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jueves, 26 de febrero de 2009

Memento mori - Una lauda sepulcral del convento de Santo Domingo de Benavente


Lauda sepulcral del convento de Santo Domingo

La costumbre de efectuar enterramientos de personajes ilustres, o no tan ilustres, en el interior de los templos estuvo muy arraigada en la tradición cristiana. Fue también una forma muy socorrida de financiación para las parroquias y un mecanismo de perfeccionamiento de su fábrica, a través de la erección de capillas y panteones integrados en su planta. En el siglo XVII la mayoría de las iglesias benaventanas eran ya cementerios comunes, con todo su pavimento cubierto de sepulturas, donde el incienso y el encalado trataban, a duras penas, salvar una cierta apariencia de higiene.

Las principales familias benaventanas pugnaron durante siglos por establecer sus panteones en los espacios preferentes de iglesias y monasterios. En los solados de estos templos se reproducía, a pequeña escala, todo el complejo entramado social. Los linajes más encumbrados disponían de capillas y monumentos funerarios propios, como ocurría con los condes de Benavente en el monasterio de San Francisco o los Osorio en el de Santo Domingo. Otras familias pudieron permitirse el lujo de escoger para su última morada las inmediaciones de altares, presbiterios y claustros, espacios teóricamente más próximos a los beneficios espirituales de los finados.

La competencia por el territorio fue tal que en ocasiones se originaron pleitos para dilucidar la propiedad de las sepulturas. Pero el espacio disponible era a la postre finito, y cuando la saturación de tumbas impedía acoger nuevos restos se recurría a la monda, esto es el levantamiento y posterior traslado masivo de cadáveres a los osarios, tras lo cual comenzaba de nuevo todo el proceso. De este modo, las losas de los pavimentos estaban continuamente removiéndose, deteriorando aún más el ya de por sí enrarecido ambiente de las iglesias.

Ya en el siglo XIII, en las Partidas de Alfonso X El Sabio, se prescribía la necesidad de hacer cementerios extramuros de las villas: "por que el fedor de ellos (de los muertos) no corrompiese el aire nin matase a los vivos". El 3 de abril de 1787, mediante Real Cédula de Carlos III, se ordena que los cementerios se ubiquen fuera de las poblaciones; aunque no será hasta 1804, cuando el ministro Godoy, y por medio de una circular, dictamina la prohibición de enterrar en las iglesias y sitúa definitivamente los cementerios fuera de las ciudades. Las Cortes de 1812 urgieron su cumplimiento bajo el argumento de la higiene y de la estética litúrgica.

Las laudas son lápidas o piedras que se ponían en las sepulturas, por lo común con la inscripción o el escudo de armas de la familia propietaria del enterramiento. En una vivienda de la calle Claudio Rodríguez existe, empotrada en una pared de una galería cubierta, una lauda de la segunda mitad del siglo XVII. Procede del desaparecido monasterio de Santo Domingo. Se da la circunstancia de que dicha pared hace medianía con los muros del actual Teatro Municipal "Reina Sofía".

Es bien sabido que para la construcción de este edificio en 1928 se reaprovechó la mayor parte de la nave de la iglesia del monasterio. De hecho, desde el patio de luces de esta vivienda se puede ver todavía uno de sus contrafuertes, varias hiladas de sillares de su fábrica y una ventana adintelada. Pero dado que nuestra lauda está a considerable altura sobre el nivel del suelo, concretamente en un segundo piso, hay que pensar en un traslado desde el lugar originario de enterramiento: el claustro.

Parece ser que los propietarios anteriores de la finca y constructores del edificio se apellidaban Charro, familia directamente relacionada con nuestro escudo como a continuación se detalla. Estos tenían su capilla funeraria en la capilla del Rosario, de manera que esta parte del solar del convento habrá sido seguramente de ellos desde la Desamortización, y quizá esta sea la razón de la presencia de esta lauda en un lugar tan poco ortodoxo.

La pieza, de forma rectangular, fue tallada en una piedra caliza blanquecina. Su estado de conservación es bastante aceptable, salvo ligeros desperfectos en alguna de las figuras del escudo de armas. Debo agradecer a Isabel Reguilón, una de las propietarias del inmueble, su buena disposición para examinar y estudiar la pieza.

