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lunes, 22 de marzo de 2010

Una torre alta y lapídea - Reseña histórica de la villa de Tábara en la Edad Media

Vista general de la iglesia de Santa María de Tábara

La villa de Tábara se sitúa en el centro-norte de la provincia de Zamora, a una altitud de 744 m. sobre el nivel del mar. La población sirve de centro  neurálgico a lo que geológicamente se conoce como Depresión de Tábara, junto a las estribaciones de la Sierra de la Culebra, y próxima a las sierras de las Cavernas y de las Carvas. Su estratégico emplazamiento y su condición reconocida de lugar de paso obligado para algunas de las más concurridas rutas del noroeste peninsular, han marcado de una forma determinante su trayectoria histórica.

Su historia documentada se remonta, cuando menos, a la Alta Edad Media, pues fue Tábara un importante enclave monástico de amplia resonancia en el Reino de León. El cenobio, dedicado a San Salvador, fue erigido muy probablemente sobre algún tipo de instalación anterior tardorromana o visigoda, pues de ella han perdurado algunos restos arqueológicos en la zona.

Según se relata en la Vida de San Froilán, breve texto hagiográfico recogido en la Biblia mozárabe de la catedral de León, el que sería más tarde obispo de León fundó aquí un monasterio a finales del siglo IX, siguiendo las indicaciones del rey Alfonso III. Esta misma fuente nos informa que el cenobio congregaba a una floreciente comunidad dúplice, formaba por seiscientos monjes de ambos sexos. La cifra es seguramente un tanto exagerada, pero pone de manifiesto lo ambicioso de la fundación inicial: "Aedificavit Taborense cenobium ubi congregavit utrarumque sexum centies servi animas Donimo servientium".

En la segunda mitad del siglo X hubo en las dependencias monásticas un célebre scriptorium donde se copiaron e iluminaron una serie de espléndidos Beatos, que han sido objeto de la atención de investigadores y expertos en codicología. Son éstos: el de Tábara (concluido en 968), comenzado por el pintor-calígrafo Magius y terminado por su discípulo Emeterius; el de Gerona, escrito por Sennior e iluminado por Emeterio y Ende en 975; y, muy probablemente, el denominado de San Miguel, obra también de Magius, a quien Emeterio califica de maestro.

En el último folio del Beato de Tábara (f. 167v.) se incorporó la mundialmente famosa miniatura de la torre del monasterio, con los monjes afanados en su interior a las tareas de la copia y confección de libros. En el colofón (f. 167r.) se describe esta torre como "alta y lapídea", y se lamenta el copista de las calamidades propias de su ingrata labor: "O turre tabarense alta et lapidea insuper prima teca ubi Emeterius tribusque mensis incurvior sedit et cum omni membra calamum conquassatus fuit". El códice se custodia actualmente en el Archivo Histórico Nacional bajo la signatura 1097B.

Relacionados directa o indirectamente con el Beato de Tábara existen otros códices custodiados en diversos archivos y bibliotecas nacionales y extranjeros, entre los que destacan, ya de una época posterior, los de Turín y Las Huelgas.

Del subsuelo del actual templo románico fueron exhumadas diversas piezas arqueológicas de mármol que han servido para contextualiazar y matizar las escasas noticias que poseemos sobre la trayectoria de este monasterio: basas, fustes, capiteles, fragmentos de un sarcófago, tenantes de altar, etc. Del siglo X contamos además con testimonios epigráficos de primera fila, entre ellos la posible lápida fundacional del cenobio, en la que se menciona al abad Arandisclo, y un fragmento de inscripción funeraria de atribución problemática.

Epígrafe fundacional del monasterio de San Salvador de Tábara por el abad Arandisclo

La historia de nuestro monasterio se interrumpe de forma brusca a finales del siglo X. La tradición erudita supone que habría sido presa de las campañas de Almanzor de hacia 988, de forma que Tábara habría corrido igual suerte que otros cenobios como Eslonza y Sahagún, destruidos por las aceifas musulmanas.

