PIDAL, Catálogo.
Sellos españoles de la Edad Media, Madrid, 1918, pp. 185-186.
[2] A. GUGLIERI NAVARRO, Catálogo
de sellos de la Sección de Sigilografía del Archivo Histórico Nacional,
Madrid, 1974, núm. 2001, tomo III, p. 68.
[3] G. CAVERO DOMÍNGUEZ,
Colección documental del monasterio de San Esteban de Nogales (1149‑1498),
León, 2001, doc. 109.
[4] V. AGUADO SEISDEDOS, V., “El
sitio de Benavente por el duque de Lancaster y el rey João I de Portugal”, Brigecio.
Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 3 (1993), pp. 157 y 159.
[5] P. MARTÍNEZ SOPENA, V. AGUADO
SEISDEDOS R y R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Privilegios reales de la villa de
Benavente (Siglos XII‑XIV), Salamanca, 1996.
[6] VV. AA., Más vale volando.
Por el Condado de Benavente, Catálogo de la exposición. Benavente, 1998, p.
89.
[7] E. FUENTES GANZO, Dinero y
moneda en un concejo medieval: En el umbral del euro (1202‑2002),
Benavente, 2001, p. 106 y Regnum. Corona y Cortes en Benavente (1202‑2002),
Benavente, 2002, p. 218.
[8] G. CAVERO DOMÍNGUEZ, C. ÁLVAREZ
ÁLVAREZ y J.A. MARTÍN FUERTES, Colección documental del archivo diocesano de
Astorga, León, 2001, docs. 85 y 86.
[9] R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, “Puentes,
barcas e infraestructura viaria medieval en los ríos del norte de Zamora”,
Las vías de comunicación en el noroeste ibérico. Benavente: encrucijada de caminos,
Benavente, 2004, pp. 69‑98.
[10] En torno toda esta iconografía
véase: G. MENÉNDEZ PIDAL, La España del siglo XIII leída en imágenes,
Madrid, 1986.
[11] R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, “Infraestructura
urbana y hacienda concejil. La cerca medieval de Benavente”, Brigecio.
Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 7 (1997), pp. 151‑184.
[12] J. PIRENNE, Las ciudades en
la Edad Media, Madrid, 1984, p. 99.
[13] ALFONSO X, Las Siete
partidas del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices de la Real
Academia de la Historia, Madrid, 1807.
[14] P. MARTÍNEZ SOPENA, V. AGUADO
SEIS‑DEDOS y R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Privilegios reales de la villa de
Benavente (Siglos XII‑XIV), Salamanca, 1996, doc. 2.
[15] Privilegios reales…,
doc. 3.
[16] Apocalipsis, 7, 1‑3
[17] Mateo, 24,31.
[18] Apocalipsis 8, 10‑11.
[19] R. MENÉNDEZ PIDAL (Ed.), Primera
Crónica General o sea Estoria de España que mandó componer Alfonso el Sabio y
se continuaba bajo Sancho IV en 1289, Madrid, 1906.
[20] Génesis 2,7.
[21] E. HIDALGO MUÑOZ “El Cielo de Benavente”,
Brigecio. Revista de Estudios de Benavente y sus Tierras, 17 (2007), pp.
217‑237.
Bibliografía
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Partes principales de un sello medieval |
Sello de cera del Concejo de Benavente (reverso) - Copia en resina |
El Sello de Benavente, según Vidal Aguado Seisdedos - Anverso |
El Sello de Benavente, según Vidal Aguado Seisdedos - Reverso |
Fotografía del fragmento del sello existente en el Archivo Histórico Nacional en el Catálogo de Juan Menéndez Pidal (1921) |
Pergamino del Archivo Histórico Nacional con el fragmento del sello del Concejo. Catálogo "Corona y Cortes en Benavente" |
Los cuatro ángeles sobre sobre los cuatro ángulos de la Tierra. Beato de Manchester (Siglo XII) |
Acuerdo del año 1333 del Concejo de Benavente sobre los herederos de Sitrama de Tera. Se aprecia la cinta trenzada de la que pendería el sello de cera del Concejo. (Archivo Municipal de Benavente) |
Sello de cera del Concejo de Zamora. Año 1273. (Archivo de la Catedral de Zamora). Catálogo "Alfonso IX y su época". |
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