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lunes, 28 de abril de 2014

El protocolo áulico de la monarquía leonesa en el Panteón de San Isidoro

Panel con la escena de la Crucifixión

El conjunto de murales del Panteón Real de San Isidoro de León ofrece un repertorio iconográfico de primer orden dentro la pintura románica hispana. El despliegue de figuras y escenas incluye pasajes del Apocalipsis, del Nuevo Testamento, representaciones de personajes bíblicos, santos, edificios, animales, motivos vegetales, geométricos, signos del zodiaco y, por supuesto, el célebre mensario o "calendario agrícola", este último desarrollado en el intradós de uno de los arcos que soportan las bóvedas.

En este sobresaliente muestrario solamente existe un panel en el que aparezcan personajes históricos relacionados con la monarquía leonesa. Se trata de una pareja real en actitud orante, en unión de dos de sus servidores palaciegos. Estas figuras forman parte de la escena de la Crucifixión que se desarrolla en el muro del ángulo noreste del panteón. El asunto se adapta a la curvatura de la bóveda y se divide en dos registros, diferenciados a través de una franja azul y ocre.

En el registro superior se efigia a Cristo crucificado, flanqueado por los discos del Sol y la Luna. Le acompañan la Virgen, San Juan, Longinos, quien atraviesa con una lanza el costado derecho de Jesús, y Estefatón, soldado romano que empapó una esponja en vinagre y colocándola en una caña ofreció de beber a Cristo.

En la parte inferior encontramos a cuatro personajes. Los dos centrales cobran mayor tamaño y protagonismo. A la izquierda un rey "Fernando", según se enuncia en el letrero adjunto escrito en capitales carolinas: "FREDENANDO REX". A la derecha una dama no identificada, tal vez la reina consorte o una persona relevante de la familia real. Junto a ellos dos miembros de su séquito. Detrás del rey un personaje que sostiene un escudo y, siguiendo a la dama, una servidora que comparece con un recipiente y un plato dorado.

El eje central de la composición está definido por una representación esquematizada del monte Gólgota, en hebreo "el lugar del cráneo". Una antigua tradición cristiana aseguraba que allí estaba enterrado el cráneo de Adán. Por eso se muestra una calavera a los pies del crucifico, uniendo los destinos del primer hombre y del salvador del mundo. Estamos ante una interesante yuxtaposición de la iconografía cristiana y el protocolo áulico.

Mucho se ha escrito sobre la identidad de este rey. La interpretación tradicional, avalada por la autoridad de Gómez Moreno, apunta a Fernando II (1157-1188), pues de hecho algunos autores han querido leer restos de la palabra "URRACA" junto a la imagen femenina que le acompaña. Pero los estudios más recientes, basándose en la datación de las diferentes fases constructivas de San Isidoro, proponen a Fernando I (1037-1065) como principal candidato, acompañado de su esposa Sancha (+1067), o bien de su hija Urraca (+1101), la reina de Zamora. La cuestión no está aún zanjada, pues quedan aún muchos interrogantes sobre la evolución de la fábrica isidoriana.

Nuestro rey se presenta arrodillado, con las manos separadas en actitud orante. Se han perdido los rasgos de su cabeza, pero todo parece indicar que estaría coronada, al igual que otras imágenes reales recogidas en códices y cartularios. Viste brial rojo, manto azulado, calzas rojas y zapatos negros.

Flaqueando al rey encontramos a un soldado portando un escudo que sujeta por el "tiracol". La mala conservación de la pintura no permite entrar en mucho detalle, pero en la parte izquierda de la figura se intuyen algunos restos en azul de lo que podría ser la espada desenvainada que lleva en su mano derecha y descansa en el hombro.

En el "Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo" encontramos varios personajes similares acompañando a los reyes, siempre portando el escudo, o con el escudo, la lanza y la espada desenvainada. El escudo de San Isidoro parece ser del tipo "normando", alargado, de forma almendrada y con la punta afilada. Representa el modelo de escudos de madera, forrados de cuero. Además del "tiracol", que permitía llevarlo colgado al cuello, en su parte interior llevaría las dos abrazaderas o braceras con las que se manejaba en el combate.

En este mismo Panteón Real, en la escena de la "Matanza de los inocentes", hay también un soldado portando la espada y embrazando el escudo. Su actitud es claramente protocolaria, pues acompaña al rey Herodes en su trono. Todo ello en un escenario de arcos y columnas que recrea los ambientes del palacio real. Además, es el único de los soldados que no participa en la muerte de los niños.