En la segunda mitad del siglo XI, la villa tabarense debía ser posesión de la infanta Elvira, hija del rey Alfonso VI, pues en su testamento, fechado el 11 de noviembre de 1099 en Tábara, deja ésta con otros bienes a su sobrina-nieta Sancha: "Et mando a mea nepta Sancia que crio Tauara et Bamba et Sancto Micael cum adiuntionius suis de Scalata". Esta infanta junto con su hermana Urraca habían recibido buena parte de los monasterios vinculados a la corona real, por lo que la posibilidad del mantenimiento en Tábara de cierta actividad monástica durante este período resulta no despreciable. Doña Sancha, hermana del emperador Alfonso VII, entregó a su vez, según el relato de la Crónica de Veinte Reyes, todo el Valle de Tábara a la Orden del Temple. La fecha exacta de esta cesión no se conoce, pero dado que su muerte se produjo en 1159 y que en 1129 figura Sancha como tenente de Tábara, resulta que la bailía templaria asentada en esta localidad fue una de las más antiguas del territorio de Castilla.

Sobre los restos del viejo cenobio altomedieval en la segunda mitad del siglo XII se levantó una nueva iglesia románica, cuya consagración tuvo lugar en 1137 por el obispo Roberto de Astorga, de lo que da fe un epígrafe situado junto a la puerta meridional.

La División de Wamba, documento apócrifo de principios del siglo XII, señala a Tábara como uno de los límites de la diócesis de Zamora: "El obispado de Numancia, esta es Çamora, tenga por Penna Gusendo fasta Tormes o son los bannos de Val de Rey que yazen sobrel, et dalli fasta en Duero, e de Villalal fasta Oter de Fumus assi como ua acerca de Rio Seco fasta Breto, e de Tauara fasta en Duero".

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

La presencia de los caballeros templarios en el valle generó conflictos sobre los derechos episcopales con el obispo de Astorga. En 1208 el papa Inocencio III comisiona a tres dignidades de Palencia para entender en el pleito que mantenía el obispo de la diócesis asturicense contra los templarios, pues éstos se negaban a que el prelado administrara el sacramento de la confirmación en las iglesias que ellos tenían en Tábara. La sentencia fue favorable al obispo de Astorga, pero los templarios no la cumplieron. Por eso, en 1211 el papa comisionó al obispo de León, al abad de San Isidoro y al arcediano legionense Pedro Cipriániz para que obligaran a los templarios a cumplir la sentencia. Dos años más tarde, el 18 de abril las disputas quedaron dirimidas con el establecimiento de un convenio entre don Pedro, obispo de Astorga y el maestre del Temple, Pedro Alvítiz.

La documentación correspondiente al proceso contra la Orden pone de manifiesto que Tábara y Carbajales tenían en 1310 un mismo comendador: frey Gómez Pérez. Junto a él se mencionan otros diez templarios más que según parece convivían en el castillo de Alba. De ello se deduce que las encomiendas de Tábara y Carbajales formaban uno de los grupos más numerosos de freires de la orden, sólo superado por los residentes en Faro. Suprimida la Orden del Temple en 1312, Tábara debió pasar a la Corona, al igual que ocurrió con otras villas, caso de Villalpando.

El pasado templario de Tábara, a pesar de la profunda huella dejada en la villa, se perdería en la nebulosa de los tiempos y entraría en el ámbito de la leyenda. Todavía a finales del siglo XV los vecinos recordaban vagamente algunos pormenores de esta etapa, según se relata en el testimonio de ciertos testigos en un pleito: “Oyó desir que bivían allí en Tábara, en la Madalena, que es en medio de Tábara e Foramontanos, unos frayles templarios e que por sodomyticos perdieron a Tábara e Alcañiças e a toda la tierra de Tábara”.

Escudo del linaje Pimentel - Enríquez sobre la puerta del Palacio del Marquesado de Tábara

En septiembre 1371 el rey Enrique II de Trastamara dona Tábara a su vasallo Gómez Pérez de Valderrábano, junto con las villas de Alba de Aliste, Mombuey, Alcañices y Ayóo, que también habían pertenecido a los caballeros templarios:

"Nos el rey, por faser bien e merçed a vos Gómez Pérez de Valderrábano, nuestro vasallo, por muchos serviçios e bonos que nos avedes fecho e fazedes cada día, damos vos por juro de heredad para vos e para vuestros fijos e para todos aquellos que de vos venieren: Mombuey, e Alcañyzas, e Távara, e Ayo, con todas sus pertenençias, segund que siempre las ovyeran fasta aquí, e sobre esto mandamos a don Gómez, arzobispo de Toledo, nuestro chançeller mayor, e a los notarios, e contadores, e a los que están a la tabla de los nuestros sellos, e a cada uno dellos, que vos den e libren e sellen todas las merçedes e previlejos conplidos e firmes e fuertes, los que menestrer oviéredes en esta razón".