La mitad superior está dedicada a las labras heráldicas, con un escudo cuartelado timbrado con la figura del águila explayada, es decir bicéfala, con estos apéndices mirando una a cada lado, y con las alas extendidas. En la mitad inferior se extiende el campo epigráfico. Alberga seis líneas de elegante letra capital de la segunda mitad del siglo XVII. La inscripción, una vez desarrolladas las abreviaturas, es la siguiente:

ESTE ENTER[RAMIENT]O ES DE LOS NOBLES D[ON] YSIDRO CHAR[R]O L[ORENZA]NA Y BENA VIDES Y DE D[OÑ]A M[ARI]A DE MOVILLA, SUS HIJOS Y SUZESORES

Claustro del convento de Santo Domingo a finales del siglo XIX (Foto Manuel García Guerra)

Situación de la lauda dentro de la vivienda

Detalle del primer cuartel

Detalle del segundo cuartel

Detalle del tercer cuartel

Detalle del cuarto cuartel

Detalle de la inscripción

En la Sala de Hijosdalgo del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (Caja 667,29) se conserva un pleito de hidalguía de Don Isidro Charro de Lorenzana, vecino de Villalobos, correspondiente al año 1664. Según la interesante información proporcionada por José Ignacio del Amo sobre este expediente en su página web, el bisabuelo de Don Isidro, Don Francisco Charro, era natural del lugar de Genestacio de la Vega, donde poseyó hacia 1571 una heredad cabeza de mayorazgo de los Charro, con su aniversario. Hijo de Don Francisco fue Álvaro Charro, abuelo del pleiteante, que falleció en Villanueva de Valdejamuz, muy próximo a Genestacio. Su hijo, Antonio Charro, fue el padre de Don Isidro:

"Después Antonio vino a vivir a Benavente, que está a tres leguas cortas, donde tuvo un mayorazgo que yo heredé con el patronato del hospital de San Lázaro extramuros, donde están las armas de los Charro, que es el mismo que está en la portada de la carta ejecutoria (la de 1571), con derecho a devengar 500 sueldos, según el fuero de España [...] y en la iglesia mayor de Benavente (Santa María del Azogue) tenemos sepulcro en la Capilla Mayor, al subir la primera grada del altar al lado del evangelio donde están las mismas armas y rótulo".
 
En el Archivo Histórico Nacional, en la Sección Órdenes Militares, se conserva un expediente promovido por Francisco Charro Movilla, natural de Benavente. Se trata del probatorio para la concesión del Título de Caballero de la Orden de Santiago. De él se deduce que su padre, Isidro Charro, había sido regidor de Benavente, y era natural de Laguelles, del concejo de Luna (al norte de León). Por su parte, su madre, María Movilla, era natural de Castrogonzalo. De las pruebas y testimonios insertos en el expediente se deducen otras informaciones de interés: En la iglesia de Santa María de Renueva de Benavente se bautizó a Pedro Francisco, el pretendiente, el 4-10-1676. María Movilla Álvarez, hija de Baltasar y de María, fue bautizada en la parroquia de Santo Tomás de Castrogonzalo el 3-5-1642. Isidro Charro fue bautizado en Laguelles, el 18-11-1638, hijo de Antonio Charro y Leonor de Lorenzana. D. Isidro Charro aparece como hidalgo y alcalde en Castrogonzalo, también D. Baltasar Movilla. Que Isidro Charro perteneció a la cofradía del Rosario.

Se incorpora la inspección de las sepulturas familiares en Santa María del Azogue y en Santo Domingo de Benavente:

"... en la escalera del altar (de Santa María) hay una losa que dice: Esta sepultura es de los nobles Antonio Charro y de Ana de la Vega, su mujer. Diose a la iglesia veintisiete mil maravedís. Año de 1598". Y debajo hay un escudo correspondiente, el mismo que está en el hospital de San Lázaro [...]". "Desde allí pasamos al convento de Santo Domingo que está próximo a dicha iglesia (de Santa María del Azogue), y en el claustro de dicho convento como se entra para mano izquierda hay un arco a modo de capilla, y sobre dicho arco hay otra inscripción que dice así: Este entierro es de los nobles D. Isidro Charro y Dª María Movilla su mujer, y debajo de ello otro escudo de armas correspondiente a los que están en las partes referidas..."