Este escudero de San Isidoro debe identificarse con el "armíger", uno de los cargos palaciegos habitual entre los confirmantes de los documentos de la cancillería regia. Otras denominaciones más o menos equivalentes son las de "signifer", o la voz arabizada "alférez". La palabra "armíger" en su sentido más literal no es más que la persona que porta las armas, en este caso del rey. Es quien lleva su espada, lanza y escudo en las ceremonias. En dos diplomas de Alfonso VI de 1103 aparece designado el "armíger" como "arma gerens post regem" (el que lleva las armas tras el rey). En las sesiones judiciales y otros actos solemnes solía llevar la espada, símbolo de la Justicia, de ahí otro de sus nombres: "spatharius regis".

Como señala Ricardo Fletcher, en determinadas épocas sus funciones sobrepasaron las puramente domésticas o protocolarias. El "armíger" pasaba revista a la guardia real, cuerpo de tropa que formaba la escolta del rey y constituía el núcleo del ejército. Además de entrenar, mantener y reclutar a la guardia real, era también una de los principales consejeros del monarca en los asuntos militares. En la "Historia Roderici" se dice que el rey Sancho II de Castilla nombró a Rodrigo Díaz "principem super omen militiam suam", funciones que se han supuesto ser las del "armíger".

De todo esto se deduce que el "armíger" sufrió una redefinición importante en sus funciones y responsabilidades a lo largo de los siglos XI y XII, incorporando las tareas propias del "signífer", es decir portar el "signum" o enseña en combate y convirtiéndose en la máxima autoridad sobre los ejércitos después del rey. Esta evolución sería paralela a la consolidación del ejército real y su peso cada vez mayor en las campañas militares. Detalles sobre estos cambios ya aparecen recogidos en las Partidas de Alfonso X:

"...Al alférez pertenece guiar las huestes y el Ejército, cuando el Rey no va en él en persona. El es, el que debe llevar la señal siempre que el Rey tuviese batalla campal. Antiguamente, solía ser quien castigaba a los Grandes, por eso trae la espada delante de él, en señal de que es la Justicia Mayor de la Corte. Así mismo, debe amparar a los desvalidos. Conviene por lo mismo que sea de noble linaje, leal al Rey al Reino y de buen entendimiento para juzgar los pleitos grandes que acaecen en el Ejército. El Alférez debe ser muy esforzado e inteligente en el arte de la guerra, pues él ha de ser el mayor caudillo sobre la gente del rey en las batallas...".

En cuanto a la servidora de la dama, es posible asociarla con la "pedisequa" que acompaña a la reina Jimena, esposa de Ordoño II, en el "Libro de los Testamentos" de Oviedo. Como aquella, la doncella leonesa lleva vasija y bandeja o plato. El recipiente recuerda en su forma a alguno de los jarritos litúrgicos altomedievales de tipología hispano-visigoda. Al margen de los ejemplares metálicos o cerámicos hoy conservados, también se representan en los antifonarios y en otros códices para ilustrar el rito del Bautismo o la Eucaristía. Otra de sus funciones sería el uso en el lavatorio del oficiante durante el Ofertorio de la Misa. Presenta un cuerpo central ovoide, con pie troncocónico y cuello muy alargado, sin asas. Tal vez en este caso haga las funciones de un aguamanil para la práctica ritual del lavamanos. El plato o cuenco cubre la boca del recipiente, probablemente porque evoca el agua perfumada o agua de flores utilizada en el ceremonial purificador previo al banquete. Esta costumbre no era privativa de los reinos hispánicos, también en las mesas más selectas andalusíes era habitual el uso del agua perfumada con flores, hierbas o esencias.

En la escena del "Lavatorio de Pilatos", dentro del mismo Panteón, podemos reconocer un recipiente de similar forma a este de la camarera de la Crucifixión, pero ciertamente muy peculiar. Pilatos se acomoda en su trono mientras un criado le vierte agua en las manos de un recipiente o jarra. Esta vasija, según se aprecia, tiene la particularidad de tener perforado su fondo por diminutos orificios, con lo que el agua se esparce por aspersión, en pequeñas gotas. El sirviente parece controlar de alguna forma con sus dedos el suministro del líquido.