El señorío, denominado también "Tierra Vieja de Tábara", comprendía además de la villa, los lugares de Faramontanos, Ferreras de Arirba, Litos, Moreruela, Pozuelo, Riofrío, Santa Eulalia y San Martín. En 1471 se integraron en el señorío los lugares de Sesnández, Escober, Casar y Moratones. Ya en el siglo XVI se le añadieron Ferreruela (1510) y Abejera (1541). A mediados del siglo XV la villa pertenecía a los Almansa, cuyo dominio se extendía también a Alcañices y Mombuey. Este es el origen del señorío de Tábara que, con el tiempo, llegó a manos de una rama de la familia Pimentel.
En 1497 fundó mayorazgo sobre esta villa don Pedro Pimentel Vigil de Quiñones, hijo del III Conde de Benavente, don Alfonso Pimentel. Un hijo de don Pedro y de doña Inés Enríquez, don Bernardino Pimentel y Enríquez recibió de Carlos V en 1541 el título de Marqués de Tábara. Al año siguiente el marqués y su esposa Dª Constanza Osorio compraron a la Corona el señorío de Villafáfila que hasta el año anterior había pertenecido a la Orden de Santiago. Los Pimentel trataron de emular en la villa una corte aristocrática del Renacimiento; construyeron su casa-palacio, con portada plateresca, restos de la cual permanecen aún en la actual plaza mayor, donde campean los escudos familiares. Tras la residencia, el Jardín –con estanque incluido- y más allá, hacia el sureste, el Bosque, espacios éstos para el recreo y la caza, al igual de los que disfrutaban sus parientes en Benavente. Pero también, al igual que éstos, residían principalmente en Valladolid, en donde tenían su palacio principal.

La implantación del régimen señorial generó tensiones y disputas entre el señor y los vasallos. Se quejaban éstos de que no podían nombrar sus propios concejos, así como a las limitaciones de explotación de los recursos naturales, incluso los que consideraban de carácter concejil. La villa y sus lugares elevaron a la Corona sendas denuncias en 1528 y 1551 de lo que consideraban eran abusos señoriales. Las tensiones trataron de dirimirse en 1561 por el establecimiento de una concordia y fuero perpetuo. Por ella se reconocían ciertos aprovechamientos y libertades para los lugares de la Tierra Vieja, esto es los de antiguo origen, en tanto que en los lugares poblados de nuevo los aprovechamientos quedaban reservados al señor.

El marquesado se extendía, además de la villa tabarense, a los lugares de Moreruela de Tábara, Faramontanos, San Martín de Tábara, Santa Eulalia, Litos, Escober, Ferreras de Arriba, Ferreruela... Su titular, el marqués de Tábara, gozaba aún del derecho de presentación en las iglesias del marquesado a mediados del siglo XIX.

Casa- Palacio del Marquesado de Tábara

Epígrafe en uno de los sillares del exterior de la iglesia de Santa María

Entrada a la torre de la iglesia de Santa María

* Este texto fue escrito en colaboración con José Ignacio Martín Benito. Forma parte, con algunas variantes, de la reseña histórica presentada para la propuesta de escudo de la villa de Tábara.

sábado, 6 de marzo de 2010

El noble e çientífico caballero - Las “Décadas” de Tito Livio traducidas por el conde de Benavente

 Primer folio del códice con el Prólogo

El historiador romano Tito Livio pasó, con todos los honores, a la posteridad por haber compuesto una faraónica Historia de Roma en 142 libros. La obra, conocida en su versión latina como Ab urbe condita libri, se ocupaba del lapso comprendido entre la fundación de la ciudad hasta la muerte de Nerón Claudio Druso en el año 9 antes de Cristo. El ambicioso plan general constaba originalmente, como hemos dicho, de 142 libros, divididos en décadas o grupos de 10 libros, por lo que también se cita esta obra como las “Décadas” de Tito Livio.