El escudo se describe así:

"Al lado derecho y al pie una fuente y un castillo, en dicho lado por la parte de arriba y un pájaro grande sobre dicho castillo. Y por la parte de abajo de dicho escudo, al lado derecho, dos leones. Y al lado izquierdo correspondiente otro león sobre unas barras que dicen ser las armas de Charro, Movilla y Lorenzana... y que el castillo es de los Vega".

Debe precisarse que el apellido Lorenzana, muy frecuente en León, es el correspondiente al tercer cuartel. Su descripción heráldica es la siguiente: en campo de oro, dos leones echados de gules y puestos en palo. Bordura de plata con ocho eslabones de cadena de azur.

Restos de la ermita de San Lázaro en 1992

Restos de la ermita de San Lázaro en 1992

Restos del convento de Santo Domingo en 1992

Contrafuerte del antiguo convento

Ventana tapiada del antiguo convento

Escudo del convento de Santo Domingo

Escudo del convento de Santo Domingo

Expediente de Francisco Charro Movilla (Archivo Histórico Nacional)

lunes, 9 de febrero de 2009

El monasterio de Sancti Spíritus de Benavente - Aventuras y desventuras de dos retablos zamoranos en Marmolejo (Jaén)

El monasterio de Sancti Spíritus de Benavente estuvo situado en el ángulo noroeste del recinto murado de la ciudad, en la parroquia o colación de San Martín y dando su espalda a la calle de la antigua Judería (hoy calle La Sinoga). En la actualidad el callejero recuerda su nombre en la vía que acogía su fachada principal. Sobre sus solares se levantaron diversos edificios (entre ellos el del cine Coliseum), y se abrieron nuevas calles. Su desaparición fue ya tardía, pues sobrevivió a la ocupación francesa y las desamortizaciones, y no se extinguió definitivamente hasta los años cuarenta del siglo XX. A pesar de ello, no se conocen apenas testimonios gráficos, lo cual es explicable por la pobreza e insignificancia de su fábrica.

Panorámica del retablo mayor de Marmolejo [Foto Parroquia de Marmolejo]
Su ubicación se vio condicionada, sin duda, por la existencia previa dentro de la villa de los monasterios masculinos de San Francisco y Santo Domingo, fundados en la segunda mita del siglo XIII. Además, otro monasterio femenino, el de Santa Clara, trasladó su asentamiento en 1388 desde las afueras a la antigua parroquia de San Salvador, al sur de la población. La necesidad de repartirse racionalmente el suelo disponible, delimitar sus ámbitos de actuación, y atender la cura de almas y la predicación condicionó la disposición de los diversos conventos en el tejido urbano de la villa y las relaciones entre ellos.

La historia de este monasterio es muy poco conocida, al haberse perdido la mayor parte de la documentación medieval de su archivo. No obstante, en la sección Clero del Archivo Histórico Nacional se conservan algunas carpetas con diplomas que arrancan del siglo XV.

Las líneas generales de sus orígenes y fundación fueron trazadas en su momento por Juan López, obispo de Monopoli, en su "Tercera parte de la Historia General de la Orden de Sancto Domingo y su Orden de Predicadores", Valladolid, 1613. De esta fuente bebió, sin duda, Ledo del Pozo, y todos aquellos que se han ocupado de desgranar su trayectoria.

Según este autor, en un principio existió un monasterio bajo la advocación de San Pedro Mártir, de cuya existencia hay constancia desde mediados del siglo XIV. A esta casa donó el 27 de diciembre de 1348 María Martínez, viuda de Fernán Rodríguez, cierta hacienda a través de su hija Catalina Fernández, monja en San Pedro Mártir.