El gesto de “dar agua a las manos” fue siempre en los tiempos medievales un acto cargado de gran significado, tanto en los ambientes eclesiásticos como en los palaciegos. El valor simbólico del agua desde tiempos inmemoriales como elemento purificador tiene estrechas relaciones con la tradición litúrgica y bíblica. La práctica extendida de este ritual explica la proliferación de utensilios destinados a estos fines como las jofainas y los aguamaniles. Sobre esta cuestión y la función caballeresca de “llamar al agua” ha centrado su atención recientemente Almudena Blasco Vallés.

Pero este ceremonial del lavamanos, en una sociedad fuertemente jerarquizada como la medieval, requería siempre de la intervención de un servidor o de una persona de inferior rango. Quien trae el agua de la tinaja, porta los recipientes y lava las manos de alguna manera escenifica la sumisión a un señor, a un rey, o su dependencia personal.

En el célebre "Exemplo XXXV" del Conde Lucanor, el hombre utiliza este rito de "dar agua a las manos" como forma de conseguir la sumisión de la mujer noble "muy fuerte e muy brava".

En el Cantar de mio Cid, cuando Rodrigo Díaz invita a comer a Berenguer Ramón II, el conde de Barcelona pide que antes le den agua a las manos, a lo que el Cid accede de buen grado: "Alegre es el conde e pidio agua a las manos, E tienen gelo delant e dieron gelo privado".

En las partidas de Alfonso X se aconseja a los hijos de los reyes “hacerse lavar las manos” tanto antes como después de la comida: "Y débenles hacer lavar las manos antes de comer para que queden limpios de las cosas que antes habían tocado, porque la vianda cuanto más limpiamente es comida tanto mejor sabe, y tanto mayor provecho hace; y después de comer se las deben hacer lavar, porque las lleven limpias a la cara y a los ojos Y limpiarlas deben con las toallas y no con otra cosa".

Es sabido que la monarquía asturleonesa adoptó desde los tiempos de Alfonso II los usos y costumbres del ceremonial visigodo "tam in ecclesia quam palatio". En la documentación encontramos alusiones a los ayudas de cámara y a las damas o camareras de la reina. Son parte del personal integrante de los oficios palatinos, que en ocasiones confirman las cartas como "cubicularius".

Durante el siglo X son frecuentes todavía las menciones al "cubicularius" en los diplomas leoneses de Ordoño II, Alfonso IV y Ramiro II. Sería una figura sucesora de los "cubicularii" que bajo la autoridad del "comes cubiculorum" formaban parte del "oficcium palatinum" visigodo. Según Lucas de Tuy, Alfonso IX se hacía rodear de "cubicularios laicos con los que consultaba todos sus hechos". En la Segunda Partida de Alfonso X se hace también alguna referencia a los camareros del rey y las dueñas, doncellas, siervas y "cobijeras" de la esposa real. Todas ellas configuran el servicio de la llamada "Cámara de la reina":

"Cámara llamaron antiguamente a la casa de la reyna; ca bien asi como en la cámara han a seer las cosas que hi ponen encobiertas et guardadas, asi las dueñas et las doncellas que andan en casa de la reyna deben seer apartadas et guardadas de vista et de baldonamiento de malos homes et de malas mugeres".

Pero en nuestro caso, ¿cuál sería la función ritual de esta servidora que porta los utensilios del lavamanos? La respuesta debe buscarse en la actitud de la pareja real. Tanto el rey como su acompañante femenino comparecen de rodillas a los pies de la cruz. Extienden sus manos, largas y afiladas, hacia el crucificado en un acto penitencial que requeriría del ceremonial previo del lavamanos. Los penitentes deben acudir con sus manos limpias en señal de la pureza y sinceridad de su gesto. Ante el sacrificio de Cristo en la cruz, los monarcas imploran, en actitud expiatoria, también el perdón de sus pecados.

Así pues, tanto el “armíger” como la “pedisequa” o “cubicularia” evocan, en esta pintura de San Isidoro de León, el protocolo áulico de la monarquía leonesa. Representan el poder del rey en sus múltiples facetas, y por extensión la obediencia y fidelidad que se espera de todos sus súbitos. En estos ceremoniales religiosos y palaciegos participarían otras personas, pues además de los miembros de la familia real, del servicio y el séquito, tenemos constancia de la presencia de oficiales, mayordomos, cancilleres, notarios, condes, tenentes, merinos, sayones, obispos, abades, etc. El escudero y la servidora no son más que la parte por el todo, una representación restringida de la cámara real a través de algunas de sus imágenes y gestos más significativos.