A pesar de la popularidad alcanzada por el Príncipe de los historiadores, una parte importante de este legado cayó en el olvido de forma irreparable. La dificultad técnica para producir copias completas de tan dilatada edición explicaría por si sola está pérdida, pues, hasta la invención de la imprenta, todas ellas eran necesariamente manuscritas. Por este motivo, de todos estos libros, sólo 35 han llegado hasta nuestros días (del 1 al 10 y del 21 al 45). Contienen la historia de los primeros siglos de Roma, desde la fundación en el año 753 a. C. hasta 292 a. C. Narran la Segunda Guerra Púnica y la conquista por los romanos de la Galia cisalpina, de Grecia, de Macedonia y de parte de Asia Menor. Del contenido del resto de los libros tenemos algunas informaciones indirectas a través de ciertos índices conservados.
Fue grande la difusión que tuvo la obra de Tito Livio en los reinos hispánicos durante la Baja Edad Media, especialmente en los ambientes cortesanos y nobiliarios. La lectura de textos de historia clásica y el conocimiento de las hazañas de los grandes héroes de la Antigüedad figuran como parte esencial de la educación de los buenos caballeros. Así lo recomiendan repetidamente diversos traductores y escritores de la época como Alfonso de Cartagena:

"E por eso acostumbrauan los caualleros quando comían que les leyan las estorias de los grandes hechos de armas que los otros hizieran e los sesos e los esfuerzos que uvieron para saber vencer e acabar lo que querian e era porque leyéndolas les crecían los coraçones: e esforçávanse haziendo bien queriendo llegar a lo que los otros hizieran e pasar por ello".

Del texto de Ab Urbe Condita, con anterioridad a la traducción de fray Pedro de la Vega de 1520, conocemos dos versiones en romance. Por un lado, la que llevó a cabo, basándose en parte en el texto latino, y en parte en la versión francesa de Pierre Berçuire, el canciller Pedro López de Ayala, y en segundo lugar la abreviada, que se conserva en varios códices y editada en Salamanca, Burgos y Toledo. Está última está atribuida a Rodrigo Alfonso Pimentel, II Conde de Benavente (1420-1440).

La Biblioteca Nacional conserva un precioso códice del siglo XV que, al parecer, procede originalmente de la biblioteca que los Condes de Benavente habían reunido en el castillo de su villa solariega. Contiene una versión resumida y romanceada de las "Décadas", concretamente de las tres primeras. La obra fue mandada componer en 1439 por Rodrigo Alfonso Pimentel, a quien se califica en el prólogo como "noble e çientífico cauallero", y se declara el sentido ejemplar y didáctico de la Historia. Se da por hecho que nuestro noble participó personalmente en extractar su contenido y fijar la versión romance. En base a ello se ha supuesto que sería el conde el autor material del texto y, quizás, el ilustrador de algunas de sus miniaturas.

Encabeza el primer folio un ángel portando un escudo. Varios autores han identificado este emblema con el de los Pimentel por la presencia de fajas. Sin embargo, las armas de los Pimentel han consistido históricamente en un escudo cuartelado, primero y cuarto en campo de oro con tres fajas de gules, y segundo y tercero en campo de sinople, y cinco veneras de plata puesta en sotuer. La únicas y más antiguas armas de los Pimentel se encuentran ya en dos monumentos funerarios portugueses del siglo XIV, y en ambos figura la venera como emblema.

El ejemplar contiene 240 folios de papel sin numerar. Está escrito a doble columna en elegante letra gótica del siglo XV, aunque de reducido tamaño y muy apretada, de lo que resultan de 43 a 47 líneas por columna. Los títulos e iniciales se cubrieron en tinta roja, mientras que en el cuerpo del texto se empleó tinta gris. Se ilustra el texto con 13 miniaturas a página completa, de no muy depurada factura técnica y en la línea de lo ya visto en el libro de los Castigos y Documentos de Sancho IV.

Busto de Tito Livio, según un grabado del siglo XVIII

Escipión y los romanos huidos (fol. 114v.)

La victoria de Aníbal en la batalla de Cannas (fol. 113v.)