Sólo dos años después ya encontramos la denominación de Sancti Spíritus. El 26 de junio de 1350 el monasterio de Santo Domingo de Benavente entregaba una casa y un horno que tenían los frailes en la calle de San Martín para que la incorporaran como su casa, con condición que mientras viviera Berenguela Pérez, que les había dado otro horno, las monjas amasaran y cocieran el pan que tuvieran necesidad. Ledo del Pozo lleva este diploma al año 1354.

Imagen de Santo Domingo de Guzmán [Foto Pedro Solís Agudo]
En 1378 encontramos noticia de otra importante donación, que tiene además todos los visos de ser el impulso definitivo que confirió estabilidad y futuro a esta casa. De su contenido se deduce que la anterior fundación o se había extinguido o languidecía. Constanza Felípez, vecina y moradora en Benavente, hija de Alonso Felípez y mujer de Nuño Núñez, caballero, entregaba a Fray Fernando Rodríguez, provincial de la Orden de Predicadores, unas casas con su palacio y con su bodega en la parroquia de San Martín, junto con otras casas suyas alrededor que confinaban con la cofradía de Santo Tomás. Todo ello "para que faga en ella un monasterio de Dueñas de vuestra Orden [...] para mantenimiento de doce dueñas, que está tratado entre mi e vos el dicho prior provincial que pongades en el dicho monasterio e para los capellanes e procuradores e cera e lamparas del dicho monasterio". Añade sus heredades en Mózar, Santovenia y Barcial.

Una de las moradoras más ilustres de este monasterio benaventano fue doña Leonor, hija de don Sancho de Castilla, y nieta de Alfonso XI. Su hermana, la reina de igual nombre, fue esposa de Fernando el de Antequera, y condesa Alburquerque. Leonor debió llegar a Benavente hacia 1394, ingresando, tal vez, para lavar las culpas de una juventud relajada. Algunas fuentes le atribuyen un romance con el duque de Benavente, don Fadrique. Salazar cree además, que esta doña Leonor fue esposa de Día Sánchez de Rojas, señor de Monzón, a quien mandó asesinar don Fadrique por sus criados en 1393. De Benavente pasó doña Leonor, como priora, al monasterio de Sancti Spíritus de Toro. En el Becerro del convento toresano se dice que falleció en 1444, siendo enterrada en el coro, en una modesta tumba de azulejos de Cuenca.

Los condes de Benavente contribuyeron también a mejorar su fábrica, erigiendo una nueva iglesia con su coro, reparando los daños existentes y haciendo tomar el hábito a algunas jóvenes de su familia.

Cuando Gómez Moreno visitó Sancti Spíritus en 1902-1903 lo único que llamó su atención de su "moderna" capilla fue un sepulcro de arenisca, pieza que atribuyó a doña Leonor de Castilla. A la vista de los datos conocidos es más probable que el enterramiento se corresponda con otra monja o dama destacada, tal vez la propia Constanza Felípez. El monumento funerario, hoy en paradero desconocido, habría sido labrado a finales del siglo XIV o principios del XV. Era obra tosca y deteriorada. Representaba "la imagen yacente de una monja, con una mano sobre la otra y abultadísimo hábito, asomando las suelas de sus zapatos entre las ondulaciones múltiples del ropaje. La urna tiene en su frente largo un relieve destrozado en parte, con la difunta en su lecho mortuorio y frailes dominicos en torno; a la cabecera efígiase el Calvario, y a los pies dos ángeles llevando el alma de la finada, como niño desnudo sobre una sábana. Estuvo pintado y así también su letrero, no muy antiguo e ilegible".

Virgen del Rosario [Foto Pedro Solís Agudo]
José Almoína Mateos advertía en los años treinta que del antiguo edificio sólo se conservaba una parte, pues el Convento sufrió un incendio que lo destruyó y además quemó su archivo. Tanto la iglesia como la espadaña de ladrillo eran construcciones recientes. De lo antiguo "conserva el patio con sabor de zaguán de parador castellano, una de las alas de la vieja clausura y un mirador que encelosó por su cuenta Sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio Quiroga Caopardo, que estos eran los nombres de la célebre "Monja de las llagas" que aquí estuvo desterrada desde el 16 de septiembre de 1855 hasta los primeros días del año 1856".

En el año 1942 el monasterio fue declarado ruinoso. Los edificios conventuales se enajenaron y la comunidad abandonó definitivamente Benavente el 14 de septiembre de 1947. La mayor parte de las hermanas fueron a parar en un primer momento al convento de las Dominicas del Corpus Christi de Valladolid, mientras que otras acabaron recalando en los monasterios de Nuestra Señora de la Piedad de Palencia y Santo Domingo el Real de Toledo.

Del sepulcro descrito por Gómez Moreno no se ha vuelto a tener noticia. Mejor suerte corrieron dos retablos barrocos que adornaban la capilla monástica. Ambos fueron adquiridos por la parroquia de Nuestra Señora de la Paz de Marmolejo (Jaén), donde hoy en día se encuentran. Este templo andaluz había perdido sus tallas y retablos durante la Guerra Civil, por lo que en los años siguientes se hicieron importantes adquisiciones de mobiliario y ajuares litúrgicos.

El retablo que preside el presbiterio alberga la imagen de la Virgen del Rosario, tal y como lo hacía en el viejo convento de Sancti Spíritus. Los marmolejeños reconvirtieron esta interesante talla en Virgen de la Paz, añadiéndole una paloma blanca sostenida por el Niño, pues la imagen original de la parroquia había sido destruida. Esta peculiar situación se mantuvo hasta el año 2003. Pero la policromía de la túnica y el manto en rojo y azul revelan inequívocamente su advocación del Rosario. Adquirida una nueva imagen de la Virgen de la Paz, se decidió que la anterior -la original del retablo- continuara presidiéndolo como durante siglos lo hizo y la nueva se colocó en su propio retablo. La presencia de Santo Domingo de Guzmán, Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima en la imaginería de las calles laterales delata su pertenencia originaria a una casa de la Orden de los Predicadores. Preside el ático un relieve con el conocido asunto de la recepción del Rosario por Santo Domingo.

El segundo retablo, mucho más pequeño y modesto, aloja la imagen de San Julián, patrón de Marmolejo. Está situado en el brazo derecho del crucero mirando al altar.

Retablo de San Julián [Foto Pedro Solís Agudo]
Interesantes noticias sobre la compra de ambas piezas y su posterior traslado dejó escritas Don Manuel Maroto Castro, párroco de dicha villa entre 1945 y 1956:

"La Providencia me deparó la ocasión de enterarme de que dos señores arquitectos de Madrid habían comprado en Benavente, provincia de Zamora, un convento de monjas dominicas, para demolerlo por encontrarse en ruinas, y que vendían dos magníficos retablos barrocos del siglo XVII que estaban instalados en la iglesia de dicho Convento. Indagué las señas de los arquitectos, hablé con ellos por teléfono, me trasladé a Madrid, y, con ellos, viajamos en coche a Benavente y, al verlos y apreciar su valía, me comprometí a adquirirlos. Respaldado por los señores que componían la Junta Parroquial: D. Julio Vizcaíno, D. Alfonso Sánchez, D. Andrés Pastor, D. Manuel Agudo, D. Isidro Moreno, D. Carlos Ortí, D. Pedro Pastor y, el entonces alcalde D. Francisco Rivillas, firmé el contrato en trescientas mil pesetas pagaderas en varios largos plazos. Por supuesto que en ese precio iba incluido, el desmontarlos, trasladarlos e instalarlos en nuestra Parroquia. Hubo comentarios de aplauso pero también de temor por el riesgo en el pago que, gracias a Dios, no lo hubo. Así de sencillo fue todo y, una vez más, se confirmó que "el que a Dios busca, a Dios halla".

Detalle del ático del retablo principal [Foto Pedro Solís Agudo]
Según información amablemente facilitada por Pedro Solís Agudo, en el retablo mayor existen varios graffitis, alguno de ellos en francés relacionado con la ocupación napoleónica del monasterio. En uno de ellos puede leerse: "Grenadier du 27 Dragons an garnision á Benavente" (Granadero del 27 de Dragones en la Guarnición de Benavente). La estancia de Dragones acuartelados en los conventos benaventanos es bien conocida a través de los testimonios y memorias de diversos militares, así como de la propia documentación de estas instituciones.