Las imágenes son: fol. 6v. Rómulo y Remo ponen nombre a la nueva ciudad; fol. 8v. Irrupción de las sabinas; fol. 11v. La lucha de los tres romanos y de los tres albanos; fol. 12v. El mancebo vencedor da muerte a su hermano; fol. 16v. El carro de Tulia; fol. 19v. Muerte de Lucrecia; fol. 22. De cómo el mancebo romano se quemó la mano; fol. 36v. Muerte de Virginia a manos de su padre; fol. 100v. Amílcar emperador de Cartago y su hijo Aníbal de nueve años; fol. 113v. La victoria de Aníbal en la batlalla de Cannas; fol. 114v. Escipión y los romanos huídos; fol. 171 r. Victoria de Escipión sobre Aníbal; fol. 237r. Muerte de Aníbal.El texto completo del prólogo, correspondiente al primer folio del manuscrito, es el siguiente:

“Aquí comiençan las tres décadas de Titus Libius primeras, que recuentan e relatan las muy altas batallas, fechos e otras cosas que fezieron los romanos desde la fundaçión de Roma, de que fueron fundadores Romulus e Remus. E por quanto el actor e conponedor dellos cuenta todos los fechos por estenso commo acaesçieron, porque los que después venieren lo mejor puedan entender, assí que ay en ellos muchas prolixidades a longura de escriptura. El qual actor fue en el tienpo de las grandes batallas que ouo entre Jullio Çéssar e Ponpeo, e fue natural de la çibdat de Capua. E commo el don Rodrigo Alfonso Pimentel, conde de Benauente, uiese el grand volumen de razones en estos libros contenidas, se trabajó e aplicó a las acopillar e poner, non amenguando la sentençia e realidad dellas, en la forma siguiente. La qual acopilaçión él fizo e ordenó en el año del nasçimiento del nuestro Señor Iesu Christo de mill e quatroçientos e treynta e nueue años, reynante en Castilla e en León el muy noble, sancto e virtuoso rey don Iohan, nuestro señor, fijo del muy illustre rey don Enrrique, de gloriosa memoria, que Dios aya, e la reyna doña María, su muger, fija del noble rey don Ferrando de Aragón, infante de Castilla, e el prínçipe don Enrrique, su fijo primogénito heredero, e la prinçesa doña Blanca, su muger, fija del rey don Iohan de Nauarra”.

No fue está la única obra escrita en las dependencias de la fortaleza de Benavente durante el siglo XV. En 1434 fue terminada de recopilar por Manuel Rodríguez de Sevilla, notario de Benavente y copista habitual de los condes, una "Coronica d’España", copia de la Crónica de 1344, por encargo de don Rodrigo Alonso.

Sabemos por diversos testimonios que varios Pimenteles de esta centuria fueron hombres amantes de las letras, mecenas de los escritores y promotores de la copia y publicación de obras. De Alfonso Pimentel, III Conde de Benavente (1440-1461), conocemos el contenido de su magnífica biblioteca gracias a un inventario redactado hacia 1447 en el que figuran 126 volúmenes. Junto a los temas religiosos, la filosofía, los escritos de carácter legal y la historiografía medieval, no faltaban en sus anaqueles los autores clásicos como Séneca, Virgilio, Lucano y Tito Livio. La crítica sitúa esta colección entre las más representativas de la nobleza castellana de mediados del siglo XV.

Entre los colaboradores del III conde figuran personajes como su criado Pedro de Chinchilla. Este servidor llegó a alcanzar notoriedad como escritor y traductor. Sus servicios a la familia se remontan a tres generaciones de la casa condal, según recordaría en 1467 a propósito de su "Exhortación e información de buena e sana doctrina":

"Por otra parte, era muy estimulado e afincado de los solícitos mandamientos e honestos ruegos que sobrello me ovo fecho don Rodrigo Alfonso, primer conde de Benavente, mi señor, e como esto fuese a mí de mayor ynportançia e agudas espuelas la obligaçión de la mucha y luenga criança que ove en casa de sus anteçesores, padre e abuelo, cuyas ánimas Dios aya".

Muerte de Aníbal (fol. 237r.)

Irrupción de las sabinas (fol. 8v.)

Igualmente, conserva la Biblioteca Menéndez Pelayo un manuscrito con la Conquista de Troya de Guido de Columna traducida por Pedro Chinchilla. El códice lleva la signatura M. 561 y fue compuesto en Benavente en 1443. El texto de su prólogo es el siguiente:

"Aqui comiença el libro de la Historya troyana segund Guido de Colupna copillo, la qual traslado del latin a nuestro romance Pedro de Chinchilla, criado de don Alfonso Pimentel, conde de Benavente, e por su mandado. E sigue primero, el proemio fecho por el Pedro de Chinchilla [...] Se començó en Benavente quando la fructuosa encarnaçión del nuestro redentor fue venida a los mili e quatrocientos e quarenta e tres años, faciendo el cuerpo solar su curso debaxo del zodiaco en el comienço del signo de pises".